Ayuda

Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza

Imagen
Biografía

Ruiz de Alarcón y Mendoza, Juan. Ciudad de México (México), c. 1580-1581 – Madrid, 4.VIII.1639. Dramaturgo y abogado.

Nació en el seno de una familia numerosa —era el tercero de, al menos, cinco hermanos—, muy característica en el Virreinato de Nueva España: en sus padres, Pedro Ruiz de Alarcón y Leonor de Mendoza, se unían una próspera familia colonial —los Mendoza, llegados de España probablemente hacia 1540— y un linaje aristocrático representado por el padre, de ascendencia conquense. La familia materna, de lejano origen andaluz, había conseguido una situación económica muy próspera a través de la explotación de minas de plata en Taxco (ciudad situada a 170 kms. al suroeste de la capital del estado). Esto ayuda a contextualizar el casamiento de Leonor con el noble español recién llegado (probablemente en 1570), que tuvo lugar en la Catedral Vieja de la Ciudad de México el 9 de marzo de 1572. En la ciudad de Taxco residió la familia Ruiz de Alarcón y Mendoza durante los años iniciales de su matrimonio y nacieron los dos primeros hijos: Pedro (1575) y Gaspar (1577). En 1580 o 1581 se trasladaron a México, donde nació el tercero de los hijos, Juan, y los dos menores, Hernando y García, en 1581 y 1582, respectivamente.

En la capital del Virreinato de Nueva España residió el dramaturgo hasta 1600 y, posteriormente, entre 1608 y 1613. Poco se sabe de estos años mexicanos de Juan Ruiz de Alarcón: probablemente estudiaría con los jesuitas en el Colegio de San Juan y San Pablo, y, después, siguió cursos de Derecho Canónico en la Universidad de México entre junio de 1596 y abril de 1600, pero se graduó ya en Salamanca, tras su primer viaje transoceánico. Tales estudios influyeron profundamente en la formación y carrera profesional alarconianas, pues le permitieron alcanzar con el tiempo un puesto destacado en la Administración.

Tras una estancia en España de ocho años (1600-1608), Juan Ruiz de Alarcón regresó a México, en una flota en la que compartió viaje con Mateo Alemán; en esa ciudad permaneció hasta 1613. Sus estudios de Leyes, continuados en España, se remataron entonces con la obtención del título de licenciado in utroque iure (20 de noviembre de 1609), y le permitieron ejercer la profesión de letrado, con la que alcanzó una posición social y económica solventes. Lejos quedan todavía la fama y gloria literarias: por el momento, Juan Ruiz de Alarcón era un discreto y reconocido letrado en la Ciudad de México. También desempeñó algunas tareas administrativas como asesor del corregidor de la ciudad, Garci López de Espinar, e incluso fue nombrado “juez pesquisidor” en 1612 para resolver el asesinato de una mujer, Isabel Zubiri, a manos del marido, a la sazón notario en Veracruz.

Todo parece indicar una situación próspera y favorable. También se presentó a varias oposiciones a cátedras de universidad, pero sin éxito. Acaso estos fracasos universitarios, quizá también la muerte de la madre y, por tanto, la falta de obligaciones que le unieran a México, acaso otras posibles razones, explican el viaje de Ruiz de Alarcón a España, con Madrid como destino último, ciudad que fue el lugar de residencia habitual hasta la fecha de su óbito.

En el primer viaje a España (1600-1608), Juan Ruiz de Alarcón residió inicialmente en Salamanca, donde continuó sus estudios de Derecho, y se graduó como bachiller en Derecho Canónico el 25 de octubre de 1600. El mismo grado, pero en Derecho Civil, lo consiguió el 3 de diciembre de 1602. Fue alumno de Juan Solórzano Pereira y compañero de estudios del futuro conde-duque de Olivares, de Diego Saavedra Fajardo y de Gutierre Marqués de Careaga, teniente corregidor de Madrid en 1611 y 1612. La estancia en Salamanca se prolongó hasta el verano de 1604, y de allí se trasladó a Sevilla, donde ejerció como letrado hasta su vuelta a México, debida muy probablemente a la muerte del padre, acaecida en 1607. El ejercicio de la abogacía le permitió cierta holgura económica, lo suficiente para que un documento de 1608 le califique como “hombre principal”, con casa y criados. De estos años sevillanos datan sus primeras composiciones literarias conocidas: una redondilla y cuatro décimas “consolando a una dama que está triste porque la sudan mucho la manos”, escritas con motivo de la fiesta de San Juan de Alfarache, el 4 de julio de 1604.

De vuelta a España en el otoño de 1613, un documento fechado en abril de 1614 lo sitúa ya en Madrid.

De seguro intentó continuar con su profesión de letrado e incluso obtener un puesto de relieve en la Administración, muy posiblemente dentro del Consejo de Indias, cuyo presidente en ese momento era Luis de Velasco, viejo amigo de la familia Alarcón, pues no en vano fue testigo de la boda de los padres de Juan, en aquel lejano año de 1572. Pero los intentos resultaron infructuosos hasta mucho tiempo después, en 1626. No hay datos que muestren a Alarcón ejerciendo como abogado en Madrid, aunque es posible que trabajase en secreto para otros letrados y relatores de las distintas audiencias. Todo ello hace suponer una situación económica difícil que, sin duda, intentó paliar con la literatura, a través del teatro fundamentalmente.

En efecto, todas o casi todas las comedias alarconianas —aún las inspiradas o concebidas en otros lugares— se escriben en esos años comprendidos entre su llegada a Madrid y el nombramiento de relator supernumerario del Consejo de Indias (17 de abril de 1626); y buena parte de ellas se representó con éxito en diversos lugares de Madrid. Son, en efecto, como dice el propio autor, “lícitos divertimentos del ocio, virtuosos efectos de la necesidad” (Dedicatoria al Excelentísimo Señor don Ramiro Felipe de Guzmán, Señor de la Casa de Guzmán, Duque de Medina de las Torres en la Parte primera de las comedias de don Juan Ruiz de Alarcón, 1628). Es, por tanto, en esta primera etapa madrileña donde hay que situar el grueso de la producción teatral alarconiana, breve, pero de especial importancia en la historia del teatro español.

Las comedias alarconianas se publicaron en dos partes: la primera en Madrid, en 1628, y la segunda en Barcelona, en 1634; suman un total de veinte textos a los que hay que añadir unas pocas comedias atribuidas y alguna escrita en colaboración con otros autores (Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, Madrid, Diego Flamenco, 1622). El total no supera la treintena, un número muy escaso para lo habitual en la época. Además, algunas de ellas se publicaron bajo el nombre de otros autores, con títulos distintos incluso, lo que llevó al dramaturgo a incluir este significativo pasaje en los preliminares de la segunda parte de sus comedias: “Cualquiera que tú seas, o mal contento, o bien intencionado, sabe que las ocho comedias de mi primera parte y las doce desta segunda son todas mías, aunque algunas han sido plumas de otras cornejas, como son El tejedor de Segovia, La verdad sospechosa, Examen de maridos y otras que andan impresas por de otros dueños: culpa de los impresores, que les dan las que les parece, no de los autores a quien las han atribuido, cuyo mayor descuido luce más que mi mayor cuidado; y así he querido declarar esto, más por su honra que por la mía, que no es justo que padezca su fama notas de mi ignorancia” (Al lector).

La publicación de las comedias en el siglo XVII era algo muy secundario: el teatro se concebía ante todo para su representación ante un público; se trataba, en este sentido, del género literario por excelencia para obtener éxito y ganancias económicas. Juan Ruiz de Alarcón debió de obtener ambos objetivos a tenor de la siguiente relación de fechas y lugares de escenificación de sus comedias: en 1618 se representaron, por la compañía de Baltasar de Pinedo, Los favores del mundo (en el Convento de San Norberto) y Las paredes oyen (en la capilla principal de la iglesia de la Victoria).

Por esas fechas también debió de representarse Mudarse por mejorarse. En 1622 se representa en Palacio, y ante la Reina, Algunas hazañas de las muchas de don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y Ganar amigos; al año siguiente, también en Palacio, la ya mencionada de Algunas hazañas [...] y, también, La cueva de Salamanca y La verdad sospechosa; fuera de Palacio, El Anticristo y La manganilla de Melilla. Dos años más tarde, y también en Palacio, la compañía de Andrés de la Vega representó Las paredes oyen (probablemente en junio) y Los pechos privilegiados (28 de octubre). La misma compañía fue la encargada de poner en escena en el palacio de Madrid o en el de El Pardo Los pechos privilegiados y el Examen de maridos, ya en 1627 (probablemente en marzo). También se tiene noticias de posibles representaciones en Valencia, Colmenar Viejo, Daganzo y Lima. De la relación de lugares empleados para la representación se deduce el buen cartel que el dramaturgo tenía ante las máximas autoridades de la época.

La actividad literaria no acaba en el teatro; también se extiende a otras manifestaciones: poemas de circunstancias, relaciones de sucesos, justas poéticas...

Todo ello le permitió obtener una cierta notoriedad.

Acudió asimismo a academias literarias, como la de Sebastián Francisco Medrano, donde se encontraría con los grandes autores de la época. En este pequeño Madrid surgieron o se afianzaron diversas amistades: escritores, como Diego Ágreda y Vargas, Gonzalo de Céspedes y Meneses y Cristóbal Pérez de Herrera; letrados y jurisconsultos, como Bricián Díez Cruzate, Antonio de León Pinelo, Gutierre Marqués de Careaga; Luis Pacheco de Narváez; mecenas y protectores, como Luis de Velasco (presidente del Consejo de Indias), el duque de Medina de las Torres, y muy probablemente el conde-duque de Olivares, a quien ya conocería desde su estancia en Salamanca... También nacieron las rivalidades literarias: Cristóbal Suárez de Figueroa, Luis de Góngora, Luis Vélez de Guevara, Antonio Mira de Amescua (pese a la elogiosa censura de la primera parte de comedias alarconiana, fechada el 29 de enero de 1622); pero sobre todo Lope de Vega, que le atacó en el certamen poético celebrado en 1620 con motivo de la beatificación del futuro san Isidro, y en la dedicatoria de Los españoles en Flandes, comedia incluida en la Trezena parte de comedias del Fénix (Madrid, 1620); y Quevedo, autor de la conocida letrilla: “¿Quién es poeta juanetes, / siendo, por lo desigual, / piña de cirio pascual / hormilla para bonetes? / ¿Quién enseña a los cohetes / a buscar ruido en la villa? Corcovilla”. Juan Ruiz de Alarcón no se quedó callado ante tales críticas, y respondió a Quevedo con un poema no tan conocido como el anterior, pero igualmente cruel, de la misma manera que esta estrofa de Los pechos privilegiados parece ir destinada contra Lope de Vega: “Culpa a un viejo avellanado, / tan verde, que al mismo tiempo / que está aforrado de martas / anda haciendo madalenos” (vv. 2168-2171).

No olvidaba, sin embargo, Juan Ruiz de Alarcón sus pretensiones administrativas que, tras algún fracaso, se concretaron en el nombramiento como relator supernumerario del Consejo de Indias (17 de junio de 1626), con derecho a ocupar un puesto definitivo en cuanto quedara uno vacante. Esto sucedió efectivamente unos años más tarde, el 13 de junio de 1633. Se inició así la segunda etapa madrileña de Juan Ruiz de Alarcón, centrada en su trabajo en el Consejo de Indias y muy alejada de la actividad literaria que, sin abandonarla del todo, queda relegada a un plano muy secundario, en el que sobresaldría la comedia Segunda parte del acomodado don Domingo de don Blas, de fecha imprecisa, pero seguramente tardía, en torno a 1634 o 1635, de acuerdo con la sugerente argumentación de Germán Vega García-Luengos.

Sin duda la nueva coyuntura política —los primeros años del gobierno de Olivares— vino a favorecer los intereses del dramaturgo. No sólo se encontraba a la cabeza del Gobierno de España un viejo condiscípulo en las aulas salmantinas, sino que el perfil que ofrecía Ruiz de Alarcón se adecuaba perfectamente con el nuevo rumbo político: conocía bien los asuntos de Indias, tenía la experiencia y preparación que Olivares pretendía para los funcionarios públicos y, además, compartía los propósitos reformistas del nuevo gobernante. Buena prueba de ello es que una parte destacada de su producción teatral puede entenderse como vehículo difusor del código de conducta nobiliaria que se quería imponer en los primeros años del gobierno de Olivares y, asimismo, se mostraba en franca sintonía con el ambiente de reformación de costumbres característico del primer tercio del siglo XVII. Algunas de las comedias alarconianas ejemplifican claramente esa línea reformista: Las paredes oyen, Los pechos privilegiados, Ganar amigos, El dueño de las estrellas, La amistad castigada...

El nuevo trabajo como funcionario del Consejo de Indias le proporcionó la estabilidad social y económica necesarias para vivir con desahogo durante los últimos años de su vida. Ahora, con casa que podía alquilar sin problemas, con coche propio y sirvientes, concentrado en su trabajo elaborando informes del Consejo de Indias, la actividad teatral ya no le era necesaria. No se excluyen otras interpretaciones para este abandono casi completo de la actividad teatral, como la que enfatiza la voluntad de estilo alarconiana, que le llevaría a revisar con mucho detenimiento sus obras teatrales (Francisco Ruiz Ramón), y explicaría asimismo un corpus textual tan escaso; o la que lo ha relacionado con el fin del programa reformista del conde-duque de Olivares: al darse cuenta Ruiz de Alarcón de que los propósitos de reforma se habían corrompido hacia 1627 con los mismos vicios antes criticados, entonces, decidió abandonar el teatro (Lola Josa). Sea por unas u otras razones, sus labores en el Consejo de Indias (donde quiere conseguir fama de “buen ministro”, según afirma en 1634) ocuparían la mayor parte de su tiempo, que iría pasando poco a poco, sin acontecimientos extraordinarios y muy alejado, como autor, del mundo literario. A finales de 1638, debió de sucederle un importante revés de salud, pues las actas del Consejo de Indias revelan que de enero a julio de 1639 su labor como letrado se encomendó a un relator interino, Antonio de Castro. El 1 de agosto hizo testamento, quizás muy enfermo ya.

Tres días más tarde, el 4 de agosto, Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza murió en su casa madrileña de la calle de las Urosas (desde 1903 de Luis Vélez de Guevara).

Sus obras teatrales le permitieron destacar en la república literaria, y, también, despertar la envidia de alguno de los dramaturgos contemporáneos, como Lope de Vega y Antonio Mira de Amescua, mandados apresar bajo la acusación de haber reventado el estreno de la comedia El Anticristo (diciembre de 1623), y sólo liberados al encontrarse en poder de Juan Pablo Rizo los materiales empleados para preparar la redoma que hizo huir despavoridos a los que acudieron al teatro.

La experiencia teatral fue, en líneas generales, agridulce: le proporcionó fama, prestigio, sustento económico, pero también enemistades irreconciliables y amargas situaciones que le llevaron a dirigirse a su público en estos términos: “Contigo hablo, bestia fiera, que con la nobleza no es menester, que ella se dicta más que yo sabría. Allá van esas comedias: trátalas como sueles, no como es justo, sino como es gusto, que ellas te miran con desprecio y sin temor, como las que pasaron ya el peligro de tus silbos y ahora pueden solo pasar el de tus rincones. Si te desagradaren, me holgaré de saber que son buenas, y si no, me vengará de saber que no lo son el dinero que te han de costar” (“El autor al vulgo”, preliminares de la Primera parte de comedias de Juan Ruiz de Alarcón).

En la evolución del teatro español del siglo XVII, la producción dramática alarconiana se inscribe en la línea de la comedia lopesca, cuyos elementos básicos sigue con fidelidad, aunque incluye otros que le proporcionan cierta singularidad. El malentendido en torno al nombre de la dama, la geografía madrileña, los protagonistas que se ocultan bajo su ropaje, las habituales parejas (galanes, damas, criados), los cortejos en iglesias, etc. constituyen algunos de los elementos de la trama de sus comedias que siguen la fórmula de Lope de Vega. Sin embargo, no es fácil encontrar mujeres disfrazadas de varón, los magníficos intermedios líricos del Fénix, o la belleza de la lírica tradicional incorporada a la comedia; tampoco acude, salvo rara excepción, al sonoro lenguaje gongorino. Por otra parte, la figura del gracioso adquiere rasgos muy peculiares, en ocasiones más como criado consejero que no como personaje cómico, hasta llegar incluso a convertirse en coprotagonista de la comedia. Asimismo, la influencia de Séneca se hace bien patente y se halla detrás de numerosos pasajes alarconianos. En este sentido, es muy significativo que la única autoridad que se cita en los preliminares las dos partes de comedias sea precisamente la del escritor cordobés: “Pues si la recomendación mayor, según Séneca, para los buenos es serlo, yo, que cuando no lo sea, debo al menos trabajar por parecerlo” (dedicatoria al duque de Medina de las Torres en la Primera parte, 1628).

Alarcón acude con frecuencia a esquemas similares, básicamente el del pretendiente que espera obtener algo determinado y para ello ha de superar obstáculos diversos e importantes. Estas dificultades se superan habitualmente gracias a la virtud de la que hace gala el personaje. El fin último presenta dos caras: por un lado, un aspecto moral y, por otro, uno amoroso.

En esa coyuntura, las casualidades se convierten en recurso habitual para la superación de los obstáculos.

La dramaturgia alarconiana supone un capítulo importante y singular del teatro español del Siglo de Oro, en la línea del de Lope de Vega, pero que, con palabras de Ángel Valbuena Prat, “es distinto en todo. Cada palabra y frase cuidada, cada diálogo, cada personaje, han sido cuidadosamente elaborados, preparados, peinados diríamos con frase de su tiempo” (Á. Valbuena Prat, 1956: 188-189). Los rasgos identificativos de su producción dramática son la magnífica creación de caracteres, “la sobriedad, la voluntad moralizadora, el gusto por lo cotidiano, el peso especial de ciertos temas, o mejor de cierta forma de tratarlos [...], la mayor nitidez de su calidad moral” (J. Oleza y T. Ferrer, 1986: LXIII). Asimismo, conforme avanza el tiempo, Alarcón va perfeccionando su expresión teatral más característica, que es el de la comedia urbana y moral, en la que, a través de la ironía, se critica un determinado vicio.

De entre las piezas teatrales alarconianas algunas han conseguido especial importancia, por su influencia en otros autores, y por el número de ediciones y representaciones efectuadas. A la cabeza de ellas figura, sin duda, La verdad sospechosa, su gran creación, en la que amores, enredos y reflexión moral permiten criticar el vicio de la mentira, ejemplificado a través de un personaje, Don García, que encadena una tras otra. Tras ella, Las paredes oyen, de ambiente madrileño, en la que se fustiga el vicio de la maledicencia y contiene asimismo un importante poso biográfico; Examen de maridos, excelente comedia de enredo en la que se plantea el enfrentamiento entre el ser y el parecer y, consecuentemente, se critica la hipocresía. Al subgénero de las comedias de magia pertenecen La cueva de Salamanca y La manganilla de Melilla; y, de entre las de ambientación histórica, destacan tres, también excelentes: Los pechos privilegiados, Ganar amigos y El tejedor de Segovia. En estas, sobre un fondo histórico a veces muy diluido —reinados de Alfonso V de León y Sancho de Navarra, Pedro I el Cruel y Alfonso VI, respectivamente—, se proyectan cuestiones de actualidad en torno a 1620 que tienen que ver, fundamentalmente, con la lealtad del noble hacia su Rey, y la virtud y rectitud como normas de conducta nobiliaria.

Acaso es en ellas donde mejor se observa —aunque no de manera exclusiva— esa “mucha doctrina moral y política, digna del ingenio y letras de su autor”, palabras con que Mira de Amescua define el teatro alarconiano el 29 de enero de 1622 (Aprobación incluida en la primera parte de comedias).

Ruiz de Alarcón no llegó a casarse nunca, pero mantuvo una larga relación con Ángela de Cervantes, madrileña, de la que nace su única hija, Lorenza, que fue bautizada en la villa conquense de Piqueras del Castillo el 6 de enero de 1617.

No se conserva ningún retrato de Juan Ruiz de Alarcón.

Sí consta, en cambio, que el pintor Juan van der Hamen y León había llevado a cabo dos, según se desprende del inventario y tasación de sus bienes realizado en 1631. De ellos, tan sólo uno parece haberse conservado en parte a través de una fotografía, hoy perdida, que Willard F. King reproduce en el frontispicio de su libro sobre Ruiz de Alarcón. La hispanista norteamericana propone “con muchas reservas” que el cuadro conocido a través de esa fotografía es un retrato del dramaturgo.

Los datos y testimonios de la época han destacado sus rasgos más característicos: estatura menuda, pelo rojizo y abultada joroba. Los tres fueron utilizados reiteradamente por los escritores de entonces para sus ataques y sátiras a nuestro dramaturgo, y el último de ellos fue decisivo para que en julio de 1625 no se le adjudicara un puesto destacado en alguna de las audiencias vacantes en América. De su personalidad y carácter poco se puede señalar, aunque si se sigue el método de Antonio Castro Leal, esto es, deducir los rasgos de su personalidad a partir de las sátiras de que fue objeto, parece que fue cortejador, alegre, festivo, inquieto, cortés en exceso y preocupado por aparentar.

Obtuvo importantes éxitos teatrales en España (1614-1627) y creó una manera de hacer teatro que influyó decisivamente en otros autores: Agustín Moreto, todavía en el siglo XVII; Leandro Fernández de Moratín, en el siglo XVIII; y, a caballo entre los siglos XIX y XX, Adelardo López de Ayala, Jacinto Benavente y Gregorio Martínez Sierra. Su fama pasó a Francia muy pronto, donde inspiró a Corneille (Le menteur, 1644) y a Molière (Le misanthrope, 1666).

Ya en el siglo XVIII, en Italia Carlo Goldoni escribe Il bugiardo (1759), también de inspiración alarconiana.

 

Obras de ~: Parte primera de las comedias de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, Relator del Real Consejo de las Indias, Madrid, Alonso Pérez, 1628 (Los favores del mundo, La industria y la suerte, Las paredes oyen, El semejante a sí mismo, La cueva de Salamanca, Mudarse por mejorarse, Todo es ventura y El desdichado en fingir); Parte segunda de las comedias del Licenciado don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, Relator del Consejo Real de las Indias, Barcelona, Sebastián de Cormellas, 1634 (Los empeños de un engaño, El dueño de las estrellas, La amistad castigada, La manganilla de Melilla, La verdad sospechosa, Ganar amigos, El Anticristo, El tejedor de Segovia, Los pechos privilegiados, La prueba de las promesas, La crueldad por el honor y Examen de maridos); Obras completas, ed. de A. Millares Carlo, México, Fondo de Cultura Económica, 1957, 1959 y 1968, 3 vols.; Obras completas, intr. y nuevo est. prelim. de A. V. Ebersole, Madrid, Castalia, 1990, 2 vols.; Quien mal anda en mal acaba, ed. de Á. Martínez Blasco, Kassel, Edition Reichenberger, 1993; El Examen de maridos, ed. de M. Grazia Profeti, Kassel, Reichenberger, 1997; La verdad sospechosa, ed. de J. Montero Reguera, Madrid, Castalia, 1999; El acomodado don Domingo de don Blas: segunda parte. Una comedia desconocida, ed. y estud. de G. Vega García-Luengos, México, Universidad Autónoma Metropolitana y Kassel, Edition Reichenberger, 2002.

 

Bibl.: L. Fernández Guerra, Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, Madrid, Rivadeneyra, 1871; A. L. Owen, “La verdad sospechosa in the Editions of 1630 and 1634”, en Hispania, VIII (1925), págs. 85-97; J. Jiménez Rueda, Juan Ruiz de Alarcón y su tiempo, México, José Porrúa e Hijos, 1939; A. Castro Leal, Juan Ruiz de Alarcón, su vida y su obra, México, Ediciones Cuadernos Americanos, 1943; D. Serge, Léxique du Théatre de Juan Ruiz de Alarcón, Paris, Droz, 1943; N. Alcalá Zamora y Torres, El Derecho y sus colindancias en el teatro de don Juan Ruiz de Alarcón, México, Imprenta Universitaria, 1949; Á. Valbuena Prat, Historia del teatro español, Barcelona, Noguer, 1956; A. V. Ebersole, El ambiente español visto por Juan Ruiz de Alarcón, Valencia, Castalia, 1959; C. O. Brenes, El sentimiento democrático en el teatro de Juan Ruiz de Alarcón, Valencia, Castalia, 1960; A. Alatorre, “Para la historia de un problema: la mexicanidad de Juan Ruiz de Alarcón”, en Anuario de Letras, IV (1964), págs. 161-202; E. Claydon, Juan Ruiz de Alarcón. Baroque Dramatist, Valencia, Castalia-University of North Carolina, 1970; F. Ruiz Ramón, Historia del teatro español, Madrid, Alianza Editorial, 1971, 2.ª ed., vol. I (De sus orígenes hasta 1900); A. Espantoso Foley, Occult Arts Doctrine in the Theatre of Juan Ruiz de Alarcón, Ginebra, Librairie Droz, 1972; W. Poesse, Juan Ruiz de Alarcón, Nueva York, Twayne, 1972; K. A. Blüher, Séneca en España, Madrid, Gredos, 1982; J. Fradejas Lebrero, Juan Ruiz de Alarcón en Madrid, Madrid, Artes Gráficas Municipales, 1986; J. Oleza y T. Ferrer, “Introducción”, en J. Ruiz de Alarcón, Las paredes oyen. La verdad sospechosa, Barcelona, Planeta, 1986; W. F. King, Juan Ruiz de Alarcón, letrado y dramaturgo. Su mundo mexicano y español, México, El Colegio de México, 1989; J. Amezcua y S. González, Espectáculo, texto y fiesta: trabajos del coloquio sobre Juan Ruiz de Alarcón y el teatro de su tiempo (septiembre 1989), Iztapalapa (México), Universidad Autónoma Metropolitana, 1990; G. Vega García-Luengos, “Las hazañas araucanas de García Hurtado de Mendoza en una comedia de nueve ingenios. El molde dramático de un memorial”, en Edad de Oro, X (1991), págs. 199-210; J. Concha, “Vicisitudes del privado en dos comedias de Juan Ruiz de Alarcón”, VV. AA., Estudios de Literatura y Lingüística españolas. Miscelánea en honor de Luis López Molina, Lausanne, Sociedad de Estudios Hispánicos, 1992, págs. 193-210; M. Peña, Juan Ruiz de Alarcón, semejante a sí mismo: la obra de Juan Ruiz de Alarcón en el espejo de la crítica: una bibliografía alarconiana, Gobierno del estado de Guerrero, Sociedad de Amigos de Alarcón, 1992; C. L. Halpern, The Political Theater of Early Seventeenth-century Spain, with Special Reference to Juan Ruiz de Alarcón, New York, Peter Lang, 1993; G. Vega García-Luengos, “Un secreto desvelado: lo que las paredes oyeron en el supuesto autógrafo de la comedia alarconiana”, en Literatura mexicana, IV, 2 (1993), págs. 363- 394; “Alarcón y el sorprendente retorno de Don Domingo de don Blas. Tesis e hipótesis ante el hallazgo de una comedia perdida”, en Y. Campbell (ed.), El escritor y la escena, II, Actas del II Congreso de la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro, Ciudad Juárez, Universidad Autónoma, 1994, págs. 13-36; G. Vega García- Luengos, “El Alarcón que nos perdíamos”, en H. Castellón, A. de la Granja y A. Serrano (eds.), En torno al teatro del Siglo de Oro, Actas de las Jornadas IX-X, Almería, Instituto de Estudios Almerienses, 1995, págs. 125-43; W. F. King, “La fama de Juan Ruiz de Alarcón fuera de España hasta mediados del siglo XIX”, en Revista de Literatura, LIX (1997), págs. 5-17; A. Redondo, “Fiesta y literatura en Madrid durante la estancia del Príncipe de Gales, en 1623”, en Edad de Oro, XVII (1998), págs. 119-136; L. Josa, “Hacia el pensamiento de Juan Ruiz de Alarcón”, en Revista de Literatura, LXIV, 128 (2002), págs. 413-445; J. Montero Reguera, “Ruiz de Alarcón”, en J. Huerta Calvo (dir.), Historia del teatro español, vol. I, Madrid, Gredos, 2003, págs. 961-987; J. Montero Reguera, “Nobleza, mentira y reformación de costumbres. Sobre el sentido de La verdad sospechosa”, en P. Civil (coord.), Siglos dorados: homenaje a Agustín Redondo, vol. 2, Madrid, Castalia, 2004, págs. 1009-1017; J. Montero Reguera, “La verdad sospechosa en sus textos, I: acotaciones”, en I. Lerner, R. Nival y A. Alonso (coords.), Actas del XIV Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Nueva York, 16-21 de julio de 2001), vol. 2, Juan de la Cuesta, 2004, págs. 399-404.

 

José Montero Reguera

Relación con otros personajes del DBE