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Victoria de los Ángeles López García de Magriñá

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Biografía

López García, Victoria de los Ángeles. Victoria de los Ángeles. Barcelona, 1.XI.1923 – 15.I.2005. Cantante.

Hija de un bedel de la Universidad de Barcelona, se llamaba en realidad Victoria de los Ángeles López García. Descubrió su vocación musical muy joven. Realizó sus estudios en el Conservatorio de Música de Barcelona, donde se graduó en sólo tres años, y en 1941, a los dieciocho, hizo su presentación operística en La bohème de Puccini. Unos meses más tarde, aún en las aulas, se presentaba en el Orfeo de Monteverdi. No era difícil prever que allí había una artista excepcional, de una ductilidad y una expresividad emotiva singulares. Lo demostró después de continuo en sus colaboraciones con el grupo de música antigua Arts Musicae y en sus cada vez más frecuentes apariciones en público. Un recital en el Palau de la Música precedió a su debut en el Liceo, el 13 de enero de 1945, en el papel de condesa de Las bodas de Fígaro de Mozart, un personaje al que entregaba una calidez y un encanto nostálgico fuera de serie, basados en su mágico legato de violín. Era en esa época, en efecto, una cantante nacida para esos pentagramas. Así lo reconocía el tenor Lauri-Volpi: “La pureza de la música mozartiana puede dar la imagen de esta voz, límpidamente esencial, desdeñosa de la exterioridad, del énfasis, del manierismo, de la teatralidad”. Un manierismo que, sin embargo, afloraría de vez en cuando al cabo de los años cuando el timbre había perdido ya frescura y el aliento no poseía la firmeza inicial. Entonces Victoria dibujaba volutas y acentos que podían llegar a rozar la afectación.

Pero al principio fue un fenómeno imparable, que desembarcaba en Lisboa en 1945 con La serva padrona de Pergolesi y El secgreto di Susanna de Wolf-Ferrari. Dos años más tarde ganaba el primer premio en el Concurso Internacional de Canto de Ginebra. Con uno de sus personajes más entrañables, el de Salud de La vida breve de Falla, se exhibía en Londres. Dos criaturas líricas wagnerianas que le iban como anillo al dedo, las de Eva de Meistersinger y Elisabeth de Tannhäuser, eran enseguida cantados en el Liceo. Los países nórdicos la vieron en Marguerite de Faust de Gounod. En 1949 iniciaba una gira de conciertos por Suramérica y un año después debutaba en La Scala de Milán con la protagonista de Ariadne auf Naxos de Richard Strauss. Poco a poco fue incorporando personajes, siempre dentro del ámbito lírico. Agathe de Der Freischütz de Weber, Donna Anna de Don Giovanni de Mozart, Manon de Massenet, etc.

El radio de acción de la cantante se extendió también al mundo del lied y de la canción española, en el que su supremo legato y su sensibilidad poética hacían maravillas; aunque ese refinamiento tan apto para las piezas de Schubert, Schumann o Brahms no casara del todo con las páginas más desgarradas de nuestro repertorio camerístico y que había dominado el estilo un tanto bronco y popular de Conchita Supervía. Quizá la soprano barcelonesa era demasiado elegante, señorial, educada para reproducir el lado más folclórico de algunas músicas. Pero esa sonoridad, esa dicción nítida, no exenta de cierta melifluidad, cautivaban a cualquier oído medianamente educado. Y más a uno tan fino como el del guitarrista Regino Sainz de la Maza, que pudo escuchar a la soprano en el teatro Calderón de Madrid en su primera actuación en la capital: “Todo en ella es admirable. De su voz emana ese misterioso poder privativo de los artistas esclarecidos, que subyuga y atrae. Una voz cálida, pastosa, blanda de inflexiones y de timbre vibrante, que es como una caricia difícil de olvidar [...]. Ante la naturalidad y sencillez de su emisión queda uno asombrado. Su carrera, hoy en orto, promete alumbrar horizontes de gloria para el arte español”. Son palabras un tanto pomposas, pero sabias, y vaticinios acertados.

Aunque la voz de Victoria de los Ángeles era la de una soprano lírica —cambiante, densa e irisada, por supuesto— abarcaría pronto otros géneros y estilos y tocaría incluso partes más propias de las mezzos: una delicada Charlotte, una Carmen curiosamente poética e introspectiva, una Santuzza de raro patetismo (ésta en disco)... Pero su reino era el de la soprano lírica, que llegaría, como se ha dicho, hasta la Elisabeth de Tannhäuser, que cantó en Bayreuth. Era la primera artista española que pisaba la Colina Sagrada (ahí está su grabación de 1961 con Sawallisch). Hay que recordar su lírica, intensa, desvalida Mimi; su Butterfly interiorizada, aunque falta de la amplitud para una parte que requiere en realidad una soprano spinto; su soñadora y refinada Amelia (de Simon Boccanegra); su sensible y humana Desdémona, bien que sin la anchura adecuada para el concertante del tercer acto. Y, en otro orden de cosas, sus exquisitas Noches de verano de Berlioz; su ya comentada Salud de La vida breve, de la que hizo en tiempos una recreación que ponía de relieve la pureza moral del personaje. Para el lied, Victoria poseía un arte que aunaba la expresividad, a veces algo demodée, de Schwarzkopf, la ingenuidad de Seefried, la intensidad de Lemnitz o la limpidez de Grümmer. Sin llegar probablemente a las cimas de ninguna de ellas. No se debe olvidar tampoco la finura con la que la cantante daba vida a ciertas figuras de la ópera francesa; por ejemplo, una casi infantil Marguerite y una elegantísima, entrañable y cálida Manon. Y la sapiencia con la que decía la mélodie.

Victoria de los Ángeles nació cantando. Debido a su espontaneidad emisora, su canto era, como se ha sugerido, de rara limpidez. Cantaba como hablaba, sin apreciable esfuerzo; era un acto reflejo como el de respirar. Lo que hacía pensar en una sorprendente técnica, que sin duda provenía de la propia cuna y que los buenos oficios de su profesora en el Conservatorio de Barcelona, Dolores Frau, contribuirían a ampliar, completar y mejorar. Aunque quizá no llegara a forjar suficientemente sus bases en esos primeros años. Dada su insultante facilidad, es posible que la soprano se dejara llevar y no completara del todo su bagaje técnico. La calidad del material, que realmente bastaba en ocasiones, hizo que el académico Joaquín Calvo Sotelo definiera aquel instrumento como “voz químicamente pura”. Desde luego, el timbre era muy característico, tenía terciopelo y una satinada suavidad. Esa sonoridad aparecía envuelta en una muy matizada, pero clara y diáfana luz emanada de una garganta preparada prácticamente desde el nacimiento, con una impostación natural y una línea de canto extrañamente madura. Había allí luz, aunque con claroscuros muy excitantes, y una cremosidad acariciadora, tersura y evidente sensualidad; homogeneidad, con fácil soldadura de registros, de purísimo esmalte. Pocas cantantes han gozado de una voz tan mórbida, de tan delicadas inflexiones.

Se ha destacado en las líneas precedentes la pureza, la ingenuidad, la limpidez de la intérprete. Aspectos que venían subrayados por la voz, que tenía algo de frágil, y por un temperamento nada desbordante, que incidía en los rasgos de menor dramatismo de los personajes operísticos o que realzaba los valores más claramente poéticos de las canciones; un mundo éste en el que se refugió la soprano de manera decidida ya desde la década de 1960, a medida que iba abandonando el de la escena, en el que no siempre se encontraba del todo a gusto: era actriz más bien limitada y estática. Además, en el recital no tenía que esforzarse para dar agudos o trazar fioriture, nunca fue su fuerte. Se ha especulado sobre las razones de la evidente pérdida de fuelle, de amplitud y de seguridad en la zona alta; incluso sobre la relativa fortaleza y seguridad de la emisión, que habrían contribuido a esa relativamente pronta huida de los escenarios. Y se ha hablado, efectivamente, de la carencia de una técnica auténticamente sólida. Es difícil decirlo. Lo cierto es que su arte, con sus limitaciones, nos ganaba el corazón y penetraba, ayudado de aquel timbre privilegiado, por los más íntimos intersticios.

Durante muchos años, tras aquella recordable Melisande de Debussy en el teatro de la Zarzuela de Madrid en 1980, se dedicó casi en exclusiva al recital, en el que combinaba habitualmente lo español, lo alemán y lo francés. Entre sus fechas importantes, aparte las citadas, estaba sin duda la del estreno de La Atlántida de Falla en la versión concluida por Ernesto Halffter. Fue en el Liceo el 24 de octubre de 1961. Cantaba la parte de reina Isabel. Se retiró en 1996, cuando ya la voz, con setenta y dos años, se había agostado, aunque quedaba, eso sí, el estilo, el arte inmaculado. Sus últimos tiempos, cansada y golpeada por la vida —de sus dos hijos, tenidos en un matrimonio infeliz con Enrique Magriñà, uno murió y otro se vio afectado por el síndrome de Down—, los pasó tranquila, dando consejos a jóvenes cantantes y repasando su historia. Sus recuerdos e impresiones fueron transcritos por el periodista Jaume Comellas en un libro (Memorias de viva voz) editado en 2005 por Península unos meses después de su muerte.

Victoria de los Ángeles estaba en posesión de diversas condecoraciones y premios: Medalla de Oro de la Generalitat de Catalunya (1982), Premio Príncipe de Asturias de las Artes (1991), Medalla de Oro del Festival de Granada (2004), entre ellos. Y casi sin alharacas fue construyendo una discografía que ofrece numerosos puntos de interés, tanto en la ópera como en la canción y el lied.

 

Obras de ~: Interpretaciones en: M. de Falla: La vida breve, Ernesto Halffter, EMI 569235, 1952 (viene con la posterior versión, años sesenta, dirigida por Frühbeck); W. A. Mozart, Las bodas de Fígaro, Siepi, Valdengo, Madeira. Reiner. Arlecchino ARLA68-A70, Met, 1952; C. Gounod, Faust, Gedda, Christov, Cluytens, EMI 565256-2, 1953; J. Massenet, Manon, Legay, Monteux, EMI-Testament SBT 3203, 1955; H. Berlioz, Nuits d’été, Munch, RCA GD60681, 1955; G. Puccini, La bohème, Björling, Beecham, EMI 556236, 1956; D. Debussy, Pelléas et Mélisande, Jansen, Souzay, Cluytens, EMI-Testament SBT 3051, 1956; G. Verdi, Otello, Del Monaco, Warren, Cleva, Myto MCD 944.107, Met, 1958; G. Bizet, Carmen, Gedda, Blanc, Beecham, EMI 556214- 2, 1958-1959; G. Fauré, Réquiem, Dieskau, Cluytens, EMI 566894, 1962; J. Massenet, Werther, Gedda, Prêtre, EMI 763973-2, 1968; J. Canteloube, Cantos de la Auvernia, Jacquillat, EMI CDM 7 63178 2, 1969, 1974; G. Verdi, Simon Boccanegra, Gobbi, Christov, Campora, Santini. EMI.

Recitales: VV. AA., Interpretaciones de diversas épocas, con piano y orquesta, EMI Eminence CD-EMX2233, Incluye el concierto de despedida de Gerald Moore (con Schwarzkopf y Dieskau); VV. AA., Repertorio variado, EMI-Testament SBT1087, 1942-1953; VV. AA., Arias de ópera, lied y canción (soberana versión de las 7 de Falla con Moore al piano), Lebendige Vergangenheit 89598, 1949-1951.

 

Bibl.: A. París, Diccionario de intérpretes y de la interpretación musical en el siglo xx, Madrid, Turner, 1985; R. Alier y F. X. Mata, El Gran Teatro del Liceo. Historia artística, Barcelona, F. X. Mata, 1991; J. Martín de Sagarmínaga, Diccionario de cantantes líricos españoles, Madrid, Fundación Caja Madrid, Acento Editorial, 1997; A. Fernández-Cid, “Ángeles, Victoria de los”, en E. Casares (dir. y coord.), Diccionario de la Música Española e Hispanoamericana, t. I, Madrid, Sociedad General de Autores y Editores, 1999, págs. 462-463; J. Comellas, Victòria del Ángels, Memòries de viva veu: diáleg senese partitura, pról. de A. Ros Marbá, Barcelona, Ediciones 62, 2005; D. Fernández Ruiz, “Victoria de los Ángeles”, en Ritmo, n.º 773 (2005), págs. 80-81; P. Meléndez-Haddad, “Adiós a Victoria de los Ángeles”, en Opera Actual, n.º 78 (2005), págs. 32-35; A. Reverter, “Victoria de los Ángeles”, en Scherzo, Revista de música, año 20, n.º 194 (2005), págs. 118-119.

 

Arturo Reverter