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Cristóbal Vaca de Castro

Biografía

Vaca de Castro, Cristóbal. Señor de Izagre y Santa María del Otero. Izagre, Mayorga (León), 1492 – Valladolid, 1572. Gobernador del Perú.

Hijo de Garci Díaz de Cadórniga y Castro y de Guiomar Cabeza de Vaca. Aunque poco se sabe sobre su juventud, es probable que siguiera estudios en Salamanca. Casó en León con María Magdalena de Quiñones y Osorio, y tuvo de esta unión los siguientes hijos: Jerónimo y Antonio —los mayores, que murieron sin sucesión—; Guiomar —cuyo hijo, Francisco de Andrada y Quiñones sería el heredero de los bienes de sus abuelos—; Leonor y Beatriz —ambas monjas en Santa Catalina de Valladolid—, y Pedro de Castro y Quiñones, quien llegaría a ser arzobispo de Granada.

Cristóbal Vaca de Castro era licenciado en Leyes y hacia 1534 figuraba como corregidor en la villa de Roa. Fue nombrado oidor de la Real Audiencia de Valladolid en 1536 y fijó allí su residencia definitiva. Por entonces, se le otorgó permiso de hacer las informaciones correspondientes para obtener el hábito de Santiago en León, en Mayorga y en Valladolid (30 de diciembre de 1539). Cuando llegaron a la Corte las noticias de las disputas entre pizarristas (‘pachacamas’) y almagristas (‘chilis’) por el dominio de Cuzco, por recomendación de García de Loaysa, arzobispo hispalense, se encargó a Vaca de Castro que actuara como juez, recibiendo instrucciones acerca de su comisión en Perú, el 15 junio de 1540: “Habiendo entendido las alteraciones y cosas acaecidas en nuestro Reyno de Nueva Castilla, que es en la Provincia del Perú, para ser informados de la verdad de lo que en ésta ha pasado, y hacer justicia a las partes que la pidieren; y así mismo para saber el recaudo y fidelidad que ha habido en nuestra hacienda y patrimonio Real, cómo se han guardado y cumplido nuestras provisiones que a la dicha Provincia habemos mandado, enviar, así tocante a la instrucción y conversión y buen tratamiento de los naturales de ella, como para la perpetuidad y noblecimiento y población de las dichas provincias”. Para ese entonces, ya se le había concedido el hábito de caballero de la Orden de Santiago e incorporado al Consejo Real. Poco antes de salir de la Península —posiblemente en Sevilla—, al conocerse la muerte de Almagro y en caso de que el marqués Pizarro también hubiera fallecido, se le autorizó mediante provisión, ejercer el cargo de gobernador.

A fines de octubre de 1540 se hallaba en Sanlúcar de Barrameda, y el 5 de noviembre siguiente partió rumbo a América, en la nao de Cosme Rodríguez Farfán, con una flota compuesta por diecesiete naves. En medio de naufragios y temporales, donde se perdió gran parte de su hacienda y esclavos, llegó a La Española (actual Santo Domingo) el 30 de diciembre de 1540, donde fue recibido por el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y llevó a cabo una visita en la isla durante casi todo enero de 1541. Partió hacia Nombre de Dios, el 5 de febrero, arribando trece días después con no pocas dificultades y donde estuvo ocupado buscando sitios idóneos para construir una fortificación. Llegó finalmente a Panamá el 24 de febrero de 1541, pasando a ejercer la Presidencia de la Real Audiencia y disponiendo su organización. Abrió la residencia al doctor Francisco Robles, siguiendo las instrucciones recibidas, pero al no resultar nada grave, dejó la conclusión de la visita al doctor Villalobos. Enterado el marqués Pizarro de su presencia en Panamá, le envió una nave para que el licenciado hiciera en ella el viaje al Perú, pero Vaca de Castro rehusó esta gentileza para evitar acusaciones de parcialidad.

Salió de Panamá el 18 de marzo de 1541, en la nave del doctor Sepúlveda, además de otras embarcaciones, las cuales llegaron con buen tiempo hasta la isla de Malpelo, continuando hasta La Gorgona. Sin embargo, los sorprendió una tempestad cuando estaban próximos a la isla del Gallo, donde iban a proveerse de agua, teniendo que proseguir su ruta hasta la bahía del Ancón de Sardinas (actual límite de Ecuador y Colombia). En la noche, la tempestad arreció y las naves se dispersaron, quedando sola la de Vaca de Castro; al querer volver al Ancón, hallaron una nave que venía de Nicaragua, junto a la cual decidieron retroceder y tomar tierra en el puerto de Buenaventura, fundado por Pascual de Andagoya. Ante la inexperiencia de los pilotos, se tuvo dificultad en encontrar la entrada hacia dicho puerto. En la isla de Palmas, cercana a la costa, hallaron un letrero grande sobre una peña que decía “cualquiera que viniere en busca del puerto de la Buenaventura, corra seis leguas este oeste, y en la playa que llegare verá una gran cruz, caven, y al pie de ella hallarán un calabozo, y en él dentro una carta que les dirá dónde está el puerto”. Ante tan peregrinas indicaciones, poco era el éxito que les deparaba de proseguir su ruta, pues a pesar de que se enviaron hasta dos avanzadas de reconocimiento, sólo se encontraron con otras naves que se hallaban en la misma situación. Pasaron más de ocho días, y ante la escasez de víveres, felizmente toparon con una nave del hijo del adelantado Andagoya, que los condujo finalmente al buscado puerto.

Durante su estadía en Buenaventura, de no más de diez días, Vaca de Castro dio un mandamiento para que Sebastián de Benalcázar sacara de prisión a Pascual de Andagoya. No obstante, en los sucesivos meses no quiso definir el pleito por la gobernación del río San Juan entre ambos conquistadores, aconsejando a Andagoya ir primero donde el Rey para se aclaren sus derechos. Desde este puerto, decidió proseguir su viaje por tierra: “Se partió de allí con muy graves enfermedades y que a no traer en su compañía un médico e cirujanos muriera e al cavo de aver tardado treinta e tres días llegó a la ciudad de Cali, aviendole muerto los tigres dos españoles y otros siete el hambre y ásperas sierras que pasavan” (Cieza de León, Guerra de Chupas).

Arribó a Cali a fines de abril de 1541, después de diez días de penoso recorrido, siendo bien recibido por Benalcázar, pero tuvo que afrontar su enfermedad durante tres meses. Desde Cali, Vaca de Castro envió mensajeros a Quito informando de su llegada y de su investidura de juez para el Perú, donde ya se le creía muerto. Prosiguiendo su viaje, salió de Cali alrededor del 10 de agosto de 1541, y se dirigió a Popayán, adonde llegó al cabo de pocos días, siendo recibido por el Cabildo y los vecinos, y donde se enteró del asesinato del marqués Pizarro (26 de junio de 1541): “Estaba un Lorenzo de Aldana allá en Popayán, que lo avía enviado el gobernador Pizarro quando las pasiones con Almagro que fuese tras Benalcázar, que era amigo de Almagro, que no volviese contra él y este Lorenzo Aldana incitó a Vaca de Castro que avían muerto aquel gobernador aquellos traydores y que se querían alzar con la tierra” (Borregán, Crónica de la conquista del Perú). Aceptada su autoridad, partió hacia Quito, reclutando fuerzas para enfrentarse a Diego de Almagro el Mozo, caudillo que acababa de autoproclamarse gobernador de Perú.

Vaca de Castro llegó a Quito el 25 de septiembre de 1541, y al día siguiente presentó la real provisión que lo nombraba gobernador a la muerte del marqués Pizarro ante el Cabildo de dicha ciudad, siendo reconocido como tal con la ceremonia de rigor. En gesto de retribución, elevó la villa quiteña al rango de ciudad. A continuación, volcó todas sus energías en organizar su ejército, teniendo que recurrir a ayudas monetarias de los vecinos. Sin embargo, no vaciló en enviar fuerzas de socorro para levantar el cerco de Guayaquil, asediada por los indios de La Puná, quienes ya habían asesinado al obispo de Cuzco, fray Vicente de Valverde y al capitán Juan de Valdivieso (entre noviembre y diciembre de 1541). Aún en Quito, envió algunas “provisiones”, que llegaron discretamente a Lima una vez que Almagro el Mozo abandonó la ciudad, “dirigidas a fray Tomás de San Martín, provincial de la Orden de Santo Domingo, y a Francisco de Barrionuevo para que entendiesen en la gouernación de la tierra entretanto que llegaua. Y secretamente en el monasterio de Santo Domingo se juntó el cabildo de la ciudad y las obedeció, recibiendo al licenciado Vaca de Castro por Gobernador y a Jerónimo de Aliaga, escriuano mayor de la gouernación, por su teniente, porque también venían para él las prouisiones” (Zárate, Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú).

Desde la sierra ecuatoriana, Vaca de Castro tomó el camino de la costa, despidiendo a Benalcázar y sus huestes, quienes lo habían acompañado desde Cali, por contar ya con suficientes hombres y no estar seguro de su fidelidad. De inmediato pasó al puerto de Paita (Piura), para asegurarse las comunicaciones marítimas y desde allí a San Miguel, en donde se le unieron varios caballeros, entre ellos el cronista Pedro Pizarro. Continuó por los llanos hasta Jayanca, en donde le esperaba el capitán Pedro de Vergara, quien venía de la entrada a los Bracamoros (Cajamarca) y arribó a Trujillo, con alrededor de doscientos hombres, a inicios de marzo de 1542, descansando unos días. Tanto en San Miguel como en Trujillo, el licenciado no sólo procuró reunir herramientas y hierro, sino también recaudar fondos por medio de préstamos.

Prosiguiendo su camino, llegó al valle del río Santa (Ancash) y por él decidió subir la cordillera, trayecto en el que no pocos de sus hombres padecieron el “mal de montaña” o soroche: “Y como subió en lo alto de las sierras de aquel común mal que a todos da de la cabeza, le dio a él y a los demás, y los paró tales que andaban como si fueran navegando por la mar, sin jamás la haber visto ni saber cuán fatigosa era” (Cieza). En Huaylas, a donde llegó los últimos días de marzo de 1542, se encontró con fray Tomás de San Martín, provincial dominico, quien se puso a sus órdenes y donde nuevamente tomó algunos días de descanso para aclimatarse plenamente. Por fin en Huaraz (Ancash), Vaca de Castro incorporó a sus tropas las huestes que seguían a Alonso de Alvarado y Perálvarez Holguín, quienes a decir de un indiscreto cronista “házenle que tome la tierra y vánse con él incitándole y haciéndole entender lo que ellos quisieron por que veían claramente que si venía a efecto de hazer informaciones de las cosas de la tierra y las enviase a su majestad que los auía de hallar tan culpados que los auía de echar fuera del Reyno por que estaba fresco el negocio y se sabría todo como avía pasado” (Borregán). Superadas las fricciones y celos entre los jefes que se le unieron, gracias a sus buenos oficios, el licenciado fue reconocido por todos como capitán general de los Ejércitos.

Retirado a Cuzco, Almagro el Mozo escribió a Vaca de Castro manifestándole que él sólo deseaba que le reconociesen como gobernador de la Nueva Toledo, al ser único heredero de su padre, sin embargo persistía en su afán de conservar Cuzco, aún cuando el Rey había dispuesto que dicha ciudad estaba dentro de la gobernación de la Nueva Castilla. Entretanto, Vaca de Castro decidió marchar hacia Lima, preocupado en obtener más fondos y enrolar más hombres a sus filas, mientras ordenaba a sus capitanes desplazarse con el grueso de sus tropas a Jauja.

Hacia fines de mayo de 1542, Vaca de Castro y su séquito entraron solemnemente en Lima, siendo recibidos por los oficiales reales y los miembros del Cabildo. En los dos meses que estuvo en la ciudad reorganizó sus fuerzas y para enfrentarse a los almagristas: “hizo muchos arcabuces con el buen aparejo de maestros que allí halló y se aderezó de todo lo necesario, tomando prestados de vecinos y mercaderes más de setenta mil pesos de oro, porque toda la hazienda real auía tomado y gastado don Diego” (Zárate). Una vez culminados los preparativos, el licenciado se dirigió a Jauja para reunirse con sus tropas, a donde llegó a mediados de agosto de 1542, teniendo que intervenir nuevamente para calmar las rencillas entre Perálvarez y Alonso de Alvarado.

Enterado del desplazamiento de las tropas almagristas, Vaca de Castro marchó aceleradamente a Huamanga (Ayacucho) para evitar que cayera bajo dominio del rebelde. Posesionada y guarnecida la ciudad, se dispuso a esperar la batalla en el llano de Chupas, hacia el sur de Huamanga. Durante el ínterin se volvieron a plantear negociaciones, pero las mutuas propuestas no convencieron a las partes, agravando la situación la captura de un espía, enviado para causar defecciones y observar la disposición de las filas almagristas. El ejército de Vaca de Castro “llevaba como setecientos hombres, entre ellos trescientos arcabuceros, y gente mal armada a causa de que las armas avían robado los de Chile, y aver avido poco tiempo para poderse proveer dellas”. Luego de algunas vicisitudes, el 16 de septiembre de 1542 se libró al fin la batalla, donde si bien en un inicio las cosas parecían inclinarse a favor de los almagristas, ya entrada la noche se impuso la superioridad numérica de los leales al Rey. A decir de algunos cronistas, decidió la contienda la oportuna ineficacia de la artillería rebelde, sospecha que le costó la vida a Pedro de Candia, veterano conquistador, a manos del propio Almagro el Mozo.

La mortandad posterior a la batalla fue tal que “hízose un rrastro de cuerpos muertos mas que de puercos y carneros se hacen en la ciudad, sin los que mataron los naturales por los campos, por vn mandamiento que Vaca de Castro les dio a los yndios que los matasen y no mirauan si heran de los de Chile o de los suyos hasta que se hallaron algunos muertos y ser de los suyos y lo avisaron y mandó a los yndios no matasen mas sino que los truxesen presos, pero por eso no dexaban de matar de vnos y de otros por que no conocían quienes heran” (Borregán). Posteriormente, Vaca de Castro dispuso el retorno a Huamanga con los prisioneros donde se hizo “justicia de los más culpados, hasta treinta hombres, y desterró otros muchos; otros se huyeron, que no se pudieron aver” (Pizarro, Relación del descubrimiento y conquista del Perú).

Una vez enviados hombres en persecución de Almagro el Mozo, huido después de la batalla, Vaca de Castro decidió proseguir hacia Cuzco. El joven caudillo mestizo tenía la intención de encontrar refugio en las tierras de Vilcabamba, al lado del disidente Manco Inca. Hacia el 30 de septiembre de 1542 salió de Huamanga, pasando por Vilcashuamán, Huancarama y Limatambo. Más de un mes después, el 11 de noviembre, el licenciado entró en la Ciudad de los Incas, donde se le hizo un gran recibimiento y, como dice Cieza, se rodeó de aparato y pompa, que no se había visto usar hasta entonces, queriendo en cierto modo que su morada se asemejase a la Corte de Valladolid. Apresado Almagro el Mozo por el capitán Garcilaso de la Vega (padre del Inca Garcilaso), se le procesó sumariamente y se dispuso que fuera decapitado, lo cual acaeció los últimos días de 1542.

Por este tiempo, Vaca de Castro buscó aproximarse a Manco Inca para lograr su sumisión. Escribía al Rey que “los tratos que traigo con el Inga andan con mucho calor, aunque él me envíe papagayos y yo a él brocados; me ha enviado en veces dos capitanes de los principales suyos, y las buenas respuestas que de mí han llevado” (Carta del 24 de noviembre de 1542, Cuzco). Lamentablemente estos entendimientos se interrumpirían ante la llegada del virrey Núñez Vela. Enterado el licenciado de que Gonzalo Pizarro se encontraba en Lima tras su frustrada expedición al País de la Canela, lo mandó llamar a Cuzco, mientras corrían rumores sobre su posible alzamiento. A pesar de ello, el encuentro entre ambos fue cordial, logrando su propósito de alejar al caudillo hacia su rica encomienda en los Charcas.

Para mejorar la situación de los indios, ya para ese entonces bastante disminuidos en número y cargados de trabajos, Vaca de Castro llevó a cabo la primera obra legislativa de envergadura en el Perú. Dictó las Ordenanzas de Minas, el 13 de abril de 1543, donde dispuso que no se sacaran indios de climas diferentes para el laboreo minero ni alejarlos demasiado de su lugar de origen, se prohibía el castigo corporal indiscriminado y utilizar a los indios como cargueros, entre otras cosas. Al mes siguiente, el 31 de mayo, se dio la Ordenación de Tambos, donde se reconocía el itinerario del antiguo Camino Inca desde Quito hasta La Plata y se proveía lo necesario para su buen mantenimiento, así como se procuraba el buen funcionamiento del sistema de tambos, suerte de posadas a lo largo del camino donde se atendía a los viajeros, guardando siempre el buen trato y justa paga de los indios que servían en dichos establecimientos. No obstante, Vaca de Castro no pudo o no quiso definir el delicado asunto de la tasación de los tributos, cuyos exorbitantes montos constituían la principal carga de los indios.

Durante su estancia en la Ciudad Imperial, procuró lograr la cristianización definitiva de la elite inca leal al Rey. A este propósito, fue un gran paso el bautizo de Paullu Inca, de quien Vaca de Castro fue padrino. En estas circunstancias, algunos autores sostienen que en 1542 se realizaron las primeras Informaciones sobre la sucesión de los incas, debido a la existencia de un tardío documento fechado en 1608, y extractado por un semianónimo fray Antonio, quien habría utilizado los papeles originales. Sin embargo “en los documentos contemporáneos a Vaca de Castro, en sus cartas e informes al Rey y en los de sus coetáneos, no ha quedado huella de hacerse realizado tales informaciones, de las que se tiene conocimiento tan sólo por este documento, y por una alusión, también tardía del Inca Garcilaso de la Vega” (Porras 1954: 129).

Siguiendo en el ámbito administrativo, también procedió a definir las jurisdicciones de los obispados de Lima y Cuzco (18 de febrero de 1543), y tal como se le había encargado antes de abandonar España, delimitó finalmente las gobernaciones de Nueva Castilla y Nueva Toledo el 19 de septiembre de aquel año.

Aún antes de llegar a Cuzco, Vaca de Castro se preocupó en consolidar la colonización, que las guerras contra el Inca y entre los españoles habían obstaculizado, enviando diferentes expediciones: desde San Miguel en Piura, al capitán Juan Porcel con dirección a los Bracamoros, quien fundó la ciudad de Jaén; desde Vilcashuamán al capitán Pedro de Vergara, también a los Bracamoros por Chachapoyas, “creyendo que iban por diversas entradas, caso que ellos después se toparon y aun tuvieron diferencia sobre a quién pertenecía” (Zárate); desde Lima, al capitán Juan Pérez de Guevara a repoblar Moyobamba, tierras descubiertas por él mismo, y también desde Vilcashuamán, al capitán Pedro Puelles para repoblar definitivamente la ciudad de Huánuco.

Además, fundó hasta cuatro conventos, encargándolos a los dominicos, “uno en la provincia de Chincha [Ica], donde hay más de setecientos muchachos aprendiendo la doctrina cristiana; otro en la provincia de Guailas [Ancash], porque torné cristiano el cacique de allí [Vilairima] y sus hijos e parientes; y otro en la Xauxa [actual Jauja, Junín], y otro en la de Guamanga [Ayacucho]; mas, como estas provincias son muy grandes, han menester mucha copia de religiosos e clérigos” (Carta del 24 noviembre 1542, Cuzco).

Para evitar nuevos conflictos en lo sucesivo, dictó varias providencias premiando a los vencedores de Chupas, ya sea con el reparto de nuevas encomiendas o bien dando ocupaciones a soldados y capitanes. Desde Cuzco, envió al capitán Alonso de Monroy con alrededor de cien hombres proveídos de armas y caballos para Valdivia en Chile; concedió al capitán Diego de Rojas el mando de la primera expedición de descubrimiento hacia las tierras de Tucumán, quien partió en mayo de 1543. Otros capitanes como Peranzures y Alonso de Alvarado fueron enviados a España. A pesar de ello, a inicios de 1543, provenientes de Panamá llegaron al Perú noticias de la dación de las Leyes Nuevas. Dice Albenino: “Fue a aquellas provincias un traslado simple de las ordenanzas, que dio en ellas desasosiego y alteración general, diciendo que tocaba a todos y que no había sido S. M. bien informado” (Verdadera relación de lo sucedido en los reynos del Perú). Ante el desconcierto, Vaca de Castro ordenó a los alcaldes de Cuzco que velasen porque los habitantes no se excedieran en murmuraciones y los autorizó para que aplicaran la horca al que delinquiese.

Al enterarse de la llegada del virrey Blasco Núñez Vela a Lima, a principios de abril de 1544 se dirigió a dicha ciudad a ponerse bajo las órdenes del representante regio; Vaca de Castro “començó a baxar a la ciubdad de los Reyes trayendo consigo pocos mas que trescientos hombres personas de calidad y muchas armas. Sobre la qual venida ouo muchos y varios juicios diciendo que fuese su intento porque sabía y conocía claramente que tenía desseo de quedarse en la tierra y gouernar [...] Llegado a la prouincia de Xauxa determinó uenir sola su persona con poca gente y dende allí despidió toda la que traya dándoles licencia para que se fuesen donde mejor les estuuiesse. Por manera que toda la más de la gente y la de más calidad se boluieron al Cuzco lleuando consigo todas las armas que trayan” (Albenino).

Acompañado entonces por un reducido séquito, Vaca de Castro entró a la Ciudad de los Reyes para esperar al virrey a quien hizo cesión del mando el 15 de mayo de 1544. Mas a los pocos días, éste lo mandó encerrar en la Casa Real en donde permaneció ocho días, tras los cuales salió libre gracias a la intercesión del obispo Loaysa, teniendo que pagar una elevada fianza. De inmediato, se dispuso su juicio de residencia.

Iniciada la rebelión de los encomenderos en Cuzco, el virrey decidió prender a Vaca de Castro por segunda vez a principios de junio, “poniéndole culpa de lo que no la tenía, diciendo que él avía sido causa del alzamiento de Gonzalo Pizarro” (Pedro Pizarro) y se le dio por prisión un navío surto en la bahía de Callao.

Mientras tanto, el virrey fue hecho prisionero por la Real Audiencia, y, aunque pudo escapar, no evitó que los oidores reconocieran a Gonzalo Pizarro como gobernador de Perú. En tales circunstancias, Vaca de Castro solicitó el apoyo económico de sus amigos para huir; sobornó al piloto y a los marineros de una nave que el nuevo gobernador preparaba para el traslado de sus procuradores a España, y puso además en ella todo cuanto era necesario para el viaje, en especial, la plata que estaba en poder de un García de Montalvo, pariente suyo (Gutiérrez de Santa Clara, Quinquenarios). En la primera quincena de noviembre de 1544, aprovechando que en el puerto no había otra embarcación que pudiera salir en su busca, levó anclas rumbo al istmo.

Llegado a Panamá los primeros días de diciembre, perseguido por los hombres de Gonzalo Pizarro, el licenciado y varios amigos suyos huyeron a tiempo a Nombre de Dios, en donde se embarcaron rumbo a la Península a inicios de enero de 1545. No obstante, Vaca de Castro se quedó en las Azores (fines de mayo), donde tomó una nave portuguesa que lo condujo a Lisboa. No quiso entrar en Sevilla, según unos por temor a los parientes de Juan Tello, prisionero de Chupas, a quien él mandó ahorcar y, según otros, por evitar que los oficiales reales registrasen el oro y la plata que traía de Perú.

Llegó a Valladolid y se presentó en la Corte el 23 de junio de 1545, y por acuerdo del Consejo de Indias fue recluido en su propia morada y sometido a juicio. Asimismo una provisión del príncipe Felipe mandaba retener en Sevilla los envíos de oro y plata destinados a Vaca de Castro por haberse apropiado de dinero de la hacienda real y de los tributos de los indios que vacaron por muerte de Francisco Pizarro y de otras personas. Entre los acreedores, cuyos dineros traía Vaca de Castro del Perú y fueron secuestrados en Sevilla por llegar “fuera de registro”, aparecen el secretario real Sámano, Alonso de Illescas, el mariscal Diego de Caballero y Francisco de los Cobos (Varón, 1996: 145).

Trasladado al castillo de Arévalo, permaneció allí cinco años a medida que el juicio se prolongaba indefinidamente ante la ausencia del Emperador. Posteriormente se le mudó a Simancas y luego a la villa de Pinto, sumando casi once años de reclusión.

Tras un insatisfactorio primer fallo en 1545, Vaca de Castro pidió la revisión de su caso ante el Consejo de Indias y el Consejo Real. Apoyado esta vez por su hijo Pedro, logró al fin una sentencia absolutoria el 23 de mayo de 1556. Su total reivindicación se logró cuando por real cédula fue restituido a su antigua plaza del Consejo Real y repuesto en su cargo de oidor de Valladolid, además de pagarle todos los salarios adeudados durante su prisión. Se le concedieron también 15 o 20.000 pesos de renta en el Perú, que cedió a su hijo Antonio, licencia para que pasase quinientos esclavos libres de derechos al mismo virreinato; y finalmente, la encomienda de Palomas y el hábito de Santiago para su vástago.

Las amplias atribuciones que trajo Vaca de Castro le permitieron despojar, reducir y otorgar encomiendas, lo que ocasionó una fuerte oposición de los grupos dominantes hasta ese entonces. Esto, sumado a su vehemencia por lograr un rápido enriquecimiento, aún a expensas del fisco real, le propiciaron varias acusaciones tanto en Lima como en Valladolid. Las acusaciones que se le hicieron en su juicio de residencia apuntan a que en vez de cumplir la “tasa y reformación” de los indios se dedicó a “hacer bien y provecho a sus deudos, criados y allegados, y lo hacía sin se reformar de los indios que reformaba y aprovechamiento que tenían y lo que daban y podían dar de tributo” (Varón, 1996: 141).

Entre sus acusadores en Lima figuraban personajes de primer orden como el contador Juan de Cáceres, el alcalde Francisco Ampuero, el tesorero Riquelme, García de Salcedo, Illán Suárez de Carvajal, Nicolás de Ribera y Diego de Agüero, quienes afirmaban que: “Vaca de Castro en ninguna manera conviene aquí. Tiene en su cabeza todos los repartimientos que eran del marqués y los que hay vacos los disfruta y si le dura dos años tendrá un millón de oro, sin muchísimo que ha enviado a España. Trátase con todas las ceremonias reales y a veces no permite la entrada a verle en veinte y treinta días. Suplicamos venga quien le tome residencia”.

En España, el fiscal Villalobos lo acusó de veintiún cargos, entre los cuales: “haber puesto en su cabeza los indios que estaban vacos y también los que fueron del marqués; se apoderó de sumas que pertenecían a la Real Hacienda y retuvo la marca real que se mandó abrir y se cree que con ella hizo fraudes; en el Cuzco vendía mantenimientos por mano de un Gaspar Gil y prohibía a que otros lo hiciesen; envió dinero a España y procuró no pasase por las aduanas”. Esto último se confirmó por una carta dirigida a su mujer, interceptada por el contador Cáceres, donde le daba instrucciones sobre cómo defraudar al fisco. Se sabe también que con Peranzures y Francisco de Becerra, idos a España luego de Chupas, envió 53.863 pesos de oro y 170 marcos de plata.

Como miembro más antiguo, se encargó en dos oportunidades de la Presidencia del Consejo Real, hasta que pidió su relevo excusándose de sus funciones por la “mucha edad y poca salud” que tenía. Lograría su cometido poco después, por Real Cédula del 18 de agosto de 1564 que acordaba al fin su pase al retiro.

Fallecidos su mujer e hijo mayor durante su prolongada prisión, Vaca de Castro se dedicó a reparar su hacienda y consolidar su mayorazgo. En tal razón, se enfrascó en un largo pleito con Diego Mejía, su antiguo administrador en Perú, en pos de recuperar algún dinero. Tras estos sinsabores, hacia 1565 decidió pasar sus últimos días en el Convento de San Agustín en Valladolid, donde falleció entre mayo y julio de 1572. Su hijo Pedro, que erigió la Colegiata del Sacro Monte en Granada, hizo trasladar a ella los restos de su padre.

No se conocen retratos del licenciado de cuando estaba con vida. Hacia 1540 se le describía como hombre “de mediana estatura y miembros bien proporcionados y dispuestos, de color trigueño, el rostro aguileño, severo y agradable, que le hacía amable y temido, de carácter afable y cortesano”. La imagen póstuma más difundida de Vaca de Castro se encuentra en la Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano, de Antonio de Herrera y Tordesillas —aunque con ligeras diferencias, en sus ediciones de 1615 y 1728— y lo presenta con cabello corto, bigotes levantados y ligera barba, según uso de inicios del siglo xvii. Lleva una gran cruz de Santiago sobre el pecho y en la diestra, al parecer, una vara que representa su autoridad.

Las principales crónicas sobre las Guerras Civiles en el Perú, se refieren indefectiblemente a la labor de Vaca de Castro; tanto Cieza de León, Gutiérrez de Santa Clara y Antonio de Herrera, como Fernández de Oviedo y Agustín de Zárate, o cronistas marginales como Pascual de Andagoya, Nicolao de Albenino y Alonso Borregán tienen en su mayoría, un juicio negativo del funcionario leonés. Fue a finales del siglo xvi, cuando se reivindicó la figura del licenciado, debido al empeño de su hijo, el influyente Pedro de Castro y Quiñones, quien patrocinó los escritos áulicos de Juan Cristóbal Calvete de Estrella.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Sacro Monte de Granada.

N. de Albenino, Verdadera relación de lo sucedido en los reynos del Perú, Sevilla, Casa de Juan de León, 1549 (Paris, Institut d’Ethnologie, 1930); A. de Zárate, Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú, Anvers, en casa de Martin Nucio, 1555 (Sevilla, en casa de Alonso Escriuano, 1577; Buenos Aires, Universidad, Facultad de Filosofía y Letras, 1965; A Coruña, Órbigo, 2009); P. Cieza de León, Guerras civiles del Pérú. II. Guerra de Chupas, Madrid, Imprenta de Miguel Ginesta, 1881; P. Pizarro, Relación del descubrimiento y conquista del Perú, Buenos Aires, Futuro, 1944 (2.ª ed.); A. Borregán, Crónica de la conquista del Perú, ed. y prol. de R. Loredo, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1948; R. Porras Barrenechea, Fuentes Históricas Peruanas (Apuntes de un curso universitario), Lima, 1954; C. García (OSA), Vida de D. Cristóbal Vaca de Castro, Presidente y Gobernador del Perú, Madrid, Religión y Cultura, 1957; P. Gutiérrez de Santa Clara, Quinquenarios, vol. IV de Crónicas del Perú, estudio preliminar y ed. de J. Pérez de Tudela, Madrid, Atlas, 1963-1965 (5 vols.); R. Varón; La ilusión del poder. Apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, Instituto Francés de Estudios Andinos, 1996.

 

Harley Antonio Zapata Guzmán

 

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