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Gonzalo Rodríguez Lafora

Biografía

Rodríguez Lafora, Gonzalo. Madrid, 25.VII.1886 – 28.XII.1971. Médico, neurólogo, psiquiatra.

Nació en el seno de una familia de clase media, hijo del coronel de Infantería Carlos Rodríguez Alonso y de Pilar Lafora Calatayud. A finales de 1890, el padre fue destinado a la guarnición de San Juan de Puerto Rico; dos años más tarde, tras su fallecimiento, la viuda, que contaba en ese momento veintiocho años de edad, regresó a Madrid con sus cuatro hijos, viviendo unos años de penuria económica, aunque ayudados por el abuelo materno Juan Bautista Lafora y Caturla (1823-1911), abogado y miembro del Partido Moderado de Narváez, con el que obtuvo actas de diputado primero y de senador del reino más tarde.

A muy temprana edad contrajo una poliomielitis, quedándole como secuela permanente una ostensible cojera. Debido a su precario estado de salud, la familia pasaba largas temporadas en Onteniente (Valencia), de donde era oriunda la madre; allí, en el Colegio de la Concepción, regido por los padres franciscanos, cursó el bachillerato. En otoño de 1900, comenzó los estudios de Medicina en Madrid, siendo alumno, entre otros, de Santiago Ramón y Cajal (1854-1934) y Federico Olóriz (1855-1912). Consciente de sus carencias de la enseñanza oficial, compaginó ésta con una formación “paralela”, que obtuvo junto a Juan Madinaveitia (1861-1938), primero en las salas del Hospital Provincial y después en el Laboratorio histopatológico que, junto con Luis Simarro (1851-1921) había montado en la calle General Oraa de Madrid. Estos contactos fueron definitivos en su formación, así como en su futura orientación hacia las neurociencias.

Simarro y Cajal fueron sus grandes maestros en esta época, pero también, y de manera muy especial, Nicolás Achúcarro (1880-1918), a quien conoció en el laboratorio de Simarro, y que, pese a su prematura desaparición, está considerado como la cabeza visible y el gran líder de ese colectivo de psiquiatras que se ha dado en llamar la “generación de 1916”. Pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, viajó a Alemania a estudiar Anatomía del Sistema Nervioso, primero en la Clínica Psiquiátrica de La Charité de Berlín, dirigida por Theodor Zihen, y más tarde en Múnich con Emil Kraepelin (1856-1926) y Alois Alzheimer (1864-1915). Tras su estancia en Múnich, Lafora visitó, por poco tiempo, prestigiosas clínicas psiquiátricas francesas, como la de Valentin Magnan (1835-1916) o la de Pierre Marie (1853-1940), ambas en París. Fue entonces, a finales de 1909, cuando recibió una propuesta de su amigo y mentor Nicolás Achúcarro —que quería volver a España— para que le sustituyera como patólogo en el Government Hospital for Insane de Washington; ofrecimiento que aceptó a pesar de no dominar el inglés con soltura.

La estancia de Lafora en Washington, desde mayo de 1910 hasta septiembre de 1912, es particularmente significativa en su trayectoria vital y científica, ya que fue entonces cuando llevó a cabo su aportación más precoz pero también más decisiva: la descripción, en 1911, de unos cuerpos intracitoplasmáticos, que identificó como amiláceos, en las células ganglionares del sistema nervioso de enfermos afectos de un tipo especial de epilepsia, denominada mioclónica.

Tras algunos debates sobre la legitimidad y la prioridad del descubrimiento, la comunidad científica reconoció su hallazgo, acuñándose en la literatura médica internacional el término Enfermedad de Lafora (Lafora’s disease). Hoy se sabe que los “cuerpos de Lafora” no son amiláceos, sino poliglucosanos, y que existen otras diversas entidades clínicas que cursan con epilepsia mioclónica, pero no cabe duda que el contexto general de este tipo de epilepsia fue diseñado por Lafora y constituye su aportación más reconocida internacionalmente.

En octubre de 1912, tras el referido periplo por clínicas y laboratorios alemanes, franceses y americanos, Lafora regresó a Madrid. Tras un primer empleo como auxiliar interino de la sección de psicología de la Cátedra de Medicina Legal que dirigía Tomás Maestre, se incorporó al Laboratorio de Fisiología Experimenal del Sistema Nervioso, que el propio Cajal fundó para él en su Instituto. En 1914 fue nombrado vicesecretario del Patronato Nacional de Subnormales, a las órdenes de Achúcarro, y en 1916 se crearon dos laboratorios, anejos a la Residencia de Estudiantes, uno de Fisiología General, que sería dirigido por Juan Negrín, y otro de Fisiología Cerebral, encomendado a Lafora.

Entre 1912 y 1922 publicó casi un centenar de trabajos, de los que al menos treinta y cinco fueron de investigación básica en neurobiología, tanto de histopatología (sobre poliencefalítis hemorrágica, parálisis general progresiva, enfermedad de Alzheimer, enfermedad de Lafora y alteraciones cerebrales seniles y preseniles), como de fisiología experimental del sistema nervioso (fisiología y patología del cuerpo calloso).

El otro gran bloque de su producción científica en estos años está relacionado con su presencia en el Patronato Nacional de Subnormales, donde dictó cursos de pedagogía terapéutica y llegó a crear un laboratorio de psicología. Su interés por la llamada “infancia anormal” y, en general, por la psiquiatría infantil datan de ese momento. En 1917 publica Los niños mentalmente anormales, un libro que sería premiado por la Real Academia de Medicina en 1919 y que llegó a tener una segunda edición, corregida y aumentada, en 1933.

En 1917 se enfrentó al ministro de Instrucción Pública Burell, al que criticó duramente desde las páginas de la revista España, acusándole de favoritismos y arbitrariedades en el funcionamiento del Patronato.

A pesar de firmar sus artículos con el seudónimo de Simón González, fue identificado y destituido de manera fulminante. También tuvo que dejar el Laboratorio de Fisiología Cerebral, que tan sólo llegó a funcionar dos años —entre 1916 y 1918— debido a la precariedad de medios. En 1918 se había casado con Ana Závala Pring y el único puesto de trabajo que mantenía era el del Instituto de Cajal, por lo que para incrementar sus ingresos se animó a abrir una consulta privada en el n.º 55 de la calle Lope de Vega, que llegó a gozar de gran prestigio durante la década de 1920.

Las décadas de 1920 y 1930 suponen la consagración definitiva de Lafora no sólo como científico eminente, sino también como inspirador, promotor y artífice de una serie de proyectos y empresas que desempeñarían un papel fundamental en la definitiva institucionalización de la psiquiatría como especialidad médica en España. Tras la prematura muerte de Achúcarro, Lafora se convirtió en el punto de referencia de un grupo importante de colegas y discípulos que formaron un núcleo de actividad importante, una renovada “escuela de Madrid” que llegó a ser conocida por la historiografía como la “generación de los Archivos de Neurobiología”, en clara referencia a la revista científica que Lafora y su colega José Miguel Sacristán fundaron con el objetivo de difundir lo que en España se estaba llevando a cabo en el ámbito de la neurobiología. Archivos de Neurobiología, cuyo primer número apareció en 1920, se convirtió en una revista mítica y no hay exageración en considerarla el gran símbolo de la “modernidad” neuropsiquiátrica del primer tercio del siglo XX.

De pluma fácil y talante inquieto, colaboró con frecuencia en otros medios de comunicación. En 1916 publicó en el semanario España un artículo en el que criticaba duramente la situación de los manicomios españoles, demostrando su preocupación por la asistencia psiquiátrica que cristalizaría más tarde en el marco de las reformas republicanas. Su labor divulgativa se completa con colaboraciones como redactor de educación sanitaria en el diario El Sol, o protagonizando polémicas con otros autores. Especialmente célebres, en este sentido fueron las mantenidas con Gregorio Marañón en 1923 sobre el letamendismo, y la controversia de 1924 sobre la figura de Don Juan y el donjuanismo.

En 1923 fue designado por la Institución Cultural Española para impartir unos ciclos de conferencias en Buenos Aires y Montevideo, periplo que fue cubierto ampliamente por la prensa argentina y uruguaya.

En 1925, Lafora amplió su oferta asistencial, fundando dos establecimientos privados en Carabanchel: el Instituto Médico-Pedagógico y el Sanatorio Neuropático; desarrollando también una intensa actividad en el ámbito forense, destacando su participación en los debates en torno al Código Penal que la dictadura de Primo de Rivera promulgó en 1928.

Como es bien conocido, la llegada de la Segunda República española trajo consigo una serie importante de cambios e iniciativas de reforma política y social que repercutieron en muy diversos órdenes de la vida ciudadana. En materia de política sanitaria, el intento de reforma de la asistencia psiquiátrica pasa por ser una de las acciones más emblemáticas del período republicano. Sólo tres meses después de la proclamación de la Segunda República, se promulgó el famoso Decreto del 3 de julio de 1931, punto de partida de lo que pretendió ser una “transformación íntegra de la legislación vigente”. Dicho Decreto, cuyo texto había sido elaborado por Lafora, Sacristán y Escalas y fue aprobado en la Tercera Asamblea de la Liga de Higiene Mental (Sevilla, 1929), regulaba los ingresos y las salidas de los enfermos de las instituciones psiquiátricas, pero favorecía también la puesta en marcha de un nuevo modelo asistencial que rompía con la consideración del manicomio como único lugar de tratamiento y que subrayaba la importancia de los aspectos profilácticos. A partir de entonces, se fue constituyendo una estructura técnico-administrativa encargada de todas las actuaciones psiquiátricas llevada a cabo en el territorio nacional, dependientes de la Dirección General de Sanidad. Dicha organización descansará sobre dos pilares básicos: en 1931 se crea el Consejo Superior Psiquiátrico (presidido por Lafora) con funciones asesoras, de programación y de inspección; y la Jefatura Médica de Psiquiatría e Higiene Mental (cargo que ocupó José Germain, uno de los colaboradores más directos de Lafora) que, vertebrado en Secciones Provinciales, debía desarrollar una labor de dirección y ejecución directa, encargada de establecer las normas para la elaboración de la primera estadística nacional de enfermos mentales. En ese mismo año, se organizó también el primer Patronato Superior de Asistencia Social Psiquiátrica y se reglamentaron las oposiciones para cubrir las plazas de psiquiatras y de enfermeros psiquiátricos. Todo ello hay que entenderlo en el marco de los significativos cambios que en materia de política sanitaria se llegaron a producir durante el primer bienio republicano.

Los años de la República son también los de la consagración de Lafora en las instituciones. En 1933 ganó, por oposición, la plaza de médico jefe de la “Sala 2.ª de Mujeres Dementes” del Hospital Provincial de Madrid y fue elegido académico de número de la Academia Nacional de Medicina; cargo al que renunciaría un año más tarde como muestra de su desacuerdo por habérsele negado la entrada en la Institución a Pío del Río Hortega. En 1935, Lafora fue elegido presidente de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, cargo que no llegaría a ejercer de manera operativa dado el inminente estallido de la guerra.

Tras estallar la Guerra Civil, en octubre de 1936 marchó a Benidorm con su esposa y sus tres hijos, ausentándose de su puesto en el Hospital Provincial de Madrid, motivo por el que sería expedientado y destituido, instalándose en Godella (Valencia), como teniente coronel médico, donde permaneció algo más de dos años organizando el Hospital de dicha localidad que acabaría dedicándose monográficamente al tratamiento de las afecciones neurológicas de los traumatismos de guerra. A mediados de 1838 decidió salir de España. Obtuvo un permiso militar y permaneció unos meses en Francia —en Anglet primero y en París más tarde— antes de atravesar el Atlántico y establecerse en México durante nueve años. Aunque Lafora no formaba parte del grupo de intelectuales republicanos que, por mediación de Negrín, salieron también de España antes del fin de la guerra, lo cierto es que fue otro más de los españoles acogidos por el gobierno mexicano del presidente Lázaro Cárdenas e incorporados a la Casa de España, institución creada para apoyar y reubicar profesionalmente a los científicos e intelectuales refugiados y que más tarde se transformaría en el Colegio de México.

Nada más llegar a México, se le convalidó, como a tantos otros, su título de médico y comenzó a ejercer la profesión y a desarrollar una actividad intelectual y científica que, unida al prestigio que le precedía, le permitió adquirir un gran renombre no sólo en los círculos médicos, sino también en los más diversos ambientes de la sociedad mexicana. A los pocos meses de su llegada fue nombrado miembro de honor de la Academia de Medicina de México y de la Sociedad Mexicana de Neurología y Psiquiatría. Además de impartir cursos y conferencias en diversas universidades del país, colaboró en la revista Ciencia, la publicación fundada en 1940 que reunió las aportaciones de los científicos españoles en el exilio latinoamericano.

Es de destacar, asimismo, su participación en la creación de un centro de investigación que empezó a gestarse en 1938 con el apoyo económico de la Fundación Rockefeller y que, con el tiempo, se convertiría en el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la Universidad Nacional Autónoma de México. En 1942, se organizó bajo su dirección un Instituto de Enfermedades Mentales destinado a la atención ambulatoria de los pacientes y en donde la mayoría de los facultativos eran españoles. Finalmente, instala en el paseo de la Reforma, n.º 27, una consulta privada que alcanzaría mucho prestigio entre la burguesía mexicana.

El 1947 decidió regresar a España. El 14 de diciembre llegó a Bilbao, en donde le recibirían su esposa e hijos que, durante todo este tiempo, habían permanecido en Madrid. Lafora tuvo que hacer frente a un expediente de depuración y tuvo dificultades para encontrar trabajo. Se incorporó inmediatamente al Instituto Cajal, pero hasta 1950 no fue indultado y repuesto en su antigua jefatura de servicio en el Hospital Provincial de Madrid.

En cualquier caso, la vida profesional de Lafora tras su vuelta a España fue efímera. En 1955, con setenta años de edad, le llegó la jubilación, tras la cual mantuvo una consulta privada y siguió asistiendo a conferencias y reuniones científicas. En 1961 fue nombrado presidente de honor del Congreso de Neuropatología de Múnich, reconocimiento internacional a toda una vida dedicada a la disciplina. A lo largo de la década de 1960 recibió diversos homenajes y en 1967, con ochenta y un años de edad y una salud muy quebrantada, llegó a asistir al Congreso Nacional de Neuropsiquiatría que presidía en Murcia su íntimo amigo y biógrafo Luis Valenciano.

 

Obras de ~: “Uber das Vorkommen amyloider Köperchen im Inmer der Gangliensellen; zugleich ein Beitrag zum Studium der amyloiden Substanz in Nervensystem”, en Virchows Archivs, 6 (1911), págs. 1-15; Los niños mentalmente anormales, Madrid, La Lectura, 1917; Diagnóstico y tratamiento modernos de la neurosífilis, Madrid, Calpe, 1920; Don Juan, los milagros y otros ensayos, Madrid, Biblioteca Nueva, 1927; La psiquiatría en el nuevo Código Penal español de 1928, Madrid, Reus, 1929.

 

Bibl.: L. Valenciano, El doctor Lafora y su época, Madrid, Editorial Morata, 1977; J. González Cajal, Estudio de la obra científica del Prof. Dr. D. Gonzalo Rodríguez Lafora, tesis doctoral (inéd.), Salamanca, Universidad, 1984; G. Moya, Gonzalo R. Lafora. Medicina y cultura en una España en crisis, Madrid, Universidad Autónoma, 1986; R. Á lvarez y R. Huertas, ¿Criminales o locos? Dos peritajes psiquiátricos del Dr. Gonzalo Rodríguez Lafora, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1987; R. Huertas, Organizar y persuadir. Estrategias profesionales y retóricas de legitimación de la medicina mental española (1875-1936), Madrid, Frenia, 2002; Los médicos de la mente. De la neurología al psicoanálisis (Lafora-Vallejo-Garma), Madrid, Nívola, 2002.

 

Rafael Huertas

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