Abad y Altamir, Agustin. Estadilla (Huesca), 14.VI.1714 – Ferrara (Italia), 15.IV.1791. Jesuita (SI) expulso, pedagogo y humanista.
Tío del embajador José Nicolás Azara, Félix Latassa sólo dice que era “natural de La Almolda [sic], que ejerció los cargos del magisterio de Humanidades, de Filosofía y Teología, que fue calificador de la Santa Inquisición de Aragón en 1757 y rector del Seminario de Nobles de Calatayud en 1763” (Latassa, 1798). Hervás añade algunos detalles. Nació, de familia ilustre “por piedad y nobleza, en Estadilla (diócesis de Lérida) del reino de Aragón” (Hervás, 2006). Entró en la Compañía de Jesús el 18 de septiembre de 1729 en Tarragona. Al concluir los estudios de Retórica, Filosofía y Teología, recibió el orden sacerdotal. Enseñó con aplauso Retórica y Filosofía en la ciudad de Huesca, y Teología moral y Dogmática en Calatayud, donde hizo la profesión solemne el 2 de febrero de 1747 y fue el primer rector de su Colegio de Nobles, cuyo reglamento elaboró y publicó en 1761 (Constituciones del Real Seminario-Colegio de Nobles de la Inmaculada Concepción de Calatayud). Allí residía el 8 de noviembre de 1758, según una carta de esa fecha que el padre Feijoo le escribió.
Hervás y Panduro afirma que Abad fue el primer rector del Colegio de Nobles y que “elaboró y publicó en 1761 el reglamento del Colegio de Nobles de Calatayud”, que Ferrer Benimeli ha analizado con el objetivo de describir la modernidad pedagógica del jesuita expulso. En 1767, dicho Seminario tenía cinco profesores jesuitas y cuatro coadjutores, siendo 103 los caballeros seminaristas y 32 criados para el servicio de ellos. Según las Constituciones, el Real Seminario de Nobles de Calatayud “tuvo su principio en el día de la Concepción Inmaculada de María del año 1752” y se añade que en estos ocho años “le ha concedido el Señor, por el Patrocinio de su Purísima Madre, tan felices progresos, que han tomado ya en él la vanda 232 Caballeros Seminaristas, de los cuales se hallan 81 actualmente [1761], que han venido de casi toda España, y algunos de las Indias, con solo este destino”.
Siguiendo con sus Constituciones, dadas por Abad, las calidades y condiciones que se requerían para el ingreso eran que debían tener de 7 años de edad (al ingreso) hasta los 16 (al terminar los estudios). Tenían que ser “descendientes legítimos de familia noble y distinguida”, con información jurídica de ambos padres y sus abuelos, así como de su origen o domicilio. Aunque dentro del seminario debían usar los vestidos que trajeron de su casa, sin embargo, el uniforme siempre que salieran del seminario sería “militar, color negro, peluquín y espada”; precisamente los espadines los guardaba el rector en su aposento, a donde debían acudir a buscarlos y devolverlos cada vez que salieran del seminario. A continuación, Abad dejó claro que el Seminario de Nobles no era otra cosa que “una Escuela de Caballeros cristianos”. En consecuencia, la distribución del tiempo “será la conducente al aprovechamiento en virtud, policía y letras”. En este sentido, la reglamentación de lo que debían hacer a lo largo del día estaba marcada por una mezcla de disciplina, prácticas religiosas y estudio, casi más propio de un noviciado que de un colegio de niños: “Luego que por la mañana les den luz los criados, levantarán a Dios el corazón, y juntos en la Capilla, le darán gracias por los beneficios recibidos; le ofrecerán las obras del día; harán breve oración, oirán misa, y rezarán los cinco altares. Después de comer, y por la noche, visitarán al SS. Sacramento. Por la tarde rezarán el rosario, letanía de la Virgen, y otras devociones. Antes de acostarse asistirán a la lección espiritual, harán examen de sus conciencias, pedirán a Dios la bendición, y gracia para no ofenderle. En el tiempo del desayuno, comida, merienda y cena se leerá alguna historia o libro devoto, para evitar por este medio los inconvenientes que pueden ocasionarse en tales actos. En las fiestas les preguntará el Padre Prefecto de Espíritu, y les explicará la Doctrina Christiana; y se les hará plática el día antes de comulgar. Confesarán cuando menos una vez al mes; y en las más solemnes fiestas de Christo y de la Virgen, día de su Santo, y en el que tenga Acto público literario. Quien tuviese devoción de más frecuencia de Sacramentos no la practicará sin licencia del Padre Rector o Prefecto de Espíritu”.
Las opciones de estudio o facultades que se ofrecían a los caballeros seminaristas eran: leer, escribir, contar, gramática, poesía latina y española, retórica, filosofía escolástica y natural, geografía, matemáticas, teología escolástica y moral, historia “y aquella erudición que pueda acomodarse a las tareas y capacidad de cada uno”.
Tras la introducción o advertencia en la que se recoge todo lo anterior, empiezan las Constituciones propiamente dichas que se dividen en tres partes. La primera, dedicada a “las virtudes cristianas que deben observar los católicos seminaristas”, consta de 21 artículos y encierra lo medular de la educación jesuítica de la época. La parte segunda se refiere a “lo que deben observar con sus mayores y entre sí mismos”, que es la parte, por así decir, disciplinar y tiene 37 artículos. En el VI se deja claro que “en este Seminario no haya, ni jamás se consienta por motivo alguno parcialidad a una, o otra Nación; a este o el otro Reyno o Provincia”. Y todavía se añade que “debe reynar entre todos un amor universal, que sin distinción de Naciones, de clases, edades, o otros motivos y respetos humanos, abrace a todos como a hermanos en el Señor”. Esta parte es lo más parecido a la vida que llevaban entonces los jesuitas en sus noviciados. La parte tercera se refiere a “los Estudios de este Real Seminario” y está compuesta de 21 artículos. En el artículo primero se distingue de manera un tanto discreta entre la enseñanza, que sigue siendo gratuita, y el régimen de internado que era el que tenían que pagar los padres de los seminaristas. En el artículo X se distinguen diversas clases de estudiantes y por este orden de importancia: teólogos, matemáticos, filósofos, retóricos y gramáticos. La lengua oficial a lo largo del día era el latín. Tenían además otras enseñanzas extra, como la danza, la esgrima y la música. Las Constituciones terminan con la “Distribución que los Caballeros Seminaristas observan en tiempo del Curso”. Un día normal comenzaba a las 6 de la mañana (“Levantarse, peinarse y lavarse”, y concluía a las 9 y media de la noche (“Lección espiritual, examen de conciencia y acostarse”).
En “tiempo de vacaciones y asuetos”, Abad dispuso: “Se tienen los mismos exercicios Espirituales, passos y argumentos: se aumentan las horas de bayle y Música. Se destinan otras para Doctrina Christiana, Estudio, Galateo, Geografía, Historia y escribir Cartas o Planas. Se da una hora de juego por la mañana, y passeo muchas tardes”.
Con estas Constituciones o reglamento, dado por el rector Abad, el Real Seminario de Nobles de Calatayud alcanzó en menos de quince años un prestigio académico y cultural que nada tenía que envidiar al renombrado Colegio de Nobles adjunto al Colegio Imperial de Madrid.
Después pasó a Zaragoza, donde, según Hervás, “por algunos años, celosamente se empleó en los ministerios apostólicos y, al mismo tiempo, de su instrucción y prudencia se aprovecharon monseñor Luis García Mañero [Rincón del Soto, 1703-Zaragoza, 1767], su dignísimo arzobispo, en exámenes sinodales, y el tribunal de la Inquisición en consultas, porque era su calificador y también de la Suprema de España” (Hervás, 2006). La expulsión de 1767 lo sorprendió siendo rector del Colegio de Monte-Sión, en Palma de Mallorca.
Según Hervás, vivió los casi veinticinco años del destierro italiano “retirado totalmente de toda sociedad mundana, y solamente ocupado en la meditación santa, y con la lección y escritura de obras útiles. Siempre heroicamente apacible en toda adversidad, vivió y murió victorioso del mundo y de sí mismo. Lleno de merecimientos, a gozar su eterno premio pasó en Ferrara, a 15 de abril de 1791. Fue sepultado en la Iglesia del Jesús, que fue de jesuitas” (Hervás, 2006).
El padre Abad fue, ante todo, pedagogo, muy del gusto de Hervás, quien señala cuatro obras impresas, todas antes del destierro, aunque, en 1789 tenía “concluida perfectamente y dispuesta para la prensa su Anatomía político-cristiana, contra las obras de Justino Febronio, pero, aunque se empezó a imprimir, se interrumpió por haber sido prohibida, por su contenido antijansenista”.
En Italia escribió, especialmente, contra Febronio, sobre el culto del Santísimo Corazón de Jesús y una extensa Educación cristiana propuesta a la juventud española, de la que llegó a redactar cuatro de los seis tomos proyectados.
Obras de ~: Compendio de la vida del doctor eximio, el Venerable Padre Francisco Suárez, de la Compañía de Jesús, Calatayud, 1746; Novena a San Francisco de Borja, duque IV de Gandía y Jeneral III de la Compañía de Jesús, con ocasión de haberlo elegido los fidelísimos Reyes de Portugal por patrono principal de su monarquía y protector contra los terremotos, Madrid, Imprenta de Manuel Fernández, 1756; Constituciones del Real Seminario de Nobles de la Purísima Concepción de Calatayud, Calatayud, Joaquín Estevan, 1761; Vida de D. Ignacio de Loperena, seminarista en el Real Seminario de Nobles de la Compañía de Jesús de Calatayud, Calatayud, Joaquín Estevan, 1763; Vida del Venerable Hermano Alonso Rodríguez, s.f.; Norte moral en el estudio de las ciencias humanas, con crítica de ellas, de sus autores principales, de su método en la enseñanza, especialmente de la latinidad, retórica, poesía y filosofía, s.f.; Colección de cuestiones filosóficas y de tratados teológicos, s.f., 5 vols.; Anatomía político-cristiana, que en las obras de Justino Febronio descubre y manifiesta su espíritu antimonárquico, destructivo de toda Monarquía; y las particulares injurias, que Febronio hace a la española, s.f.; Sobre el culto y la fiesta del Santísimo Corazón de Jesús y La educación cristiana propuesta a la juventud española en las tres partes de política, s. f. (inéd.).
Bibl.: F. Latassa, Biblioteca nueva de autores aragoneses que florecieron desde el año 1500, vol. I, Pamplona, Joaquín de Domingo, 1798, págs. 157-158; C. Sommervogel (ed.), Bibliothèque de la Compagnie de Jesus, vols. 1 y 2, Bruxelles-Paris, O. Schepens-A. Picard, 1890; O. Prat de Saba, Operum scriptorum aragoniensium olim e’ Societate Jesu in Italiam deportatorum Index editus in lucem a Josepho Fontio a’ Valle Ausetano, Roma, 1803; J. E. Uriarte y L. M. Lecina, Biblioteca de Escritores de la Compañía de Jesús pertenecientes a la antigua Asistencia de España, vol. I, Madrid, 1925, págs. 1-3; M. Dubuis, “Un ‘error común’: la antiperístasis. En torno a una carta inédita de Feijoo al P. Agustín Abad”, en Estudios dieciochistas en homenaje al profesor José Manuel Caso González, vol. I, Oviedo, Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII, 1995, págs. 251-260; A. Astorgano Abajo, “Meléndez Valdés y la enseñanza de las Humanidades en las preceptorías de gramática”, en Bulletin Hispanique (Bourdeaux), 103, 1 (junio, 2001), págs. 75-125; L. Hervás y Panduro, Biblioteca jesuítico-española, ed. de A. Astorgano, Madrid, Libris Asociación de Libreros de Viejo, 2007, págs. 93-95; J. A. Ferrer Benimeli, “Los colegios de Aragón que conoció Requeno”, en A. Astorgano Abajo (coord.), Vicente Requeno (1743-1811). Jesuita y restaurador del mundo grecolatino, Zaragoza, Prensas Universitarias, 2012, págs. 101-128.
Antonio Astorgano Abajo