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Vicente Rojo Lluch

Biografía

Rojo Lluch, Vicente. Fuente la Higuera (Valencia), 8.X.1894 – Madrid, 15.VI.1966. Teniente general, jefe del Estado Mayor Central del Ministerio de Defensa Nacional durante la Guerra Civil, placa laureada de Madrid.

Hijo póstumo de Isaac Rojo González, 2.º teniente de Infantería de la Escala de Reserva, y de Dolores Lluch y Doménech. Al morir el padre, aquejado de una enfermedad infecciosa contraída en Cuba, la viuda y sus siete hijos quedaron en situación económica muy precaria, por lo que en 1901 los dos varones, Francisco y Vicente, respectivamente de diez y de siete años de edad, fueron internados en el Colegio de María Cristina para Huérfanos de Oficiales de Infantería, establecido en Toledo. Terminados los estudios primarios, Francisco abandonó el colegio y Vicente continuó cursando el bachillerato y preparó la oposición de ingreso en la Academia de Infantería. En esa época, una grave enfermedad le afectó gravemente la visión, viéndose obligado de por vida a utilizar unas gruesas lentes. También, cuando tenía trece años falleció su madre, a cuyo entierro no pudo asistir.

El 9 de agosto de 1911, tras superar con muy buena calificación la citada oposición, fue nombrado alumno de la XVIII Promoción de la Academia de Infantería, de la que también formaban parte Emilio Alamán Ortega, Carlos Asensio Cabanillas, Luis Barceló Jover, Ramón Franco Bahamonde, Blas Piñar Arnedo y Juan Bautista Sánchez González.

El 27 de junio de 1914, tras obtener de nuevo excelentes calificaciones en sus estudios, fue promovido a 2.º teniente, con el 4.º puesto de una promoción de 390 alumnos, siendo destinado al Regimiento de Infantería Vergara n.º 57, de guarnición en Barcelona, donde residía su hermano Francisco. En diciembre, descontento con la rutinaria vida de guarnición, solicitó incorporarse al Ejército de Operaciones del Protectorado de Marruecos, llegando a Ceuta a primeros de enero de 1915 y quedando en comisión de servicios en el Regimiento de Infantería Córdoba n.º 10. En febrero, fue destinado al Batallón de Cazadores de Arapiles n.º 9, con el que participó en diversas operaciones contra las cabilas que hostigaban las comunicaciones entre Ceuta y Tetuán. En este destino, comenzó a manifestarse su vocación docente, al prestarse a preparar para el ascenso a cabo a los soldados de su unidad. El 27 de junio de 1917 ascendió a 1.er teniente por antigüedad. Confirmado en su anterior destino, continuó combatiendo en la misma zona hasta que, en octubre, pasó destinado al Grupo de Fuerzas Regulares Indígenas de Ceuta n.º 3, que entonces mandaba el coronel Sanjurjo, a cuyas órdenes participó en diversas acciones ofensivas y defensivas en las inmediaciones de la citada ciudad y donde volvió a encargarse de la academia de cabos.

Tras permanecer dos años en Marruecos, solicitó reincorporarse al Regimiento Vergara n.º 57, llegando a primeros de julio de 1919 a Barcelona, en aquellos momentos en estado de guerra a causa de la huelga general declarada por la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), violentamente reprimida por el capitán general Joaquín Miláns del Bosch. En febrero de 1920, apenas levantado el estado de guerra, ascendió a capitán por antigüedad, pasando a la situación de disponible forzoso en Madrid, donde el 20 de abril, pocos días después de haber sido destinado al Batallón de Cazadores de Alfonso XII n.º 15, de guarnición en Vic, contrajo matrimonio con Teresa Fernández Muñoz, hija de un militar a la que había conocido en Ceuta y con la que tuvo siete hijos. En Vic volvió a hacerse cargo de la academia de cabos y sargentos durante los dos años que permaneció allí.

El 20 de abril de 1922 su vocación docente se colmó con el destino a la Academia de Infantería, ubicada en el Alcázar de Toledo y de la que era jefe de Estudios y posteriormente director el coronel Mariano Gamir Ulibarri. Durante los diez años que fue profesor de este centro de enseñanza impartió diversas asignaturas de carácter técnico y profesional de 2.º y 3.er curso, y fue elegido en numerosas ocasiones miembro del tribunal de oposiciones de ingreso, así como secretario de Estudios y vocal de la Junta Facultativa.

En 1927, al reorganizarse la enseñanza superior militar y crearse la Academia General Militar de Zaragoza, formó parte de la comisión encargada de acoplar el plan de estudios de la Academia de Infantería a la citada reorganización y de redactar los manuales requeridos a consecuencia de ella.

En 1928, junto con otro profesor de la Academia, su compañero de promoción el capitán Emilio Alamán, decidió crear la Colección Bibliográfica Militar, un ambicioso proyecto de carácter personal e inicialmente sin apoyo económico alguno por parte del Ejército, que pretendía elevar la cultura profesional de los militares españoles para que pudieran ejercer con mayor eficacia las funciones del mando. Rojo y Alamán asumieron, con la única ayuda de sus esposas e hijos, la ímproba tarea de maquetar, editar, publicar y distribuir, mes a mes y durante casi nueve años, hasta julio de 1936, los 95 tomos que integran la citada Colección, los cuales incluyeron un total de 107 obras, inéditas en su mayoría y muchas de ellas relacionadas con las enseñanzas de la Gran Guerra, de las que 78 eran de autor español y 29 de otras nacionalidades. El primer volumen de la Colección se imprimió en septiembre de 1928 y, como todos los demás, fue remitido por correo postal a los cerca de 2.000 suscriptores que llegaría a haber. En diciembre de 1935, tras varias e infructuosas gestiones con Primo de Rivera y con Azaña, Gil Robles reconoció la utilidad de la ya longeva Colección y le concedió una subvención de 5.000 pesetas anuales, que vinieron a sumarse a los pingües beneficios que ya venía proporcionando la exitosa empresa editorial a sus promotores, que llegaron a doblar su sueldo con las ganancias.

Volviendo a la trayectoria profesional de Rojo, en 1929, a consecuencia de la antes citada reorganización de la enseñanza superior militar, fue confirmado como profesor de la Academia Especial de Infantería, haciéndose cargo de las mismas asignaturas que venía impartiendo y también de las de Geografía Militar de España e Historia Militar. El 26 de abril de 1931 prometió por su honor ser leal a la recién proclamada República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas, promesa a la que se mantendría fiel en julio de 1936. Y en julio de 1931 fue confirmado como profesor de la Academia de Infantería, Caballería e Intendencia, con sede en el Alcázar de Toledo, conforme a lo decretado por Azaña tras la disolución de la Academia General Militar, en cuyo renovado plan de estudios se hizo cargo de las asignaturas de Organización del Ejército y de la Marina de Guerra, Estrategia y Logística.

A comienzos de 1932, enfrentado con el director de la Academia por haber tratado injustamente a un alumno y beneficiado a otro, consideró necesario partir de Toledo. Por ello, al acabar el curso, se presentó a la oposición de ingreso en la Escuela Superior de Guerra para obtener el diploma de Estado Mayor. En abril de 1936, tras superar brillantemente el plan de estudios y los preceptivos periodos de prácticas en grandes unidades, cuyos jefes le conceptuaron como distinguidísimo, laborioso y competente, el Ministerio de la Guerra le reconoció la aptitud para desempeñar destinos del Servicio de Estado Mayor. Simultáneamente, le correspondió el ascenso por antigüedad al empleo de comandante y fue destinado al Estado Mayor de la XVI Brigada de Infantería, por lo que hubo de trasladarse a León. Al haber dejado a su familia en Madrid, en junio logró ser nombrado ayudante de campo de un general destinado en el Estado Mayor Central (EMC).

En marzo de 1936, un mes antes de diplomarse, conscientes sus compañeros de su conservadurismo y religiosidad, le instaron a unirse a la conspiración que se estaba fraguando para derrocar al gobierno presidido por Azaña, salido de las elecciones que habían dado el triunfo a la coalición del Frente Popular en febrero. Rojo se opuso, argumentando que sería un error tomar una senda que dividiría al Ejército y lo enfrentaría con buena parte de la sociedad. Al ser tachado de izquierdista, replicó que él solo se consideraba militar y, al intentar convencerle de que solo se pretendía poner coto al desorden, contestó con rotundidad: «La ley es el orden».

No es extraño, por tanto, que no se sorprendiera cuando el 17 de julio se conoció en el EMC que las unidades del Protectorado se habían alzado en armas. Leal a la promesa prestada en 1931, se puso a disposición del jefe del EMC, quien el día 20 le ordenó incorporarse a la 2.ª Sección (Información). Cuatro días después, el teniente coronel Hernández Saravia, que en aquel caos actuaba de facto como ministro de la Guerra, echó mano de él para que se constituyera en jefe de Estado Mayor de una de las columnas de milicianos destacadas en Somosierra para hacer frente a las rebeldes procedentes de Burgos. Su principal tarea durante el mes que pasó en aquella zona fue intentar que los indisciplinados y bisoños hombres puestos bajo su mando superasen la desconfianza que sentían hacia los militares profesionales, lo que aparentemente logró.

El 28 de agosto, Hernández Saravia, nombrado ministro de la Guerra por Giral, le reincorporó al EMC, puesto en el que permanecía cuando el 3 de septiembre Azaña puso el gobierno en manos de Largo Caballero. Este, a instancias del teniente coronel Barceló ¾jefe de las milicias cenetistas que infructuosamente asediaban el Alcázar de Toledo desde hacía más de un mes, compañero de promoción de Rojo y perfecto conocedor de su trayectoria¾, le encomendó la tarea de conminar a Moscardó a capitular o a permitir la salida de los cientos de mujeres y niños allí enclaustrados. El día 8 por la tarde Rojo partió hacia Toledo, donde asistió a una tumultuaria reunión con los cenetistas para redactar la nota que debía entregar. A la mañana siguiente, Moscardó autorizó su entrada, dio lectura a la nota, a la que respondió negativamente, y se entabló una cordial conversación con quienes habían sido sus compañeros durante diez años. Dos de ellos, los comandantes Emilio Alamán y Manuel Tuero, le rogaron que intercediera por sus esposas, encarceladas en Toledo, y Moscardó le pidió que se les enviara un sacerdote. Barceló, muy sorprendido al verle regresar, trasladó ambos encargos al ministro, quien autorizó la entrada del sacerdote y ordenó liberar a las esposas, que fueron conducidas con sus hijos al domicilio madrileño de Rojo al día siguiente.

Este episodio confirmó que Rojo era totalmente leal a la República, por lo que el teniente coronel Manuel Estrada, a quien Largo había nombrado jefe del EMC, le ascendió a teniente coronel y le puso al frente del Estado Mayor de las columnas que, al mando del general Asensio Torrado, intentaban infructuosamente impedir que legionarios y regulares ocuparan Illescas. Al aproximarse el enemigo a Madrid, Asensio, nombrado subsecretario del Ministerio de la Guerra, le confió la Sección de Organización y Movilización, puesto que desempeñaba cuando el gobierno se trasladó a Valencia el 6 de noviembre y la defensa de la capital quedó en manos de Miaja, con orden expresa de nombrar a Rojo jefe de Estado Mayor de las fuerzas encargadas de su defensa.

Al anochecer del día 7, cayó accidentalmente en manos de Miaja la orden de operaciones del enemigo y Rojo, mediante un eficaz despliegue de las escasas fuerzas disponibles, logró detener la contundente acción ofensiva prevista para la mañana siguiente por el sector de la Casa de Campo. Durante los siguientes quince días, Madrid resistió contra todo pronóstico los reiterados embates de las tropas franquistas gracias a la labor realizada por el Estado Mayor dirigido por Rojo y el esfuerzo y valor de unos hombres que iban transformándose en soldados.

Al verse obligado Franco a renunciar a tomar Madrid mediante un ataque frontal, puso en marcha tres sucesivas operaciones de envolvimiento al mismo objeto. La primera por el noroeste entre diciembre de 1936 y enero de 1937 (batalla de la carretera de La Coruña); la segunda por el sudeste en febrero (batalla del Jarama), y la tercera por el noreste en marzo (batalla de Guadalajara). El papel de Rojo, recompensado con el ascenso a coronel por méritos de guerra, fue determinante en los tres casos para evitar que la capital cayera en manos de los rebeldes: creación y encuadramiento de las milicias en brigadas mixtas, selección de sus mandos, despliegue y apoyo logístico de las unidades, fortificación, comunicaciones, etc.

Esta sucesión de fracasos obligó a Franco a cambiar de estrategia: Madrid quedó relegado en sus planes y trasladó el teatro de operaciones a la cornisa cantábrica. A partir de ese momento, Rojo comenzó a planificar sucesivas operaciones de distracción con las unidades que guarnecían la capital con el objetivo de atraer parte o la totalidad de la masa de maniobra que progresaba victoriosamente a orillas del Cantábrico. La planificación de cada una de ellas fue teórica y doctrinalmente modélica, pero todas se saldaron con rotundas derrotas, pues los recursos humanos puestos en liza carecían de la formación necesaria para implementar con éxito la idea de maniobra plasmada en la orden de operaciones, a menudo demasiado compleja desde el punto de vista táctico, y el balance de medios era netamente inferior al del adversario. Por otra parte, la capacidad logística de este para movilizar y desplazar unidades, sin necesidad de echar mano del núcleo de su principal masa de maniobra, le permitió lanzar contundentes contraataques que desbarataron las inicialmente brillantes ofensivas republicanas.

La primera de las citadas operaciones de distracción se desarrolló en la Casa de Campo en abril de 1937 con el objetivo de detraer fuerzas de Vizcaya. La segunda, a finales de mayo en Huesca y en La Granja de San Ildefonso, cuando las Brigadas Navarras estaban a punto de romper el Cinturón de Hierro de Bilbao. La tercera, a primeros de julio para impedir la pérdida de Cantabria: una compleja operación de envolvimiento de las fuerzas rebeldes que asediaban Madrid que ha pasado a la historia con el nombre de batalla de Brunete, complementada con sendas acciones secundarias en Extremadura y Aragón. Y la cuarta, la más ambiciosa de todas y llamada después por los franquistas batalla de Belchite, a finales de agosto con la mirada puesta en evitar la invasión de Asturias y el objetivo de recuperar Zaragoza mediante tres acciones convergentes desde el norte, desde el este y desde el sur.

La planificación de la operación de la Casa de Campo fue todavía diseñada por Rojo en su condición de jefe de Estado Mayor del Ejército del Centro, mandado por Miaja. Sin embargo, las otras tres eran ya obra del jefe del EMC, es decir, la cúspide militar de la República, cargo al que le había catapultado Indalecio Prieto, nombrado ministro de Defensa Nacional cuando, a mediados de mayo, Azaña depuso a Largo Caballero y le sustituyó por Negrín en la Presidencia del Consejo de Ministros.

Su nombramiento como jefe del EMC, aparte del obligado traslado de su despacho a Valencia y la instalación de su familia en una casa de campo al norte de Sagunto, le puso bajo la dependencia directa de Prieto, responsable último de la conducción de la guerra, y le situó en el centro de los conflictos que enfrentaban a los miembros del gobierno. Muy celoso Prieto de sus atribuciones, relegó a Rojo a una función meramente asesora, sin intervención alguna en el mando de las unidades. En sus memorias, se queja de que sus concienzudos informes fueran frecuentemente desestimados, y se lamentaba de la oposición de Prieto a declarar el estado de guerra y de su afición a tomar decisiones demagógicas, contradictorias y poco congruentes.

Ante el revés de Belchite y la consecuente pérdida de Asturias, que ponía término a la campaña del Norte, Rojo solicitó ser relevado. Ni Negrín ni Prieto estaban dispuestos a prescindir de él y no solo le confirmaron en su cargo sino que le recompensaron con el ascenso a general.

En noviembre, una vez liquidada la campaña del Norte, Franco se dispuso a lanzar su muy considerable masa de maniobra contra Madrid, en lugar de hacerlo contra Cataluña como creía Rojo, quien propuso poner en marcha el llamado Plan P de Largo Caballero, consistente en actuar en Extremadura para dividir en dos el territorio rebelde. Al confirmarse que el ejército franquista estaba desplegando al sur de Soria, Rojo optó por emprender una operación de alcance limitado en Teruel, mientras se aprestaban las tropas necesarias para poner en marcha el Plan P. Su propuesta fue aceptada por el Consejo de Guerra, a consecuencia de lo cual la guerra se trasladó definitivamente a la vertiente mediterránea desde finales de diciembre. Ante la humillación que supuso la pérdida de la primera capital de provincia, Franco, obsesionado por la territorialidad, renunció a sus planes y volcó todo su potencial en Teruel. Tras algunos reveses iniciales, ocasionados en parte por las adversas condiciones climáticas, sus tropas realizaron una amplia maniobra de envolvimiento, que ha pasado a la historia con el nombre de batalla del Alfambra, y lograron recuperar Teruel a finales de febrero de 1938. Rojo, convertido en una celebridad tras la toma de la ciudad y recompensado con la placa laureada de Madrid, la mayor condecoración concedida por la República, volvió a presentar la dimisión tras su caída, que Negrín rechazó diciéndole que confiaba plenamente en su criterio, rigor profesional y sentido del deber y comprometiéndose a resolver con prontitud las carencias de todo orden que el jefe del EMC le venía planteando a Prieto en el orden militar.

Franco, no obstante, actuó mucho más expeditivamente y se apresuró a explotar el éxito alcanzado en Teruel mediante una colosal operación ofensiva en el amplísimo frente aragonés, por el norte y por el sur del Ebro. El empuje y decisión de sus bien mandadas y pertrechadas tropas barrieron al «esqueleto de ejército» que, en palabras de Rojo, defendía aquel frente. El resultado final de la ofensiva fue que, en apenas dos meses, los franquistas se pusieron a orillas del Mediterráneo y a las puertas de Cataluña, resultando escindido el territorio leal a la República.

Tras la pérdida del Norte y la de Aragón, la guerra había quedado sentenciada y todo lo que vino después estuvo dirigido a intentar resistir a toda costa hasta que las democracias europeas se decidieran a poner coto a los desmanes de Hitler. La primera postura era preconizada por el desmoralizado Prieto, por el cada vez más distante Azaña, por los republicanos, por los socialistas y por los nacionalistas vascos y catalanes; la segunda, solo por Negrín y por los comunistas, con el pleno respaldo de Rojo, que aplaudió el cese de Prieto y que Negrín asumiese la cartera de Defensa Nacional.

De nuevo contra todo pronóstico, Franco decidió no penetrar en la desguarnecida Cataluña y ordenó a sus tropas encaminarse hacia Valencia. El abrupto terreno del Maestrazgo y la colosal obra defensiva erigida en las sierras de Javalambre y de Almenara impidieron que las mismas unidades que habían avanzado victoriosa y rápidamente por Aragón se aproximaran a su objetivo. Y mientras tanto, en Cataluña, Rojo logró que renacieran de sus cenizas los restos del desmoralizado ejército derrotado en Aragón y planificó una audaz y sofisticada operación de cruce de río para atacar de revés al que avanzaba hacia Valencia.

La después llamada batalla del Ebro, de patentes connotaciones políticas ¾reunificar la zona republicana y demostrar a Europa que la República no estaba vencida¾, se inició el 25 de julio de 1938 de forma tan brillante como la de Brunete y se saldó con una derrota similar a la de Teruel. En su compulsiva obsesión por no aceptar pérdidas territoriales, Franco detuvo la ofensiva sobre Valencia y trasladó su masa de maniobra, junto con toda su potente artillería y aviación, al sector de Gandesa al objeto de recuperar una pequeña zona de terreno carente de valor estratégico. A lo largo de cien días se libraron allí cruentos combates hasta lograr la casi total destrucción de las unidades que habían cruzado el Ebro, que volvieron a traspasarlo en sentido contrario a mediados de noviembre, desmoralizadas y carentes de cualquier capacidad de reacción.

Y Franco se dispuso a invadir Cataluña. Para evitarlo, Rojo ordenó a las tropas de Modesto defender a ultranza las líneas fortificadas que estaban en vías de construcción en Cataluña y concibió una operación de gran alcance estratégico y propagandístico, cuyo principal componente era la definitiva puesta en marcha del tan traído y llevado Plan P. Como paso previo, se realizaría un desembarco en Motril para fijar las unidades del frente andaluz, un ataque en Peñarroya para atraer reservas del extremeño y otro en Brunete para impedir el envío de refuerzos desde Madrid a Mérida. El desembarco no llegó a realizarse por la oposición de Miaja y del jefe de la flota. En Peñarroya se logró romper el frente, pero Queipo de Llano logró estrangular la línea de ruptura y embolsar a los atacantes. Y la ofensiva contra Brunete se frustró al haberse filtrado al enemigo la orden de operaciones.

En la Navidad de 1938, las tropas franquistas rompieron el frente catalán por diversos sectores y, sin encontrar apenas resistencia, entraron en Barcelona a finales de enero y se posicionaron en la frontera francesa a comienzos de febrero de 1939. Solo unos días antes se decidió por fin Negrín a declarar el estado de guerra. Los más de 200.000 soldados que no habían sido capaces de detener al adversario, pero que tampoco estaban dispuestos a rendirse, junto con otros tantos civiles presos de pánico, se amontonaron en los pasos fronterizos. Aquella avalancha cogió por sorpresa al gobierno francés, cuyas previsiones eran que Negrín capitulara. Como primera medida, alrededor de 170.000 mujeres, niños y hombres de avanzada edad fueron embarcados en trenes y dispersados por distintos departamentos, y unos 45.000 hombres en edad militar, internados en un campo de concentración improvisado en la playa de Argelés, distante 30 kilómetros de la frontera. Seguidamente, el general Fagalde, jefe de la 16.ª Región Militar, entró en contacto con Rojo para coordinar el plan de evacuación de las tropas. Convencido este de que el gobierno francés conduciría a los combatientes a Marsella para trasladarlos por mar a la zona que aún permanecía bajo control republicano, dispuso que cada división cruzase la frontera en perfecta formación con sus jefes a la cabeza. Sin embargo, las órdenes de Fagalde eran muy distintas y, bajo la supervisión de la Gendarmería, las unidades fueron desarticuladas y desarmadas al entrar en Francia. Desaparecido cualquier atisbo de organización jerárquica, mandos y soldados, bajo la estrecha vigilancia de unos 50.000 soldados senegaleses, fueron siendo hacinados a la intemperie en campos de concentración improvisados: dos en playas cercanas al paso de La Junquera y nueve en collados pirenaicos al norte de Puigcerdá.

Simultáneamente, los presidentes de la República y de las Cortes, Azaña y Martínez Barrio, y los de Euskadi y Cataluña, Aguirre y Companys, cruzaron también la frontera y se dirigieron a París. Tras despedir a la comitiva presidencial, Negrín reunió a la cúpula militar en Agullana. Rojo, en la línea de Azaña, encabezó el grupo mayoritario que daba la guerra por perdida y consideraba llegada la hora de capitular. Modesto, en cambio, se mostró partidario de continuar la lucha en la zona central. Negrín se alineó con Modesto y cerró la reunión ordenando el traslado de las tropas que estaban internándose en Francia a Cartagena y Valencia. Seguidamente, convocó un Consejo de Ministros en Toulouse, en el que, tras exponer Rojo la situación de forma bastante edulcorada, anunció su intención de continuar combatiendo y regresó a España.

A Rojo, en cambio, le recomendó permanecer al lado de sus tropas en Francia, al objeto de socorrerlas económicamente e intentar mejorar sus condiciones de vida en los inhóspitos e improvisados campos de concentración. Acompañado por Jurado, se trasladó a París para instar al embajador de España que mediara con el gobierno francés para resolver los problemas que afectaban a los concentrados. En la Embajada coincidió con Azaña, a quien informó de que consideraba inútil continuar la lucha y de que era partidario de negociar una capitulación honrosa. De regreso en Perpiñán, siguió porfiando por mejorar la situación de las tropas y quejándose reiterada y amargamente ante Negrín del total abandono en que se encontraban. Sus cartas, a veces excesivamente duras y cáusticas, terminaron enfrentándole con el presidente del gobierno y con la mayor parte de la clase política, incluido Azaña.

El 3 de marzo, tras la dimisión del presidente de la República, su sucesor, Martínez Barrios, entregó en mano a Rojo un telegrama de Negrín en el que le ordenaba regresar a España. Dos días después, cuando ya se preparaba para partir, la toma del poder por Casado y la marcha hacia el exilio de Negrín a consecuencia de ello, impidieron el viaje. El 11, Azaña, con el preceptivo refrendo de Negrín, le ascendió a teniente general, empleo restaurado en octubre de 1938, y el 12, el mismo día que apareció en la Gaceta de Madrid su ascenso, se puso en contacto con Miaja y con Matallana para ofrecer sus servicios y trasladarse a España si consideraban su presencia necesaria o conveniente, pero no recibió respuesta alguna.

Una vez acabada la guerra, se estableció con su familia en Vernet-les-Bains una pequeña localidad al oeste de Perpiñán, en donde redactó ¡Alerta los pueblos de España!, un lúcido análisis de la debacle republicana en Cataluña, y comenzó a hacer gestiones para embarcar hacia Buenos Aires, donde residía la hermana de su suegra, perteneciente a la comunidad religiosa que atendía el sanatorio Calcagno. A finales de julio, tras escribir a Negrín para despedirse y enviarle una meticulosa liquidación de los fondos que le había confiado para atender a las necesidades de los oficiales exiliados, viajó a París junto con su mujer y seis de sus hijos y el 11 de agosto zarparon de Cherburgo en el paquebote británico Alcántara, en el que también viajaba Ortega y Gasset.

El día 29 arribaron a Buenos Aires. Inicialmente, las monjas les acomodaron en el sanatorio y pronto alquilaron un modesto apartamento en el barrio de La Floresta. El estallido de la Segunda Guerra Mundial vino en su ayuda y despejó el negro panorama económico de la familia, pues dio pie a que el director del diario Crítica, uno de los más leídos en Buenos Aires, contratara al afamado general para que comentara la evolución del conflicto que asolaba Europa. Desde el 4 de septiembre de 1939 al 22 de enero de 1943 y a través de 527 artículos, Rojo informó a los argentinos de lo que estaba sucediendo al otro lado del Atlántico, con todo lujo de detalles sobre aspectos geográficos, históricos, militares, etc. Pronto también fue invitado para pronunciar conferencias en diversas ciudades argentinas, uruguayas y bolivianas para hablar de la guerra española y de la mundial, lo que fue otra importante fuente de ingresos para la familia, a la que en el verano de 1941 se había incorporado su hijo Francisco, a quien no veían desde 1936 por encontrarse de vacaciones en Galicia al producirse el golpe de Estado.

Unos meses antes, en abril, un grupo de exiliados bonaerenses, entre los que se encontraban los generales Rojo y Jurado y el escritor Francisco Ayala, decidió fundar una revista mensual con el objetivo de intentar aglutinar a los republicanos españoles, a menudo enfrentados y muy divididos en facciones. En Pensamiento Español, nombre dado a la revista codirigida por Rojo, dos políticos gallegos y uno catalán, escribieron Rafael Alberti, Alejandro Casona, Juan Ramón Jiménez e incluso Negrín, reconciliado ya con su antiguo jefe de Estado Mayor. Durante este periodo también escribió España Heroica, con sus recuerdos de algunos episodios de la Guerra Civil. En mayo de 1942, debido a los ataques recibidos de la prensa nacionalista vasca por su defensa de la nación española tal como la concebían los militares, Jurado y Rojo abandonaron la revista.

Harto de disputas y cada vez más aislado, recibió alborozado la oferta que le hizo el gobierno boliviano para dirigir la cátedra de Historia Militar y Arte de la Guerra en la Escuela de Comando y Estado Mayor, ubicada en Cochabamba, la tercera ciudad más poblada de Bolivia y a unos 200 kilómetros de La Paz. En enero de 1943 la familia partió de Buenos Aires y permaneció allí durante catorce años; allí se casaron sus hijos, allí nacieron sus nietos y allí escribió buena parte de sus libros, entre ellos Tríptico de la guerra, sin duda su obra más ambiciosa desde el punto de vista teórico, publicada en La Paz en 1953, y el amargo alegato titulado Momento español, todavía inédito y conservado entre los miles de documentos depositados por su familia en el Archivo Histórico Nacional.

En octubre de 1955, agravado el enfisema pulmonar que le producía su adicción al tabaco y tras debatirlo mucho consigo mismo, el general Rojo solicitó al embajador de España en Bolivia el preceptivo visado para regresar a Madrid. Al recibir la callada por respuesta, un año después se dirigió directamente a Martín Artajo, ministro de Asuntos Exteriores. La gestión tampoco tuvo éxito y, a comienzos de 1957, un hermano de su mujer expuso su situación a Muñoz Grandes, por entonces todavía ministro del Ejército. Su intercesión, junto con las procedentes del gobierno boliviano y del obispo de Cochabamba, tuvo éxito y el 1 de marzo, previo acuerdo favorable del Consejo de Ministros, la Embajada expidió el visado para él y su familia.

Aquel mismo mes, el general, su mujer y la menor de sus hijas embarcaron en Buenos Aires con destino a Barcelona. Apenas instalados en el domicilio madrileño de su suegro, el coronel Enrique Eymar, titular del Juzgado Militar Especial de Espionaje y Comunismo, abrió un expediente informativo para depurar la conducta del «excomandante Rojo» durante la Guerra Civil y le tomó declaración. En la carátula del expediente, que debió de ser remitido a El Pardo, Franco escribió de su puño y letra: «Negarle el pan y la sal». A consecuencia de ello, en julio, Eymar dictó auto de procesamiento en su contra por el delito de rebelión militar, penado por el Código de Justicia Militar con la pena de muerte. A finales de octubre, se designó al teniente Juan Besteiro como defensor de oficio, quien le comunicó que el fiscal militar solicitaba una pena de treinta años de reclusión. Elevada la causa a plenario, el consejo de guerra se celebró el 5 de diciembre y fue condenado a reclusión perpetua por el delito de auxilio a la rebelión. El 18 de enero de 1958 el general auditor de la I Región Militar le comunicó que el gobierno le había indultado del cumplimiento de la pena principal, pero no de las accesorias de interdicción civil e inhabilitación absoluta, con la advertencia de que el indulto sería revocado en caso de reincidencia.

Privado de todos sus derechos civiles y prácticamente enclaustrado en su domicilio, volvió a refugiarse en la escritura, tarea solo interrumpida por algún esporádico contacto con antiguos compañeros de armas del bando republicano. En 1961, privado de pensión alguna de retiro, trató de conseguir algún ingreso mediante la publicación del libro que estaba preparando bajo el título Historia de la guerra de España, y efectivamente la editorial Ariel se mostró interesada e incluso parece que llegó a firmarse un contrato, pero al año siguiente se desentendió del proyecto (lo poco que llegó a escribir fue publicado por la editorial RBA en 2010, con un estudio introductorio de Jorge Martínez Reverte). Y en 1963, Carles Barral realizó una gestión para que la editorial Mondadori adquiriera los derechos universales de otro de los libros que escribió en aquellos años, el titulado Así fue la defensa de Madrid, que finalmente fue publicado en México después de su muerte. Muchos otros libros salieron de su pluma en este periodo, pero todos permanecen todavía inéditos en poder de su familia o en el Archivo Histórico Nacional.

Finalmente, el 15 de junio de 1966, Vicente Rojo falleció en su casa de la calle de Ríos Rosas y fue amortajado con el mismo crucifijo que le acompañó durante toda la guerra. Aunque la prensa apenas se hizo eco de la noticia, a la conducción de su cadáver a la Sacramental de San Justo asistieron centenares de personas, deseosas de rendir un último tributo al general que logró impedir que Madrid cayera en manos de Franco en noviembre de 1936. Y durante los días siguientes, miles de cartas y telegramas, llegados desde los más dispares puntos del globo, dieron el pésame a su esposa, recordando que había desaparecido un hombre bueno y leal a sus principios.

 

Obras de ~: con A. Lodo, Problemas de tiro, Toledo, Colegio de María Cristina, 1928; Orientaciones y datos de organización, logística, topografía, telemetría, fortificación, armamento, tiro y táctica, Toledo, Colegio de María Cristina, 1928; Orientaciones y datos, de organización, logística, topografía, telemetría, fortificación, armamento, tiro y táctica de utilidad para la resolución de ejercicios sobre plano, con juego de la guerra y en el terreno, Toledo, Colegio de María Cristina, 1929; J. B. Montaigne, La guerra en su esencia, trad. de ~, Toledo, Rodríguez y Comp.ª, 1930; Los ejercicios sobre el plano. (Segunda parte). Aplicación a casos concretos, Toledo, Rodríguez y Comp.ª, 1932; “Prólogo”, en F. Halcón, Descripción, funcionamiento, desarme y armado del mortero Valero M. L. I. C. de 50 mm, modelo 1932, y su granada, Toledo, Imp. de la Asociación de Huérfanos de Infantería, 1933; con I. Moyano, El enlace Infantería-Artillería en la defensiva, Toledo, Rodríguez y Comp.ª, 1933; Pourquoi se bat l'armée espagnole: un discours, París, s. n., 1937; ¡Alerta los pueblos de España! Estudio político-militar del periodo final de la guerra española, Buenos Aires, Aniceto López, 1939 (reed. Barcelona, Ariel, 1974; Barcelona, Planeta, 2005); España heroica (diez bocetos de la guerra española), Buenos Aires, Americalee, 1942 (reed. México D. F., Era, 1961; Barcelona, Ariel, 1975); “Prólogo”, en J. Henríquez Caubín, La batalla del Ebro: maniobra de una división, México D. F., Unda y García, 1944; Tríptico de la guerra, La Paz, Talleres Gráficos Bolivianos, 1953, 3 vols.; Culminación y crisis del imperialismo, Buenos Aires, Periplo, 1954; Así fue la defensa de Madrid: aportación a la historia de la Guerra de España, 1936-39, México D. F., Era, 1967 (reed. Madrid, Comunidad de Madrid, 1987; Madrid, Asociación de Libreros de Lance, 2006); El ejército como institución social, Madrid, ZYX, 1968; Elementos del arte de la guerra, Madrid, Ministerio de Defensa, 1988; Historia de la Guerra Civil española; Barcelona, RBA, 2010.

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Fernando Puell de la Villa

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