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Francisco Arjona Herrera

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Biografía

Arjona Herrera, Francisco. Cúchares. Madrid, 19 o 20.V.1817 – La Habana (Cuba), 4.XII.1868. Matador de toros.

Hijo del banderillero Manuel Arjona Sánchez, Costura, Cúchares (o Curro Cúchares, como también se le llamó) figuró en los carteles como Francisco Arjona Guillén, al tomar el segundo apellido de su abuelo materno, Francisco Herrera Guillén, también torero. Cúchares fue sobrino del célebre Curro Guillén, hermano de su madre, y padre del matador Francisco Arjona Reyes, Currito.

Madrileño de nacimiento, muy pronto su familia se trasladó a su domicilio en Sevilla, ciudad de la que se le considera. Respecto a su fecha de nacimiento hay discrepancias: Sánchez de Neira, Don Ventura y Néstor Luján señalan que nació el 19 de mayo, mientras que Cossío y Daniel Tapia (que sigue en todo a Cossío) dicen que vino al mundo el 20 de mayo. Neira escribió textualmente en 1880: “Francisco Arjona Herrera, a quien en Sevilla dieron el sobrenombre de Cúchares no sabemos por qué causa, nació en Madrid el 19 de mayo de 1818, y no el día 20, como aseguran otros autores”. Autores que eran, lógicamente, anteriores a Cossío y a Tapia. Por lo tanto, es más que probable que naciera el día 19, si bien existe constancia de la fecha propuesta por sus otros biógrafos. Respecto al año, en 1992, Cabrera Bonet publicó la partida de defunción emitida en La Habana, en la que se señala que “era de cincuenta y un años de edad [...], según la carta oficio que se remitió a esta parroquia”. Cabrera Bonet indica, por tanto, que debió nacer en 1817.

Cúchares fue un torero fundamental en la evolución del toreo. Discutido en algunos momentos por su peculiar manera de entender el sentido de los adornos y hasta de la lidia (sobre todo a partir de 1850, año en que sufrió una lesión en una pierna, cuando se le tildó de ventajista), lo cierto es que el toreo moderno (la lidia como medio de lucimiento y no como fin, en palabras de Alameda, además de la primacía de la muleta sobre el capote y el tercio de varas) tiene su origen remoto en este sevillano nacido en Madrid.

Según Néstor Luján, “llegó a ser uno de los más grandes toreros que se hayan conocido. Para ello tenía, según los entendidos de su tiempo, cuatro condiciones importantísimas: una inteligencia admirable para las características, querencias, resabios, juego particular e inclinaciones marcadas de las reses; la originalidad de su brega y de sus trasteos, que devolvían a su jurisdicción a las reses más peligrosas; ingeniosa travesura con los toros más bravos y pujantes, y preferencia para escoger las reses de mayor peso, edad y estampa, porque solía decir jactanciosamente que los mayores para los mejores; y, como cuarta condición, una habilidad casi milagrosa para la muerte a los toros [sus estocadas ‘a un tiempo’ tuvieron justo reconocimiento], de modo que todos, aun los más avisados, duraban bien poco en sus manos, ya que, cuando no se prestaban para los lances de muleta, por estar agotados, concluía con ellos atronándolos con la puntilla o cachete, para lo cual tenía una pasmosa destreza”.

Como tantos otros aprendices de torero, también Cúchares dio sus primeros capotazos en el matadero de Sevilla, en el que su padre se había empleado una vez que se retiró de los toros. Sin embargo, la etapa primordial de su formación como torero transcurrió, a partir de los doce años, en la famosa Escuela de Tauromaquia de Sevilla que Pedro Romero dirigía con la colaboración de Jerónimo José Cándido.

Huérfano de padre desde los diez años, Natalio Rivas recoge una carta de Pedro Romero al conde de la Estrella, fechada el 16 de febrero de 1831, en la que dice lo siguiente: “Muy señor mío y protector [...] Hay un chiquillo, llamado Costura, que es madrileño, esto es, que nació de Madrid, de 12 o 13 años que en saliendo novillos de año y medio a dos años lo mando viajar, toma la capa y los torea muy bien; luego le mando que ponga banderillas, las que les pone con mucha gracia; lo mismo a una mano que a otra, lo que quiere decir que si el toro se le cambia ya está cambiado él; le mando que tome muleta y una banderilla, va y los pasa, se presenta a la muerte y le pega su buena estocada con dicha banderilla, de manera que la gente siempre está deseando que salga Costura”. El 9 de marzo de ese mismo año 1831, Pedro Romero le refiere al conde de la Estrella: “Tocante a Manuel Arjona Costura [confunde el maestro el nombre del hijo con el del padre, o quizá Natalio Rivas transcribe mal], cada vez va adelantando más, pues hace cosas increíbles, en su corta edad, que es de doce años, y su estatura pequeña, pero es muy mañoso. Hoy día de la fecha hubo tres novillos de tres años propios para él, se hartó de poner pares de banderillas y las pone lo mismo a una mano que a otra; los torea muy bien con la capa, arma su muleta y toma una banderilla por espada, le da uno o dos pases, y le da su estocada muy bien puesta. No le hago favor ninguno en la relación que de él le doy”. Como puede apreciarse, se trata de dos documentos muy valiosos, tanto porque describen los comienzos de Cúchares (nada menos que narrados por Pedro Romero, su maestro), como porque cuentan la actividad de la Escuela de Sevilla al tiempo que, de pasada, explican muy someramente cómo se realizaba entonces la lidia.

“Tales eran sus habilidades —escribe Cossío— que en el cartel de la corrida de la plaza de la Maestranza de la Asociación del Buen Pastor, anunciada para el día 26 de julio de 1833, se leía: ‘Para mayor diversión del público, después de muerto el cuarto toro se soltará un becerro eral, que banderilleará Francisco Arjona (Cúchares), de edad de quince años, alumno de la escuela de tauromaquia de esta ciudad.’ El éxito más completo acompañó a la prematura prueba, y no sólo vio multiplicadas las simpatías y las esperanzas que hacía concebir su disposición, sino que sus protectores tomaron con mayor empeño sus adelantos”.

Una vez cerrada la Escuela en 1834, Cúchares quedó colocado como repartidor de carnes en el matadero sevillano.

Inmediatamente le tomó bajo su protección el famoso diestro Juan León, quien tanto debía a Curro Guillén, y ese mismo año 1834 figuró en su cuadrilla en diversas ocasiones. Según el escritor José Velázquez y Sánchez, amigo y biógrafo de Cúchares, “en 1835 ya Currito era el benjamín del primer espada, y en aquella subordinada tropa de aventajados toreadores tenía fuero para obrar a su antojo, relajándose la disciplina en exclusivo favor de aquel diminuto y consentido banderillero, a quien Juan León seguía permitiéndole todo, porque los públicos todo se lo celebraban como un arrojo, una gracia o un prurito de complacerlos. [...] En aquella temporada le brindó [cedió] su maestro la muerte de muchos toros, y algunos de respeto por sus arranques intencionados o sus malignas defensas, desempeñando el niño su aventurada comisión con extremada complacencia de los espectadores”.

Velázquez y Sánchez y Aurelio Ramírez Bernal sitúan su debut en Madrid como banderillero en 1837, con diecinueve años, mientras que Cossío lo retrasa hasta 1839, año en que su nombre figura por primera vez en los carteles. En la completa relación de corridas que publica López Izquierdo no aparece el nombre de Cúchares, como tampoco figura el de ninguno de los demás subalternos, pero sí los de los picadores.

El 27 de abril de 1840, intervino por primera como matador en Madrid en una corrida junto a Juan Pastor, el Barbero. López Izquierdo indica que era “nuevo” en esa plaza y que cobró 2.500 reales (sólo 100 menos que Pastor), si bien no hay ninguna indicación, sin duda porque tal ceremonia no se produjo, de que Cúchares tomase ese día la alternativa o de que hubiera cesión de trastos. Esta corrida, según este autor, fue descrita por Teófilo Gautier, que realizó una semblanza del picador Francisco Sevilla.

A partir de ese día, Francisco Arjona interviene en otras once corridas en Madrid esa misma temporada, varias acompañando a Francisco Montes, Paquiro, lo que indica la consideración que ya había adquirido en su profesión. En esos festejos, Cossío le aplica la categoría de “medio espada”, de la que nada dice López izquierdo. Muy grande era ya su fama en 1841 (en su segundo año como matador de toros), pues en los dos festejos que en Madrid toreó en septiembre (los días 20 y 27) cobró 3.000 reales, la misma cantidad que Paquiro. Isidro Santiago, que intervenía como sobresaliente, percibió 500. Según Cossío, el 6 de junio de 1842 utilizó por primera vez el apodo de Cúchares, en una corrida en la que sustituyó a Juan Yust y compartió cartel con Roque Miranda, Rigores, que resultó herido, percance que, mal curado, le provocó la muerte el 14 de febrero del año siguiente.

Sobre este momento de la trayectoria de Cúchares, Velázquez y Sánchez escribió un texto que viene a ser un perfecto resumen de sus cualidades como torero: “Los verdaderos aficionados al arte de torear, que reconocen a cada lidiador las condiciones de su tipo y las particularidades de su escuela, sin exigir a unos lo que hacen otros, ni pretender que se reúnan en la misma persona cualidades y accidentes que son incompatibles, se declararon por Arjona en toda la Península; porque en él se veía la alianza de la intrepidez con la más completa seguridad de ánimo, las alternativas de la agilidad con el aplomo perfecto, las consecuencias de una enseñanza clásica y la feliz inspiración del privilegiado instinto, la gracia que hace al torero simpático a los ojos de la multitud y el mérito que le recomienda a la estimación de los inteligentes”.

Afirma Cossío que desde 1840 a 1850 se sucedieron los triunfos. A partir de 1845 da comienzo en los ruedos una competencia con Chiclanero que muy pronto derivó hacia lo personal, y que provocó que en la plaza de Madrid se viviera una de las más famosas disputas de la historia del toreo. Incidente que, por otra parte, los tratadistas no aciertan a situar en una fecha exacta. El origen de la polémica se sitúa en el hecho de que en aquella época la antigüedad de los toreros en los carteles y en el orden de lidia no la designaba la fecha de la alternativa (o la primera vez que había intervenido como matador de toros, si acaso no había ceremonia de doctorado, como sucede en el caso de Cúchares), sino la categoría profesional del torero. Antes de ver la polémica sobre la fecha, comencemos por la historia: debido a las mayores exigencias de antigüedad por parte del Chiclanero (por categoría y, sobre todo, porque así había sido contratado por la empresa de Madrid durante todo el abono de la temporada), éste exigió que todos los toreros, excepto Montes, toreasen por detrás de él.

Condición que Arjona no aceptó. Intentaron solucionar la disputa hablando con el presidente del festejo, Pedro Colón, duque de Veragua, que no aportó un arreglo que dejase conformes a los toreros. Una vez en la arena el primer toro, los dos diestros cogieron espada y muleta, pidieron permiso a la autoridad a la vez y, al unísono, se dirigieron hacia el toro. Torearon los dos mal que bien, hasta que, con la ayuda de un banderillero, Cúchares le estoqueó de fea manera. El problema de tan famosa anécdota comienza cuando se pretende ponerle fecha. Cossío ofrece dos distintas: en la biografía de Cúchares (tomo III, pág. 58) dice que fue el 26 de septiembre de 1846, y en la del Chiclanero (tomo III, pág. 768) la sitúa “en una de las funciones” de 1850; Néstor Luján lo fecha en 1845; Sánchez de Neira y Natalio Rivas (que cita al anterior) dicen, por su parte, que fue en 1851 aunque, según López Izquierdo, en ninguno de esos dos años torearon juntos en Madrid Arjona y Redondo. Respecto a la fecha del sábado 26 de septiembre de 1846, López Izquierdo documenta que esa corrida se celebró el domingo 27 (el 26 no hubo toros en Madrid); que estaban anunciados El Chiclanero, Juan Lucas Blanco y Julián Casas, El Salamanquino; que hay una “Nota” que informa de que Cúchares toreó, aunque no estaba en el cartel original; y, citando a El Heraldo, finalmente escribe: “Cúchares mató el 1.º, que correspondía a Redondo por su contrato como primera espada de la temporada. Cúchares fue a la cárcel [...] y los aficionados pasaron una mala tarde”. No debe causar sorpresa que Arjona no estuviera anunciado en un cartel de abono, pues todas las fuentes indican que se encontraba de paso por Madrid y fue requerido por los empresarios para, aprovechando su competencia con El Chiclanero, sustituir a Montes y dar mayor aliciente al festejo. Cúchares salió de la cárcel aquel mismo día, previo propósito de enmienda.

Y así lo demostró pronto, pues el siguiente 5 de octubre, Arjona cedió al Chiclanero el primer toro y se reconciliaron públicamente dándose la mano, si bien la competencia en la plaza no decayó, alcanzando su máximo apogeo en 1849. “Eran tan distintas las escuelas de uno y otro torero —escribe Cossío—, que difícilmente podía atribuirse la victoria a ninguno de ellos, pues dentro de su manera era cada cual consumado maestro. No es dudoso que el toreo del Chiclanero, parado, reposado, resuelto y segurísimo en la muerte de los toros, tenía, como hoy se diría, mejor clase que el de Cúchares. Éste aprovechaba todas las circunstancias de la lidia para lucir su arte alegre y movidísimo, en el que su inteligencia para conocer y prevenir las intenciones de los toros era la parte principal. Por ello, a la larga, el triunfo debía ser del Chiclanero, o más propiamente dicho, de su escuela y, sobre todo, cuando Cúchares convirtió en defectos y ventajas lo que primitivamente había sido intuición genial e inteligencia viva del toreo. Porque Cúchares, hasta 1850, torea sin dar importancia al toro, por puro placer y complacencia de la lidia, por travesura de su afición, a la que nunca trata de servir con un arte difícil y trascendental”.

Una lesión en la rodilla derecha, sufrida hacia 1850, marca, según Cossío, el comienzo del “declive de sus cualidades, tan propensas a la falsificación y a la ventaja”.

Y añade el erudito: “No todos creyeron en la cojera, que en más o menos se le prolongó hasta el fin de su vida torera. Muchos pensaron que era expediente para disculpar su inferioridad, y más viendo que si le impedía torear con buen arte en la plaza, no le estorbaba para contratar el mayor número de corridas.

Manuel Domínguez solía decir maliciosamente: “En cuanto se murió Redondo se le quitó a Curro la cojera”. La lesión debió ser cierta, pero no tiene duda que Cúchares, maestro en marrullerías, procuró explotarla en su provecho. La competencia con El Chiclanero declinaba fatalmente. A la cojera de Cúchares, cierta o supuesta, se añadía la auténtica tuberculosis de José Redondo, que acababa con él en 1853. Quedaba Cúchares entonces como dueño absoluto del campo taurino, y ya sin contradicción ni competencia posibles, imperan en las plazas sus ventajas y marrullerías sin contención. [...] Rodéale una aureola de simpatía, debido a su generosidad y desprendimiento, que le hacían estar siempre pronto para con su toreo o su bolsillo remediar cualquier necesidad que estuviera a su alcance”.

Fueron muy famosas sus frases, a caballo entre la seguridad en sí mismo y el cinismo del torero que tiene asumido que, en algunos momentos, el riesgo en la lidia debe ser el mínimo. De las muchas que recoge Cossío, valgan éstas como ejemplo: “Señá María, que esté lista la puchera, que güervo en cuanto acaba la corrida” (a su esposa cuando salía para la plaza); “Con los bichos hay que diquelar [mirar] mucho para cogerlos despreveníos”; “Ca, hombre, lo que yo resibo es el parné [el dinero]” (a un espectador que en la plaza le sugirió que realizase la suerte de matar recibiendo); “No creas que todos los toreros son como tu padre, que os dise vuelvo, y vuelve, porque la mayor parte de ellos suelen volver por carta o por el alambre” (a su hija María de la Salud, cuando le comunicó su deseo de contraer matrimonio con El Tato); “La mejor suerte es la de volver a casa cuando acaba la temporada” (interrogado sobre qué suerte del toreo, pase o lance, era su preferida).

A partir de la muerte del Chiclanero, Cúchares prodigó con mayor frecuencia los adornos que muchas veces indignaban a los aficionados y que hacían las delicias del público. Todavía cuando le salía un toro bravo le toreaba como en su primera época, con valentía, inteligencia e inspiración; si bien también golpeaba el testuz del toro con una zapatilla, o le arrancaba las banderillas una a una, o le daba con el pie en el morro. En lo relativo a su persona, Velázquez y Sánchez le define como: “Afable, bondadosísimo, fue modelo de hijo sumiso, buen hermano, consorte cariñoso, ternísimo padre, afectuoso amigo, compañero obsequioso y franco, benévolo hasta la debilidad con sus inferiores y dependientes, inclinado a la protección de los desvalidos, accesible a todas las exigencias”.

Indica Cossío que finalizada le temporada española de 1868, partió rumbo a La Habana para torear varias corridas en muy ventajosas condiciones económicas.

En esa ciudad murió a consecuencia de un vómito negro, antes de poder hacer el primer paseíllo. Fue enterrado en La Habana, y, en 1883, la Sociedad Artística Unión Recreativa abrió una suscripción entre sus socios para costear los gastos de la exhumación del cadáver y su traslado a España. El matador de toros Paco Frascuelo (hermano de Salvador) se hizo cargo de los restos de Curro Cúchares, que finalmente fueron enterrados en Sevilla en enero de 1885.

En el mismo año de su muerte se publicó el libro Anales del toreo. Reseña histórica de la lidia de reses bravas.

Galería biográfica de los principales lidiadores: Razón de las primeras Ganaderías españolas, sus condiciones y divisas, escrita por José Velázquez y Sánchez e ilustrada por Teodoro Aramburu, y en el que Cúchares aparecía como director de la obra.

Debido a su alta categoría como torero, al toreo se le denomina el “arte de Cúchares”. Sus principales aportaciones fueron el uso de la mano derecha para hacer pasar a los toros (antes sólo se utilizaba la izquierda) y el nacimiento de un sentido estético en el toreo, comenzando a perder éste su exclusiva condición de lidia encaminada al fin prioritario de la estocada.

Según Cossío, “la importancia de esta innovación consiste, no tanto en dar al toreo de muleta nuevas suertes que en el futuro han de constituir variedad artística e innumerable de pases, sino, como Pepe-Hillo junto a Pedro Romero, afirmar la posibilidad de un toreo que sustantiva cada lance sin someterlo a la finalidad obsesionante de la muerte del toro. El toreo con la mano derecha, del que no habla Montes en su Tauromaquia, tiene que ocupar desde Cúchares capítulo importantísimo de los que se escriban, y el toreo contemporáneo, desentendido de la concepción rondeña de la lidia, debe a Cúchares más de una mitad del lucimiento de las suertes de muleta.

Con un criterio tradicional, la censura a Cúchares estaba plenamente justificada; pero no adivinaban sus censores que con los lances que a ellos parecían más reprobables dibujaba rasgos definidores del toreo moderno”.

Ésa es la real importancia de Curro Cúchares: con él, el toreo comienza a perder su condición de preparación exclusiva del toro para la muerte (aunque aún quedaría un largo trecho por recorrer en este sentido), al tiempo que se comienza a manejar la mano derecha.

Pepe Alameda lo dejó dicho con exacta concisión: “Cúchares pasa del toreo como medio al toreo como fin [...] Con Cúchares empieza a cambiar la gravitación del toreo, que ya no se apoyará en las suertes de capa y de varas, sino sobre el paulatino desarrollo del toreo de muleta”.

 

Obras de ~: J. Velázquez y Sánchez, Anales del toreo. Reseña histórica de la lidia de reses bravas. Galería biográfica de los principales lidiadores: Razón de las primeras Ganaderías españolas, sus condiciones y divisas, obra dirigida por Francisco Arjona Guillén “Cúchares”, escrita por José Velázquez y Sánchez e ilustrada por D. Teodoro Aramburu, Sevilla, Imprenta y ed. Juan Moyano, 1868.

 

Bibl.: PLAZA de toros de Madrid, o semblanzas de los toreros escriturados en 1845, Madrid, 1845; F. García de Bedoya, Galería tauromáquica o colección de biografías de los lidiadores más notables, desde la generación del toreo hasta nuestros días, Madrid, Fuertes, 1848; F. García de Bedoya, Historia del toreo y de las principales ganaderías de España, Madrid, Imprenta Anselmo Santa Coloma y Cía., 1850; J. Pérez de Guzmán, Estados de las corridas de toros efectuadas en la plaza de Madrid durante [...] 1852, en las que actuaron como espadas Francisco Arjona Guillén y José Redondo [...] Noticias históricas de sus rivalidades como representantes de escuelas distintas, como semblanzas, Madrid, Imprenta El Enano, 1852; J. Velázquez y Sánchez, Anales del toreo. Reseña histórica de la lidia de reses bravas. Galería biográfica de los principales lidiadores: Razón de las primeras Ganaderías españolas, sus condiciones y divisas, op. cit.; J. Sánchez de Neira, El Toreo. Gran diccionario tauromáquico, Madrid, Imprenta de Miguel Guijarro,1879 (Madrid, Turner, 1988, págs. 158-163); P.P.T. [seud. de A. Ramírez Bernal], Memorias del tiempo viejo, Madrid, Biblioteca Sol y Sombra, 1900 (ed. Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1996, págs. 21- 25); F. de P. Miró, Cúchares y su tiempo, Barcelona, Imprenta El Principado, ¿1918?; Anónimo, La escuela de tauromaquia de Sevilla y otras curiosidades taurinas, prólogo de Juan Belmonte, Madrid, Librería San Martín, 1939; J. M. Cossío, Los toros. Tratado técnico e histórico, vol. 3, Madrid, Espasa Calpe, 1943, págs. 55-62; Don Ventura [seud. de V. Bagués], Historia de los matadores de toros, Barcelona, Imprenta Castells-Bonet, 1943 (Barcelona, De Gassó Hermanos, 1970, pág. 44); N. Rivas Santiago, Toreros del romanticismo (anecdotario taurino), prólogo de Juan Belmonte, Madrid, Aguilar, 1947 (Madrid, Aguilar, 1987, págs. 98-108); L. del Campo, Cúchares en Pamplona, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, Dirección de Turismo, Bibliotecas y Cultura Popular, 1978 (Gobierno de Navarra, 1991); José Alameda [seud. de Carlos Fernández Valdemoro], El hilo del toreo, Madrid, Espasa Calpe, 1979 (ed. 2002, págs. 82-86); L. del Campo, Tato y Currito, hijos de Cúchares, en Pamplona, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, Dirección de Turismo, Bibliotecas y Cultura Popular, 1980 (Gobierno de Navarra, 1991); F. López Izquierdo, Plazas de toros de la Puerta de Alcalá (1739-1874), Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1988; F. Claramunt, Historia ilustrada de la Tauromaquia, Madrid, Espasa Calpe, 1989; R. Cabrera Bonet, “Algunas fechas para la pequeña y gran historia taurina”, en Papeles de toros. Sus libros, su historia, n.º 2, Madrid, Unión de Bibliófilos Taurinos, 1992, pág. 141-143; D. Tapia, Historia del toreo, vol. 1, Madrid, Alianza Editorial, 1992, págs. 208- 213; N. Luján, Historia del toreo, Barcelona, Destino, 1993 (3.ª ed.), págs. 100-106; L. Nieto Manjón, La Lidia. Modelo de periodismo, Madrid, Espasa Calpe, 1993, págs. 157-158; L. Nieto Manjón, Anecdotario taurino (I): De Cúchares a Manolete, Madrid, Tutor, 1995.

 

José Luis Ramón Carrión