Abū l-Ḥasan ‘Alī Al-Manṣūr bi-Llāḥ. Abul Hacén, Abul Hasén, Muley Hassén, Abulhacén, Albohacén, Alobasen. Fez (Marruecos), XI.1297 – Monte de los Hintata (Atlas Central) (Marruecos), VI.1351. Sultán meriní.
Conocido, también, como Abul Hacén, Abul Hasén y Muley Hassén entre los musulmanes, y entre los cristianos como Abulhacen, Albohacén y Alboaçen, fue el décimo quinto sultán de la dinastía de los Banū Marīn (citados como benimerines o meriníes), la tribu beréber que acabó con el poder almohade en Marruecos en 1268. El reinado de Abū l-Ḥasan marca el momento de mayor auge de la dinastía, no sólo en lo territorial sino también en lo político y lo cultural. Fue hijo del sultán Abu Sa‘īd ‘Uṯmān, a quien sucedió en el trono en 1331, cuando contaba treinta y cuatro años, mientras en su propia sucesión se dio la circunstancia de que los cuatro sultanes que ocuparon el poder tras él fueron todos hijos suyos.
Hombre ambicioso y, al mismo tiempo, con gran visión política, tuvo como objetivo ser el verdadero sucesor del imperio almohade. Su parentesco con los ḥafṣíes, por medio de su matrimonio, le proporcionó gran influencia en el Norte de África, y quiso suplantar a aquella dinastía no sólo en plano político sino en el de supremacía religiosa que hasta entonces se les había reconocido. Llegó a conseguirlo, hasta el punto de ser considerado la máxima representación del Islam de Occidente.
Además de una gran labor política y militar desarrolló una acción cultural, arquitectónica y urbanística de la mayor importancia, en donde se incluye la creación de mezquitas y oratorios, la de zagüías, madrasas y hospitales. En el ámbito arquitectónico, tanto civil como militar, y en el urbanístico, cabe señalar la construcción de puentes y canalizaciones, la erección de atalayas y torres vigías en las costas así como la reconstrucción de dos ciudades, con sus alhóndigas, baños, mezquitas: la Manṣūra de Ceuta y la Manṣūra de Tremecén. En su idea de aunar religión y política en todas las acciones de su reinado, se incluyen las mejoras en la ruta de la peregrinación a los lugares santos y la participación en la Guerra Santa.
Su ambición, la convicción de su fuerza y sus ideas religiosas de ampliar el ámbito del Islam, le llevaron a orientar sus miras hacia la Península, seguramente una de sus mayores aspiraciones. En esta empresa iba a coincidir con figuras de extraordinario relieve: en el campo cristiano el rey Alfonso XI y en el de la Granada nazarí Yūsuf I, uno de los más destacados soberanos de esta dinastía, y el visir y polígrafo Ibn al-Jaṭīb, el último gran intelectual andalusí y uno de los más relevantes de toda la historia de al-Andalus. Desde antes de la ascensión de Yūsuf al trono granadino, el concierto entre ambos reinos musulmanes fue bueno, siendo los años que van de 1331 a 1333 los de un especial entendimiento entre ellos. Buscando su alianza contra la presión cristiana, el soberano granadino del momento, Muḥammad IV, viajó a Fez en 1332 para entrevistarse con Abū l-Ḥasan y a principios de 1333 un importante contingente meriní cruzó el Estrecho para tomar Gibraltar, lo que logró a finales de junio de ese año, reforzando mucho sus defensas. Alfonso XI intentó recuperarla, pero los ataques de los nazaríes en otras zonas del sur peninsular, le obligaron a levantar el cerco y buscar treguas con nazaríes y benimerines. Coincidiendo con la llegada al trono de Granada de Yūsuf I, se firmaron en 1334 unos compromisos, conocidos como la Paz de Fez, entre Alfonso XI, Abū l-Ḥasan y Yūsuf, con una duración de cuatro años. En aquellos momentos los benimerimes ocupaban en la Península Gibraltar, Algeciras, Ronda y Marbella. Las treguas fueron aprovechadas por los firmantes para ocuparse de otros asuntos pendientes en sus respectivos reinos.
Abū l-Ḥasan, que ya en 1333 había arrebatado la ciudad de Siŷilmasa a su propio hermano, continuó sus ataques por aquellas tierras hasta culminar en 1337 con la toma de Tremecén. Su presencia en el Norte de África era ya muy definida y su peso político y militar incuestionable.
En 1338, acabado el plazo de la paz con Alfonso XI, Abū l-Ḥasan planteó el gran ataque a la Península. Los primeros encuentros con los contingentes enemigos tuvieron lugar en el verano de 1339, con una clara superioridad naval por parte de los castellanos, que llegaron a bloquear el Estrecho, aislando al gran número de tropas meriníes que había en tierras del sur peninsular. Por parte cristiana actuaron coaligadas Castilla y Aragón, incluso Alfonso XI buscó el apoyo del Papa Benedicto XII del que obtuvo, además de ayudas económicas, que la campaña tuviera carácter de cruzada.
Como reacción a tal derrota, en 1340 el sultán meriní reunió en Ceuta una gran flota, con barcos nazaríes incluidos, cuyas cifras van de 100 o 140 barcos para los autores árabes, en tanto los cristianos los calculan en más de 250, números todos que parecen excesivos. El nuevo choque con la escuadra cristiana supuso un gran éxito para los meriníes que dominaron el Estrecho totalmente. Tras el control marítimo, se produjo un traslado masivo de tropas a la Península, a las que se añadieron miembros del estamento religioso que daban a la acción el carácter de Guerra Santa, hasta que, finalmente, el propio Abū l-Ḥasan desembarcó en agosto de aquel año y se unió al nazarí Yūsuf I, con quien celebró la fiesta del nacimiento del Profeta de aquel año. Con el sultán en tierras peninsulares se intensificó el transporte de tropas, llegando a reunir tantas naves en este empeño, que formaron una especie de cadena que atravesaba el Estrecho.
Su primer movimiento fue atacar Tarifa junto a su aliado nazarí, asedio que se prolongó hasta octubre, sin que los musulmanes lograran apoderarse de ella. Mientras tanto, llegaron las tropas cristianas de Alfonso XI y Alfonso IV de Portugal, quedando todo preparado para que se diera la que se llamó la Batalla del Salado, también conocida como Batalla de Tarifa, por ser la lucha por esta ciudad el origen de los acontecimientos.
El arroyo del Salado, está situado a unos siete kilómetros y medio de Tarifa, en dirección a Cádiz, muy cerca de la playa, en un valle emplazado en las estribaciones de la Sierra de la Peña. Allí se concentraron las tropas de uno y otro bando, en un caso para continuar el ataque a Tarifa y en el otro para socorrerla. Como estrategia a seguir, se acordó que los castellanos peleasen contra los benimerines y los portugueses contra los granadinos.
El 29 de octubre los ejércitos se situaron en sus respectivas posiciones para empezar la lucha. Aquella misma noche salió el primer contingente de tropas de Alfonso XI camino de Tarifa y a su paso les salieron los benimerines, que fueron derrotados por los castellanos. Al día siguiente, a media mañana, comenzó la gran batalla, que duró hasta al atardecer. Además de una victoria absoluta de los cristianos, el harén de Abū l-Ḥasan, que se ubicaba en una zona del campamento meriní, fue saqueado y algunas mujeres, entre ellas Fāṭima, la esposa del sultán, murieron. Otras fueron hechas cautivas, además de un hijo del sultán y un sobrino, lográndose, por otra parte, un botín riquísimo.
Abū l-Ḥasan huyó a Algeciras y, tras asegurarse de que el paso estaba libre, cruzó el Estrecho esa misma noche para refugiarse en Ceuta antes del amanecer. Con ello pretendía escapar de Alfonso XI e impedir que su descalabro se conociera en Marruecos antes de él llegara. Con la derrota del Salado, comparada por algunos historiadores con la de las Navas de Tolosa, se ponía fin a las invasiones norteafricanas.
Si bien aquella batalla supuso una gran pérdida para el ejército meriní, su flota quedó casi intacta, por lo que el sultán volvió a plantearse la vuelta a la Península, pero su intento fracasó, esta vez por mar, en 1342. Dos años más tarde, Algeciras caía en poder de Alfonso XI y se firmaba una paz de 10 años entre él y los benimerines. Abū l-Ḥasan muy presionado por problemas internos no pudo evitar la pérdida de la ciudad, e incluso dejó de lado la política expansionista en al-Andalus para centrarse en sus problemas norteafricanos.
A partir de 1346, al morir su suegro, el soberano ḥafṣī, se lanzó a la conquista de Ifrīqiya, llegando a tomar Túnez en 1347, si bien su dominio fue corto. Entre tanto, fue derrotado en un enfrentamiento con las tribus árabes de Qayrawān, al tiempo que su hijo Abū ‘Inān se alzó contra él y le arrebató el poder en 1348. Nunca volvió a recuperarlo. En 1349 tuvo que abandonar Túnez para refugiarse en Argel, y allí permaneció hasta 1350, en cuyo mes de septiembre salió de su puerto para marchar a Milyana, en la región de Marrakech, y luego al monte de los Hintata, en donde murió en el verano de 1351. La mayoría de los autores atribuyen como causa de su muerte una enfermedad (tal vez la Peste Negra), aunque alguno sugiere el envenenamiento.
Su hijo Abū ‘Inān mandó trasladar su cuerpo a la necrópolis familiar de Chella, pero prohibió que se compusieran elegías en su honor. Hubieron de pasar casi diez años de su muerte para que los otros hijos que le siguieron como sultanes volvieran a reivindicar y dignificar la memoria de su padre.
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Camilo Álvarez de Morales