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Joaquín Rodrigo Vidre

Biografía

Rodrigo Vidre, Joaquín. Marqués de los Jardines de Aranjuez (I). Sagunto (Valencia), 22.XI.1901 – Madrid, 6.VII.1999. Compositor.

Joaquín Rodrigo Vidré fue el menor de los seis hijos que tuvo Vicente Rodrigo, comerciante de origen castellonense, con su segunda esposa, Juana Vidre, después de haber tenido cuatro en su primer matrimonio.

La infancia de Joaquín transcurría con entera normalidad cuando, en 1905, daba un giro desdichado: víctima de una epidemia de difteria, el niño perdió la vista. Poco después la familia se trasladó a la capital valenciana, donde Joaquín comenzó sus estudios primarios y a manifestar interés por la música.

Cuando éste fue ya tan claro que cabía hablar de vocación, Joaquín tenía dieciséis años y acudió a los mejores profesores de música de la ciudad: Francisco Antich, Enrique Gomá y Eduardo López-Chavarri.

En 1922 puede decirse que la formación musical del joven Rodrigo era académicamente completa y sólida.

Sus ideas musicales propias le llevaban de modo natural hacia la composición, pero la ambición artística de Rodrigo era alta y, así, entendió que sería conveniente viajar, salir de España para respirar otros aires, conocer otros horizontes estéticos y profundizar en su saber técnico. La meta era París, como venía siéndolo para tantos compositores españoles desde un siglo atrás: desde Arriaga hasta Falla, Turina y Guridi, pasando por Albéniz. Como quiera que las posibilidades económicas de la familia Rodrigo eran escasas, el joven músico no dudó en acudir a pedir consejo y apoyo a Manuel de Falla, el más grande y prestigioso de los compositores españoles del momento. Don Manuel, creyendo en las condiciones de Joaquín Rodrigo, utilizó su capacidad de influencia para que su joven colega obtuviera ayuda económica oficial para poder establecerse una temporada en París. Así, en 1927 Rodrigo ingresó en la École Normale de Musique donde, durante cinco cursos, trabajó la composición con Paul Dukas en aulas en las que coincidió con el mexicano Manuel Ponce, el ruso Igor Markevitch o los españoles Jesús Arambarri y Arturo Dúo-Vital.

El gran maestro francés dejaría abundantes testimonios del afecto y admiración que le motivó su discípulo Rodrigo, de quien llegó a decir que era el talento musical más brillante que había pasado por su clase.

Antes de llegar a París, Rodrigo ya se había dado a conocer en España con obras como Juglares (1923) para orquesta, obra que se estrenó en Valencia; las 5 Piezas infantiles (1924) para orquesta, partitura con la que optó al Premio Nacional de Música del año siguiente, que no ganó (fue para Ernesto Halffter por su Sinfonietta), pero la obra interesó vivamente al jurado en el que estaba Adolfo Salazar, quien al poco escribió elogiosamente sobre ella en El Sol; o el anguloso, bienhumorado y atrevido Preludio al gallo mañanero (1926) para piano. Pero luego, ya en la capital francesa, su lenguaje se fue personalizando y su técnica se depuraba en obras que rezumaban el carácter neoclasicista tan de la época: Romance de la infantina de Francia y Serranilla para voz y piano, Tres viejos aires de danza para orquesta, Zarabanda lejana y villancico para cuerdas... Aquellos años parisinos fueron decisivos en la biografía de Rodrigo, pues la enseñanza de Dukas, la audición de tanta música excelente como ofrecían los conciertos parisinos, el conocimiento e intercambio de opiniones con grandes músicos franceses (y de otras latitudes) del momento, fueron elementos importantes para la solidificación de su personalidad musical. Precisamente en París, en 1928, y presentado por el propio Dukas, conoció personalmente a quien ya le había apoyado y ayudado a través de cartas y avales, Manuel de Falla. El maestro gaditano iba a ser objeto de un homenaje que comprendía un concierto monográfico con obras que él mismo debería escoger de su catálogo. Rodrigo ha contado, con inmensa gratitud, cómo Falla renunció a que el concierto en su homenaje fuera monográfico, prefiriendo que sus obras convivieran con alguna muestra de joven y nueva música española: así fue como este músico pudo escuchar música propia, en París, interpretada junto a la de su venerado Falla. Pero otro encuentro personal de 1928 sería más decisivo aún para Joaquín Rodrigo: el que tuvo con Victoria Kamhi Arditti, profesora de Piano del Conservatorio de París y escritora. La amistad y el mutuo interés crecieron, llegó el enamoramiento y, finalmente, el 19 de enero de 1933, contrajeron matrimonio.

En 1934 surgieron dos de las obras más significativas del primer tramo de la madurez de Rodrigo: la bellísima canción Cántico de la esposa, sobre versos de san Juan de la Cruz, y el poema sinfónico Per la flor del Lliri blau, premio del Círculo de Bellas Artes de Valencia. Los Rodrigo habían vuelto a España, pero un modesto trabajo para Joaquín (profesor del Colegio de Ciegos de Madrid) y algún reconocimiento hacia su música no eran suficientes para alcanzar una estabilidad y sentar bases para su irrenunciable carrera creativa, de manera que Joaquín Rodrigo optó y obtuvo en 1934 otra beca para continuar estudios en París.

Era la Beca Conde de Cartagena. Al año siguiente murió su querido maestro Paul Dukas y, como prueba de la alta consideración que en París se tenía ya del joven Rodrigo, la prestigiosa Revue Musicale hizo un número extraordinario de homenaje póstumo a Dukas para el cual encargó a notables compositores una pieza pianística con este carácter de tributo: pues bien, entre esas personalidades (Schmitt, Falla, Pierné, Messiaen...) figuró Joaquín Rodrigo, quien compuso para la ocasión su Sonada de adiós.

Estalló la Guerra Civil Española y, como consecuencia del conflicto, se suspendió la beca que permitía a los Rodrigo, aun modestamente, vivir en la capital francesa. Malos momentos anímicos y materiales para la pareja, que se movió entre París, Friburgo, Salzburgo y el norte de España entre 1936 y 1938.

En 1939, amigos de Rodrigo, entre ellos el guitarrista Regino Sainz de la Maza, en el curso de una charla desenfadada, retaron al compositor: ¿y por qué no escribir un concierto para guitarra y orquesta? He aquí una pregunta cuya respuesta estaba llamada a cambiar la vida de un músico y a erigirse en uno de los momentos cimeros de la música española moderna, pues, en efecto, tal respuesta fue el Concierto de Aranjuez.

El maestro Rodrigo ha contado en muchas ocasiones las noches de insomnio que le causó, no el trabajo de composición de esta obra, sino el pensamiento de cómo podría resultar sonoramente el balance entre la intimista guitarra y la voz grande de la orquesta, y de cómo sería acogida por el público y por la crítica una obra que entraba con la entrañable y popular guitarra española en el ámbito del concierto clásico en el que reinaban nobles instrumentos de culta cuna, fundamentalmente el piano y el violín. Al terminar la guerra, Joaquín y Victoria Rodrigo optaron por establecerse en Madrid y, apenas un año más tarde, el compositor, lleno de dudas, viajó a Barcelona donde iba a ser estrenado el Concierto de Aranjuez. El evento se produjo en la Ciudad Condal el 9 de noviembre de 1940, naturalmente con su dedicatario —Regino Sainz de la Maza— a la guitarra y la Orquesta Filarmónica de Barcelona, bajo la dirección de César Mendoza Lasalle. Aquel Concierto, osado por su propio planteamiento instrumental y a la vez modesto de ambiciones, ha resultado ser la obra española que con mayor asiduidad se interpreta en todo el mundo.

Este éxito, universal y sostenido, se tiende a pensar que fue inmediato, pero cabe matizar tal cosa: de hecho, en Barcelona la recepción fue “normal”, o sea, de aplauso cortés; días después, el maestro Arambarri la presentó en Bilbao antes de dirigirla —siempre con Regino Sainz de la Maza como solista— en la capital de España. Y en Madrid fue donde se produjo, en efecto, un triunfo apoteósico: el clamor del público fue amplificado en los días siguientes por la crítica que, en bloque, echó las campanas al vuelo. Sin embargo, la modesta vida musical madrileña de entonces y, por supuesto, la situación española de aquellos años críticos de la posguerra hacían completamente inviable que tan triunfal estreno tuviera alguna resonancia más allá de los Pirineos. Fue diez años después cuando comenzaría la imparable carrera internacional de la obra, con su presentación en el Teatro de los Campos Elíseos de París, el 7 de mayo de 1950, por la Orquesta Nacional y dos grandes músicos españoles, jóvenes aún, pero ya artistas maduros: el director Ataúlfo Argenta y el guitarrista Narciso Yepes. Nunca una obra ha marcado tan drásticamente un antes y un después en la carrera de un compositor, como el Aranjuez en la de Joaquín Rodrigo. Tras aquel aldabonazo, menudearon los solistas importantes que quisieron incorporar a su repertorio la novedad de “otro concierto” de Joaquín Rodrigo y al compositor le llovían las peticiones. Escribió primero (1942) el Concierto Heroico para piano y orquesta que dedicó a Leopoldo Querol y acometió a continuación (1943) el Concierto de estío para violín y orquesta, obra para cuyo estreno estaban igualmente colocados Enrique Iniesta y Luis Antón, los dos brillantes concertinos de la Orquesta Nacional de España: fue Iniesta quien lo estrenó, pero Antón y otros violinistas lo difundirían luego, incluido el gran Christian Ferras, quien protagonizó la primera grabación en disco de la obra, con dirección de George Enescu. Para una incipiente diva del canto, Victoria de los Ángeles, compuso en 1946 el Tríptic de Mosén Cinto. En la elite de los conciertos internacionales se movía por entonces el extraordinario violonchelista catalán Gaspar Cassadó, quien pidió y obtuvo el correspondiente concierto para violonchelo y orquesta de Rodrigo (el Concerto in modo galante, de 1949). No iba a ser menos el célebre arpista Nicanor Zabaleta, y para él fue el Concierto Serenata para arpa y orquesta, compuesto en 1952 (así como la posterior transcripción para arpa del Concierto de Aranjuez)... En cuanto al legendario guitarrista Andrés Segovia, que había quedado al margen del esplendor del Aranjuez, el maestro Rodrigo puso empeño en suavizar la tensión de las relaciones personales entre ambos y en contar con el gran Andrés Segovia entre sus intérpretes por el mundo, pero, dado que Segovia no daba síntomas de incorporar el Concierto de Aranjuez a su repertorio, el maestro valenciano abordó la composición de otra obra importante para guitarra y orquesta, la Fantasía para un gentilhombre (1954) que, por supuesto, dedicó a Segovia.

Más tarde, los Romero, familia malagueña de guitarristas establecidos en Estados Unidos, ha sido destinataria de nuevas obras de Joaquín Rodrigo para guitarra (o guitarras) y orquesta, como Concierto madrigal (1966), Concierto andaluz (1967), Concierto para una fiesta (1982)..., pero otros instrumentos solistas han enriquecido el apartado concertante del catálogo rodriguero: Sones en la Giralda (para el arpa de Marisa Robles, 1963), Concierto pastoral para flauta (1978, dedicado a James Galway), Concierto como un divertimento para violonchelo (1981, escrito para Julian Lloyd Webber), etc.

Volviendo a la referencia biográfica, en la inmediata posguerra Joaquín Rodrigo se integró inmediatamente en la reconstrucción de la vida musical española y trabajó en puestos como una Cátedra provisional en el Conservatorio de Madrid, crítico musical en varios diarios, asesor musical de la Dirección General de Radiodifusión Española, jefe del departamento de Música de Radio Nacional de España, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid...

En 1950 fue elegido miembro de número de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid. En estos años, además de obras ya mencionadas, nacieron el Homenaje a La Tempranica (1939) para cuerdas, dos obras para violín como Rumaniana (1943) y Capricho (1944), la opereta El duende azul (1946) y una de sus obras más originales y logradas de su madurez: Ausencias de Dulcinea (1948), para voces y orquesta, obra que estrenó el maestro Toldrá en Madrid y que obtuvo el Premio del Concurso Cevantino que se había convocado con motivo del IV centenario del nacimiento del autor del Quijote. Durante la década de 1950 llovieron sobre el maestro Rodrigo premios, condecoraciones y distinciones de todo tipo, mientras asistía a estrenos tan relevantes como el de la Fantasía para un gentilhombre a cargo de Andrés Segovia y Enrique Jordá en San Francisco (California) y, poco después, en el Festival de Granada, todo ello mientras componía sin pausa y, dueño absoluto del oficio, lograba aciertos tan señalados como las Sonatas de Castilla (1951) para piano, las series de Villancicos, la Soleriana (1953) para el ballet de Antonio, la Música para un jardín (1957) para orquesta, abundantes piezas guitarrísticas y, entre tantas bellas canciones, los singulares 2 Poemas de Juan Ramón Jiménez (1959) para voz y flauta. Pero acaso su composición más notable de esta década fue la cantata Música para un códice salmantino, sobre versos de Unamuno, escrita en 1953 por encargo de la Universidad de Salamanca para conmemorar el VII centenario de su fundación.

Su Invocación y danza (1961) para guitarra, homenaje a Falla, ganó un concurso internacional en París.

En la temporada 1961-1962 se tributaron al maestro numerosos homenajes con motivo de sus sesenta años. En 1963 fue invitado a impartir un curso de Historia de la Música en la Universidad de Puerto Rico y, al año siguiente, fue investido doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca. Entre sus composiciones de esta década no citadas hasta ahora destacan la comedia lírica El hijo fingido (terminada en 1960 y estrenada en 1964), Cantos de amor y guerra (1965) para soprano y orquesta, y la célebre Sonata pimpante (1966) para violín y piano, acaso su obra de cámara más lograda y difundida. La entrada en la década de 1960 registra la composición de otra de sus magistrales obras para canto y piano: el ciclo Con Antonio Machado, diez canciones que María Orán y Miguel Zanetti estrenaron en el Real Alcázar de Sevilla en 1971. En 1974 cabe fechar su aportación a la brillante nómina de encargos de composiciones de carácter religioso que lleva a cabo la Semana de Música Religiosa de Cuenca desde su fundación, pues en tal año Rodrigo terminó la versión definitiva (una primera entrega se había estrenado en la Semana conquense de 1965) de Himnos de los neófitos de Qumran, para tres solistas femeninas, coro masculino y orquesta. En 1976 el maestro Rodrigo recibió un encargo de la Orquesta Sinfónica de Houston para estrenar en algún concierto conmemorativo del Bicentenario de la Independencia de los Estados Unidos y, dada la procedencia del encargo, Rodrigo dedicó a la NASA su obra, titulada In Search of the Beyond o A la busca del más allá. Se estrenó en Houston en marzo de 1978, el mismo año en que, ya en Madrid, Rodrigo trabajó con otro de los grandes solistas internacionales que le pidieron un concierto, el flautista británico James Galway quien, además del Concierto pastoral que le escribió el maestro Rodrigo, obtuvo su anuencia para adaptar a la flauta la Fantasía para un gentilhombre.

En aquellos días la BBC filmó abundante material para la realización de un brillante documental sobre ambos músicos.

El espléndido Concierto como un divertimento de 1981, su segundo concierto para violonchelo y orquesta, estrenado en el Royal Festival Hall de Londres en la primavera del año siguiente es muestra de la admirable capacidad de trabajo y de la vitalidad de un compositor ya octogenario y que, como es natural, había entrado por entonces en un tramo descendente en cuanto a ritmo de producción; pero, entre varias obras de pequeño formato, el maestro valenciano aún encontró energía para componer, en 1982, el hermoso y amplio Cántico de San Francisco de Asís, para coro y orquesta, obra que se le encargó para conmemorar el octavo centenario del nacimiento del santo de Asís y que se estrenó en marzo de 1986 en el Queen Elisabeth Hall de Londres. En los últimos años, Joaquín Rodrigo no cesó de recibir honores, homenajes y testimonios de devota admiración provenientes de todo el mundo, incluso por Decreto de 30 de diciembre de 1991 Su Majestad el rey Juan Carlos I le concedió la merced de marqués de los Jardines de Aranjuez. De las propias manos del Rey recibió en 1996 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Sin embargo, un año más tarde, el 21 de julio de 1997 falleció Victoria Kamhi en Madrid, quien había sido una extraordinaria compañera y colaboradora, esencial para el desarrollo cotidiano y hasta profesional de la vida del músico.

Y, prácticamente dos años después, también en julio, próximo a cumplir los noventa y ocho años de edad, se extinguió la vida del maestro. Sucedió en el título nobiliario su única hija Cecilia Rodrigo Kamhi.

La música de Joaquín Rodrigo representa la prolongación hasta el fin del siglo xx de una estética — la del nacionalismo español— que había alcanzado su cénit en los primeros lustros del siglo, con la Iberia de Albéniz, las Goyescas de Granados y la producción de Turina y Falla. El cosmos musical de Rodrigo está habitado por referencias a lo popular y, acaso más aún, a la vieja tradición de la música culta española (a su vez impregnada de lo popular) que va de los siglos XV al XVIII, la que representan las piezas contenidas en el Cancionero de Palacio, los grandes polifonistas del Renacimiento (Morales, Guerrero, Vásquez, Victoria...), las obras para tecla de Cabezón y las de nuestros maestros vihuelistas (Milán, Narváez, Mudarra...), las páginas guitarrísticas de Gaspar Sanz o las sonatas para clave de Domenico Scarlatti y del padre Soler... También en la música de Rodrigo hay paisaje y costumbrismo y hay un sentido plástico, de marcado acento neoclasicista y casticista, que le confiere inconfundibles caracteres de nostalgia. Joaquín Rodrigo, naturalmente, no dejó continuadores, pues él mismo fue final de una época y de una manera de sentir y entender la composición musical. El maestro consiguió con creces la meta, modesta y alta a la vez, que según su propio testimonio se había trazado: que un rinconcito de la música europea del siglo xx “sonara” a él, fuese reconocido como inequívocamente “de Rodrigo”. Nadie podrá discutirle tal logro.

Entre los premios, honores y distinciones que recibió el maestro Rodrigo en sus años de madurez y reconocido prestigio figuran: Premio Nacional de Música (1942), Encomienda de Alfonso X el Sabio (1945), Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (1953), Officier des Arts et des Lettres (1960), Chevalier de la Légion d’Honneur (1963), doctor honoris causa por la Universidad de Salamanca (1964), Gran Cruz del Mérito Civil (1966), Medalla de Oro del Mérito en el Trabajo (1966), miembro de la Académie Royale des Sciences, des Lettres et des Beaux Arts de Bélgica (1978), Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes (1980), Premio Nacional de Música (1982), doctor honoris causa por la Universidad de Southern California (1982), Medalla de Oro y miembro de honor de la Generalitat Valenciana (1987), doctor honoris causa por la Universidad Politécnica de Valencia (1988), Medalla de Oro de la Universidad Complutense de Madrid (1989), doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid (1989), doctor honoris causa por la Universidad de Alicante (1989), Medalla al Mérito Artístico de la Villa de Madrid (1989), Medalla de Oro de Madrid (1990), doctor honoris causa por la Universidad de Exeter (1990), caballero de la Real Orden de Santa María del Puig de Valencia (1991), Sello de Plata del Ayuntamiento de Valencia (1991), Premio de Música Española de la Fundación Guerrero (1991), Orden de Félix Varela de Primer Grado de Cuba (1992), académico de honor de la Real Academia de Cultura Valenciana (1992), Medalla de Oro de Aranjuez (1992), Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Valencia (1994), Medalla de Oro del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid (1995), Medalla de Oro de Sagunto (1996), Estrella de la Comunidad Autónoma de Madrid (1996).

 

Obras de ~: Juglares, 1923; 5 Piezas infantiles, 1924; Preludio al gallo mañanero, 1926; Romance de la infantina de Francia; Serranilla; Tres viejos aires de danza para orquesta; Zarabanda; Cántico de la esposa, 1934; Per la flor del Lliri blau; Sonada de adiós; Concierto de Aranjuez, 1939; Homenaje a la tempranica, 1939; Concierto Heroico para piano y orquesta, 1942; Concierto de estío, 1943; Rumaniana, 1943; Capricho, 1944; Tríptic de Mosén Cinto, 1946; El duende azul, 1946; Ausencias de Dulcinea, 1948; Concerto in modo galante, 1949; Sonatas de Castilla, 1951; Concierto Serenata, 1952; Música para un códice salamantino, 1953; Fantasía para un gentilhombre, 1954; Música para un jardín, 1957; Invocación y danza, 1961; Sones en la Giralda, 1963; Concierto madrigal, 1966; Concierto andaluz, 1967; Concierto pastoral, 1978; Concierto como un divertimento para violonchelo, 1981; Concierto para una fiesta, 1982; Cántico de San Francisco de Asís, 1982.

 

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José Luis García del Busto

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