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Alfonso Fernández de Córdoba

Biografía

Fernández de Córdoba, Alfonso. Titular de la casa de Córdoba (II). ?, s. m. s. xiii – 25.X.1327 post. Noble.

La casa de Córdoba tuvo su inicio en dos personajes destacados en la conquista de la ciudad en 1236: Nuño Fernández de Témez, miembro de la nobleza leonesa, y el famoso adalid Domingo Muñoz. El matrimonio de Fernán Núñez de Témez, hijo del primero, con Ora Muñoz, hija del adalid, propició la unión de las dos líneas familiares, con la consiguiente acumulación de patrimonios en Sevilla, y, especialmente, en Córdoba, y la transmisión de valores y referencias fundamentales para sus descendientes. Mientras los Témez aportaban su apellido patronímico —Fernández— además de sus armas, los Muñoz incorporaban su cognomen —Córdoba—, el esclarecido renombre que, según el abad de Rute, recibió el adalid de Fernando III en recompensa, junto a tierras y otros bienes, por su destacada participación en la campaña militar, y que identificaría para siempre a la familia.

El sucesor, como primer titular del linaje, entre los años 1283 y 1327, fue su hijo Alfonso Fernández de Córdoba. Con él se consagró definitivamente, además del apellido —compuesto de sobrenombre y renombre—, el emblema, tomado de las armas de los Témez —“de oro, tres fajas de gules”—, elementos ambos utilizados como representación del linaje, en un proceso de configuración interna y de proyección al exterior. La nueva línea familiar nobiliaria iniciaba así su andadura, fundamentada en esos dos símbolos, apellido y emblema, en las últimas décadas del siglo xiii. Durante los años en que desempeñó la titularidad de la misma, coincidiendo con los reinados de Sancho IV, Fernando IV y los inicios del de Alfonso XI, Alfonso Fernández logró, además, una sólida implantación en el reino de Córdoba y en la propia ciudad, estableciendo los que fueron otros elementos decisivos en la caracterización del linaje: un patrimonio importante y cohesionado, un dominio señorial y un “solar” como referente, así como una decidida vocación política de ámbito urbano y una firme orientación militar dirigida a la frontera con el reino de Granada. Este personaje pertenece a la primera generación de la nobleza protagonista de una necesaria labor de repoblación y organización de los territorios de la Andalucía recién conquistada, contribuyendo eficazmente, mediante la fórmula señorial, a la colonización de las fértiles tierras de la campiña cordobesa y a la defensa de los territorios fronterizos respecto de los musulmanes.

Heredó de sus antecesores el castillo y heredamiento de Dos Hermanas y una serie de bienes —salinas, tierras, etc.—, a los que él añadió otras propiedades territoriales adquiridas por compra, en Paterna, Lueches y otros lugares. Pero en el incremento de sus posesiones y en la consolidación del linaje lo más importante fue la obtención del señorío de la aldea cordobesa de Cañete, con su fortaleza, concedido por el Concejo de Córdoba, a instancias de Sancho IV, en 1293, y que se constituyó en núcleo principal del patrimonio y centro de su dominio señorial. Después, Fernando IV le confirmó la donación, lo favoreció otorgando franquicias a sus habitantes y le concedió la villa de Alcalá de los Gazules, que mantuvo durante un tiempo.

La ciudad de Córdoba se convirtió en ámbito de residencia preferente y marco de actuación política.

Tanto él como sus sucesores se definían en sus testamentos como vecinos de la urbe, en la collación de San Nicolás de la Villa, y eligieron en sus iglesias enterramiento. En el Concejo ocupó cargos destacados, como el de alguacil mayor y alcalde mayor, vinculándolos al linaje, de acuerdo con la tradicional tendencia a la patrimonialización de los oficios en la sociedad política medieval. En 1320 participó en los graves disturbios en la ciudad, en los que un amplio sector oligárquico, con ocasión de la crisis política del reino, se alzó por el infante Don Juan Manuel, mientras que Alfonso Fernández de Córdoba, su hijo Fernán Alfonso de Córdoba y otros miembros de la nobleza, fieles a la Monarquía, trataron de defender el alcázar y la ciudad, sin éxito, por lo que se vieron obligados a huir, refugiándose en Castro del Río. De este modo iniciaba una actuación política centrada en el enfrentamiento entre bandos nobiliarios urbanos, en la que se verían envueltos sus sucesores en el linaje.

Su establecimiento en el territorio cordobés, en el sector central de la amplia franja de vanguardia del reino castellanoleonés frente al reino nazarí, condicionó de forma decisiva la marcada orientación fronteriza de todos los integrantes de la casa, protagonistas de destacados episodios de servicio militar a la Monarquía en la frontera, al tiempo que se mostraban profundamente interesados en la defensa de sus propias tierras y villas ubicadas en esa comarca.

La constante intervención en operaciones de ataque y defensa, bien testimoniadas en fuentes diversas, se acompañaba del desempeño de las máximas responsabilidades en la gestión de los asuntos fronterizos. Así, Alfonso Fernández de Córdoba aparece vinculado al Adelantamiento Mayor de la Frontera, primero como lugarteniente y más tarde en pleno ejercicio del cargo, en el reinado de Alfonso XI, y en su testamento, se autotitulaba “Adelantado Mayor por el rey en toda la Frontera”.

Al final de su vida había logrado un considerable nivel de poder, honra y riqueza, y se imponía la necesidad de mantener este legado para sus herederos.

Su muerte se produjo en el destierro, en Castro del Río, poco después de otorgar su testamento, fechado el 25 de octubre de 1327, en el que mandaba ser enterrado en el convento de San Agustín de Córdoba.

Había casado con Teresa Jiménez de Góngora, a la que nombró su albacea, y quiso distinguir dos lotes dentro de su patrimonio: estableció como criterio determinante el de la primogenitura de varón, de forma que el núcleo central del patrimonio, incluido el señorío de Cañete, recayó en su primogénito, Fernán Alfonso de Córdoba. Sin embargo, al mismo tiempo, cedió un lote de propiedades, menos valiosas, pero suficientes, y vinculadas con los mismos criterios, a su segundo hijo, Martín Alonso de Córdoba, lo que determinó el punto de partida de una nueva línea familiar, la de los señores de Montemayor, futuros condes de Alcaudete. Así, en el tránsito del siglo xiii al xiv, Alfonso Fernández de Córdoba, primero de este nombre, había colocado unos sólidos cimientos para el desarrollo del linaje, recién instaurado, marcando las directrices fundamentales, que fueron seguidas por sus sucesores.

 

Bibl.: F. Fernández de Bethencourt, Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española. Casa Real y Grandes de España, Madrid, Enrique Teodoro, 1897-1920, págs. 36-40 (reed., vol. 6, Sevilla, Fabiola de Publicaciones Hispalenses, 2003); R. Ramírez de Arellano, Historia de Córdoba desde su fundación hasta la muerte de Isabel la Católica, Ciudad Real, Est. Tipográfico del Hospicio Provincial, 1919; G. Argote de Molina, Nobleza del Andaluzia, Jaén, Instituto de Estudios Giennenses, 1957; F. Fernández de Córdoba (abad de Rute), “Historia y descripción de la antigüedad y descendencia de la Casa de Córdoba”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba, 70-92 (1954-1972); M.ª C. Quintanilla Raso, Nobleza y señoríos en el Reino de Córdoba. La Casa de Aguilar (siglos xiv y xv), Córdoba, 1979, págs. 30-39; “Cañete de las Torres en la Baja Edad Media”, en J. Cosano Moyano et al., Cañete de las Torres. Visión histórica de un pueblo andaluz, Cañete de las Torres, Ayuntamiento, 1987, págs. 63-112; “Los grandes linajes. Una investigación histórica sobre el linaje de Fernández de Córdoba”, en M.ª C. Iglesias (coord.), Nobleza y sociedad en la España Moderna, Oviedo, Nobel, 1996, págs. 79-110.

 

María Concepción Quintanilla Raso

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