Ayuda

Francisco Roldán Jiménez

Biografía

Roldán Jiménez, Francisco. Torredonjimeno (Jaén), s. t. s. XV – Paso de la Mona (entre La Española y San Juan), VII.1502. Alcalde ordinario de La Isabela, alcalde mayor de la isla La Española.

Francisco Roldán había pasado a Indias durante el segundo viaje colombino. Las Casas lo describe como escudero, criado del almirante, “bien entendido aunque no letrado”. Inmediatamente, fue encargado de vigilar a los trabajadores y oficiales que construyeron la villa de La Isabela. Poco después, y dadas las habilidades personales de Roldán, a su cercanía con la gente, junto con el afecto y apoyo mostrados por el almirante, fue nombrado por éste alcalde ordinario de La Isabela y después alcalde mayor de toda la isla La Española. Las Casas, al relatar su trayectoria y las consecuencias de su revuelta, le culpó de ingratitud.

La figura histórica de Francisco Roldán va inseparablemente unida al conflicto que encabezó en La Española oponiéndose a la política de los Colón. El origen de ese levantamiento ha tenido varias explicaciones, no faltando las que le convirtieron en un auténtico héroe y libertador. Esto último no se ajusta a lo que se sabe. Entre las explicaciones que se deben considerar pueden destacarse las siguientes: supo aprovechar el malestar de los españoles desde su posición de influencia y de mando en la isla; Roldán hizo gala de un gran resentimiento contra el adelantado situado por el almirante en una posición de mando superior a la de Roldán, al mismo tiempo que utilizaba como pretexto la ausencia excesiva del almirante y hasta el rumor de que hubiera muerto; se acusaba al adelantado —según Hernando Colón— de que “les hacía guardar los tres votos de religión, y no faltaban ayunos y disciplinas, con prisiones y castigos, los que imponía por la más leve culpa”; dice también Las Casas que este enfrentamiento entre las dos autoridades se agudizó después de que el adelantado, ejerciendo su autoridad, recriminó los amoríos de Roldán con la mujer del cacique Guarionex.

El desarrollo de la Revuelta Roldanista: avanzado el año de 1497, Francisco Roldán decidió abanderar la primera protesta seria contra los Colón, con el apoyo de no pocos españoles (al principio setenta y luego algunos más), desesperados y hambrientos, que lo siguieron ciegamente desde un principio, cuando escucharon que lo que les ofrecía era el sueño de muchos.

Se alzó —dice Las Casas— con “hasta setenta hombres, los más sanos, gente común, y algunos principales que él pudo atraer a sí, que pretendían lo mismo que él, de los cuales yo cognoscí los más o cuasi todos”.

Un hecho sucedido en La Isabela por ese tiempo refleja el ambiente que se respiraba en la isla entre necesidades y deserciones: la carabela que el almirante había mandado construir para enviarla a Castilla, si hacía falta, fue inutilizada por Diego Colón e imposibilitada de ser echada al agua por falta de jarcias y otros aparejos. El aislamiento y la imposibilidad de comunicarse con la Corte, unidos al malestar creciente, fueron manejados por Roldán ante sus partidarios con soltura propalando que eran los Colón los únicos culpables y dando origen a la primera gran rebelión de españoles.

Algunos han mitificado al personaje Roldán, considerándole un indigenista generoso, poco menos que un libertador, pero no hay que caer en ese error, pues no le movía ningún celo evangélico especial, ni un sentido humanitario; tampoco pretendía una defensa de la igualdad entre indios y españoles; y de ninguna manera pensaba renunciar al repartimiento o aprovechamiento del taíno, es decir, no creía en la libertad del indio.

Encabezó la protesta al grito de “viva el rey”, con lo que se protegía las espaldas —por si acaso—, al tiempo que maldecía a Bartolomé Colón, a quien tildaba de “hombre duro y áspero y cruel y codicioso y que con él no podía alguno medrar”. Ofrecía a los que le siguieran tierras y vasallos, avecindarse con entera libertad donde quisieran y disponer a capricho de servidumbre taína.

Hasta el verano de 1498, Roldán y sus seguidores fueron inclinándose para su asiento permanente por el cacicazgo o provincia de Jaraguá. Esta zona podía satisfacer tres deseos fundamentales: avecindamiento de todos los revoltosos, posesión de hacienda propia en sitio fijo con el consiguiente arraigo en la tierra, y posibilidad de disponer de una servidumbre que trabajase dichas tierras. El cronista Hernando Colón, además de reconocer que este cacicazgo tenía fama de rico y poblado, nos adelanta otra razón poderosa: “por ser las mujeres de allí más hermosas y de agradable trato que en otra parte; y esto era lo que más les incitaba para irse a Jaraguá”.

Por el verano de 1498, la mayoría de los alzados vivía ya “a placer” en la provincia de Jaraguá, y por entonces arribaron en sus costas, despistados y sin rumbo, aquellos tres navíos que el Almirante había despachado en Canarias para que se dirigieran derechamente a Santo Domingo, mientras él iba a descubrir la Tierra Firme, y que iban al mando de los capitanes Pedro de Arana, Alonso Sánchez de Carvajal y Juan Antonio Colombo.

Para convencerlos “a que con él se quedasen”, Roldán empleó los siguientes argumentos: en Jaraguá y junto a él —les dijo— “habían de tener la vida que veían que ellos tenían, la cual no era otra sino andar de pueblo en pueblo de los indios, cada uno con las mujeres que le placía tener, y los sirvientes cuantos querían, fuesen hijas o hijos de los señores y caciques, aunque les pesase, y haciendo cuanto querían sin que nadie les fuese a la mano”. Al margen de las palabras podían comprobar que tanto Roldán como su gente se rodearon de muchos indios de servicio, que aumentaban cuando tenían que desplazarse, pues el indígena servía para llevarles las cargas. Los tres capitanes colombinos no pudieron evitar que unos cuarenta de los recién llegados se pasaran al bando roldanista deslumbrados por las promesas de buena vida.

Cuando Cristóbal Colón llegó a la isla el 19-20 de agosto de 1498, descartó emplear la fuerza porque apenas tenía a “cuarenta de quienes fiarse”. Optó, entonces, por negociar con Roldán una solución a la revuelta.

En primer lugar, pregonó el 12 de septiembre toda clase de facilidades, incluyendo navíos, para los que quisieran regresar a Castilla. Esto fracasó totalmente, pues los alzados se estaban ya aficionando a la tierra y algunos tenían “mujeres preñadas o paridas”.

A finales de 1498 y a lo largo del año siguiente de 1499, el virrey pensó que no había más remedio que llegar a un acuerdo con Francisco Roldán. El pacto al que se llegó significó ceder en casi todo: fue complaciente y generoso con Roldán, olvidándose de las insolencias pasadas; le dio todo tipo de garantías jurisdiccionales; le puso a su servicio dos de los tres navíos que tenía disponibles para descubrir; se comprometió por escrito a que no tomaría represalias contra ninguno; nombró de nuevo alcalde mayor a Francisco Roldán olvidando lo pasado y asegurando así su cumplimiento; les dio tierras, indios y sueldos.

En el otoño de 1499, sobrevino al fin el acuerdo de paz entre Colón y Roldán. Como consecuencia, algunos de los alzados fueron distribuidos en el Bonao, otros en la Vega Real, y hasta en Santiago, pero la mayoría lo hizo en Jaraguá. Los que optaron por esta provincia se desperdigaron por los pueblos de indios de Jaraguá, casando con las hijas de los caciques, lo que les facultó a ejercer de caciques blancos.

Al mismo tiempo, mientras velaba por los beneficios de sus partidarios, Francisco Roldán consiguió para su hacienda personal cuanto quiso del almirante, porque este “no le osaba negar nada”. Le fueron reconocidas tierras y una hacienda cerca de La Isabela, en el cacicazgo del Bauruco, “porque dijo que antes que se levantasen eran suyas”. Igualmente consiguió otra estancia llamada “La Esperanza”, que había sido hecha en nombre del Rey.

A pesar del acuerdo, Colón quería informar a los Reyes sobre este alzamiento y sus consecuencias escribiéndoles por octubre de 1499 una carta que llevaron a Castilla Miguel Ballester y García Barrantes.

Además, se había abierto un proceso y ahí estaban las informaciones. En parecidos términos y quizá con algún temor, pensó Francisco Roldán, el cual envió también a sus propios mensajeros a informar a la corte. Con fecha 10 de octubre de 1499, Roldán enviaba una carta al cardenal Cisneros desde Santo Domingo dando su particular versión de los hechos y sobre todo justificando su proceder. Si contra alguien va esta carta es contra el adelantado Bartolomé Colón, de quien dice todo lo negativo y ni una sola cosa positiva, como el demostrado arrojo y valentía que puso en práctica en no pocas ocasiones.

Entre septiembre y octubre de 1499, después de hechas las paces y actuando ya de común acuerdo con el almirante, Roldán fue repuesto como alcalde de La Española y tuvo a partir de entonces una actuación importante contra Alonso de Ojeda y en defensa de la autoridad del virrey. El 5 de septiembre de 1499, arribó al puerto de Yáquimo, a la entrada de Jaraguá, una flota que mandaba Alonso de Ojeda, llevando como piloto a Juan de la Cosa, y que venía de recorrer parte de la costa norte de Venezuela. El mismo Ojeda dice que su intención era reparar sus embarcaciones y conseguir alimentos para el viaje de regreso a la Península.

Pero, Colón desconfiaba y mandó a su lugarteniente Rodrigo Pérez que le abriera un proceso. Corrían rumores de que ese viaje podía alimentar nuevas revueltas. Incluso, se le acusó de que quería cargar palo brasil en contra de las disposiciones colombinas a favor de la Hacienda Real.

El 29 de septiembre de 1499, Roldán fue enviado por el almirante para conocer las verdaderas intenciones de Ojeda. El alcalde desembarcó de noche cerca de los navíos de aquel con el fin de conocer sus fuerzas reales. Después de entrevistarse, Ojeda se mostró dispuesto a aclarar cualquier malentendido y Juan de la Cosa le enseñó un mapa con lo descubierto. Incluso, le comunicaron que deseaban visitar al almirante para informarle de cosas que le importaban (es probable que Ojeda, protegido de Fonseca, ya conociera la decisión de los reyes de destituir al virrey). Con este resultado, Francisco Roldán regresó a informar a Colón.

La siguiente actuación de Ojeda provocó más suspicacias y algunos enfrentamientos serios. Este, no sólo no marchó a Santo Domingo, sino que recorrió la costa de Jaraguá hacia el este, consiguió algunos partidarios que le ayudaron a calafatear su navío y hubo un enfrentamiento con algunos partidarios del almirante que ocasionó varios heridos y un muerto.

La actuación de Roldán, después de ver que se había atraído a algunos de los revoltosos de antaño y considerar la posibilidad de conflicto, fue ya de fuerza contra Ojeda. En las escaramuzas llevadas a cabo, ambos consiguieron prisioneros de uno y otro bando.

Para resolver el enfrentamiento, decidieron devolverse los prisioneros pensando en la concordia. Inmediatamente, el alcalde de la isla Francisco Roldán hizo todo lo posible por facilitar el aprovisionamiento de la flota de Ojeda con el fin de que este abandonase la isla lo antes posible, lo que sucedió en noviembre de 1499 siguiendo por la costa de Cuba rumbo a España.

Resuelto el problema de Ojeda, sobrevino otro que también llenó de malestar la isla Española. Un tal Fernando de Guevara, que había llegado con Ojeda, se separó de él uniéndose a Roldán y ayudándole a vencer a Ojeda. Al quedarse en la isla, le pidió tierras y el alcalde Roldán le ofreció unas muy cerca del Cotuy, junto a las que tenía allí su primo Adrián de Múxica.

De camino a sus tierras, se detuvo en la casa de la cacica Anacaona, enamorándose de su hija Higueymota, con la que en otro tiempo también debió tener algo el mismo Roldán. Ante esta novedad, el alcalde, muy contrariado, conminó a Guevara a que se marchase a sus tierras y dejase a la india. Los testigos coinciden en que fue entonces cuando Guevara, conjurándose con otros, proyectó dar muerte a Roldán, quien con suma diligencia, rapidez y eficacia prendió a Guevara y a siete de los conjurados. Para aplicar la justicia se los envió al almirante, el cual los puso presos en la fortaleza de Santo Domingo. Enterado Adrián de Múxica de la prisión de su primo, levantó en armas a sus partidarios con el fin de liberarlo, y al mismo tiempo se propuso “matar a Francisco Roldán y al almirante”.

La muerte de Múxica se retrasó, pues en varias ocasiones reclamó un confesor con el que enmudecía llegada la hora de la confesión. Al final, fue arrojado desde las almenas de la cárcel. Los cronistas no se ponen de acuerdo sobre quién dio la orden, si el almirante o el alcalde Roldán. Guevara y los otros conjurados quedaron encerrados en un pozo en espera de ser ahorcados, hasta que llegó Bobadilla que lo impidió.

No terminaron los problemas aquí, porque en el verano de 1500, llegaba de su descubrimiento “Vicente Yañez Pinzón con cuatro carabelas; hobo alboroto y sospecha, mas no daño”, cuenta el mismo almirante en la carta al Ama.

Con la llegada del juez pesquisidor, Francisco de Bobadilla, del 23 de agosto de 1500, Francisco Roldán se hallaba con el adelantado en Jaraguá, mientras el menor de los Colón residía en Santo Domingo y el almirante cabalgaba por la Vega Real poniendo un poco de paz. A partir de estos momentos sabemos muy poco de las actuaciones de Roldán. Conocemos, eso sí, que Bobadilla le escribió a Jaraguá, lo que no hizo con el almirante. Se sabe también que no lo trató mal, ni le pidió cuentas por sus actuaciones pasadas.

Las Casas lo dice claramente: “A Francisco Roldán, autor de todos los alborotos y levantamientos pasados, y a don Hernando de Guevara, que ahora se había alzado, y a los demás que estaban para ahorcar, no supe que penase ni castigase en nada, los cuales yo vide pocos días después desto, que yo a esta isla vine, sanos y salvos, y harto más que el Almirante y sus hermanos prosperados”.

Francisco Roldán presenció la llegada de frey Nicolás de Ovando y su imponente flota de tripulantes con el deseo de poblar de nuevo. Vivió los desastres de una masa de castellanos desembarcados en la Isla teniéndose que adaptar a las nuevas condiciones del trópico. Por gusto o por obligación Roldán tuvo que regresar a Castilla en la flota que traía a Bobadilla.

A primeros de julio de 1502, unos veinticinco navíos fueron destrozados cerca del paso de la Mona con más de quinientas víctimas. Las Casas nos lo describe así: “Embarcóse el comendador Bobadilla y Francisco Roldán el alzado, con otros de su ralea, que tantos daños y escándalos habían causado y hecho en esta isla; embarcáronse estos y mucha otra gente en la nao capitana, que era de las mejores de toda la flota, donde iba Antonio de Torres, el hermano del Ama del Príncipe, por capitán general [...] Allí hobo fin el comendador Bobadilla, que envió en grillos presos al Almirante y a sus hermanos; allí se ahogó Francisco Roldán y otros que fueron sus secuaces, rebelándose y que a las gentes desta isla tanto vejaron y fatigaron”.

 

Bibl.: A. Ballesteros Beretta, Cristóbal Colón y el Descubrimiento de América, Barcelona-Buenos Aires, Salvat Editores, 1945, 2. vols.; E. Morison, Cristóbal Colón. El Almirante de la Mar Océano, Buenos Aires, Hachette, 1945; J. Pérez de Tudela, Las Armadas de Indias y los orígenes de la política de colonización (1492-1505), Madrid, 1956 (en Revista de Indias [Madrid], años XIV y XV, n.os 57-58, 59, 60 y 61-62); B. de Las Casas, Historia de las Indias, ed. de J. Pérez de Tudela, Madrid, BAE, 1957; G. Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, ed. y estud. prelim. de J. Pérez de Tudela, Madrid, BAE, 1959, 5 vols.; F. Moya Pons, La Española en el siglo XVI, 1493-1520, Santiago, República Dominicana, Universidad Católica Madre y Maestra, 1978; V. Vega, Los cacicazgos de la Hispaniola, Santo Domingo, Museo del Hombre Dominicano, 1980; C. Varela, Cristóbal Colón. Textos y documentos completos, Madrid, Alianza Editorial, 1982; H. Colón, Historia Del Almirante, ed. de L. Arranz, Madrid, Historia 16, 1984; C. O. Sauer, Descubrimiento y dominación española del Caribe, México, Fondo de Cultura Económica, 1984; P. M. de Anglería, Décadas del Nuevo Mundo, Madrid, Ediciones Polifemo, 1989; L. Arranz Márquez, Repartimientos y Encomiendas en la Isla Española. El Repartimiento de Alburquerque de 1514, Madrid, Fundación García Arévalo, 1991; Colecc ión Documental Del Descubrimiento (1470-1506), ed. de J. Pérez de Tudela, C. Seco, R. Ezquerra y E. López Oto, Madrid, Real Academia de la Historia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Fundación Mapfre, 1994; L. Arranz Márquez, Cristóbal Colón. Misterio y grandeza, Madrid, Marcial Pons, 2006.

 

Luis Arranz Márquez