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Baldassare Loyola Mandes

Biografía

Loyola Mandes, BaldassareMohamed Attazi. Fez (Marruecos), 1630 – Madrid, 15.IX.1667. Jesuita (SI) marroquí y misionero.

Era el hijo y heredero del rey de Fez, Abdalauhid, y de Huali, esta última de origen español. Se encontraba dotado de un notable talento, por lo que fue requerido por su tío Abadía, siendo muy experto en temas bélicos. Antes de iniciar su período de gobierno, decidió peregrinar a La Meca, aunque acompañado por una reducida escolta personal. En 1651, se embarcó en un barco inglés desde Túnez. Esta nave, sin embargo, fue capturada por los caballeros de San Juan de Jerusalén, siendo retenido este príncipe durante varios años en Malta. En este tiempo y en el mencionado territorio cristiano, atendió espiritualmente a los musulmanes, a través de los comentarios del Corán. También escribió diferentes obras sobre el islam, culminando estudios comparados entre su doctrina y el cristianismo. El rey de Túnez ofreció un notable rescate consistente en una importante suma de dinero, consiguiendo su libertad.

Tras haber afirmado que había tenido una visión, declaró su condición de cristiano el 12 de junio de 1656. Recibió una instrucción en forma de catequesis de manera rápida y fue bautizado en la festividad de san Ignacio de Loyola, el 31 de julio. De esta manera adoptó el nombre a través de la castellanización del apellido de su padrino, un caballero de la Orden de Malta llamado Baltasar Mandols —el neófito hablaba de “Mandes” o “Méndez”—, adoptando también el “Loyola” propio del santo en que recibió las aguas bautismales.

Nació en él un profundo espíritu misionero, deseando convertir a los que habían sido antes sus correligionarios. Fue entonces cuando decidió pedir su admisión en la Compañía de Jesús, viajando para ello a Roma. Allí estudió las Lenguas Latinas e Italianas por espacio de tres años, permaneciendo también en Mesina. Al mismo tiempo, una pesquisa secreta confirmaba que el nuevo jesuita —fue admitido el 13 de septiembre de 1661— era el heredero del trono de Fez. Realizó la segunda probación o noviciado, estudió Teología y Moral y fue ordenado, finalmente, sacerdote.

Su condición de antiguo musulmán condujo a sus superiores a que fuese destinado a trabajar entre los esclavos moros que vivían en Génova, Nápoles y otros puertos italianos. Era un jesuita que, por su pasado y presencia, despertaba un notable interés entre las gentes que le escuchaban. Por eso, no era extraño que fuesen seiscientos los nuevos cristianos, frutos todos ellos de sus predicaciones. No faltaban las conversiones espectaculares, que eran de tanto gusto entre las gentes de su tiempo. Así, llamó a su lado a un ulema de la mezquita muy reputada de Fez, del cual consiguió su bautismo. Para resaltar aún más aquel ministerio, su padrino fue el duque de Toscana. Para prestar ayuda a los que se habían bautizado como cristianos, procedentes del islam, impulsó en Génova la constitución de una confraternidad. Además, en su labor apologética hacia el cristianismo, consideró menester la refutación de las obras que había escrito anteriormente como musulmán.

Un paso más dio en 1667, cuando solicitó su envío a la misión del Gran Mongol, en la India. Se encaminó hacia el puerto de Lisboa, como era habitual, y encontró etapas muy interesantes a lo largo de su viaje, efectuando notables encuentros. Acompañado por dos servidores y mientras cabalgaba por Arlés, pudo encontrarse con su padrino de bautismo Mandols. En Béziers y Toulouse fue reconocido por los que habían contemplado su vida en la Corte de Fez. Con todo, le seguían denominando, aunque era sacerdote jesuita, como “Paternidad real”. Recibió visitas de autoridades de diversa índole e, incluso, un artista, sin tener él conocimiento de la circunstancia, llegó a pintarle un retrato. A la Corte madrileña llegó exhausto por las altas temperaturas de aquel verano de 1667 y por el cansancio del viaje, siendo acogido en el Colegio Imperial. Su testimonio vital le condujo a convertir a un joven musulmán. Cuando murió, recibió sepultura en esta casa de jesuitas, y la noticia de su muerte causó un notable impacto en aquella sociedad madrileña, ávida de ejemplos que se hallasen fuera de lo habitual. Tanto fue así que la entonces reina gobernadora, Mariana de Austria, tras haberle visitado a su llegada, mandó realizar unos funerales reales ante toda la Corte. En torno al padre Loyola Mandes nacieron una serie de mitos que no respondían a la precisión histórica de su personalidad.

Causó su conversión tanto impacto social, que diferentes dramaturgos lo plasmaron en un medio de comunicación tan barroco como fue el teatro. Así ocurrió en Alemania con Michael Michon, pero también en España con un alumno de los jesuitas que se había hecho hombre de teatro en sus colegios: Pedro Calderón de la Barca y su obra El Gran Príncipe de Fez, D. Baltasar de Loyola. Cassani lo incluyó como uno de los “varones ilustres” del segundo siglo de la Compañía de Jesús bajo la titulación de Maravillosa vida de el Príncipe de Fez.

 

Bibl.: T. González, Manuductio ad conversiones Mahumetanorum, vol. II, Dilinga, 1688-1689, págs. 53-58; J. Cassani, Glorias del segundo siglo de la Compañía de Jesús, divisadas en las Vidas y Elogios de algunos de sus Varones Ilustres en virtud, letras y zelo de las almas, que han florecido desde el año de 1640, primero del segundo siglo desde la aprobación de la Religión, Madrid, por Manuel Fernández, 1736, págs. 621-660; C. Sommervogel, Bibliothèque de la Compagnie de Jesús, col. V, Bruxelles, Oscar Schepens, 1894, págs. 882-883; L. Lebessou, “La seconde vie d’un sultan du Maroc”, en Études, 123 (1910), págs. 488-498; H. de Castries, Les sources inédites de l’Histoire du Maroc, Paris, E. Leroux, 1922, 2/1, págs. 203-240; C. García Goldaraz, “Un príncipe de Fez jesuita: Sceih Muhammad Atáis, en religión P. Baltasar Diego Loyola de Mandes (1631-1667). Estudio sobre su ascendencia regia”, en Miscelánea Comillas, 2 (1944), págs. 487-541; P. Duclos, “Loyola Mandes (Attazi), Baldassarre de (Mohamed)”, en Ch. O’Neill y J. M.ª Domínguez, Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, Madrid, Institutum Historicum Societatis Iesu y Universidad Pontificia Comillas, 2001, pág. 2428.

 

Javier Burrieza Sánchez

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