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Luciano Francisco Comella Villamitjana

Biografía

Comella Villamitjana, Luciano Francisco. Vic (Gerona), 13.XI.1751 – Madrid, 31.XII.1812. Dramaturgo.

Pocos son los datos biográficos certeros que se tienen del dramaturgo Luciano Francisco Comella. Se sabe que nació en Vic el 13 de noviembre de 1751, hijo de José Comella y de Ana María Villamitjana.

Un abuelo materno fue jornalero, bracerius, según dice la partida de bautismo. Su padre debió de tener algún cargo respetable en la ciudad, conclusión a la que llega el estudioso Carlos Cambronero tras analizar el domni que se le aplica en dicha partida.

Asimismo, Leandro Fernández de Moratín afirmaba que el padre de Luciano, José Comella y Doménech, fue militar y ejerció su profesión junto al marqués de Mortara. Fue este noble quien más tarde acogería para su servicio al dramaturgo en su casa de Madrid.

Nada se sabe de los primeros años de su vida; ni siquiera de su formación. Lo que parece evidente, tras los diferentes datos y el estudio de la personalidad y obra del dramaturgo, es que Comella, lejos de lo que quisieran difundir sus contemporáneos, fue un hombre cultivado. Sus estudios primarios seguramente los cursara en alguna de las escuelas que los escolapios mantenían para impartir las primeras letras a los niños de familias sin recursos económicos. Por otra parte, si su padre fue militar, algún otro tipo de estudios superiores recibiría, a lo que habría que sumar lo que podría aprender con el marqués de Mortara cuando éste se hizo cargo de Comella. Con todo, la mayor instrucción del escritor catalán sería autodidacta.

Se sabe que a principios de los años setenta, con aproximadamente veinte años de edad, se traslada a Madrid a casa de su protector, el marqués de Mortara, que residía en la calle del Prado. Allí se establece inicialmente como mayordomo e inicia una serie de contactos que serán trascendentales en su trayectoria de dramaturgo. Conoce también en esta aristocrática mansión a quien sería posteriormente su esposa, María Teresa Beyermón, doncella de la marquesa y con quien se casa en 1775. También hizo amistad con el compositor Blas de Laserna, profesor de música de la familia.

Comella asistía con frecuencia a la conocida Tertulia de San Sebastián, aunque, como señaló Emilio Cotarelo, en la etapa menos interesante y final de este particular foro, cuyos concurrentes habituales eran Pedro de Sandoval, Lucas Alemán (Manuel Casal), Antonio Cacea (el padre Cayetano Cano), el militar Ingenuo (Manuel Aguirre), Álvaro María Guerrero y Zavala y Zamora, entre otros.

De estos primeros años se conoce básicamente su faceta de tonadillero, gracias a un memorial de 1783 en el que solicitaba poder entrar gratis en los teatros, por llevar suministrando a los compositores Pablo Esteve y Blas de Laserna, desde 1778, los libretos de las tonadillas. Por esta época se representaban en casa de los marqueses algunas piezas comellanas. Es famosa la función de La Cecilia en 1786, en la que actuaron los marqueses, el propio Comella y su mujer. De hecho, a cargo del aristócrata corrieron los gastos de impresión de una edición de lujo de esta obra, y otra de su segunda parte, que también escribiría el dramaturgo para ser representada en casa de los nobles, que se conservan en la Biblioteca Histórica de Madrid.

Sin embargo, el primer estreno que se le conoce en un teatro público madrileño tuvo lugar en julio de 1781. Se trata del drama La buena esposa, interpretado por la famosa actriz María del Rosario Fernández, la Tirana.

Comella se casó dos veces, la primera, como se ha mencionado, en 1775, con María Teresa Beyermón, que falleció en 1792. Y la segunda, con Josefa Salas, de quien sólo se conoce su nombre, que aparece en la partida de defunción del dramaturgo, que se encuentra en la parroquia madrileña de San Sebastián. De su primer matrimonio tuvo cuatro hijos, según reza la partida de defunción de su primera esposa. Uno de ellos músico del Teatro del Príncipe, y otra, Joaquina, libretista también de tonadillas. De hecho, parece que Joaquina ayudaba a su padre en la composición de muchas de sus piezas. Convivió la hija con el dramaturgo en la calle del Niño hasta que murió en 1800 a los veintidós años. Todo parece indicar que era de salud enfermiza y que tenía algún defecto físico importante.

En los años que van desde su primer estreno en 1781 hasta que la Junta Censora implanta la Reforma en los teatros en 1800, Comella se convierte en uno de los dramaturgos más apreciados por el público de los coliseos madrileños. Escribe y estrena todo tipo de piezas, tanto comedias como traducciones, adaptaciones, zarzuelas, melólogos, sainetes y tonadillas.

Cultiva todos los géneros teatrales y sus estrenos son constantes. Sin embargo, esta aceptación popular contrasta con el desprecio de los neoclásicos, como Leandro Fernández Moratín; con las censuras del catedrático Santos Díez González, y con las regulares reseñas en el Memorial Literario.

Luciano Comella llegó con sus constantes estrenos a abanderar la corriente dramática popular imperante en los coliseos de finales del siglo XVIII. Tendencia que confrontaba estéticamente con los ideales clasicistas que reivindicaban para el teatro español autores como Moratín. Fueron las comedias militares y sentimentales las que más éxitos le reportaron, no en vano fue Comella innovador y precursor con estos dos géneros típicamente dieciochescos. Destacan trilogías militares como las que le dedicó a los monarcas Federico II de Prusia o a María Teresa de Austria y series sentimentales como las de La Cecilia, piezas como La Jacoba y comedias musicales como El abuelo y la nieta.

Dentro de los géneros breves, fue seguidor de la estela costumbrista emprendida por Ramón de la Cruz con sus sainetes, y un promotor de géneros genuinos del siglo XVIII como la tonadilla y el melólogo.

En 1789 estrena Comella, con notable éxito, su comedia La Jacoba, con la que se inicia una polémica que iba a marcar toda la vida del catalán e incluso a determinar su encasillamiento literario. Esta comedia tiene alguna similitud con otra que Leandro Fernández de Moratín había ya escrito y dado a conocer en tertulias literarias, aunque aún no se había estrenado: El viejo y la niña. Si ambos autores discrepaban abiertamente en su concepción teatral, con esta situación el encono llegó a un plano personal de acusaciones, desprecios y alusiones. Cada una de las obras de cada uno de ellos iba a dar la réplica al estreno anterior. A La Jacoba comellana (1789) le sucede La derrota de los pedantes moratiniana en el mismo año y La comedia nueva o El café (1792), donde Moratín es ya inmisericorde con los autores populares en general y con Luciano Comella de manera particular, con alusiones tan directas e identificables que el propio dramaturgo intenta impedir su estreno.

Estos ataques de Moratín se debieron probablemente a la irritación que causaban en él los constantes estrenos y éxitos del catalán, mientras que los ideales reformistas del madrileño seguían sin llevarse a cabo.

No hay más que leer el informe de Comella solicitando que no se estrenase El café, y el tono de mofa de Moratín en su carta al fiscal del caso, Juan Pablo Forner respecto de este documento. Memorial que no sirvió de nada, porque la pieza se representó, y contó con el apoyo de las autoridades competentes que realizaron informes positivos.

Un año después, Comella estrena El violeto universal con lo que la polémica queda momentáneamente zanjada no sin que el enfrentamiento entre ambos modos de entender el arte escénico llegue a un compromiso.

Es significativo que las críticas de Moratín hacia el teatro popular y hacia su mayor representante se acrecentaron precisamente en esta etapa sobresaliente del comediógrafo, sobre todo teniendo en cuenta que el madrileño llevaba tiempo tratando de que se aprobara su plan de reforma teatral.

En este período exitoso también se embarcó Comella en otros proyectos, como fue la fundación del Diario de las musas, junto al periodista Lorenzo de Burgos. El periódico apenas duró ese año de 1791, ya que los acontecimientos revolucionarios en Francia y el miedo a que se propagaran a nuestro país produjeron la prohibición de todo tipo de periódicos y gacetas como medida preventiva.

Incluso en 1800, y pese al control ejercido sobre los teatros por parte de la Junta Reformadora, Comella continuaba trabajando. En febrero de ese año presentó su melólogo El estatuario griego, que fue aprobado por Santos Díez, y en mayo representó de nuevo su comedia El abuelo y la nieta. Según declaró el dramaturgo, además, en estas fechas, venía colaborando con el músico y empresario de los Caños, Melchor Ronzi, con comedias, óperas y oratorios. Comella demostró a lo largo de su vida profesional una extraordinaria adaptación a las circunstancias, componiendo y traduciendo obras de acuerdo a las necesidades del momento.

El 28 de abril de 1800, Comella elaboró junto con el pintor Ramón Lanzarote un Plan para abrir nuevamente el teatro de los Caños del Peral. Este plan presentaba al catalán en calidad de director con obligación de proporcionar todas las piezas, escribir y traducir, y a Lanzarote como director administrativo.

Varios documentos y cartas de entre 1800 y 1801 testifican que Comella y Lanzarote se encargaron, al menos en estas fechas, de la dirección de los Caños.

Es más, como declaraba el catalán, la mayoría de las piezas que se representaron en este teatro en el período de mediados de 1800 a principios de 1802 son traducciones suyas y de Rodríguez de Arellano. Sin embargo, parece que Comella y Lanzarote no estuvieron al frente del teatro durante todo el quinquenio para el que fueron contratados, ya que a finales de 1801 el actor Isidoro Márquez aparecía como director de los Caños, junto con el violinista Melchor Ronzi como empresario.

En 1806, Comella se marchó a Barcelona, donde figura desde el mes de abril como director de la Compañía Española del Teatro de Barcelona, según el diario de esta ciudad del 7 de abril de 1806, y en la Ciudad Condal permaneció hasta 1808 en que regresa a Madrid, coincidiendo con la ocupación francesa.

Es probable que su ida a Barcelona estuviera animada por el empresario Melchor Ronzi, con quien, como se ha dicho, colaboró en los Caños, y después también, cuando aquél se encargó de los tres teatros madrileños. Es más, Ronzi figura como empresario del teatro barcelonés en las mismas fechas en las que está como director el dramaturgo.

Desafortunadamente, y a pesar de la interesante producción dramática comellana, el escritor catalán ha pasado a los libros de historia literaria como el autor mediocre que pintara Leandro Fernández de Moratín en La comedia nueva o el café (1792). Con esta pieza, Moratín materializaba sus críticas al teatro popular y a aquellos dramaturgos que lo practicaban.

No parece que Comella viajara al extranjero, aunque sí lo hicieron algunas de sus obras, como Los Federicos, que se estrenaron con éxito en los teatros italianos, según reconocía Moratín desde Florencia.

Comella se mantuvo en el teatro con sus estrenos durante aproximadamente cuarenta años, y cosechó éxitos como los diecinueve días que estuvo en cartel la reposición de El buen hijo o María Teresa de Austria en diciembre de 1806. La mayoría de sus obras manuscritas se encuentran en la Biblioteca Histórica de Madrid; muchas de ellas fueron impresas en el siglo XVIII y se hayan independientes o formando parte de colecciones de comedias en la Biblioteca Nacional de España.

Luciano Comella regresó a Madrid en 1808 y sus estrenos se sucedieron, aunque poco más se sabe de su vida, salvo la fecha de la muerte, que tuvo lugar el último día de 1812 y en la capital. Vivía por aquellas fechas en la calle de Santa María, según la partida de defunción que publicó Carlos Cambronero. Y ni siquiera en esta última acción de su vida, su muerte, es ajeno a la polémica y la burla. Manuel Silvela en su Discurso de entrada a la Real Academia Española en 1871 cuenta, a través del padre del compositor Barbieri, que Comella fallece a consecuencia de haber ingerido unos arenques en mal estado, fruto de su paupérrima economía.

Cualquiera que hayan sido sus circunstancias personales, lo que la moderna investigación literaria ha puesto de manifiesto es que el dramaturgo catalán fue pionero en la profesionalización del arte. En ejercer su oficio de dramaturgo desligado del poder y con una concepción mercantilista de su producción. Espíritu comercial con el que otros autores, como Moratín nunca estuvieron de acuerdo, afirmando a través de uno de sus personajes álter ego de Comella, Don Eleuterio, que “me lastima la suerte de estos escritores que entontecen al vulgo con obras tan desatinadas y monstruosas dictadas, más que por el ingenio, por la necesidad o la presunción”. La injusta acusación de ausencia de ingenio nunca abandonaría a Luciano Francisco Comella, ni en vida, ni siglos después de su muerte, como lo demuestran textos de Galdós o de Clarín en los que se repite esta misma imagen del dramaturgo.

 

Obras de ~: La Jacoba, 1789 (ed. de M. Di Pinto, Abano Terme, Piovan Editore, 1990); Doña Inés de Castro, 1791 (ed. de M.ª Angulo Egea, G. Labrador, D. García, Salamanca, Grupo de Estudios del siglo XVIII, 2005); con L. Burgos, “Prospecto para el Diario de las Musas”, 1789 [en Archivo Histórico Nacional, Estado, 3014 (34)]; El abuelo y la nieta, 1792 (ed. de A. Eversole, Valencia Chapel Hill, Albatros hispanófila, 1992); El violeto universal o el café, 1793 (ed. de M.ª Angulo Egea, en Dieciocho, 24.1 [2001], págs. 33-83); con R. lanzarote, “Plan para abrir nuevamente el teatro de los Caños del Peral con una compañía de ópera y otra cómica, nacionales”, 1800 [en Biblioteca Nacional de España, ms. 14055 (2)].

 

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María Angulo Egea

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