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Francisco Ríos González

Biografía

Ríos González, Francisco. El Pernales. Estepa (Sevilla), 23.VII.1879 – Sierra de Alcaraz, Villaverde de Guadalimar (Albacete), 31.VIII.1907. Bandolero.

Sus padres fueron Francisco Ríos Jiménez, campesino y bracero, y Josefa González Cordero. Pasó sus primeros años en una casucha de las afueras del pueblo.

Como no siempre había trabajo, el padre hurtaba lo que podía: frutas, aceitunas, frutos secos, etc.; de vez en cuando, practicaba la caza furtiva.

A los diez años trabajaba como cabrero y acompañaba a su padre, de quien aprendió toda clase de mañas para esquivar a los civiles; sin embargo, un día fueron atrapados y el sargento Padilla le propinó al padre —sin otra intención que la de escarmentarle— un culatazo que le produjo, días después, la muerte.

A partir de entonces emprendió Francisco el camino de la delincuencia, llevando una existencia de ratero.

Cobarde y cruel, carecía de escrúpulos, era de índole abyecta y disfrutaba maltratando a los animales. Creció, por lo demás, en un ambiente adecuado para alimentar su vocación. En la Navidad de 1901 contrajo matrimonio con María de las Nieves Caballero, algo mayor que él. Tuvieron dos hijas, pero no se ocupó de ellas —continuó robando y gastando el dinero en el juego, tabernas y burdeles—, hasta que ésta, harta de soportar el hambre, los trabajos, los malos tratos y las vejaciones (llegó a quemar con un cigarro a las hijas porque sus lloros no le dejaban dormir), acabó abandonándole.

A partir de 1904, Francisco se lanzó de lleno al bandolerismo.

Comenzó secuestrando al hijo de un acaudalado estepeño a quien sirviera como cabrero, quebrantando así el antiguo y casi sagrado compromiso de no molestar a sus paisanos. Detenido y conducido a Sevilla, resultó inexplicablemente absuelto. Se enroló en la banda de El Vivillo, pero no tardó en unirse a la partida de sus tíos El Chorizo y El Soniche, según se decía, su padre sabido, mas no legalmente reconocido.

La crueldad y dureza de su carácter le valieron el apodo por el que todo el mundo le conocía, El Pernales, contracción dialectal de “pedernales” (o “sílex”).

Habiendo sido invitado con éstos a disfrutar de una suculenta paella por El Macareno, encargado del cortijo de Hoyos de la Roda, éste vertió rejalgar (sulfuro de arsénico) en el arroz, con la intención de entregarlos muertos a la justicia en espera de alguna recompensa.

Quiso la casualidad que El Pernales se retirase pronto de la mesa, tal vez para no perder una cita femenina, lo que le permitió, después de debatirse entre la vida y la muerte tres largos días, salvarse. Ya repuesto, ató al Macareno a un árbol y le acuchilló lentamente hasta que el cuitado murió desangrado.

Por tal motivo, desconfió el resto de su vida de quienes le convidaban a comer.

En cierta ocasión, al frente de otros dos desalmados entró en un cortijo, robando al dueño y violando los tres a su mujer. Éste y otros delitos levantaron en toda España una ola de indignación, y un aluvión de fuerzas de la Guardia Civil se dispuso a dar caza al facineroso de Estepa. Pese a lo degradado de sus instintos, Francisco Ríos se sintió ocasionalmente brazo vindicativo de la justicia, distribuyendo parte del producto de sus depredaciones entre los braceros y los labradores más pobres, lo que le valió ser cantado en romances y el elogio de algún magnífico poeta de su tierra.

Fue su más fiel compañero, durante bastante tiempo, El Niño de la Gloria, sobrino del bandolero Manuel El Vizcaya, al que dio muerte la Guardia Civil, cerca de Villafranca de Córdoba, el 31 de mayo de 1907. La pareja se recompuso, Antonio Jiménez, El Niño del Arahal, sustituyó al caído, y ambos volvieron a imponer la amenaza, la coacción y el robo en los cortijos de Córdoba y Sevilla.

A pesar de su catadura moral, tuvo Francisco varias amantes; las más conocidas fueron María La Negra (que mereció una estatua de bronce de un artista cordobés de la época) y Encarna la del Rubio, de la que tuvo una hija, nacida en el verano de 1907.

Contra él se había movilizado un auténtico ejército de civiles, que estableció su cuartel general en La Roda (Albacete). Acorralados, El Pernales y Jiménez decidieron partir a la Argentina, dirigiéndose al puerto de Valencia; en tal sentido escribió una carta, que nunca llegó a su destino, “de pésima letra y ortografía”, pues era casi analfabeto, a Encarna, en la que la invitaba a reunirse con él.

Ambos se internaron en la parte montañosa de la provincia de Jaén y remontaron el curso del Alto Guadalquivir, que baja de la vertiente oriental de la Sierra de Alcaraz. La mañana del sábado 31 de agosto, ya en tierras albaceteñas, despertaron sospechas de un guarda forestal del cortijo de Bellotar, antiguo guardia civil, que avisó a las autoridades. A las dos de la tarde, cuando comían a la sombra de un nogal, fueron sorprendidos por una patrulla de la Guardia Civil, al mando del teniente Haro. Se inició un tiroteo en el acto en el que resultó alcanzado un civil, pero El Pernales, además de otras heridas, recibió un tiro que le rompió la arteria femoral; su compañero fue alcanzado en el corazón.

Un carro llevó los cuerpos a Villaverde y luego a Alcaraz, donde fueron expuestos en el antiguo convento de Santo Domingo, convertido en cárcel. Según telegrama dirigido por el alcalde de este pueblo al Ministerio de la Gobernación, los cadáveres, llegado el 2 de septiembre, estaban ya deteriorados y hubo de aplicárseles el tratamiento antiséptico pertinente.

Gentes procedentes de Córdoba, Sevilla, Estepa y Lucena acudieron para identificarles; curiosamente, presentaban intactas la cara y la cabeza.

Con todo, difícilmente hubieran podido huir a América; entre ambos forajidos no llevaban encima más de setecientas pesetas. El periodista aragonés Mariano de Cavia dedicó una de sus crónicas de actualidad a este criminal, execrando su memoria y calificándole de “Cid de las uñas largas”. Aunque cueste creerlo, en nuestros días casi nunca faltan flores en su tumba.

 

Fuentes y bibl.: Informaciones aportadas por A. Bachs i Galí (Barcelona); Dirección General de la Guardia Civil (Madrid), Servicio de Estudios Históricos.

A. Villafranca, Los bandoleros. Mitos y realidades, Barcelona, Dux, s. f.; L. Alonso de Tejada, Gente de trabuco. Historia del bandolerismo español, Barcelona, Bruguera, 1976; D. Pastor Petit, El Bandolerismo en España, Barcelona, Plaza y Janés, 1979.

 

Fernando Gómez del Val

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