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Santo Domingo de Carracedo

Biografía

Domingo de Carracedo, Santo. Santo Domingo de Corullón, el Ermitaño. ?, p. m. s. XII – Carracedo (León), 1178. Monje benedictino (OSB) y cisterciense (OCist.), ermitaño y santo.

Carracedo fue cabeza de una congregación de monasterios benedictinos que florecieron en el Bierzo, Asturias y Galicia en los siglos X-XII, pero habiendo aparecido en la iglesia la reforma del Císter, se fueron incorporando a ella no pocos de ellos, viendo en ello una mejora notable de la observancia, dentro de la misma espiritualidad benedictina. También Carracedo, siguiendo los anhelos de san Florencio, intentó la incorporación al Císter a mediados del siglo xii, pero no accedió fácilmente el Císter en admitirle hasta finales de aquel siglo. No obstante, parece seguro que ya desde los tiempos del abad san Florencio, a mediados del siglo xii se impuso en la casa la disciplina cisterciense, aun cuando la incorporación no fue reconocida hasta fines del siglo XII. Es en esta época de espera para realizar el cambio, cuando se tienen los primeros datos sobre santo Domingo, aunque muy incompletos, debidos a la pluma de san Herberto, compañero suyo.

Se le suele denominar santo Domingo de Carracedo, de Corullón o el Ermitaño. Antes de retirarse a la ermita donde transcurrió la mayor parte de su vida, había vivido santamente en Carracedo la vida monástica bajo la dirección de san Florencio, siendo un auténtico modelo de piedad para todos los monjes.

Pero habiendo sentido fuerte el carisma de probar la vida de ermitaño, solicitó de su abad autorización para retirarse a la soledad de una montaña.

Pues la regla benedictina, por más que pondera la vida cenobítica y la considere como más adecuada para encumbrarse a la más alta perfección; sin embargo, prevé el caso de que puede haber monjes a quienes Dios les pida más retiro y le inspire vivir más en profundidad el carisma de la soledad. Tal fue el caso de Domingo.

Expuestos sus deseos a su santo abad, viendo que procedían de Dios, autorizó al monje a seguir las inspiraciones de la gracia, retirándose en las montañas de Corullón, parajes no frecuentados por personas, donde pudo dar rienda suelta a sus ansias de entrega a Dios en una austera penitencia sumergido de continuo en alta contemplación. Las penitencias a que se entregaba son más para admirar que para imitar, porque superan la flaqueza de una persona ordinaria que no esté fortalecida con una fe ardorosa.

Su biógrafo habla de que, a imitación de san Antonio primer ermitaño, sufrió Domingo rudos combates del enemigo, que no cesaba de armarle asechanzas con objeto de amedrentarle y hacerle desistir de aquel género de vida. En una ocasión se habla de que, paseando por entre las montañas, le salieron al camino tres espíritus armados de espadas y arcos y se disponían a disparar contra él, pero dándose cuenta de quiénes eran, lo poco que pueden sin la permisión divina, continuó tranquilamente su camino hasta llegar a la cueva, donde siguió residiendo saboreando las delicias que constituían para él aquel vivir sólo para Dios. Habla el biógrafo de que no llegó a conocer una gracia muy singular que tuvo, al merecer ser objeto de las delicadezas divinas, quien se dignó alimentar a su siervo durante tres años, pues el santo se limitó a contestar que a nadie de esta vida se lo comunicaría sin el consentimiento de Dios.

Continuó en aquella vida de entrega absoluta a Dios hasta su muerte, cuya fecha se ignora, pero se sabe que vivía en las montañas de Corullón en 1178, y se cree que falleció poco después. Su recuerdo perduró durante siglos en Carracedo, siendo considerado como uno de los hijos que más prestigio le dieron, por sus admirables ejemplos en la comunidad, y luego desde la luminosidad de la gruta de Corullón.

El culto que se le ha tributado viene desde la época medieval. Es del tipo de aquellos santos que figuran en el catálogo sin que se les haya instruido proceso, sino sencillamente por aclamación popular, que era la norma que se seguía hasta mediados del siglo xii en que se reservó la santa Iglesia el señalar con su magisterio las personas que merecían un culto especial en razón de sus virtudes heroicas.

 

Bibl.: A. Quintana Prieto, Santoral de la diócesis de Astorga, Astorga, 1966, pág. 20; D. Y áñez Neira, “Santo Domingo de Carracedo”, en Nuevo Año Cristiano, Madrid, Edibesa, 2002, págs. 44-45.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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