Rabassa de Perellós y de Rocafull, Ramón. Valencia, 17.IX.1637 – La Valeta (Malta) 10.I.1720. Gran Maestre de la Orden de Malta, comendador de Castellote, Tronchón, Torrente y Baílio de Negroponte.
Segundogénito de Ginés Rabassa de Perellós e Ixar, VIII señor de Benetuser y V barón de Dos Aguas, y de María Rocafull Boíl, hermana de Gaspar Rocafull, I conde de Albatera. Su familia materna estaba muy vinculada a la Orden de Malta, su tío Enrique Rocafull era comendador de Ambel y Azcona en la Castellanía de Amposta, y su otro tío Guillén Rocafull lo era de Novillas, ambos de la Lengua de Aragón. Así, Ramón de Perellós siguió la tradición familiar como segundo de la familia Rocafull siendo recibido como caballero sanjuanista a la edad de dieciséis años. Tras lo cual, y como era costumbre, es enviado a la Isla de Malta, donde pasaría cinco años, corriendo caravanas o lo que es lo mismo, participando en expediciones navales de hostigamiento a piratas berberiscos y a la armada turca.
Ante la inminente llegada de los turcos a Viena, el entonces gran maestre Carrafa mandó a la flota sanjuanista a acosar a los turcos en el Mediterráneo. Rabassa participó en los combates y fue premiado con la Bailía de Negroponte 1686, dignidad exclusiva de los caballeros de las Lenguas de Castilla y de Aragón.
La importancia de la misma radicaba en que siendo totalmente honorífica, conllevaba la pertenencia al Soberano Consejo de la Orden. En el marco de las acciones anteriores y ya como consejero, Rabassa participó en la toma de Castelnuovo, enclave estratégico para el control del Mar Adriático en la costa dálmata.
Sin embargo, el éxito de la campaña sobre los turcos acabó ante las murallas de Negroponte donde murieron un gran número de caballeros de la Orden.
En 1689 fue nombrado comendador de Torrente, cargo que ostentó hasta 1697, prebenda clave para el mantenimiento de su posición económica dada la cuantía de las rentas que conllevaba.
Tras la muerte del gran maestre Vignacourt, Rabassa fue elegido como su sucesor al frente de la Orden el 7 de noviembre de 1697, durante el pontificado de Inocencio XII. Como gran maestre fue calificado, según cita Rafal, como “siempre firme, generoso y observador riguroso de la disciplina”.
Por un lado, Rabassa de Perellós fue continuista y al igual que sus antecesores tuvo que enfrentarse a repetidos problemas jurisdiccionales con la Iglesia, especialmente con el inquisidor Delci (1703) y con los abusos por parte de la Curia, los cuales Perellós frenó mediante una bula reguladora de las concesiones de las Grandes Cruces y otros privilegios de la Orden (1697).
Por otro lado y en lo que respecta al gobierno de la Orden se mostró inflexible con los problemas de índole interno entre las distintas lenguas y realizó reformas en los estatutos y en los hábitos.
Siempre se mantuvo equidistante ante las disputas entre los Reinos Cristianos, principio que recogía en el razonamiento histórico jurídico sobre la neutralidad de Malta en la guerra entre príncipes cristianos.
Como sus antecesores inmediatos, en especial Vignancourt y los Cotoner, mejoró los almacenes, las defensas y baluartes de las islas.
Pero, donde destacó Rabassa de Perellós fue en la renovación de la flota de la Orden, tras ochenta años de inferioridad y decadencia frente a las armadas berberiscas y otomana. Perellós, superando dificultades iniciales y con la ayuda del bailío Zondodary en 1701 consiguió que se aprobaran las medidas necesarias para la renovación de la flota; encargándole este proyecto al caballero normando Saint Pierre. La flota se aumentó con la construcción de embarcaciones o el apresamiento de naves enemigas. Así, en 1704 mandó construir tres navíos de guerra de alto bordo a sus expensas —San Raimundo, San José y San Vicente— o en 1706, cuando Saint Pierre se apoderó del navío almirante tunecino rebautizándolo como Santa Cruz.
De hecho, durante los años 1713-1714 cesó la piratería otomana en el Mediterráneo gracias al acierto de la flota de la Orden. Beneficiarios de esta política de rearme fueron las costas cristianas que dejaron de verse asaltadas por los piratas berberiscos, prueba de ello fueron los repetidos llamamientos de auxilio de Felipe V en 1706 y 1707, el Sumo Pontífice, en 1714, y Venecia, en 1716, a la armada de la Orden en defensa de sus respectivos territorios y rutas marítimas.
A su vez, y como complemento al esfuerzo realizado en la defensa de las rutas marítimas, introdujo un sistema de leyes mercantiles y navales que fueron promulgadas el 4 de septiembre de 1697 con el nombre de Consulado del Mar.
El valor militar y estratégico de la Isla de Malta llegó hasta Rusia, que en 1698, tras la Paz de Reswich, entabló relaciones con la Orden. Iniciándose con la visita a la isla de Boris Petrowitz Kzeremetz, embajador del zar Pedro I. Con esta visita Pedro I quería renovar la Liga con el emperador de Austria y con Venecia, en contra de los turcos e implicando a Rusia de lleno en la política mediterránea.
Por último, habría que añadir la actuación de Rabassa de Perellós como mecenas de las artes en general y en particular el embellecimiento de la iglesia conventual de San Juan —actual co-catedral de la Valetta— para la que encargó el soberbio grupo escultórico de El bautismo de Cristo que preside el altar mayor, así como una magnífica serie de tapices de tema sacro. Además también costeó de su propio bolsillo un segundo grupo de colgaduras de tema profano encargadas especialmente a la manufactura francesa de Gobelinos para recubrir las paredes de la Cámara del Consejo del Palacio Magistral, donde aún hoy en día permanecen.
Fuentes y bibl.: Archivo del marques del Turia; Archivo del conde de la Revilla; Archivo de Ignacio Trenor Suárez de Lezo; Archivo del conde de Daya-Nueva; Archivo del vizconde de Bétera; Archivo del marques de Dos Aguas; Archivo de la Suprema Orden de Malta.
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Javier Muñoz de Prat y Manuel Bellver Oliver