Ayuda

Miguel de Sevilla

Biografía

Sevilla, Miguel de. ?, c. 1480 – Nogales (León), 2.V.1541. Monje del Císter (OCist.), general de la Congregación, reformador y abad.

Nada se ha podido averiguar sobre el lugar de su nacimiento ni del año en que nació, tampoco se sabe nada sobre sus primeros años. Sólo por conjeturas y basándose en las fechas de sus nombramientos, se ha señalado la fecha probable. Consta que ingresó en Montesión en unos tiempos en que se estaba consolidando lentamente la observancia, y los monasterios se mostraban reacios en aceptarla, porque siempre agrada más la vida cómoda que la que impone sacrificio. Se necesitaba en aquellos tiempos un espíritu de sacrificio a toda prueba, y fray Miguel lo debía de tener.

En 1523, después de largos trámites para dejar expedito el camino a la Congregación de Castilla, se logró incorporar al monasterio de Nogales, y se hizo elección de abad, presidida por el propio reformador fray Ignacio de Collantes, recayendo los votos en fray Miguel de Sevilla, que llegaba a la dignidad cargado de experiencia, por cuanto venía de desem­peñar el mismo cargo en Valdeiglesias de 1515 a 1522. Se había distinguido por un celo incansable, no sólo en poner en marcha la nueva modalidad de vida iniciada en Montesión, sino también en recuperar la hacienda de la casa, dilapidada de mala manera por los abades comendatarios del siglo XV, nada escru­pulo­sos en velar por los intereses de los monasterios.

Cabe señalar las dificultades que entrañaba la introducción de la reforma en algunas casas. El 23 de marzo de 1523 aparece fray Miguel de Sevilla, camino de Nogales, acompañando a fray Ignacio de Collantes y el alguacil de Corte Diego Negral. Formaban el séquito otros varios reli­giosos. Llevaban la misión de incorporar la abadía a la nueva observancia española, para lo cual se habían obtenido previa­mente todas las facultades necesa­rias, tanto de la Nunciatura como del poder civil, pero era no poco arriesgado llevar a la práctica los planes precon­cebidos. Como era de esperar, hallaron resistencia en los monjes, que no quisieron abrir las puertas, sino que tuvieron que derri­barlas por la fuerza, ya que tenían facultad real para ello; el alguacil tomó de la mano al reformador y le dio posesión de la silla abacial en el coro, le entregó las llaves del monasterio —con las escrituras del archivo, que se hallaron muy mermadas por los incesantes foros hechos por los abades comenda­tarios—, man­dando a los vasallos que en lo sucesivo tuvieran por abad y verdadero señor a fray Miguel de Sevilla y acudie­ran a él con las rentas, y si no, que lo hicieran a aquellas perso­nas a quienes él se dignase nombrar.

Días más tarde, el 29 de marzo, domingo de Ramos, fue el señalado para tener la elección abacial, recayendo los votos —según queda dicho— en fray Miguel de Sevilla, quien aceptó el cargo y fue confirmado el viernes santo, 3 de abril de 1523. La experiencia adquirida en el cargo a su paso por la sede de Valdeiglesias, le sirvió para introducir en Nogales toda una serie de mejoras encaminadas a levantar el monasterio de la postración en el que lo habían dejado sumergido los comendatarios. He aquí cómo se expresa un cronista, aludiendo al paso de este abad por la casa: “De las vigilancias y cuidado con que este venerable religioso governó por espacio de diez y ocho años, se pudiera hacer una larga historia, en gloria y ala­banza suya, pues no sólo aumentó esta casa en hacienda, sino que también la hermoseó con edificios sobre claustros, azoteas y en devoción de los vasallos, instituyendo cofradías del dulce Nombre de Jesús, del santísimo Sacramento, de la Cruz y de san Sebastián solici­tando para este efecto bulas de Roma: en cuyo agradecimiento los vecinos de San Esteban, deseando eternizar su memoria, le ofrendan sobre su sepulcro, a las vísperas y a la Misa de la Invención de la Santa Cruz, que fue el día que murió, un responso que canta toda la comunidad”.

Al igual que en Valdeiglesias, desplegó gran celo en la recuperación de los bienes enajenados por sus antecesores, pero quizá su preocupación mayor apuntó a liberar al monas­terio de una carga muy pesada, que se le impuso al tiempo de iniciarse la nueva observancia. Como había sido impetrada la abadía y la poseía el cardenal Julio de Médicis, al propo­nerle el general fray Froilán de Salazar que la renun­ciara para introducir en ella la reforma de Castilla, contestó que no tenía inconveniente alguno, siempre que a cambio le pagasen trescientos ducados de oro contantes y sonantes. Causa enorme extrañeza que tanto los papas como los cardenales del Renacimiento fueran tan interesados en los bienes materiales. Idéntica cantidad debían pagar anualmente los monjes a Juan Lázaro de Serapica, clérigo de Aquileya, camarero de León X, en razón de impuestos de Cámara. Esta carga no podía ser más oprimente para un monasterio depauperado a causa de la mala administración precedente. Mas este diligente abad consi­guió —a fuerza de ingenio y recomendaciones— la redención de aquella deuda que quitaba el sueño a los monjes: “Casó las dos pensiones, redimiendo los trescientos ducados de oro del Cardenal Agustino por dos mil ciento ducados, y los trescientos de Juan Lázaro de Serapica, redimiéndolos a Mariano de Magis­tris y a Bruto de Magistris, herederos del cardenal, por dos mil trescientos ducados; cuya verdad y justificante de todo puede verse en la abadía de la Casa”. Entre los grandes méritos de fray Miguel de Sevilla, uno fue el haber tenido la suerte de recibir un niño nacido hacía ocho o diez años antes en Laguna Negrillos, para formarse en la piedad y en las letras. Él fue quien le dio el hábito y la profesión y al notar que sus talentos eran excepcionales, procuró que se le diera una formación sólida, y que continuara la formación en los colegios. Tan aventajado salió en las ciencias, que le sucedería en el cargo abacial todavía un niño, cuando cesó y llegaría a ser una lumbrera de la Orden. Se trata de fray Cipriano de la Huerga, el exegeta más destacado que pasó por la Universidad de Alcalá, según el testimonio de un eminente maestro dominico.

Tan extraordinario celo desplegado en favor de la abadía movió a los monjes a solicitar con insistencia que siguiera al frente del monasterio, como así sucedió, por espacio de seis trienios consecutivos, hasta el 2 de mayo de 1541 en que Dios le llamó para darle el premio de sus trabajos. Se dice que le lloraron amargamente no sólo sus monjes, sino los mismos colonos, hasta el punto de costear el canto de un responso sobre su tumba, detalle que evidencia la justicia social que ejercían estos monjes con sus vasallos.

 

Bibl.: A. Manrique, Anales Cistercienses, compendio de la Observancia española, t. IV, Lugduni, Iacobi Cardon, 1659 (Apéndice), passim; D. Yáñez Neira, “Abadologio del monasterio leonés de Santa María de Nogales”, en Archivos Leoneses (AL), 76 (1984), págs. 239-240; “El monasterio de Santa María de Nogales, Monjes ilustres”, en AL, 78 (1985), págs. 310-311.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

Relación con otros personajes del DBE

Biografías que citan a este personaje

Personajes citados en esta biografía

Personajes similares