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Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza

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Biografía

Ruiz de Apodaca y Eliza, Juan José. Conde de Venadito (I). Cádiz, 3.II.1754 – Madrid, 11.I.1835.

Comandante general de la escuadra del Océano, embajador en Londres, capitán general de Cuba y las dos Floridas, virrey de Nueva España (1816-1821) y capitán general de la Armada.

Nació en Cádiz, por lo que al ser miembro de una familia de gran tradición en la Marina, ingresó a los trece años en la Compañía de Guarda Marinas y recibió el bautismo de fuego a bordo del navío San Lorenzo en 1767. Su carrera militar fue larga y brillante.

Ascendió con rapidez al ser nombrado alférez de fragata a los dieciocho años y alférez de navío dos años después, navegando, entre otros buques, en la fragata Anónima, con la que condujo el Regimiento de la Victoria a Puerto Rico, regresando a Cádiz en 1771.

Al año siguiente, en la fragata Industria llevó azogue a la América del Sur y poco más tarde se le trasladó a Lima, encargado de plantear la Ordenanza de Arsenales en el puerto de Callao. En 1774, a bordo de la fragata Águila, efectuó una larga misión de reconocimiento “a la isla de Otahiti (Tahití) y las demás del archipiélago”. Levantó planos, se informó de sus producciones y del carácter de los habitantes, y preparó un pequeño vocabulario en la lengua del lugar.

A su regreso a Lima llevó a cabo diversas actividades, entre otras las de prácticas en hidrografía y ejercicios de salvamento.

Regresó a Cádiz en 1778 y se le destinó a la subinspección de arsenales en el de la Carraca, a las órdenes de Antonio Valdés. Al declararse la guerra a Inglaterra en 1779, siendo teniente de navío, desempeñó diversas comisiones navales en el campo de Gibraltar al mando de un cuerpo de observadores. Se le ascendió a capitán de fragata en 1781 y al mando de La Asunción participó en numerosas acciones militares, como la defensa en el bloqueo de Cádiz, la escolta de las flotas que cruzaban el Atlántico y un combate en las cercanías del estrecho en 1782. Al declararse la paz en 1783, estaba incorporado a la escuadra del conde de Estain en Cádiz.

Para llevar la noticia del acuerdo de paz a las islas Filipinas, realizó el recorrido marítimo más rápido nunca realizado, y a su regreso trajo el primer registro de plata efectuado en Manila y un cargamento de frutos exóticos. A partir de 1785, se le encomendó pasar la revista general de matrículas, con la misión de recorrer las costas, levantar planos, presupuestar mejoras y señalar lugares apropiados para la construcción de nuevos puertos, etc. Al concluir esta revista, se le ascendió a capitán de navío en 1787.

Permaneció en la Corte, en Madrid, en distintas comisiones, hasta que en 1790 se le ordenó trasladarse a Tarragona, encargado de dirigir la reparación y ampliación del puerto, de acuerdo con los estudios e informes que había elaborado previamente. La satisfacción de los habitantes fue tan grande que se le llegó a llamar “El señor del puerto”. En 1793 contrajo matrimonio con María Rosa Gastón de Iriarte y Navarrete y realizó diversas inspecciones y estudios en Tarragona, Cartagena y Alicante. A finales de año se le confirió el mando del navío San Francisco de Paula, que acabó de armar y habilitar y con el que tomó parte en numerosas campañas navales.

Al participar España en la alianza continental contra la Revolución Francesa, se incorporó a la escuadra aliada, que acabó rodeada y sitiada en Tolón por las tropas republicanas, llevando a cabo algunas acciones calificadas de heroicas por sus contemporáneos.

En los años siguientes, ascendido a brigadier, tomó parte en diversas acciones navales y de guerra, intervino en el sitio de Rosas junto con el general Federico Gravina, participó en la expedición a las tierras de Berbería y tras la nueva declaración de guerra a Inglaterra, incursa España en un nuevo cambio de alianzas, se enfrentó en varias ocasiones a las escuadras inglesas al mando de su navío San Agustín, armado y estibado por él. En 1797 estuvo en la defensa de Vigo frente a la intimidación del almirante Hood.

Aprovechó su estancia en esas costas para probar algunas goletas de guerra en Ferrol, informando de sus condiciones y posibles arreglos. En 1799 se le nombró subinspector del arsenal de la Carraca y comandante general de su arsenal.

Nombrado jefe de escuadra en 1802, fue destinado como jefe al arsenal de La Carraca (Cádiz), donde permaneció entre 1803 y 1807, años que dedicó a trabajos de carácter naval-militar, escribiendo y publicando diversos informes y estudios científicos. Desde Cádiz siguió de cerca la batalla y posterior derrota hispano- francesa de Trafalgar, y tomó parte en el salvamento de pertrechos y marinos. En 1807 se le nombró comandante general de la escuadra del Océano, comandando el navío Príncipe de Asturias, de tres puentes y ciento catorce cañones.

En 1808, al producirse la invasión francesa y los levantamientos en toda España, participó en algunas acciones navales, como la del 14 de junio, con el apresamiento de la escuadra del almirante Rosilly, estacionada en Cádiz, que tuvo repercusiones favorables en la batalla de Bailén el 19 de julio de ese año, y la victoria española sobre los franceses. Poco después, alcanzó el grado de teniente general de la Armada.

La Junta Central de Sevilla le envió a Londres en calidad de ministro plenipotenciario y enviado extraordinario, para lograr su reconocimiento por Inglaterra, que estaba negociando un acuerdo con la Junta de Asturias y otras delegaciones similares. Al cabo de unos meses firmó con lord Canning, secretario de Estado del Reino Unido, un tratado de paz, amistad y alianza ofensiva y defensiva, que la Junta Central ratificó en febrero de 1809.

Como embajador en Gran Bretaña, donde permaneció tres años, tuvo una actuación destacada, ya que además de conseguir el levantamiento del embargo británico sobre los bienes españoles, tomó parte en la discusión y negociación de la alianza frente a Napoleón.

También logró, tras largas gestiones, la evasión de Dinamarca de las tropas del marqués de La Romana, que se encontraban en esa zona por decisión del Emperador. Permaneció en Londres hasta el 15 de junio de 1811.

Nombrado capitán general de la isla de Cuba y las dos Floridas en febrero de 1812, recibió simultáneamente la responsabilidad de comandante del apostadero de aquellos mares, Costa Firme y México, a la vez que recibió el nombramiento de presidente de la Audiencia de La Habana.

En Cuba, donde gobernó casi cinco años, desplegó sus mejores dotes de diplomático, causando la impresión de firmeza y prudencia. Al proclamarse la Constitución de Cádiz, la aceptó, publicó su texto en la isla y la hizo aplicar, aunque muy pronto llegó la noticia del regreso de Fernando VII a Madrid, lo que le llevó a la suspensión de la propia Constitución. Apoyó el incipiente desarrollo comercial e industrial local, mejoró y amplió los ingresos tributarios y los envíos a España, fomentó el cultivo de la caña de azúcar y la construcción naval. Cuando desde la Corona se le instó al cierre del puerto de La Habana al tráfico extranjero, se opuso a esta medida, lo que fue bien visto y alabado por los miembros del consulado y los comerciantes isleños.

Fomentó el embellecimiento de la ciudad, en especial la plaza de Armas, que convirtió en hermoso paseo.

Desde La Habana, Apodaca había establecido una tripleta defensiva de los intereses y la presencia de la Monarquía española en América con Félix María Calleja, virrey de Nueva España, y Luis de Onís, embajador de España en Estados Unidos (reconocido oficialmente a partir de 1815). Desde la estratégica posición de Cuba —frente al continente—, siguió muy de cerca todos los movimientos insurgentes, el refugio de hispano-americanos asilados en la costa este de Estados Unidos y en la ciudad de Nueva Orleans, los intentos de Bolívar para regresar a Venezuela desde Haití, las invasiones de Texas y las Provincias Externas desde el río Misisipi, las actuaciones de Álvarez de Toledo y del general francés Humbert, y la navegación corsaria de la escuadra del comodoro Aury y de los hermanos Laffite.

A comienzos de 1816, cuando se disponía a regresar a España, designado supuestamente por Fernando VII miembro del Consejo del Almirantazgo, recibió la orden de sustituir a Calleja en el Virreinato de Nueva España, con el encargo de corregir sus excesos y desmanes. Su traslado al continente, sin embargo, se demoró varios meses hasta que, efectuada la transmisión de poderes, desembarcó en Veracruz a primeros de septiembre de ese mismo año.

Como resultado de la represión aplicada por el virrey Félix María Calleja, que incluyó la captura, el juicio y fusilamiento de José María Morelos, líder de la insurgencia y promotor de la Constitución de Apatzingán, Apodaca se encontró con un territorio relativamente tranquilo, en el que habían enmudecido y se habían dispersado las fuerzas rebeldes. De este modo, aprovechó el tiempo para reorganizar la administración civil y militar no sólo del territorio continental sino también de Cuba, y fomentar el estrechamiento de relaciones con el embajador de España en Estados Unidos, Luis de Onís. Así, tuvo que seguir de cerca las disputas fronterizas con Estados Unidos por los territorios situados al oeste del río Misisipi, y el reconocimiento de la entrada de los norteamericanos en los territorios de ambas Floridas.

A comienzos de 1817, con el propósito de vencer definitivamente a la insurgencia, publicó un decreto de indulto, amplio y general, que fue recibido con simpatía e interés generalizados tanto por la población como por algunos rebeldes, que aprovecharon la ocasión para abandonar la lucha y reintegrarse a la sociedad. Los sucesores de Morelos, y el resto de los integrantes del desmoralizado Congreso Mexicano, se refugiaron en las zonas montañosas o en las profundidades de las selvas del sur. Sin embargo, su desembarco y el recorrido hasta la capital estuvieron marcados por numerosos incidentes, a cargo de las partidas de guerrilleros que obstaculizaron su desplazamiento.

Sus primeras ocupaciones consistieron en la recaudación de los tributos pendientes de cobro, que destinó al pago de las guarniciones, a restablecer las comunicaciones entre las grandes ciudades y las zonas del interior, a instalar guarniciones permanentes a lo largo de los caminos, y a normalizar las pagas y exacciones de los funcionarios reales.

Al mismo tiempo, reorganizó el Ejército, nombró un comisariato general encargado de regular y coordinar su distribución y atribuciones en todo el territorio, y ordenó que, junto con la difusión del bando del indulto, se persiguiese con la máxima energía a los rebeldes que no lo acatasen. En sus informes mensuales a la Corte, tanto al ministro de Estado como al ministro de la Guerra, empezaba a sentir la satisfacción del trabajo bien hecho, cuando de repente empezaron a cambiar las noticias que le llegaban desde las provincias internas, al mando del general Arredondo.

Como mantenía comunicación permanente con el embajador Luis de Onís, en Estados Unidos, conocía los movimientos de Xavier Mina, que había arribado a Baltimore y pretendía pasar a Nueva España para alentar de nuevo la decaída insurgencia. Lo que no podía sospechar es que en abril de 1817 Mina llegara, sin previa advertencia, a las playas de Tamaulipas, a la altura de la desembocadura del río Santander.

Los sucesivos fracasos de las tropas reales, incapaces de detener la marcha de la columna de Mina, desde la costa hasta el centro del Bajío, en la provincia de Guanajuato, provocó el desconcierto y la alarma en Ciudad de México y en el palacio virreinal.

Los casi ocho meses que duró la presencia de Mina en el centro del país, hasta su caída y fusilamiento en noviembre de ese mismo año, fueron la época más difícil de Apodaca, que no podía dar crédito a los partes militares. La entrega del mando supremo militar al general Liñán, reforzado con las tropas recién llegadas de España, y una estrategia de concentración en cada uno de los focos rebeldes, le permitió, con ayuda de alguna delación oportuna, acabar con la insurgencia renacida. El Rey, al que tenía puntualmente enterado del curso de la crisis, le concedió el título de conde de Venadito, nombre del rancho en el que se apresó a Xavier Mina.

Durante tres años, la actividad del virrey se desarrolló con relativa tranquilidad, atendiendo a la gestión normal de gobierno, la eliminación de algunos focos rebeldes y el mantenimiento de la hacienda real.

Tanto en México como en Madrid se celebraba la pronta victoria total sobre la insurrección americana, en un ambiente de autosatisfacción que no concordaba con la realidad.

Al iniciarse 1820, se produjo el levantamiento de Cabezas de San Juan, y pocos meses más tarde Fernando VII juraba la Constitución de Cádiz y “se ponía a la cabeza de la marcha por la senda de la libertad”.

En Nueva España, tras el reconocimiento de la misma Constitución que se había jurado en 1812, el proceso autonómico varió de sentido y, frente a los propósitos revolucionarios que venían de España y la subversión renacida y generalizada, se agruparon las fuerzas conservadoras, los criollos autonomistas y los líderes que habían sobrevivido a la represión para, con el apoyo de gran parte del clero, preparar un programa de reformas a cuya cabeza se colocó el general Agustín de Iturbide.

El Plan de Iguala, formulado por Iturbide el 24 de febrero de 1821, contenía entre otras cláusulas la de emancipación y establecimiento de una Monarquía en México, con Fernando VII como rey o algún miembro de la casa real; la creación de una Junta Gubernativa provisional, cuya presidencia se ofreció a Apodaca; la formación de un ejército denominado Trigarante —tres garantías: religión católica, independencia y unión entre europeos y americanos—; el respeto a la propiedad y la conservación de todos los empleos, etc.

Al rechazar el virrey esta propuesta, ordenando al general Liñán la persecución y captura de Iturbide, se produjeron en el virreinato toda suerte de enfrentamientos, defecciones, levantamientos y conjuras, que provocaron la máxima confusión y debilitaron la posición de Apodaca. Entre las fuerzas realistas se propuso su sustitución por incompetencia, con la intención de promover al general Novella para sustituirle, mientras algunos generales de renombre, como Negrete, se pasaban al bando independentista.

El virrey Apodaca, viéndose desasistido y sin apoyos entre sus propios oficiales, renunció al cargo, que entregó a Novella, y se embarcó rumbo a La Habana acompañado de su familia y algunos ayudantes. Poco más tarde, siguió a Lisboa y de aquí a Badajoz, donde se mantuvo a la espera de ser llamado por el rey para informarle con todo detalle de los sucesos de Nueva España. Entre tanto, se sucedían los acontecimientos y tocaba a su fin el Trienio liberal. En 1824 ejerció de vocal de la Junta de Pacificación de América y comandante general del cuerpo de Ingenieros de la Armada.

Fue virrey de Navarra de noviembre de 1824 a principios de 1826, cuando se le nombró miembro del Consejo Supremo del Estado. En calidad de consejero formó parte de la comisión diplomática que asesoraba al rey; estuvo presente en el nacimiento de la hija del rey Fernando, más tarde Isabel II, y recibió en 1829 la Gran Cruz de Carlos III y el título de capitán general de la Real Armada.

Tras la muerte del rey Fernando, la Reina Gobernadora le nombró prócer del reino, además de consejero del Supremo de la Guerra y fue elegido académico honorario por la Real Academia de Ciencias Naturales. Falleció en Madrid a la edad de ochenta y un años.

 

Bibl.: F. de Gabriel y Ruiz de Apodaca, Apuntes biográficos del Exmo Sr. Don Juan Ruiz de Apodaca y Eliza, conde del Venadito, Madrid, Tipografía de J. Gozáñez y A. Vicente, 1846; J. Delgado, “El Conde de Venadito ante el Plan de Iguala”, en Revista de Indias, n.º 33/34 (1948); R. Flórez Caballero, La contrarrevolución en la Independencia, México, El Colegio de México, 1969; M. Rivera Cambas, Juan Ruiz de Apodaca, México, Editorial Citlaltépetl, 1971; T. E. Anna, La caída del gobierno español en la ciudad de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1981; J. Cervera Pery, “El conde de Venadito: marino, diplomático, virrey”, en Historia Naval, n.º 28 (1990); C. Manso Porto, “La cartografía de Nueva España en la Real Academia de la Historia durante el Virreinato de Juan Ruiz de Apodaca (1816-1821)”, en Revista de Estudios Colombinos, n.º 4 (2008), págs. 43-57.

 

Manuel Ortuño Martínez

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