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Felipe Fuertes y Amar

Biografía

Fuertes y Amar, Felipe. Zaragoza, 1775 – Quito (Ecuador), VIII.1810. Magistrado.

Biografía poco estudiada, a pesar de ser hijo de dos conocidos ilustrados y de una familia aragonesa claramente regalista. Su padre fue el magistrado Joaquín Fuertes Piquer, natural de Valbona (Teruel). Un ataque de apoplejía (1786) lo obligó a jubilarse (1787) y murió en Zaragoza el 3 de noviembre de 1798. Su padre, sobrino del famoso médico aragonés Andrés Piquer, excolegial de San Ildefonso de Alcalá de Henares, fue abogado ejerciente en Madrid y bien relacionado con el conde de Aranda, a la sazón presidente del Consejo de Castilla. Poco después de celebrado el matrimonio, en 1772, obtuvo una plaza como alcalde del crimen en la Audiencia de Aragón. Fue miembro activo de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País desde su fundación en 1776, donde llegó a ocupar el cargo de director segundo. En 1787, tras un severo ataque de apoplejía sufrido el año anterior, solicitó la jubilación de su puesto en el tribunal. Falleció el 3 de septiembre de 1798 a los 72 años.

Todavía es más importante su madre, Josefa Amar y Borbón, nacida en Zaragoza en 1749, criada y casada en Madrid, donde residió entre 1754 y 1772, año en el que regresó a Zaragoza, donde ya habilitó, excepto algunos períodos, el resto de su vida, y falleció en 1833.

Es conocida por sus afanes reformistas y por haber traducido al exjesuita Francisco Javier Llampillas, lo que le facilitó el ingreso en la Real Sociedad Económica Aragonesa en la Junta general del 11 de octubre de 1782. En 1790 publicó su obra más conocida, Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres. Su actividad intelectual constatada se ciñe precisamente a unos pocos años de su residencia en Zaragoza en la década de 1780.

Tratándose de un hijo único que inevitablemente debió ser influido por su madre, máxime cuando a los once años su padre había quedado apopléjico, aludiremos a la idiosincrasia intelectual de la misma, bastante estudiada en los últimos años, al ser considerada un icono del feminismo. Josefa Amar llegó a dominar, además del latín y el griego, el francés, el italiano y el inglés. Alcanzó una erudición más que notable que ejerció con independencia de juicio y dentro de los parámetros del europeísmo universalista de la época. Conocía la obra de los ilustrados e ideólogos franceses y la de John Locke, y su pensamiento pasó de una Ilustración avanzada a un liberalismo convencido. Aborreció la extrema religiosidad de la cultura de la época y se mostró en todo como una laica convencida; nunca citó a escritoras religiosas: para ella, como si Santa Teresa y sor Juana no hubieran existido. En ese sentido, su feminismo fue más radical incluso que el de su contemporánea Margarita Hickey. Desaprueba que las niñas se eduquen en conventos de monjas y que incluso existan los conventos de monjas.

El matrimonio Fuertes-Amar Borbón se celebró en Madrid y poco después se trasladó a residir a Zaragoza en 1772. Pertenecía, en la dimensión social, a la baja nobleza, pero con amplias conexiones con la nobleza titulada (conde de Aranda). Tuvo al menos un hijo, Felipe, que siguió la carrera judicial del padre, sin que se sepa dónde cursó la carrera de Leyes. Sólo a partir de 1802 se tienen datos, aunque indirectos, de su vida, pues ese año su tío, el hermano mayor de su madre, Antonio Amar y Borbón, fue nombrado virrey de Nueva Granada, y consiguió que lo acompañara su sobrino Felipe con el destino de oidor de la Audiencia de Quito, presidida por el mismo Antonio Amar y Borbón.

Sus padres fueron miembros activos de la Sociedad Económica en la década de 1780. Felipe Fuertes se educó, pues, en el seno de una familia de intelectuales reformistas y regalistas, primero en Zaragoza y después, probablemente, en Madrid, pues, por razones que no se conocen aún, el matrimonio pasó a la Corte en 1786, donde su madre alcanzó cierta resonancia en la Económica Matritense. Lo cierto es que Felipe no aparece matriculado en la Universidad de Zaragoza, por lo que se supone que pasó su juventud en Madrid.

Por lo tanto, la biografía de Felipe Amar debe entenderse enmarcada dentro de esta red de relaciones familiares, ligadas al denominado partido aragonés y a Godoy, en España, y en una sociedad criolla en transformación, que parecía despertar de su letargo, en América. El 26 de julio de 1802, Antonio Amar fue nombrado virrey gobernador del nuevo reino de Granada y presidente de la Real Audiencia de Santafé.

Felipe fue nombrado oidor de la Audiencia de Quito el 27 de diciembre de 1802. El 16 de febrero de 1803 se autorizó al nuevo virrey para que, entre los viajeros de primera clase, fuese con él “un togado, sobrino, electo para Quito”, sin duda Felipe Fuertes y Amar, al parecer soltero, pues no lo acompaña ningún “pariente”.

Tras solucionar múltiples problemas administrativos, llegaron a Cádiz, donde embarcaron el 2 de junio de 1803 en la fragata Santa Sabina, que tenía por comandante al capitán de navío Miguel Gastón, y volvía a Veracruz con escala en Cartagena de Indias. La Santa Sabina hizo la travesía atlántica sin dificultad y arribó a Cartagena de Indias el 29 de junio de 1803.

El virrey Amar llegó a Santafé de Bogotá el 16 de septiembre de 1803 y tomó posesión del virreinato al día siguiente. Antonio Amar prestó juramento el 23 de septiembre ante el Real Acuerdo de cumplir con sus deberes de presidente de la Real Audiencia. Es lógico suponer que, en el mismo acto, su sobrino Felipe hizo lo mismo respecto a su empleo de oidor.

La Administración neogranadina se organizó al año siguiente de la llegada del virrey Amar, quien puso a hombres de su confianza en los organismos más importantes, como en la Real Audiencia de Santafé, donde residía el poder judicial, la cual, con la ayuda de su sobrino siempre fue fiel en sus decisiones a la política general del virrey. La máquina administrativa diseñada por Amar siguió al frente del virreinato hasta la crisis de 1808, pero, a partir de este momento, todo empezó a tambalearse. Los órganos de gobierno, incluida la Audiencia, se vieron asaltados por los criollos y se convirtieron en un campo de batalla entre el virrey y los patriotas. Los criollos, para conseguir su propósito, difundieron la idea de que los Amar eran afrancesados. Antonio Amar y Borbón y su sobrino despertaron no pocas iras entre quienes les rodeaban debido a su carácter fuerte e intransigente. Todos los testimonios de sus contemporáneos coinciden en que Amar era un virrey déspota, a quien dominaban los malos consejeros de que se rodeaba. Incluso el comisionado español del Consejo de Regencia para el Nuevo Reino, Antonio de Villavicencio, escribía al secretario de Estado y del Despacho de Indias el 24 de mayo de 1810 incluyendo a Felipe Fuertes y Amar “entre los malos empleados”, es decir, entre los más odiados por los criollos.

El 9 de agosto de 1809 estalló una revolución en Quito en la casa de Manuela Cañizares. Al día siguiente, reunidos los sublevados en el Palacio Real de Quito, se firmó la célebre acta que se considera como el inicio de la independencia de lo que hoy es Ecuador. Ese día, los criollos de Quito “para la más pronta y recta administración de justicia, creamos un Senado compuesto de dos Salas Civil y Criminal con tratamiento de Alteza”. A petición de los insurgentes, la Sala de lo Criminal estaba presidida por el regente, Felipe Fuertes y Amar, considerado todavía españolista moderado, con 2.000 pesos de sueldo y tratamiento de “señoría”, cargo desde el cual, posteriormente, se destacó en la represión de las conspiraciones de la oligarquía criolla quiteña. El 4 de diciembre, el fiscal Tomás de Arechaga pidió la pena de muerte para muchos de los que participaron en la revolución de agosto anterior, lo cual contribuyó al estallido de meses después. En 1810, los patriotas de Quito organizaron grupos armados para rescatar a los presos. Los hechos se precipitaron, aprovechando la cobardía, ineptitud y debilidad del virrey. El 20 de julio de 1810, un grupo de criollos provocó un incidente en la tienda del español José Llorente; las consecuencias inmediatas fueron una gran conmoción general, la prisión (para su custodia) de algunos españoles odiados por el pueblo y la convocatoria de un Cabildo extraordinario a las seis de la tarde que se convirtió en Cabildo abierto por la presencia del pueblo. Ese día, a las cinco de la madrugada, se puso fin al virreinato. Cinco días después fueron encarcelados los antiguos virreyes, así como algunos españoles importantes. El 2 de agosto los quiteños asaltaron el presidio del Carmen Bajo y liberaron a la mayoría de los soldados.

El virrey Antonio Amar fue, sobre todo y ante todo, considerado como el máximo representante de Godoy en Nueva Granada (bajo la tutela del Príncipe de la Paz tuvo sus cargos más importantes) y contra él y su sobrino se fueron acumulando entre 1803 y 1810 similares antipatías a las que el favorito extremeño iba generando en la Península. Si el motín de Aranjuez fue justificado ante la opinión pública americana como la caída de un tirano, como el fin de la corrupción y la liberación de la Monarquía, los neogranadinos no pudieron comprender por qué el derribo de Godoy no trajo aparejado el de los altos funcionarios que él había nombrado en América, como el virrey Amar Borbón y su sobrino, el oidor Felipe Fuertes. Ambos quedaron así ante sus gobernados como una reliquia del pasado corrupto de Godoy, a quienes el Rey se había olvidado de remover.

De aquí que fueran el blanco de todas las acusaciones de actuación personalista, despotismo y venalidad.

Felipe Fuertes, españolista militante, murió ahorcado en el verano de 1810, sin proceso legal, linchado por los quiteños sublevados, como castigo, principalmente, por la dura represión que llevó a cabo contra los partidarios de la autonomía el año anterior, cosechando el odio de la población. Fue víctima de un destino, personal administrativo, que, como dice María Victoria López Cordón, “llegaba demasiado tarde”. Pereció en medio de la tormenta revolucionaria provocada por la guerra francesa en España y por “la indecible impericia del virrey Amar y de la Audiencia de Quito”.

 

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Antonio Astorgano Abajo