Quiñones Guzmán, Juan de. ¿León?, c. 1505 – Pamplona (Navarra), 12.IX.1575. Noble, canónigo, conciliarista, obispo de Calahorra y La Calzada.
Miembro de la nobleza leonesa, pues era hijo del señor de Toral Ramiro Núñez de Guzmán y de Juana de Quiñones, se encaminó hacia la carrera eclesiástica bajo la tutela del cardenal Francisco de Quiñones, hermano de su madre. Su trayectoria histórica, que siguió la estela de su tío, se resume en una total identificación con la defensa de la ortodoxia romana frente al protestantismo y con la Reforma de la Iglesia Católica diseñada en el Concilio de Trento. En ambos casos evidencia una estrecha adhesión a la Monarquía hispánica, cuyo discurso de poder se basaba en la defensa y expansión de la fe católica.
Tras cursar estudios jurídicos (formación que denota en posteriores actuaciones), en 1535 el cardenal Quiñones le consiguió, de manos de Carlos I, la canonjía de maestrescuela en el Cabildo catedralicio de Salamanca, dignidad que llevaba pareja el cargo de canciller universitario. Su brillante ejercicio de estas responsabilidades trajo consigo un auge de los estudios salmantinos que, en gran parte, le hizo acreedor a un nombramiento por parte del citado Monarca, el de reformador de la Universidad Complutense. En estos años, concretamente en 1542, también encabezó la defensa de los derechos del Cabildo salmantino frente a su prelado; actuación paradójica a la luz de los enfrentamientos que, ya como obispo, protagonizó con los Cabildos de las catedrales de Calahorra y Pamplona.
En 1559, tras la muerte del anterior prelado, Diego Fernández de Córdoba y Velasco, Felipe II lo presentó como obispo de Calahorra y La Calzada con la intención de enviarlo al Concilio de Trento. Bien fuera por su carácter foráneo, o por su ya ganada aureola de reformador, los Cabildos catedralicios dilataron su toma de posesión. La excusa de una epidemia de peste lo retuvo en Redecilla del Camino, no llegando a Santo Domingo de La Calzada hasta finales de dicho año; mientras, su consagración en Calahorra se pospuso hasta diciembre de 1560, realizándose por medio del arcediano de Berberiego Juan Fernández de Hurtado. Con la premura de su asistencia al Concilio, convocó un sínodo en Logroño que, celebrado en agosto de 1561, trazó las normas rectoras de la diócesis durante su ausencia y obtuvo el subsidio para su viaje a Trento dos meses más tarde.
Una vez en Trento, Juan de Quiñones, al ser sobrino del conde de Luna, embajador de la Corona española ante el Concilio, recibió proposiciones de la curia romana para secundar las posturas más conservadoras representadas por los obispos de Salamanca, Tortosa, Coria, etc., es decir, el llamado “bloque aristocrático”.
Sin embargo, pronto se alineó con el grupo más comprometido con la reforma, encabezado por el arzobispo de Granada Pedro Guerrero. Junto a éste y otros nueve prelados españoles, firmó una carta que, escrita el 6 de abril de 1563, denunciaba el excesivo control ejercido por la curia romana sobre el Concilio.
Asistió a todas las sesiones, siendo sus intervenciones numerosas y breves, pues con frecuencia sólo remitían a lo expresado por anteriores participantes. Excepciones a esta tónica general son sus disertaciones de los días 27 de noviembre de 1562 y 24 de septiembre de 1563, cuando propuso la autoridad suprema del Papa sobre los obispos y la supresión de las exenciones a los Cabildos, respectivamente. El Concilio ecuménico se clausuró en diciembre de 1563, al mismo tiempo que fallecía el conde de Luna. Tras celebrar las exequias de su tío, abandonó Trento para aplicar las directrices de los cánones conciliares en su sede calagurritana.
La puesta en marcha de la reforma tridentina en su obispado fue uno de los objetivos prioritarios de Juan de Quiñones. En 1565 urgía a la observancia de los cánones conciliares referidos a la aplicación de sacramentos y a la obligación de residencia de los beneficiados.
Ese mismo año asistió al Concilio de Zaragoza, convocado por el arzobispo Fernando de Aragón con este mismo fin. Ya durante su ausencia, en 1563, el provisor había celebrado un sínodo dedicado a la apertura de nuevos libros parroquiales de fallecimientos, bautismos y matrimonios, así como a la reforma del misal y del rezo litúrgico. De vuelta en su sede, Juan de Quiñones dio un renovado impulso a estas tareas; de este modo, en los sínodos celebrados en Santo Domingo de la Calzada (1571) y Logroño (1573) se llevó a cabo la reelaboración de Misal y Breviario bajo la dirección del chantre de Calahorra y del canónigo Colmenares. El resultado final, un Breviario que establecía la primacía de la Escritura en el Oficio Divino, siguió los pasos de la obra de su tío, el cardenal Quiñones, y las directrices de la propia Santa Sede.
Al aplicar algunas medidas conciliares, Juan de Quiñones despertó la oposición de los Cabildos de Calahorra y La Calzada. Si entre 1567 y 1569 su pretensión de intervenir en causas criminales con los capitulares ya le enfrentó con el capítulo calceatense, más grave fue el conflicto con los clérigos calagurritanos cuando ejercía su derecho de visita. Detrás de este enfrentamiento con los clérigos de Calahorra, se encontraba también el crepúsculo de esta localidad como cabeza de la diócesis en favor de Logroño, residencia habitual del prelado desde principios del siglo xvi. Un ejemplo del interés de Juan de Quiñones por el Palacio Episcopal de Logroño es la tramitación ante el concejo ciudadano del abastecimiento de agua para su jardín a finales de 1571.
En conclusión, los esfuerzos del obispo de Calahorra se traducen en una rápida aplicación de las decisiones de Trento en su diócesis, realidad reflejada en la cita recogida por Sainz Ripa en la remota parroquia de Navalsaz, donde en 1565 “se començo a usar el Santo Concilio Tridentino”. Su compromiso reformador motivó el encargo que recibió, de manos del arzobispo caesaragustano, de visitar el Cabildo de Pamplona en mayo de 1574. El 11 de septiembre del año siguiente, en el último acto público de su vida, denunció las irregularidades detectadas en dicho capítulo mediante la lectura de su informe y ante la protesta de los clérigos pamploneses. No obstante, resulta curioso que Juan de Quiñones, ocupado por extender la reforma tridentina, no pudiera cumplir uno de los aspectos de ésta al no realizar la correspondiente visita ad limina a Roma, infracción de la que fue absuelto en julio de 1573.
Respecto a la segunda directriz de su episcopado, el apoyo a la Monarquía en su defensa de la fe católica frente al protestantismo, el peligro más inmediato procedía de la expansión del calvinismo hugonote en el sur de Francia. En 1565, Juan de Quiñones integró una embajada que, presidida por el duque de Alba y la reina Isabel de Valois, pretendía instar a la soberana francesa, Catalina de Médicis, a aplicar en el país vecino los cánones de Trento y a poner fin a su tolerancia con la herejía calvinista. La embajada no cumplió sus objetivos y la influencia del protestantismo llegó a la propia diócesis calagurritana (se detectaron flamencos y franceses con ideas luteranas y calvinistas en las zonas costeras del obispado), siendo precisas medidas más drásticas, como el auto de fe del Tribunal de la Inquisición celebrado en Calahorra en 1566.
Asimismo, colaboró con los proyectos de reorganización territorial de las diócesis cercanas a la frontera francesa que ideó Felipe II, en pos de impedir la expansión hugonote. En 1567, el papa Pío V autorizó a los prelados de Pamplona y Calahorra a gobernar los lugares de Guipúzcoa y Navarra pertenecientes al obispo de Bayona (definitivamente convertido al calvinismo); un año más tarde, el monarca español entregó dichos territorios al obispo de Pamplona, dejando al calagurritano las apelaciones. Al mismo tiempo, el Rey Prudente también proyectó la elevación de Burgos a arzobispado, englobando las sedes de Calahorra y Pamplona, hasta ahora sufragáneas de Zaragoza. A pesar de la oposición que este proyecto despertó entre los clérigos de Logroño, Vitoria, La Calzada y Calahorra, Juan de Quiñones se reveló como un “hombre del rey” y consiguió su aceptación en el cambio de jurisdicción que confirmó el papa Gregorio XII, mediante dos bulas en 1574 y un breve publicado al año siguiente.
Su identificación con la política de Felipe II también se percibe en la eficacia de su diócesis al aportar el “subsidio”, contribución de la Iglesia española a la Monarquía para sufragar su defensa de la fe. En su ausencia, el citado sínodo de 1563 nombró colectores y contadores para su recaudación en el obispado calagurritano, estableciendo las cantidades para los siguientes seis años. Al retornar a su sede, Juan de Quiñones, tras enfrentarse con el juez subdelegado durante los años 1567 y 1568 por la dirección del proceso, consiguió que la diócesis de Calahorra-La Calzada aportase con normalidad una media de más de tres millones de maravedís anuales entre 1563 y 1574.
En la madrugada del 12 de septiembre de 1575 murió en Pamplona víctima de una calentura que sufría desde agosto. El papa Pío IV le había autorizado a testar por valor de hasta 20.000 ducados y su última voluntad pone de manifiesto la prioridad de sus fidelidades.
Cumplió con su sede, donando a la iglesia de Calahorra 300 ducados y un báculo; pero se volcó con los orígenes de su estirpe, pues preparó su eterno descanso en la capilla mayor del Monasterio de Santo Domingo de León (bajo un cenotafio elaborado por el escultor Esteban Jordán) y aseguró la terminación del solar familiar, la llamada “Casa de los Guzmanes”. La construcción de este edificio, que vincula a Juan de Quiñones con sus antepasados y con la posteridad, sugirió el siguiente comentario que, pronunciado por el Rey a quien tan eficazmente sirvió, resume su vida; enterado de la gran cantidad de hierro destinada a la Casa de los Guzmanes, Felipe II bromeó diciendo: “En verdad que ha sido mucho hierro para un obispo”.
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Tomás Sáenz de Haro