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Alonso Rodríguez

Biografía

Rodríguez, Alonso. Valladolid, c. 15.IV.1538 – Sevilla, 21.II.1616. Jesuita (SI), escritor.

Dentro de la Compañía de Jesús, varios religiosos respondieron al nombre de Alonso Rodríguez. Por una parte, aquel Alonso Rodríguez (1533-1617) que destacó en el terreno de la mística, en Mallorca, aunque nacido en Segovia y fue hermano portero en el Colegio de Montesión de Palma, canonizado después por León XIII en 1888. En segundo lugar, Alonso Rodríguez Olmedo (1599-1628), el misionero mártir que murió en Brasil. En tercer lugar, el escritor vallisoletano Alonso Rodríguez, objeto de esta biografía.

Diversas confusiones se extendían respecto al año de su nacimiento, si se leen las páginas escritas por Nieremberg, Troncoso o Sommervogel, situándolo erróneamente en 1526 y 1537, o hablando de su beatificación por León XII en 1825.

Sus padres, el doctor Rodríguez y María Gayo, “de suficiencia de bienes”, completaban el número de sus descendientes con dos hijas que profesaron monjas y cuatro hijos, uno de ellos fraile y otro beneficiado.

Pudo ser su casa natal la célebre plaza vallisoletana del Ochavo, donde hoy es recordado con una placa. Antes de entrar en la Compañía de Jesús, había obtenido el bachillerato de Artes en su ciudad natal y había comenzado a estudiar Teología en Salamanca. Allí pudo decidir su vocación como jesuita, gracias a la palabra del padre Juan Ramírez, según escribió Nieremberg, aunque antes había hecho voto de religioso. Luis de Valdivia indicó que fue más decisivo en su vocación el padre Madrid. Recibido en el Colegio de Salamanca en 1557 por su rector Bartolomé Hernández, repartió el noviciado en la ciudad del Tormes, para continuar su probación en el de Simancas, el primero de los de la Compañía en España. Pronunció los votos del bienio, por los cuales dejaba de ser novicio y en Salamanca continuó su formación teológica. En aquellos momentos, jesuitas como el padre Alcaraz —según testimonio de Luis de Valdivia— intentaban contrarrestar las enseñanzas que profesores dominicos realizaban en contra de la inmaculada concepción de la Virgen María.

Permaneció en el Colegio salmantino hasta 1566, habiendo ejercido como maestro de novicios. Fue entonces donde pudo conocer a futuros ilustres de la Compañía, como el prestigioso Francisco Suárez, aunque éste pronto salió hacia Medina del Campo para comenzar su tiempo de probación, pues allí se había establecido el noviciado de Castilla. Quizás se pudo encontrar otra vez con Suárez en 1564, cuando regresó éste a Salamanca. Después de haberse ocupado de la formación de los novicios, Rodríguez pudo dedicarse especialmente al ministerio de la confesión, convirtiéndose en un experto en casos de conciencia, ocupación que confirman los catálogos de 1565 y 1566.

Continuó con los trabajos de formación cuando fue destinado al Colegio de Monterrey en 1567, aunque también allí destacó en la lectura de casos de conciencia, siendo sus lecciones copiadas por sus discípulos y difundidas por ellos. Profesó solemnemente de cuatro votos el 26 de noviembre de 1570. Antonio Pérez Goyena negó que, en aquel tiempo, Rodríguez fuese maestro de novicios (según había apuntado Montaner en su Diccionario) o rector (según había confirmado Elías Reyero en un opúsculo sobre Alonso Rodríguez).

Luis de Valdivia, sin embargo, traía el testimonio de Diego García cuando indicaba que Alonso Rodríguez, en el momento de la profesión, era vicerrector de Monterrey. Otra cosa ocurrió a partir de entonces, pues en 1575 —según confirmaba al padre Mercuriano, superior general de la Compañía—, el peso de gobierno del colegio le estaba pesando notablemente, siendo sustituido un año después por el padre Pedro Guerra. Hasta 1579, permaneció en Monterrey, y allí se continuó distinguiendo como profesor de Teología Moral, aunque también por sus ministerios más públicos, especialmente la predicación y las misiones populares en lugares comarcanos, a pesar de no ser el padre Rodríguez un jesuita excesivamente público.

Apuntan algunas de sus semblanzas que sus contemporáneos le conocían como el “oráculo del siglo”.

Sus superiores lo enviaron en 1579 a su ciudad natal, pasando breve tiempo en Villagarcía. En Valladolid continuó con sus lecciones de casos de conciencia, en la naciente Casa Profesa, convirtiéndose en hombre de consejo para gentes de gobierno de la Iglesia.

No debió permanecer en esa casa más de seis años y medio, aunque cuenta el padre Millán que ejercitó allí el cargo de resolutor de casos de conciencia. Por aquellos años, Francisco Suárez había regresado también a la ciudad del Pisuerga donde permaneció hasta 1580, comentando la primera parte de la Summa Teologica de santo Tomás.

Una carta del entonces provincial, Pedro Villalba, confirmaba que en 1585 Alonso Rodríguez salió hacia Andalucía, con el encargo del general de la Compañía de encargarse de la formación y probación de los futuros jesuitas. El primer destino fue el Colegio cordobés de Montilla, donde llegó a ser rector, maestro de novicios por espacio de doce años e instructor de tercera probación. Sin embargo, antes de eso, este nuevo envío de la “obediencia” —como se decía en el contexto de la Compañía— supuso una importante pérdida para la provincia de Castilla. Pedro de Villalba lo expresaba claramente: “hará notable falta en esa provincia: allende que es muy buen letrado, es religiosísimo y nacido para criar sujetos en espíritu y devoción; y de esto no teníamos menos necesidad en esta Provincia [de Castilla] que en la de Andalucía”.

A esta queja, respondió en 1587 el provincial de Andalucía, Gil González Dávila, mostrando su agradecimiento al general Aquaviva: “no veo cosa en que Vuesa Paternidad haya hecho mayor regalo a esta provincia”.

De esta manera, de los buenos formadores dependía el futuro y el crecimiento de los domicilios de la misma. En la labor de probación de los futuros profesos —en la llamada tercera probación— le acompañaba el padre Gaspar de Vegas.

Fue designado en la congregación provincial de Andalucía para asistir a la congregación general V, la primera convocada sin que hubiese fallecido el entonces prepósito general, Claudio Aquaviva. Acompañado del padre Francisco Arias, los congregantes apoyaban en su gobierno al superior napolitano después de que un grupo de jesuitas españoles hiciesen público su desacuerdo con el gobierno de la Compañía.

Sus ideas las plasmaron en memoriales, por lo que se les empezó a conocer como los “memorialistas”. En aquel momento, Alonso Rodríguez presentó también un memorial aunque de signo bien distinto, que reprodujo en una parte de su “Ejercicio de perfección”.

Páginas que puso bajo el título de Del fin é instituto de la Compañía de Jesús, y de algunos medios que nos ayudarán á conseguirle, muy provechosos para todos.

Una vez hubo regresado de Roma, Alonso Rodríguez continuó viviendo en el Colegio de Montilla y no en el de Córdoba, donde Nieremberg lo situó a partir de esta fecha. Precisamente, en Montilla firmó las Pláticas espirituales. Allí pudo permanecer hasta 1597, pues un año después, Claudio Aquaviva le nombró, junto con otros tres jesuitas, inspector de la provincia de Andalucía, con competencia en determinados domicilios para examinar la disciplina religiosa que en ella existía, informando de todo ello a su provincial y, por supuesto, al general. La documentación de la Compañía le situaba en 1599 en el Colegio de Córdoba, avanzando mucho en el orden que dio a las páginas que compondrían los tres tomos de su obra principal, destacando además como confesor y director de ejercicios espirituales. Su camino habría de continuar hacia Sevilla, en 1607, donde ejerció como prefecto de cosas espirituales y maestro de novicios.

Fue su última morada y en esa ciudad, culminó los libros que le habrían de dar tanto renombre en el panorama barroco y católico del siglo XVII.

Viviendo junto al Guadalquivir, conoció la primera edición del citado Ejercicio de Perfección. Murió en la capital hispalense, en febrero de 1616, tras dos años de una intensa enfermedad que le impedía celebrar la misa, demostrando el pueblo sevillano en su funeral la popularidad que acumuló Alonso Rodríguez: “no faltó a su muerte y entierro —escribía su contemporáneo Francisco Millán— el clamor y aclamación de grande muchedumbre del pueblo, un grande número de religiosos de San Francisco y otra mucha gente de todos estados que a voces decían era muerto el Santo”. El modelo de santidad que se intentó transmitir de él era el del religioso apartado de los contagios del mundo hasta límites exagerados, indicando que solamente salía del colegio una vez al año y era cuando tenía que visitar a los marqueses de Priego, en Córdoba, que eran los patronos de la casa de Montilla, los cuales la habían fundado en 1558. Vida aislada incluso para los propios moradores de la casa, pues subrayaban que incluso desde su celda gobernaba el colegio, recibiendo del ministro y procurador del mismo, el estado de lo espiritual y lo temporal de la casa. El historiador Pedro de Guzmán, contemporáneo suyo, afirmaba que era “encogido con los de fuera y retirarse mucho de tratarlos”, faltándole “talento e inclinación” para desarrollar contactos sociales, según ya había confirmado antes su consultor en Monterrey, Baltasar Cuadrado.

Sin duda, su aportación más destacada en el campo de la literatura espiritual aunque no la única, fue su obra citada Ejercicio de perfección y virtudes cristianas.

Se basaba esta obra, publicada en 1609, en las pláticas semanales que había realizado a la comunidad entre 1589 y 1595. Habitualmente, se imprimió en tres volúmenes. En los dos primeros abarcaba aspectos de la vida cristiana, igualmente aplicables a los seglares, mientras que en la tercera parte, Alonso Rodríguez no solamente se limitó a los votos clásicos de la vida religiosa, sino que ofrecía su análisis de la vocación de un jesuita. Además de a la Sagrada Escritura, a los escritos de los doctores de la Iglesia (entre ellos los “devotos” de Tomás de Aquino), recurrió en numerosas ocasiones a la Compañía de Jesús, a través de Pedro de Ribadeneira, así como a las conocidas Pláticas que el entonces provincial de Andalucía, Gil González Dávila, realizaba por aquellos colegios. No utilizó ni a los autores clásicos, ni a Erasmo de Rotterdam, ni a sus contemporáneos, los místicos españoles.

Esa fuente principal del padre González Dávila, no solamente la destaca Antonio Astrain sino también Antonio Pérez Goyena. Tanto Rodríguez como González Dávila desarrollaron los mismos temas y acudieron a idénticas fuentes para tratarlos. Además, esta obra del padre Rodríguez fue compuesta con la experiencia de las pláticas que daba a los novicios andaluces en el Colegio de Montilla, entre 1585 y 1595, en los años que fue maestro de novicios. Precisamente, Alonso Rodríguez vivía en esta última casa cuando el provincial Dávila dio las pláticas en el mismo, en marzo de 1588, acerca de las Reglas 42 y 43 de la Compañía, que versaban sobre la unión y la caridad. No existía deseo de mérito personal, como se apreció cuando acudió a aquellas pláticas en una primera redacción, sino más bien eficacia en el ministerio. Era corriente en aquellos momentos que el padre Rodríguez no pusiese cuidado en citar las fuentes. Sin embargo, para Camilo Abad, uno de los méritos del autor vallisoletano fue el de saber fundir los materiales, distribuirlos y armonizarlos, dándoles vida propia con su propio estilo.

Alonso Rodríguez destacó por la importancia otorgada en sus páginas al esfuerzo personal. En ellas resaltó por un rico estilo, en el que se incluían anécdotas, todo ello más propio de un tono pasional para una predicación que de una reflexión teológica. No se debe olvidar que en él existía un carácter práctico y una forma conversacional, mostrándose muy poco polemista. Un claro reflejo de su personalidad hacia la Compañía, pues Alonso Rodríguez fue un hombre de formación dentro del Instituto.

Según Antonio Pérez Goyena, las cualidades de la obra de Alonso Rodríguez se reparten en cinco puntos.

El autor se distingue por su claridad expositiva, con fácil entendimiento para los lectores; la riqueza de comparaciones que empleó; la de ejemplos que ilustraban los argumentos que se iban desarrollando, lo que permitía una matización amena; la variedad de lectores que podían acceder a su texto, con un diálogo entre ellos y el autor; la sencillez de un castellano puro, “tan natural como gracioso”, aunque dado en ocasiones a las repeticiones. Como sombrías considera que al citar, Alonso Rodríguez llegaba a desconcertar, atendiendo en ocasiones a referencias. Uriarte detalló aquellas notas de las que no pudo encontrar su origen.

Páginas, igualmente, difundidas y presentes en conventos, palacios y clausuras, como lo fueron las conocidas Meditaciones de Luis de La Puente, aunque en estos tratados de perfección fue más habitual la obra de Alonso Rodríguez. Fue traducida a distintas lenguas (francés, italiano, latín, alemán, holandés y al inglés: The Practice of Christian and Religions Perfection, la primera de ellas en 1697-1699). Sommervogel contaba treinta reimpresiones, además de ocho compendios, extractos y tomos sueltos. La última de las ediciones citada por Uriarte fue la madrileña del Apostolado de la Prensa, en 1898, llegando a las cuarenta y dos ediciones y doce de compendios. En esta misma editorial se publicó en 1907 una nueva edición en seis tomos en octava. La edición de 1727, impulsada por el arzobispo de Sevilla Luis Salcedo Azcona para entregársela a las monjas de su jurisdicción, fue especialmente destacada pues el prelado pidió al padre Antonio de Solís que tradujese aquellos textos que Alonso Rodríguez había dejado sin hacer. Francisco de Borja Medina destaca que también el arzobispo sevillano había pedido que tanto Solís como Gaspar Troncoso debían preparar esta edición para entregársela gratuitamente a los devotos que lo deseasen. A ella se añadió una Breve noticia del Venerable autor de estas obras, escrita por el mismo Gaspar Troncoso. En opinión de Donnelly, ha sido el libro más traducido en la historia de la Compañía de Jesús, después de los Ejercicios Espirituales. El padre Leturia insiste que se convirtió en el libro de lectura habitual de muchos seminarios, desde el momento de su impresión, asumiéndole órdenes religiosas que no tenían nada que ver con la Compañía de Jesús. El entusiasmo demostrado hacia estas páginas llevó al papa Pío XI, en 1924, a relacionarle en la historia de la espiritualidad con los santos Bernardo de Claraval y Buenaventura.

Un éxito de difusión que no tuvo, por ejemplo, su “maestro” y provincial, Gil González Dávila.

Insiste Camilo Abad que mientras los tratados de Rodríguez parecían hallarse deslabazados, no existiendo un argumento central que los uniese, La Puente había procurado un esquema central. Ambos autores plasmaron el mundo en el que vivieron, así como el auditorio que habitualmente les escuchaba. Rodríguez era el maestro de novicios, La Puente vivía entre estudiantes y profesores de Teología; el primero era más práctico, el segundo se mostraba más teórico; significaba el descenso a las aplicaciones prácticas frente al mundo de las ideas. Con todo, las páginas de Alonso Rodríguez se convirtieron en el texto oficial de los noviciados y de aquellos centros que se dedicaban a la formación espiritual, incluidos los seminarios que lentamente se iban fundando tras el Concilio de Trento.

En la sacristía del antiguo Colegio de San Ignacio de Valladolid (hoy iglesia parroquial de San Miguel y San Julián), se conserva un retrato suyo, mientras que en su relicario se custodia una carta autógrafa de este jesuita, dirigida a su hermana que vivía en Segovia y fechada el 14 de marzo de 1609. Se recordaba precisamente, al pie del citado retrato que Alonso Rodríguez había entregado a la imprenta, “tres admirables tomos de la perfección cristiana y religiosa, traducidos en cuantas lenguas conoce la cristiandad por la excelencia de su doctrina”. Una fidelidad física que no se atribuía a la estampa que fue incluida en la citada edición de 1727. Como indica el padre Solís no respondía a los rasgos físicos del retrato que se conservaba en la Casa Profesa de Sevilla, la casa donde murió.

 

Obras de ~: Ejercicio de perfección y virtudes cristianas, Sevilla, Matías Clavijo, 1609 (Sevilla, Matías Clavijo, 1611-1612; Barcelona, Sebastián Cormellas, 1613; Sevilla, Matías Clavijo, 1615-1616); Pláticas de la doctrina cristiana, Sevilla, 1610; El Acto de Contrición. Para alcanzar perdón de los pecados ó El mayor mal de los males, Sevilla, 1615; Noticias de algunos casos de edificación notados en el P. Suárez. Aduce el P. Sartolo un fragmento en el Doctor Eximio, libro IV, capítulo XV, Salamanca 1693 (Coimbra, 1731).

 

Bibl.: J. E. Nieremberg, Vidas ejemplares y venerables memorias de algunos Claros Varones de la Compañía de Iesvs de los quales es este tomo qvarto, Madrid, por Alonso de Paredes, 1647, págs. 671-673; G. Troncoso, “Breve noticia del venerable autor de estas obras”, en A. Rodríguez, Ejercicios de Perfección y Virtudes Cristianas, Sevilla, 1727; M. Sangrador y Vítores, Historia de Valladolid, t. II, Valladolid, Imprenta de M. Aparicio, 1854, págs. 378-379; B. Sebastián Castellanos de Losada (dir.), Biografía Eclesiástica Completa, t. XXII, Madrid, Imprenta Alejandro Gómez, 1864, págs. 1063-1066; A. López Selva, Estudio Bio-bibliográfico de Escritores Vallisoletanos de los siglos xv y xvi. Valladolid, 1883; C. González García- Valladolid, Datos para la Historia Biográfica de la Muy Leal, Muy Noble y Excelentísima Ciudad de Valladolid, t. II, Valladolid, Imprenta Hijos de Rodríguez, 1893, págs. 329-331; A. Pérez Goyena, “Tercer centenario de la muerte del Padre Alonso Rodríguez”, en Razón y Fe, 44 (1916), págs. 141-155; C. A. Newdigate, “The Earlier English Versions of Rodríguez”, en Letters and Notices, 42 (1927), págs. 230-239, y 43 (1928), págs. 37-50; H. Thurston, “The New “Rodriguez”, en Month, 154 (1929), págs. 420-428; C. Kneller, “Alphons Rodríguez, der Aszet”, en Zeitschrift für Aszese und Mystik, 9 (1934), págs. 289-306; F. Puzo, “Un inédito del autor del ‘Ejercicio de perfección’”, en Manresa, 16 (1944), págs. 320- 332; C. M.ª Abad, “Una página duramente criticada del ‘Ejercicio de perfección’”, en Manresa, 32 (1960), págs. 161-176; “Gil González Dávila. Sus pláticas sobre las Reglas de la Compañía de Jesús”, en Corrientes espirituales en la España del siglo xvi: Traajos del II Congreso de Espritualidad, Barcelona, Juan Flors, Universidad Pontificia de Salamanca, 1963, págs. 363- 391; L. Cognet, La spiritualité moderne, Paris, Aubier, 1966, págs. 217-219; C. Gutiérrez, “Rodríguez, Alonso”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de la Historia Eclesiástica, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, págs. 2101-2102; Ch. E. O’Neill y J. M. Domínguez (dirs.), Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús. Biográfico-Temático, vol. IV, Roma-Madrid, Institutum Historicum-Universidad Pontificia de Comillas, 2001.

 

Javier Burrieza Sánchez