Rojas, Diego de. Burgos, p. s. XVI – Mocacaj, Santiago del Estero (Argentina), 1544. Descubridor y conquistador.
Nacido en fecha desconocida, Diego de Rojas pasó a Nueva España hacia 1522 y participó en la conquista del Panuco. Poco después, en 1526, viajó a Nicaragua y Guatemala con Pedro de Alvarado. Siguió camino hacia el sur y estuvo presente en la batalla de Chupas junto al gobernador Cristóbal Vaca de Castro.
Tras la batalla, en 1542, el gobernador Cristóbal Vaca de Castro se enfrentó a un grave problema: cómo ocupar a todos los hombres que junto a él habían combatido contra Diego Almagro, el Mozo. La solución adoptada por este gobernador fue la organización de nuevas empresas descubridoras. Una de estas expediciones fue la que partió de Cuzco en mayo de 1543, al mando del capitán burgalés Diego de Rojas, con el grado de justicia mayor, del capitán madrileño Felipe Gutiérrez, en grado de capitán general, y por maestre de campo a Nicolás de Heredia. Tenían como objetivo descubrir una provincia situada entre Chile y el Río de la Plata. En la entrada cada uno de ellos aportó 30.000 pesos de oro.
El licenciado Vaca de Castro escribió al Emperador desde Cuzco, el 24 de noviembre de 1542, explicando los motivos de la elección del capitán Diego de Rojas para llevar a cabo este descubrimiento: “Así mismo hay noticia que entre esta provincia de Chile y el nacimiento del Río Grande, que llaman de la Plata, hay una provincia que se llama Tucumán, hacia la parte del mar del norte de aquel cabo de las sierras nevadas, que diz que es muy poblada y rica, por manera que la cordillera de las sierras nevadas atraviesa estas provincias hasta el Estrecho, queda entre las provincias de Chile y esta tierra; tengo proveído para ello al capitán Diego de Rojas, por ser persona celosa del servicio de S.M., e que tiene mucho cuidado en el tratamiento de los indios, con muy buena compañía de gentes”.
El 14 de diciembre de 1542 Diego de Rojas dio un poder a su yerno Francisco de Cárdenas para que en su nombre comprara caballos, yeguas, negros, armas, herrajes, y “otros cualesquier cosas que sean necesarias para guerra para que yo pueda efectuar esta jornada que al presente hago en nombre de su magestad adelante de las provincias de chile hasta la cantidad de seis mil pesos de buen oro de perfecta ley de valor cada uno de quatrocientos y cincuenta maravedís otorgando sobre ello qualesquier escripturas de obligaciones que sean necesarias al plazo e tiempo y en la parte e según e de la manera que vos pareciere que vos me obligando yo por la presente me obligao prometo de los cumplir e pagar a las personas que ansy en mi nombre lo ovieredes comprado e para que compradas las dichas armas e cavallos y esclavos negros herrajes e munición los podays meter e matays en cualesquier navíos que os pareciere ansy compransolos como fletandolos para que puedan llevar los que ansí os pareciere meter en ellos al puerto de la provincia de chile o al puerto de arauco ques adelante de la dicha provincia de chile e poner en los dichos navíos maestros pilotos marineros a partido o a soldado como a vos bien visto fuere e fazer con los dichos maestros e pilotos o señores de los dichos navíos qualesquier compañías o conciertos conveniencias asy en lo tocante a los fletamientos como en los tocante a la compra de tales navíos [...] e otro sy para que por mi o en mi nombre podays hacer e hagays qualesquier compañía o compañías con qualesquier mercaderes o otras personas que quieran llevar en los dichos navíos o en otros qualesquier mercaderías o armas o municiones para las dichas provincias o dar sus haciendas para la dicha armada [...]”.
Según palabras del propio burgalés, la expedición se dirigía “adelante de las provincias de Chile” y también debían enviársele auxilios por mar “al puerto de la provincia de Chile o al puerto de Arauco”. De estas palabras se deduce que Diego de Rojas tenía como objetivo alcanzar la famosa “tierra de los Césares”, que también recibía los nombres de Yungulo, Trapalanda, Linlín, o la Sal. El prestigio de Diego de Rojas, unido a los rumores en torno a la deseada “Tierra de los Césares”, permitió alistar bajo su bandera a cerca de doscientos hombres. Entre los expedicionarios de la entrada al Tucumán se encontró el burgalés Miguel Sánchez Lantadilla.
Diego de Rojas partió al descubrimiento con sólo cuarenta hombres, dejando el resto a cargo de Diego Pérez de Becerra para que esperase a Felipe Gutiérrez y partiesen juntos. El burgalés atravesó la cordillera alcanzando el pueblo de Tucumiannaho, a cuyo mando se encontraba un poderoso cacique con igual nombre; el pueblo fue llamado, posteriormente, Tucumán. Este asentamiento se hallaba en el valle de Clachaqui, donde residían indios violentos, que habían huido a las montañas tras la llegada de los españoles. El burgalés continuó la entrada con sus hombres hasta llegar al pueblo de Capayán, en el valle de Catamarca, donde encontró un cacique que le negaba el paso y al que acompañaban mil quinientos indios armados. Rojas intentó explicar al cacique lo beneficioso que podría resultar su sometimiento al dominio del monarca español. Ante el ofrecimiento de Rojas, el cacique y los indios no respondieron con palabras, sino que les fueron cercando en silencio. Al darse cuenta del cerco, los soldados decidieron echar mano de sus armas y los indios partieron rápidamente. Una vez conseguido cierto sometimiento sobre los indígenas, Diego de Rojas envió a Francisco de Mendoza en busca de Felipe Gutiérrez, puesto que veía en los indios una gran amenaza.
Cuando Diego de Rojas y Felipe Gutiérrez se unieron, acordaron seguir adelante en la conquista, cuyo objetivo era descubrir el famoso Río de la Plata. La hueste española avanzó sobre la provincia de Macajar (parte de la futura provincia de los Juríes), topándose con un grupo de unos seiscientos indios que les bloquearon el paso. Los indios cedieron en su empeño ante la fuerza de los caballos y de los soldados españoles, pero, posteriormente, se unieron otros muchos indígenas y presentaron batalla a los españoles. En este enfrentamiento una flecha envenenada alcanzó en la pierna a Diego de Rojas, que falleció en Mocacaj (Santiago del Estero). Antes de morir dejó como sucesor a Francisco de Mendoza, a quien tenía un gran afecto.
En 1585, su nieto Luis de Cárdenas, hijo del capitán Francisco de Cárdenas y de Helena de Rojas, realizó una información sobre los méritos de su abuelo.
Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Patronato, leg. 128, r. 12.
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Ángela Pereda López