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Román Ingunza Santodomingo

Biografía

Ingunza Santodomingo, Román. Valverde del Camino (Huelva), 16.X.1888 – Tafersit (Marruecos), 29.V.1923. Aviador militar.

En 1907, en unos tiempos en que sólo hacían el servicio militar los desheredados de la fortuna, Ingunza —que disfrutaba de una posición económica desahogada— ingresó voluntario en el Ejército y, encuadrado en el Batallón de Cazadores de Madrid n.º 2, se encontró entre las fuerzas que al mando del general Pintos sufrieron el descalabro conocido como del “Barranco del Lobo”, el 27 de junio de 1909, en que las tropas españolas se retiraron con poco orden en las faldas del Gurugú, sufriendo ciento cincuenta y ocho muertos —el general y veintiún oficiales, entre ellos— y seiscientos cuatro heridos.

El soldado Ingunza quedó en la parte alta del barranco y, animando a otros dos que, como él, habían quedado aislados de sus unidades, se mantuvo haciendo fuego hasta la entrada de la noche, y agotadas dos cajas de municiones, logró, guiando a sus compañeros, alcanzar la plaza de Melilla. Al concluir su compromiso y recibir la licencia, le habían sido concedidas dos Cruces del Mérito Militar con distintivo rojo.

Atraído por la incipiente aviación, marchó Román Ingunza a Francia, y en Ètampes realizó las prácticas y pruebas correspondientes, obteniendo el título de piloto el 12 de septiembre de 1912, fecha con que el RACE revalidó el título con el n.º 19 de los españoles.

Al año siguiente, llevado por su inquieto espíritu, siempre necesitado de acción, marchó al África central y allí permaneció durante algo más de un año, dedicado a la caza mayor, adquiriendo gran prestigio entre los que, profesional o deportivamente, se dedicaban a esta actividad.

Al estallar en 1914 la Gran Guerra —que un cuarto de siglo después se conocería como Primera Guerra Mundial—, Ingunza, decididamente partidario de “los Aliados”, se alistó en la Legión francesa y, formando parte del 1.er Regimiento Extranjero de Marcha, tomó parte en varias de las más cruentas batallas; pronto se distinguió entre sus compañeros, y lo hizo muy especialmente en la de Arrás, en 1915, donde los cuatro mil hombres que formaban el Regimiento, quedaron reducidos a mil ochocientos. Un año después, en el Somme, salvó la vida a un sargento en medio de una galerna de fuego, retirándolo de una zona en que había caído al descubierto. Cuando la guerra acabó, ostentaba orgulloso en su guerrera la Cruz de Guerra con dos palmas.

Su incorporación a la Aviación Militar Española se produjo como consecuencia de una disposición de la Dirección General de Aeronáutica, que en 1920 creaba la escala de complemento de aquel servicio, a la que podían acceder aquellos españoles que, no habiendo cumplido treinta y tres años en el momento de solicitar el ingreso en dicha escala, estuvieran en posesión del título civil de piloto de aeroplano, dependiendo de los títulos académicos, estudios o grado de formación profesional, o de las rentas que acreditaran tener, en el que ingresaban en calidad de oficiales, suboficiales o clases de tropa.

Ingunza se acogió a aquella disposición cuando le separaban sólo unos meses de la barrera de los treinta y tres años y, aceptado, en Guadalajara, primero, y después en Alcalá de Henares, efectuó las prácticas previstas para obtener el título de piloto militar, y ya con él, fue promovido a alférez de complemento de Aeronáutica el 23 de marzo de 1922.

En julio de aquel año fue destinado al Grupo de Escuadrillas de Melilla, destacando enseguida por su entusiasmo, afán de lucha y habilidad para el vuelo, hasta el punto de ser admitido entre los que desempeñaban el servicio conocido por el nombre de “el Te”, realizado con pocos aparatos y por los mejores pilotos, consistente en largos vuelos de reconocimiento, penetrando profundamente en la zona enemiga, Para realizar estas misiones era necesario cruzar la cadena montañosa que, entre Yizzi Assa y Afrau, se alarga con sus crestas frecuentemente tapadas por nubes bajas, que cerraban el paso a aquellos aviones carentes del equipo necesario para el vuelo instrumental; eso no sería obstáculo para el alférez Ingunza, que descubrió un paso que le permitía cruzar la sierra aun en los días en que las nubes se pegaban a ella.

El 15 de diciembre, mientras atacaba las posiciones rifeñas de la falda del yebel Udía, recibió un tiro en un pie, y completó la misión, pese a las advertencias de su observador, capitán Cabrerizo, que le instaba a regresar al aeródromo, no haciéndolo hasta haber arrojado la última bomba y agotado la munición de ametralladora.

Cuando en la primavera de 1923, ya repuesto de su herida, se reincorporó a su escuadrilla, trató de desquitarse de los tres meses de inactividad, participando en cuantas misiones podía, sin importarle si ésta era de reconocimiento, bombardeo o ametrallamiento, pero prefiriendo aquellas que más daño podían hacer al enemigo.

El 29 de mayo, localizadas grandes concentraciones de moros en los barrancos de Tafersit, hacia Tizzi Assa, dispuso el mando la salida de varias escuadrillas para batir a los rifeños, y Román Ingunza, haciendo valer la circunstancia de que su avión se encontraba repostado de combustible y cargado de bombas y con el motor caliente, solicitó salir inmediatamente, yendo con él, como observador, el teniente Montero.

Media hora más tarde, las fuerzas de tierra que trataban de contener la avalancha enemiga vieron al avión de Ingunza pasando una y otra vez, cada pasada a más baja altura, arrojando sus bombas sobre los grupos enemigos, desorganizándolos y haciéndolos retroceder, hasta que el fuego cruzado, que sobre el valiente avión se concentraba, alcanzó al piloto que, gravemente herido, trató de llevar el avión a tierra para salvar a su observador, yendo a estrellarse en el barranco de Hardú —posiblemente, porque murió en el aire—, quedando entre los restos del aparato los cuerpos sin vida de ambos aviadores.

Abierto en julio del año siguiente el juicio contradictorio para el ingreso en la Real y Militar Orden de San Fernando, le fue denegada la laureada, aunque reconociendo su muy distinguida conducta, pero el Reglamento de la Orden ponía como condición sine qua non para su concesión a los aviadores, que éstos regresaran al campo propio con el aparato. Fue ascendido a teniente de complemento de Aeronáutica, por méritos de guerra, con antigüedad de la fecha de su gloriosa muerte.

 

Bibl.: F. Acedo Colunga, El alma de la Aviación Militar española, Madrid, Espasa Calpe, 1928; J. Gomá Orduña, Historia de la Aeronáutica española, t. I, Madrid, Prensa Española, 1946; VV. AA., Historia de la Aviación española, Madrid, Instituto de Historia y Cultura Aérea, 1988; E. Herrera Alonso, Cien aviadores de España, Madrid, Ministerio de Defensa, 2000.

 

Emilio Herrera Alonso

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