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Juan Rodríguez de la Cámara

Biografía

Rodríguez de la Cámara, Juan. Juan Rodríguez del Padrón. ¿Padrón (La Coruña)?, f. s. XIV – ¿Monasterio de Herbón (La Coruña)?, m. s. XV. Caballero, franciscano (OFM), poeta y prosista.

Juan Rodríguez del Padrón, cuyo apellido familiar, Cámara, aparece registrado en la tumba de la principal iglesia local, debió de nacer en la villa gallega de su apellido o en sus proximidades en los últimos años del siglo XIV, en una familia perteneciente a la baja nobleza gallega. No son muchos los datos seguros que se poseen de la biografía de un autor cuya vida se ha identificado con su ficción amorosa. Seguramente, los más fiables provengan de la documentación de la Orden franciscana y de los bularios eclesiásticos.

En la creación de su leyenda es fundamental el libro publicado en 1839 por Pedro José Pidal, con el título La vida del trovador Juan Rodríguez del Padrón (basado en una biografía novelada del XVI descubierta en la actualidad); una obra que es más bien una novelización de sus versos y que correspondería con la lectura autobiográfica de la literatura que se intensifica con el Romanticismo. En todo caso, son sin duda numerosas las circunstancias que le aproximan a Macías, el famoso enamorado poeta de cancionero, coetáneo de este autor y nacido en la misma tierra: como aquél, fue incluido en los principales cancioneros del siglo XV y su obra gozó de amplia difusión. Y como aquél también, la leyenda hace de su vida mero trasunto de su obra.

Muy pronto entró Rodríguez del Padrón al servicio del cardenal Juan de Cervantes, pariente suyo que llegó a ser arzobispo de Sevilla y destacada figura de la Iglesia de este período, al que acompañó en su participación en el capítulo general franciscano celebrado en Asís (1430), y más tarde en el Concilio Ecuménico de Basilea (1438) bajo el pontificado de Eugenio IV, donde el poeta tuvo ocasión de relacionarse con algunos humanistas italianos. Rodríguez del Padrón acompañó también al arzobispo en 1439 en la Dieta de Maguncia.

Por otro lado, parece seguro que sirvió como paje en la Corte de Juan II de Castilla, aun cuando no existe constancia documental que lo corrobore. Esta cercanía al círculo cortesano podría explicar el interés que la obra de Juan Rodríguez del Padrón muestra por temas como la heráldica o el debate en torno a la condición de la mujer, tan típicos de los ambientes palaciegos de esa época. En cualquier caso, su estancia en la Corte serviría para iniciar la leyenda tejida alrededor de este autor y que se fragua ya en el mismo siglo XV: esta leyenda, fijada por escrito en el XVI, como ya he señalado, le atribuyó sucesivamente amores con la reina María, esposa del castellano Juan II, y con Juana de Portugal, esposa del que habría de ser Enrique IV. Asimismo, sugiere también amores de Rodríguez del Padrón con la reina de Francia: esta última relación amorosa habría sido la causa, según la biografía novelada citada, de la muerte del poeta a manos de caballeros franceses.

Entre 1438 y 1441 se sitúan los años de su más importante producción literaria. En esa última fecha ingresó en la Orden franciscana, recibiendo, según muchos autores, su hábito en la propia ciudad de Jerusalén.

Para ello debió de hacer renuncia de numerosos e importantes beneficios eclesiásticos, tales como un canonicato en la Catedral de Santiago, otros beneficios eclesiásticos simples en la misma diócesis, las rentas de una canonjía y prebenda en la Catedral de Tuy, y la octava parte de un beneficio simple de la parroquia de Santa María de Gualdo en la diócesis de Lugo. Posteriormente, Rodríguez del Padrón retornó a Galicia en fecha desconocida, estableciéndose no lejos de Santiago de Compostela, en el Monasterio de Herbón, a cuya reforma contribuyó económicamente y donde permaneció hasta su fallecimiento en fecha no conocida con exactitud.

La obra poética de Rodríguez del Padrón tiene una temática fundamentalmente amorosa, que expresa a través del género de la canción, tan frecuentado en la lírica cortesana de la época, empleando diversos esquemas métricos; además, en el género poético de los “dezires”, abordó diferentes asuntos de carácter sacroprofano.

Muestra muy destacada de esta producción son sus dos largos poemas Los diez mandamientos de Amor y Siete gozos de Amor, ambos recogidos en el Cancionero General de 1511, y el último además en el de Estúñiga. Los diez mandamientos es una especie de manual alegórico en el que el Amor enseña los pasos que deben seguirse para ser un buen amador. En la segunda obra, alegoría y parodia de los siete gozos de la Virgen, el poeta intenta persuadir a su amada de que se apiade de él, hasta que, fracasada su argumentación, sólo encuentra como remedio la muerte.

Formalmente, este poema está dividido en siete grupos de tres estrofas, y una “finida” en la que el poeta, que anticipa su muerte, une su trágico destino al de Macías. En este poema Rodríguez del Padrón emplea la técnica de otorgar un sentido amoroso-profano a un asunto bíblico, recurrente en el ámbito cancioneril y sobre todo entre los poetas españoles de fines de la Edad Media y comienzos del Renacimiento. Parece que cada “gozo” se articula en torno a uno o dos versos que funcionan como motes, con la brevedad y condensación propias de la emblemática. Se cree que este poema fue muy famoso en su tiempo por la cantidad de veces en que es imitado y por el número de cancioneros en los que aparece. Por otro lado, en el Cancionero de Estúñiga aparecen otras importantes composiciones suyas, como “Fvego del diuino rayo”, donde el poeta renuncia a los placeres del mundo, quizás por una incipiente vocación franciscana. Este poema consta de treinta y ocho versos y está considerado uno de los precedentes estróficos de las coplas manriqueñas.

Varias son las obras de Rodríguez del Padrón que merecieron ser incorporadas a la mentada recopilación.

Así, en el poema “Bien amar, leal seruir” el poeta expresa en doce versos octosílabos lo vano de las pretensiones amorosas a través de metáforas relacionadas con el mar y la arena, así como su queja por la ingratitud de la amada. También se incluye el poema “Sólo por uer a Macías”, compuesto por una quintilla seguida de una novena, en la que reaparece su admiración hacia el Enamorado ejemplar. Otra composición, “Biue leda, si podrás”, que en el cancionero se encuentra como “respuesta” a otro poema (el que se inicia con el verso “¡O desuelada sandía...!”) pero que no pocos investigadores clasifican como una pieza autónoma, recoge el motivo de la despedida, y en ella el poeta pide permiso para partir del lado de su amada, expresando el sentimiento de dolor y la melancolía que le provocan este alejamiento. Esta pieza gozó pronto de extraordinaria difusión, fue glosada por multitud de autores y elegida finalmente por Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua para ejemplificar el uso poético del adjetivo “ledo”.

Entre 1425 y 1450 se debe situar la primera gran obra de Rodríguez del Padrón, el Bursario, traducción de las Heroidas de Ovidio, obra conocida ya en Castilla al menos desde el reinado de Alfonso X, quien la utilizó en alguna de sus obras más importantes. El autor, que justifica el título de su traducción comparando la complejidad y oscuridad del libro con los pliegues de una bolsa, aporta con esta obra ejemplos esenciales para la construcción del tópico del amor desgraciado. El Bursario, que ofrece una traducción bastante fiel del original y aparece en el momento álgido de la producción cultural de la Corte de Juan II de Castilla, incorpora un prólogo general así como tres epístolas debidas al propio Juan Rodríguez del Padrón, entre las que destaca el diálogo que Troylos y Breçayda mantienen en el marco del amargo final de la guerra de Troya. Además de traducir el texto de Ovidio, el autor explica en una serie de paratextos cuál es el sentido de las historias que se relatan.

El Triunfo de las donas, tratado alegórico-didáctico, está dedicado a María de Aragón, primera esposa del rey de Castilla Juan II, por lo que la fecha límite de su composición debe de ser la de la muerte de esta reina, 1445. Según la leyenda de su vida, Rodríguez del Padrón pudo conseguir volver a la Corte, de la que había sido expulsado por indebidos amores, gracias al discurso encomiástico dedicado a la Reina.

Esta obra, que en realidad constituye una especie de prólogo a su posterior Cadira de honor, es sin duda uno de los ejemplos más importantes de la defensa de la mujer en el debate sobre el valor de la condición femenina, iniciado a principios del XV y que se mantuvo vigente hasta los albores del siglo XVI. El debate, presente en la obra de multitud de autores de este período, y de enorme amplitud y repercusión literaria, se aborda tanto desde la misoginia más radical como desde la idealización a ultranza de la mujer. En la obra de Juan Rodríguez del Padrón, ésta aparece como el paradigma de la perfección de lo creado: fue un hombre quien condenó a la humanidad y quien mató a Cristo, por lo que tras su Resurrección Jesús elige a una mujer como primer testigo del prodigio ocurrido.

Ya se ha señalado que el Triunfo de las donas aparece como prólogo a la Cadira de honor, aunque, según algunos autores, pudo haber sido escrita con anterioridad.

En la Cadira (que Rodríguez del Padrón, siguiendo el tópico literario de la época, dice haber escrito a requerimiento de un grupo de amigos de los círculos cortesanos) se abordan dos temas fundamentales en el ambiente cultural de la vida palaciega: la definición del honor y la valoración de los símbolos heráldicos. Dos de los manuscritos conservados incorporan una epístola de Rodríguez del Padrón, llamada la Carta, aparentemente escrita antes de su viaje a Jerusalén, y que confiere un sentido unitario al Triunfo y a la Cadira. En la obra se rechazan los argumentos de los que pretenden reivindicar la supremacía de la nueva nobleza sobre los antiguos linajes: de hecho, la Cadira, escrita entre 1439 y 1441, supone el alineamiento del autor con el bando aragonés opuesto al condestable Álvaro de Luna. Tal vez en esto, y no en sus más que dudosas aventuras amorosas con las mujeres de la realeza, haya que buscar el verdadero motivo del abandono de la Corte por parte de Rodríguez del Padrón.

La obra más conocida de este autor es, sin duda, el Siervo libre de amor, considerada el primer ejemplo de la novela sentimental en las letras castellanas.

Esta novela, cuya composición algunos investigadores han fechado entre 1448 y 1453, y otros incluso antes, en 1434 o en 1445, se presenta como una epístola dirigida a Gonzalo de Medina, juez de Mondoñedo, procurador del cardenal Juan de Cervantes y considerado por el propio Rodríguez del Padrón igual a él “en bien amar” (Dolz y Ferrer, 2004: 326). La novela se presenta como una proyección ficticia y alegórica de la propia vida del autor, centrada en la narración del infortunio amoroso, y presenta claras influencias de una serie de tratados erotológicos (especialmente del Tratado de amor atribuido a Juan de Mena) y de las obras Le Rommant de Trois Pèlerinages de Deguileville y la Confesssio Amantis de John Gower. El amor es presentado en el Siervo como una fuerza negativa, aunque necesaria e irresistible. La declaración que aparece en el prólogo acerca del plan de la obra se refiere a los distintos estados que se suceden en el proceso de enamoramiento y que se corresponden alegóricamente con las tres partes del hombre y con tres caminos y tres árboles: en la primera parte, Rodríguez del Padrón se refiere al tiempo en que “bien amó y fue amado”; en la segunda, a la época en que “bien amó y fue desamado”; y en la tercera, a cuando “no amó ni fue amado” (Dolz y Ferrer, 2004: 326).

La segunda parte de la obra, la dedicada al tiempo en que amó y no fue amado, incluye la Estoria de dos amadores, en la que Rodríguez del Padrón se cuenta a sí mismo el relato a modo de exemplum, y aprovecha para reverenciar la memoria de Macías el Enamorado y el paisaje natal que ambos compartieron. La Estoria, en la que es evidente la influencia de los libros de caballería, cuenta el amor de Ardanlier y Liessa, en una recreación de la trágica historia de Inés de Castro.

Se trata de un amor que terminará de manera dramática: el padre de Ardanlier, que se opone a estos amores, mata a una embarazada Liessa (sin escuchar sus súplicas de perdón), y su hijo elige el suicidio como forma de venganza contra su padre, matándose con la misma espada que ha dado muerte a su amada. En la Estoria aparece también el relato del amor no correspondido, el que siente la princesa Irena por el propio Ardanlier. Precisamente, ella será quien disponga para Liessa y Ardanlier una suerte de mausoleo, que se convierte en lugar de peregrinación para los desgraciados amantes, símbolo del ideal amoroso al que sólo tendrá acceso, como guardián del verdadero amor, el poeta Macías, del que Rodríguez del Padrón se consideró siempre heredero. Ya en la tercera parte, el autor asume, a través de la Estoria citada, el verdadero sentido del amor. Se consigue así la “liberación” de quien permanecerá como siervo de este sentimiento.

No obstante, el final abrupto de esta famosa obra suscitará distintas opiniones de la crítica sobre la integridad del texto conservado, que proviene de un único manuscrito, el ms. 6052 de la Biblioteca Nacional de España. El manuscrito, en códice facticio de finales del XV, debe de ser una copia posterior, al menos en veinte años, a la composición de la obra.

En cualquier caso, el Siervo libre de amor, que dejó innumerables imitadores en la ficción sentimental, es sin duda la base sobre la que a partir del siglo XVI se desarrollaría la leyenda en torno a la vida amorosa de su autor, que incluye el desvelamiento de su secreto de amores a un falso amigo.

 

Obras de ~: Triunfo de las donas, c. 1440 (Biblioteca Nacional [BNE], ms. 9985; Real Academia Española [RAE], ms. V-6-6; Real Academia de la Historia [RAH], ms. 9-27-4/5218; Hispanic Society of America [HSA], ms. B.2705); [ed. de A. Paz y Meliá, Obras de Juan Rodríguez de la Cámara (o del Padrón), Madrid, Sociedad de Bibliófilos Españoles, 1884, págs. 83-127; ed. de C. Hernández Alonso, Obras completas de Juan Rodríguez del Padrón, Madrid, Editora Nacional, 1982, págs. 211- 258]; Siervo libre de amor, m. s. XV (BNE, ms. 6052); [ed. de M. Murguía, Antología gallega, Vigo, Compañel, 1862; ed. de A. Paz y Meliá, Obras de Juan Rodríguez de la Cámara (o del Padrón), op. cit.; ed. de F. Serrano Puente y A. Prieto, Madrid, Castalia, 1976; ed. de C. Hernández Alonso, Obras completas de Juan Rodríguez del Padrón, op. cit., 151-208; ed. y trad. C. de Nigris, Milán, Luni, 1999; ed. de E. Dolz y Ferrer, Valencia, Universitat, 2004, págs. 312-443]; Cadira de honor, m. s. XV (RAE, ms. V-6-6; RAH, ms. 9-27-4/5218 y ms. 9-2-4/213; HSA, ms. B.2705 (contiene la Carta); BNE, ms. Res.125 (contiene la Carta); ms. II-1341 de la Real Biblioteca; ms. Eg. 1868 de la British Library; ms. Gaml.Kongl.Saml.2219 de la Biblioteca Real de Copenhague); [ed. de A. Paz y Meliá, Obras de Juan Rodríguez de la Cámara (o del Padrón), op. cit., págs. 131-175; ed. de C. Hernández Alonso, Obras completas de Juan Rodríguez del Padrón, op. cit., págs. 259-306]; Bursario, c. 1440 (BNE, ms. 6052); [ed. de A. Paz y Meliá, Obras de Juan Rodríguez de la Cámara (o del Padrón), op. cit., págs. 197-296; ed. de P. Saquero y T. González, Madrid, Universidad Complutense, 1984]; Cartas originales (BNE, ms. 6052; ms. Add. 33.382 de la British Library; ms. Esp. 226, ms. Esp. 230 y ms. Esp. 313 de la Biblioteca Nacional de París; ms. II-B-11 de San Martino delle Scale; ms. Cod. 45. de la Fundation Martin Bodmer); [ed. de A. Paz y Meliá, Obras de Juan Rodríguez de la Cámara (o del Padrón), op. cit., págs. 296-313; ed. de C. Hernández Alonso, Obras completas de Juan Rodríguez del Padrón, op. cit., págs. 353- 380; T. González y P. Saquero, “Las cartas originales de Juan Rodríguez del Padrón: edición, notas literarias y filológicas”, Dicenda, 3 (1984), págs. 39-72]; “Fvego del diuino rayo” (fols. 18r.-v.), “Los siete gozos de amor” (fols. 23r.-26v.), “Bien amar, leal servir” (fol. 61r.), “Sólo por uer a Macías” (fol. 61v.), “¡O desuelada sandía...!” (fols. 62r.-63r.), en Cancionero de Estúñiga, c. 1460 (BNE, ms. Vitr/17/7); [ed. de M. y E. Alvar, Zaragoza, Institución “Fernando el Católico”, 1981, págs. 67-68, 74-81 y 131-134]; “Siete gozos de Amor” (fols. 91r.-92r.), “¡Ham, ham, ham! ¡Huíd, que ravio...!” (fol. 92r.), “Los diez mandamientos de Amor” (fols. 92r.-93r.), en Cancionero General de muchos y diversos autores, Valencia, Cristóbal Cofman, 1511(ed. de J. González, Madrid, Castalia, 2002, págs. 143-160).

 

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Rebeca Sanmartín Bastida