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Francisco Villamartín y Ruiz

Biografía

Villamartín y Ruiz, Francisco. Cartagena (Murcia), 23.VII.1833 – Madrid 16.VII.1872. Tratadista militar.

Nació en Cartagena el 23 de julio de 1833, a los catorce años ingresó en el Colegio General Militar de Toledo, el 24 de enero de 1848, y a los dieciséis salió promovido a subteniente de Infantería, el 4 de julio de 1850. Destinado al regimiento Gerona, de guarnición en Vitoria, volvió a él tras un corto destino en el de Saboya, en Madrid. Cumplía veintiún años cuando se produjo en la capital el alzamiento de julio de 1854, y Villamartín salió a la calle con su regimiento, teniendo que luchar con los amotinados y ascendiendo a teniente por la gracia general concedida entonces. Participó en operaciones en Burgos y Castilla la Nueva hasta sus límites con Valencia, y marchó con sus tropas a Barcelona, donde tuvo que actuar en la defensa del cuartel de San Pablo, del 18 al 22 de julio de 1856; recibió un balazo en la pierna derecha y se le ascendió a capitán. Solicitó y obtuvo servir en Cuba, y después de pasar tres años en Santiago de las Vegas, regresó a España en 1860, porque el clima de la isla había quebrantado su salud.

A principios de 1861 fue destinado al regimiento Toledo, de guarnición en Madrid, donde, con veintiocho años de edad, escribió Nociones de arte militar, publicada en 1862, pieza básica de filosofía de la guerra, concepto del mando, psicología y ética militar e interpretación histórica, que celebrada en París por Napoleón III cuando el viaje del rey Francisco de Asís, se le concedió por ella la Cruz de Carlos III y, en mayo de 1865, el ascenso a comandante. En 1863 publicó el folleto Napoleón III y la Academia de Ciencias, demostrando que existe una ciencia militar y que era absurdo que la Academia de Ciencias se negase a reconocerlo y a crear una sección de tal disciplina, como proponía el Rey pretendiendo ser uno de sus miembros. Siguieron otros dos folletos: la Historia de la Orden de San Fernando en 1864, y la Historia de las Órdenes de Caballería en 1865.

Los apremios económicos a que le llevó el publicar por su cuenta las Nociones, de las que quedó sin vender la mayor parte de la edición, le llevó a escribir una mediana descripción con párrafos románticos de San Lorenzo del Escorial en 1866, que sus biógrafos lamentan, pues no le añadió ninguna gloria y, quizá poco más tarde, El tuerto rey, alusión al refrán “En el país de los ciegos, el tuerto, rey”, pieza que Núñez de Arce conoció de gran mérito y, según el general Maciá Serrano, fue un desahogo de su amargura. No pudo aprovechar los cuatro meses de licencia que le concedieron en 1867 para estudiar las muestras militares en la Exposición Universal de París, probablemente por escasez económica, según pensaba el teniente general Díez Alegría.

Desde marzo de 1863 escribía en su destino del Batallón de Cazadores de Montaña de Arapiles, también en Madrid, y desde enero de 1864 en el Consejo de Redención y Enganches, en cuya época, al parecer, colaboró con el marqués del Duero, del que fue ayudante de campo a finales de 1863. En 1866 estuvo destinado en la Escuela de Tiro de Infantería, y en mayo de 1868 se le nombró ayudante del capitán general Pavía, marqués de Novaliches quien, al caer herido, le ascendió a teniente coronel en el campo de batalla. Pero los revolucionarios victoriosos le anularon el ascenso al destituir a su capitán general por negar obediencia al rey Amadeo I.

De su calidad moral destaca el hecho de que por lealtad y disciplina, luchó dos veces contra sus convicciones políticas, en los dos alzamientos en cuya represión hubo de actuar como militar, el de 1854 siendo teniente, y el de 1870 siendo comandante, cuando se dice que el general Pavía le pidió consejo sobre el juramento político decretado por las Cortes, y él le aconsejó que sólo podían jurar tres personas; “El preceptor del príncipe Alfonso, el vencido en Alcolea y el general Novaliches”, que las tres eran la misma. Tal consejo costó a Pavía la destitución, y a él quedar sin destino en el grado de teniente coronel que le acababa de conceder el general por su actuación en el combate.

Pero dio pruebas de su categoría, con aquella carta al coronel Casamayor, expresándole su triste situación al morir su única hija, empobrecido por el fracaso de sus Nociones: “Veo mi pobreza, mis apuros, los atrasos que me ha proporcionado mi obra, la escasísima protección que se me ha dado [...]Bien es verdad que yo no valgo para solicitar”.

Había empezado con una hermosa frase sobre la ilusión que había puesto en su hija, olvidando contrariedades: “No era feliz, pero creía serlo”.

Villamartín quedó sin destino y murió muy pobre en Madrid el 16 de julio de 1872, a los treinta y ocho años, sin que se le confirmara su ascenso. Colaboró en varios periódicos, sobre todo en La Discusión, dirigida por Pi y Margall, siempre en editoriales o firmando con iniciales, y fundó uno, La Fuerza Pública, que se desconoce y no debió de alcanzar media docena de números. Intervino como orador en el Ateneo del Ejército y la Armada (“Ateneo Militar”), propugnando reformas militares.

Quienes lo estudiaron coincidían unánimes con un crítico de entonces, en que honró no sólo a su generación o al Ejército, sino a España, como en 1925 dijo Alfonso XIII al inaugurar en Toledo su monumento de Benlliure: “Como Rey y como español, recojo gustoso el espíritu que anima este hermoso acto de confraternidad del Ejército, la Marina y el Pueblo, para honrar a un español glorioso”.

Cada una de las palabras estaba llena de intención, desde la unión de los militares entre sí y éstos con el pueblo, la de elevar a Villamartín a la categoría de “español glorioso”, desbordando el campo profesional, y la de hablar doblemente como rey y como español.

El teniente coronel Redondo precisaba así su “triste figura”, por lo quijotesca y romántica, por lo becqueriana: “Figura patética de las letras militares, Villamartín es uno de nuestros grandes solitarios, gigante labrado en la soledad del esfuerzo individual, sin otro estímulo que su personalísima vocación”.

Se ha discutido mucho la cultura de Villamartín, quedando en que, al menos, no era un erudito profundo, ni hombre de grandes lecturas. El coronel de La Lama piensa que, aunque no conociera a Sun-Tzu, Maquiavelo o Clausewitz, conocería a otros, y asegura que fue autodidacta porque no tuvo tiempo de recibir otra formación que la del Colegio Militar, más práctica que especulativa: matemáticas, historia, geografía, leyes penales, etc., y ni por la extensión de los textos, ni por la duración de la enseñanza, pudo pasar de una indicación de temas. El resto de su formación la adquirió luego, acaso más en obras de los regimientos que en las suyas propias. No se puede imaginar su biblioteca, porque apenas hay citas en sus libros; asimilaba lo leído sin afán de erudito, sino con elaboración progresiva de las propias ideas, con método de poeta más que de filósofo o historiador.

Nada es seguro, y Luis Vidart, que le conoció bien, aseguró: “Adivina más de lo que sabe”, refiriéndose a su prodigiosa intuición, que todos los comentaristas han destacado. El teniente general Díez Alegría advertía que los movimientos de tropas por sacudidas políticas, dificultaban los estudios militares españoles, sin brillo exterior, y que las ideas de Villamartín sobre la esencia bélica eran de autodidacta apoyada en su saber de lo que él mismo definió como: “ese inmenso diamante que se llama filosofía”.

Pero nueve años después, crecía su opinión: “Conoce todas las obras publicadas en España y las extranjeras traducidas a nuestro idioma, y discurre por cuenta propia con total independencia de ellas, cosa bastante desusada entonces. Únicamente puede señalársele una laguna en su amplia base de conocimientos, pues entre sus fuentes no parece figurar ninguna obra de la naciente escuela prusiana, representada principalmente por el libro de Clausewitz. Lo explica porque el idioma alemán era poco conocido en España, donde la cultura entraba traducida del francés, y en Francia, antes de Foch, no se admitía el pensamiento militar germano”. Pero esa ignorancia de Clausewitz, le hacía admirar más a Villamatín, por sus aproximaciones al pensador alemán, de quien, según otros autores, tenía un conocimiento indirecto, sintético y, por tanto, imperfecto.

Afirma el mismo autor que Villamartín empezó sus Nociones estando destinado en Cuba (1858-1860) y en cuanto al motivo de un estudio tan comprometido a los veinticinco años, dijo en su dedicatoria al marqués del Duero, que fue por lamentar que nuestra cultura militar se inspirase siempre en fuentes extranjeras, ofensivas y erróneas: “en la que se nos deprime muchas veces y se nos olvida otras, plagadas de errores de escuela y de errores de hijos del espíritu patrio, basadas en principios y reglas aplicables a otros países y esos ejércitos, pero de ningún modo a los nuestros”.

Lo anterior acaso explique por sí mismo la ausencia de citas en sus textos, por la doble razón de no propagar y enaltecer a extranjeros que no lo mereciesen y dar más firmeza de autenticidad española a sus ideas, que si tenían alguna base ajena, nunca tendrían su expresión. Lo que aclaraban otras frases de su dedicatoria.

Las Nociones de arte militar fueron en su tiempo una revelación y aún constituyen una pieza clave entre los tratados militares más importantes junto al Discurso sobre la disciplina militar de Sancho de Londoño y las Relaciones militares del marqués de Santa Cruz de Marcenado. En su libro proponía Villamartín tres cuestiones capitales: señalar las influencias recíprocas entre la guerra y las formas sociales, considerar las posibilidades bélicas del progreso industrial, y destacar las notas del carácter español en su aspecto guerrero. Dedicaba la primera parte a la Política militar, estudiando las relaciones del arte militar con la política y las ciencias.

En la segunda, hacía una síntesis de Historia del arte militar universal, deduciendo de ella una teoría de la guerra, que es su estudio más importante y profundo, rigurosamente nuevo en la época, cuyo mérito está en su penetración filosófica y su rigor científico, buscando siempre los principios permanentes de la guerra, pero, sobre todo es, como él define, “un curso completo de arte militar para España, basado en nuestra historia bélica y en la idiosincrasia del soldado español”. En la tercera parte, deduce conclusiones para La ejecución de la guerra. En su ensayo sobre Napoleón III y la Academia de Ciencias, estudia la ciencia militar con una erudición que no había mostrado ningún otro tratadista.

Díez Alegría definió las Nociones de arte militar como “verdadera enciclopedia de la teoría militar de su tiempo”; el general Cuartero veía que lo titulado Nociones, son algo más que un tratado de Estrategia, Táctica o Historia Militar, pues con extensión filosófica, orgánica y clara, muestra la trascendencia de una “planificación del método y de la moderna concepción de las operaciones militares”; adelantándose un siglo enseña lo que se entendería por “Política de Defensa”. Joaquín Berenguer encontraba que al estudiar Villamartín las fuerzas sociales motivadoras de la ciencia y la filosofía y los principios de la guerra, estaba describiendo, sin saberlo, el albor de la Polemología. De la Lama encuentra que en el Prólogo y las Conclusiones de sus Nociones, la agudeza del autor destaca lo que ahora se llama “principios inmutables del arte militar”.

Entre los últimos críticos, el general Alonso Baquer sintetiza que en su tiempo fue considerado como precursor de un cambio y ejemplo de que la novedad se alineaba con la tradición española. En cuanto a su pensamiento, Federico Trillo encontraba que el carácter proteico de su obra, y aún de su estilo, hizo posibles calificaciones antitéticas: romántico para unos o evolucionista-positivista para otros; su visión de la Historia es “como un proceso total dialéctico”, al situar la guerra en el motor mismo de ella y señalar que “todo vive por la acción y reacción repetida, por la compensación de principios opuestos”; no siendo un “positivista” a lo germánico, porque introduce un motor religioso, visible en su concepción de El Escorial como “el monumento de una sociedad católica luchadora”, y en el extremo emocional, catolicismo a la española, de su poema a la Virgen de la Caridad, de Cartagena: “Póstrate de rodilla, Cartagena [...]”.

Si allí no muestra mucha inspiración ni oficio poético, lo que le falta en ello, le rebosa en devoción y sentimiento, dice el coronel poeta López Anglada, al calificar a Villamartín de escritor romántico, con paralelismo cronológico en Bécquer, con algunas descripciones en que, a las imágenes trágicas acumula su visión del orador militar y su altisonante poema citado. También es romántica su autodefinición como escritor, que recuerda a la de Ramón de Muntaner en pausas almogávares, a Ercilla escribiendo sobre el parche de un tambor a la luz de la luna, y a Antonio de Alarcón, de correo a correo de Marruecos.

En cuanto al derecho de guerra, el general García Escudero sintetizaba que el pensamiento de Villamartín “se basa en la necesidad de usar la fuerza para que las naciones se hagan justicia por su mano, ya que no hay un poder en la Tierra superior a ellas donde remitir sus quejas [...] y apela al Tribunal de la Historia para enjuiciar a quienes conculcan el derecho de gentes”.

Después, el triste destino de los hombres grandes. Su mejor libro le endeudó para toda la vida, aunque ciento veinte años después, como otros en su tiempo, un teniente general confiesa que su obra “despierta en el lector una simpatía irrefutable” juzgándole como el mejor escritor de su época con Almirante y Barado, y el de más intuición con Arroquia. Por encima de todo, el de mayor influencia militar a través de los tiempos.

Desde que Villamartín escribió su definición de disciplina, esa ha sido en el Ejército español la oficial y única, exigida de memoria a los cadetes hasta la segunda mitad del siglo xx, lo único memorístico junto a las Ordenanzas y la definición de guerra, también suya, único autor militar que recibe el tratamiento de clásico vigente.

 

Obras de ~: Nociones de Arte Militar, Madrid, 1862; (Madrid, Ediciones Ejército,1943; Madrid, 1989); Napoleón III y la Academia de Ciencias, Madrid, 1863; Historia de la Orden de San Fernando, Madrid, 1864; Historia de las Órdenes de Caballería, Madrid, 1865; Manual de Viajeros: San Lorenzo del Escorial, Madrid,1866; El tuerto rey, Madrid, 1867; La invasión germánica, Madrid, 1870.

 

Bibl.: “Clásicos Militares: Villamartín”, en Revista Reconquista (Madrid), n.º 3 (marzo de 1950); J. Vigón Suerodíaz, “Villamartín”, en Revista Reconquista, n.º 34 (octubre de 1952); L. Aguirre Prado, Villamartín, Madrid, Ministerio de Información y Turismo, 1955 (Temas Españoles, n.º 175); J. Busquets, El militar de carrera en España, Barcelona, Ariel, 1971 (2.ª ed.), págs. 94-101; M. Díez Alegría, Efímero Esplendor, Madrid, Real Academia Española, 1980; F. R edondo Díaz, “Francisco Villamartín”, en Revista Reconquista, n.º 385 (julio de 1982); Revista de Historia Militar (Número Extra) Francisco Villamartín, escritor militar (1983).

 

José María Gárate Córdoba

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