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Beata María de Santo Domingo

Biografía

María de Santo Domingo. La beata de Aldeanuela. Aldeanueva de la Sierra (Ávila), 1486 – 1524. Religiosa dominica (OP), beata.

Es conocida como la “beata de Piedrahita”. También la llaman algunos, “la beata del Barco”. Debería llamarse más bien la beata de Aldeanueva. En esta localidad abulense denominada entonces Aldeanueva de la Sierra, y hoy oficialmente Aldeanueva de Santa Cruz, aunque muchos se refieren a ella como Aldeanueva de las Monjas, nació María de Santo Domingo hacia 1486 y aquí murió, probablemente en el año 1524.

Fue enterrada en el convento, desconociéndose en la actualidad el lugar donde se encuentra su tumba.

Acerca de sus progenitores, existen diversos pareceres.

En la historia manuscrita del convento, del siglo XVIII, que se encuentra en el monasterio de dominicas de Mosén Rubí, de Ávila, se dice que era hija de un caballero de la ilustre y esclarecida familia de los Paniagua de Ávila, desconociéndose su nombre, que casó con una hija de labradores de Aldeanueva, de familias honradas, de bueno y limpio linaje. Tuvieron tres hijas: María de Santo Domingo, María de la Asunción y María de los Santos. Otros autores afirman que su padre era también “un labrador medianamente acomodado y ferviente religioso”.

Una hermana de su padre vivía en la villa de Piedrahita, casada con un labrador. No tenían hijos y acogieron en su hogar a María, la futura religiosa. A los diecisiete años pidió su ingreso en el beaterio de Santa Catalina, fundado poco antes en dicha villa.

Permaneció en él algún tiempo, pero tuvo que salir, dadas sus inquietudes renovadoras y las singulares experiencias religiosas, que vivió y trascendieron. Fue acogida temporalmente por el II duque de Alba, Fadrique Álvarez de Toledo, que la apreciaba mucho.

Pasó luego del beaterio de Santa Catalina de Ávila, de donde por las mismas razones tuvo que salir. Vivió en algún tiempo en el convento de Santo Tomás, de la misma ciudad, y fue enviada por el provincial de dominicos a Toledo “con objeto de promover allí la observancia de religiosos y religiosas de la orden”.

Volvió a Ávila, sin apenas haber iniciado sus trabajos, y, después de algunas informaciones, el rey Fernando el Católico la llamó a Burgos. Se ganó con esta visita al Rey, a la Reina, la Familia Real, la nobleza..., y al cardenal Cisneros, que se encontraba en Santa María de Nieva, que mandó ir a visitarle, quedando admirado de sus palabras y vivencias religiosas.

Pero la Orden consideró necesario frenar el impulso reformador de sor María. El Capítulo Provincial de los dominicos, celebrado en Zamora en febrero de 1508, dispuso que se hiciera presente la religiosa, dando disposiciones determinantes contra sus actividades y relaciones. Pero, de hecho, nada se consiguió.

El provincial Diego Magdalena acudió al papa Julio II, pidiéndole que nombrase jueces apostólicos para resolver el caso. Nombró el Papa un tribunal formado por Alonso de Fonseca, arzobispo de Burgos, Alfonso Carrillo de Albornoz, obispo de Ávila, y Pascual de Ampudia, obispo de Burgos, pero los partidarios de la beata no aceptaron este tribunal y pidieron al Papa uno nuevo. Accedió el Papa y lo nombró el 16 de julio de 1509, ratificándolo el 18 de agosto del mismo año. Se llamó el “Tribunal del Nuncio”, porque el nuncio, Juan Rulfo, lo presidía. En diciembre de 1509 dictó sentencia, en la que, entre otras cosas, se lee: “Por tanto, debemos pronunciar y pronunciamos que su vida es digna de recomendación y laudable y que dicha Sor María de Santo Domingo debe ser animada para que más fervientemente insista en la observancia de la justicia, sermones y beneplácitos del Señor y en la guarda de sus preceptos y mandatos a la cual Sor María así persuadimos y mandamos; y asimismo debemos absolver y absolvemos a dicha Sor María de todos (los preceptos) que contra ella fueron puestos, imponiendo sobre ello silencio a todos y a cada uno de ellos”.

Sor María de San José no fue una “alumbrada” ni una “iluminada”, como algunos autores han sostenido.

Se puede concluir con las palabras de uno de los más eminentes estudiosos y conocedores de la historia de la espiritualidad sobre sor María: “La presencia y dinamismo de la beata fue muy fuerte en sus días con repercusión en todos los estratos sociales de la época”. Y esto hay que pensarlo debidamente.

J. M. Blema reeditó en facsímil en 1948, el Libro de la oración de sor María de Santo Domingo, dedicado al cardenal Cisneros y publicado en su tiempo. Es un documento interesantísimo para conocer la espiritualidad de aquellos grupos ultraespirituales, dinamizados entonces por los vientos cálidos que venían de Italia (santa Catalina de Siena, Savonarola, beata Ángela de Foligno...). La doctrina era ortodoxa, centrada en los misterios de Cristo, en su Pasión principalmente, de aliento exaltado, apasionado, rico en cromatismo y hasta lírico a ratos. Las pocas cartas que de ella se conservan y lo que de ella escribieron sus contemporáneos completan la fisonomía compleja de esta valiosa e inquieta mujer que admiró a Cisneros, al duque de Alba, Fadrique, a Fernando el Católico, a tantos religiosos... (B. Jiménez Duque).

Del convento de Aldeanueva quedan restos, algunos importantes, como el claustro. Su edificación se debió al empeño de Fadrique Álvarez de Toledo. Fue durante siglos un gran foco de espiritualidad y de formación de jóvenes. La desamortización directamente no lo cerró, pero quedó la comunidad expoliada de sus propiedades. Reducido a máxima pobreza en todos los sentidos, el obispo de Ávila, Fernando Blanco, dominico, dispuso que las pocas religiosas de la comunidad pasaran a Ávila, siendo acogidas en las dependencias del duque de Parcent (Mosén Rubí) en el año 1966. Allí se conserva la imagen del Cristo de las Batallas, donada a la comunidad de Aldeanueva por el rey Fernando el Católico, así como una importante reliquia de santa Catalina, regalo del papa Adriano VI.

 

Obras de ~: El Libro de oración, Madrid, 1948 (reed. en ed. facs.).

 

Bibl.: J. Jiménez Ballesta y E. Sierra Santos, Historia de Aldeanueva de Sta. Cruz y vida de la Beata Sor María de Sto. Domingo, Madrid, 1999; B. Jiménez Duque, A comienzos del s. XVI; F. López Hernández, Personajes Abulenses, vol. II, Ávila, Obra social de la Caja de Ahorros de Ávila, 2007.

 

Francisco López Hernández

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