Ibn Ŷubayr: Abū l-Ḥusayn Muḥammad b. Aḥmad b. Ŷubayr b. Sa‘īd b. Ŷubayr b. Sa‘īd b. Ŷubayr b. Muḥammad b. ‘Abd al-Salām, al-Kinānī al-Garnāṭī al-Balansī. Valencia, 10 de rabī‘ I de 540 H./1.IX.1145 C. – Alejandría ‘Egipto), 27 de ša‘bān de 614 H./29.XI.1217 C. Viajero, escritor, jurista y tradicionista.
Nació en Valencia (según algún autor, en Játiva) en una familia de letrados y funcionarios, justo en la última época musulmana de la ciudad, cronológicamente entre la pasada etapa de dominación cidiana y la conquista definitiva de Jaime I el Conquistador. Ibn Ŷubayr realizó sus estudios en Játiva, donde su padre Abū Ŷa‘far Aḥmad era funcionario (kātib), allí recibió la instrucción tradicional de los muchachos de su clase, esto es, se le iniciaría en las ciencias religiosas y en las bellas letras. Conviene tener presente que la juventud —y casi la vida entera— de Ibn Ŷubayr transcurre en la época de esplendor del imperio almohade; por consiguiente, el ambiente espiritual y cultural en el que se desarrollaba la vida de un joven de buena familia, sin grandes problemas materiales, era bastante complejo, dado que las nuevas fórmulas religiosas traídas por los norteafricanos se amalgamarían con el estrecho malikismo de los alfaquíes andalusíes, antes de ceder el terreno totalmente a éste. La elite intelectual se libraría del dogmatismo de los unos y del laxismo de los otros mediante la filosofía (Averroes fue contemporáneo) o el sufismo. Pronto el mozo se impondría en jurisprudencia y tradiciones, en adab (prosa de asunto misceláneo) e incluso en poesía.
Sus aptitudes le valieron el puesto de secretario (kātib) del magnate almohade Abū Sa‘īd ‘Uṯmān b. ‘Abd al-Mu’min, hijo del primer califa almohade y gobernador de Granada. Todo parecía prometer una brillante carrera pública, cuando un incidente acaecido hacia 578/1183 cambió el rumbo de su vida. En efecto, invitado a beber vino por el gobernador, cuando éste le dictaba una carta, y habiendo rehusado hacerlo en un primer momento, fue obligado a beber no una copa, sino siete, recibiendo a cambio siete copas repletas de dinares. Entonces Ibn Ŷubayr juró hacer la peregrinación a la Meca ese mismo año con los dinares recibidos, a fin de expiar su pecado.
Ibn Ŷubayr dejó Granada el 19 de šawwāl de 578/15 de febrero de 1183, a la edad de treinta y ocho años y, acompañado de su amigo Abū Ŷa‘far Aḥmad b. Ḥassan al-Qaḏā‘ī, natural de Onda, se dirigió a Tarifa, donde embarcó para Ceuta. Allí tomó una embarcación genovesa que lo llevaría a Alejandría, tras un mes de navegación y pasar por Cerdeña, Sicilia y Creta. Después de sufrir una serie de vejaciones en la aduana egipcia se encamina a El Cairo, remonta el Nilo hasta Qūṣ, y, llegando con una caravana a ‘Ayḏāb, atraviesa el mar Rojo hasta Ŷudda, desde donde se traslada a la Meca. Reside en la Ciudad Santa más de ocho meses y efectúa la ‘umra (peregrinación menor) y el ḥaŷŷ (peregrinación mayor) del año 580/1184.
Partió de la Meca el 20 de ḏū-l-ḥiŷŷa/3 de abril de 1184, uniéndose a la caravana de peregrinos del Irak y, tras la visita de cinco días a Medina, siguió el camino del desierto hasta Kūfa; desde allí se dirigió a Bagdad donde pasó cinco días, después a Mosul y, atravesando la Ŷazīra (Mesopotamia septentrional), llega a Siria. Visitó Alepo bajando a Damasco, donde pasaría dos meses (julio-septiembre de 1184). Seguidamente se encaminó a San Juan de Acre, luego de haber visitado Tiro, y se embarcó a bordo de una nave genovesa el 10 de raŷab de 580/17 de octubre de 1184; dos meses más tarde llega a Mesina, después de una penosa travesía que terminaría en naufragio y del que pudo escapar sano y salvo. Residiría entonces tres meses y medio en Sicilia, a la espera de vientos favorables; embarcándose por fin en Trápani, llegaría a Cartagena el 15 de ḏu-l-ḥiŷŷa de 580/19 de marzo de 1185, entrando en Granada el 22 de muḥarram de 581 H./25 de abril de 1185. El viaje al que debe su celebridad había durado dos años largos.
Una vez en Granada llevaría una existencia apacible y discreta, apartado de la vida pública; pues según las noticias recogidas por al-Maqqarī, gozaba de una situación desahogada y también del prestigio de ser ḥāŷŷ (musulmán que ha efectuado la peregrinación). La difusión de la relación de su viaje, la famosa Riḥla, acrecentaría su renombre. Así, entre unas cosas y otras, haciendo honor a las iŷāza-s (diploma concedido por un jeque, facultando al alumno para ejercer el profesorado de sus enseñanzas o textos) que había ganado en Oriente, dedicóse a enseñar la tradición profética (ḥadīṯ) y a formar un círculo de tendencias sufíes.
Cuatro años más tarde, cuando supo que Saladino había conquistado Jerusalén, emprendió entusiasmado un segundo viaje a Oriente, que duró desde 585/1189 hasta el año 587/1191; pero no hay noticia de que dejara de tal viaje nada escrito. De vuelta a Granada, donde moraría por algún tiempo, se dedicó a la enseñanza de ciencias islámicas, enseñanza que proseguirá cuando posteriormente resida en Málaga, Ceuta y Fez. Ibn Ŷubayr llegaría a gozar de gran autoridad moral, tanto en Granada como en Ceuta, ciudades en las que además de residir, desempeñó la función de ḥakam (magistrado). Era según al-Maqqarī, hombre de virtudes cívicas, abnegado en arreglar los asuntos de la gente, ardiente en defender los derechos de los musulmanes, diligente en acoger y aposentar a los extranjeros.
Ibn Ŷubayr, tras la muerte de su esposa ‘Ātika Umm al-Maŷd, hija del visir Abū Ŷa‘far al-Waqqasī, emprendió un tercer viaje en el año 614/1217, cuando todavía no se sentían los efectos que llegaría a tener la derrota musulmana de las Navas de Tolosa, acaecida en 1212. Permanecería durante algún tiempo en la Meca, pasando luego a Jerusalén y después a Egipto, donde terminaría por radicarse en Alejandría, ciudad mayoritariamente mālikí, no tardando en reunir un círculo de discípulos para estudiar la tradición profética (ḥadīṯ).
Ibn Ŷubayr había de morir en esa ciudad costera el miércoles 27 de ša‘bān de 614/29 de noviembre de 1217, cuando contaba setenta y dos años y había adquirido la celebridad y los méritos de un jeque; habida cuenta que, según Ibn al-Raqīq, los ruegos hechos sobre su tumba eran concedidos.
Aunque sabemos por las fuentes que Ibn Ŷubayr compuso una serie de sentencias en prosa rimada y cierto número de poesías —salvadas algunas en escritos de autores posteriores— que fueron recogidas en un libro titulado Naẓm al-yumān fī l-tašakkī min ijwāni l-zamān (Cordón de perlas sobre la queja de los hermanos del tiempo), su fama se debe a su Riḥla, al relato hecho acerca de su primer viaje, ya que enseguida esa relación modélica se convertiría en la obra maestra de ese género de las letras árabes. El éxito de la obra fue debido en gran medida al hecho de ser el primero en redactar una auténtica relación de viajero y no tan sólo una relación erudita, enlazando literatura y viaje. En una palabra, el género del viaje sin salir de la esfera del saber entra con él en el dominio literario. Por esta y otras razones la obra fue copiada, plagiada y saqueada durante siglos (Ibn Baṭṭūṭa, por ejemplo, en su riḥla nos hace ver en el siglo XIV lo que realmente Ibn Ŷubayr vio en el siglo XII, sobre todo cuando describe algunas ciudades y regiones del Oriente. Se ha calculado que copió más o menos directamente 250 páginas del relato de su célebre predecesor) aun así, debe quedar muy claro que, tanto desde el punto de vista literario como por el interés histórico, las obras subsiguientes desmerecen de su modelo.
Efectivamente la Riḥla de Ibn Ŷubayr, de suyo uno de los textos narrativos más fiables y documentados de fines de la duodécima centuria, es una de las fuentes principales con que cuenta el historiador para conocer de primera mano el estado en que se encontraba el Próximo Oriente, la Sicilia normanda y las condiciones de navegación por el Mediterráneo en el siglo XII. Ibn Ŷubayr visitó el Oriente en una época en que la posición religiosa del Islam estaba experimentando una transformación general, mientras el mapa geopolítico sufría grandes cambios. Merced a su relato se puede ver que el šī‘ismo estaba en franco retroceso. Con la restauración de la ortodoxia sunní los fatimíes habían desaparecido de la escena política y el nuevo orden impuesto desde El Cairo por Ṣalāḥ al-Dīn ‘Saladino’ —de quien Ibn Ŷubayr no omite hacernos con ferviente admiración su semblanza, revelándonos así el lugar que ocupaba este campeón del islam en el corazón de los musulmanes en su tiempo— cimenta por entonces el sultanato contribuyendo a la fortuna de los miembros de su familia, los ayyubíes. Por Ibn Ŷubayr sabemos que todavía el zaydismo, secta šī‘í moderada, ocupaba sólidas posiciones en la península arábiga. Escandalizado cuenta que el emir de la Meca pertenece a esa secta. Las masas, no obstante, se abandonan al sunnismo restaurado por Nūr al-Dīn y Saladino, así como por los alfaquíes salidos de las madrazas, cuyo estrecho dogmatismo ha de favorecer, por lógica reacción, la expansión del sufismo. Preciosas son las noticias de Damasco, donde constata nuevas formas institucionalizadas de ascetismo: las cuevas del monte Qāsiyūn que han sido símbolo de la vida eremítica pasan a ser en su tiempo cenobios. Asiste por decirlo así al nacimiento de la institución de la cofradía religiosa (ṭarīqa), que ha de extenderse por toda la geografía del Islam. Se da cuenta del contraste entre las madrazas concebidas como centros de formación de funcionarios, donde los estudios jurídicos alcanzan su más elaborada expresión, y los cenobios sufíes en los que se incita a la exaltación de las prácticas religiosas.
También la Riḥla ofrece datos valiosos sobre el reino normando de Sicilia, haciendo hincapié sobre todo acerca de la situación de los musulmanes, observando a los hombres y las cosas sin excesivas mediatizaciones ideológicas, con criterio independiente y sincero. Habla de las funciones que ejercen los musulmanes en la corte del rey Guillermo II, a éstos se les exige tan sólo una conversión de circunstancias, pues continúan practicando los deberes rituales islámicos casi a la vista del Rey. Mucho peor pinta la posición de los notables provinciales, que llevan mal su situación de tributarios. Ibn Ŷubayr se da cuenta de que la vida material en la isla es fácil y desahogada, que los musulmanes tienen mezquitas, poseen sus propios mercados y son administrados por los dirigentes de su credo; pero como creyente no puede aprobar el envilecimiento de la condición tributaria de los musulmanes sometidos a los cristianos. Con igual talante habla del rey Cerdo (Balduino IV) y de la reina Cerda (Agnes, madre del rey), en los territorios de los cruzados en Palestina; mas no por ello deja de reconocer que los campesinos musulmanes viven más prósperamente bajo la dominación de los occidentales, que bajo la férula de los príncipes turcos y kurdos de las ciudades y regiones limítrofes.
Las informaciones, en fin, que procura Ibn Ŷubayr son muchas y de todo tipo: militares, políticas, religiosas, económicas, etnológicas, culturales, etc. Pasajes sin desperdicio son los relativos a la navegación en el Mediterráneo, o los referidos a la ‘umra de raŷab, documento único de una ceremonia pagana bien individualizada, que sigue estando viva en la Ciudad Santa cinco siglos más tarde del advenimiento del islam, pese a todos los esfuerzos del Profeta por englutirla en el ḥaŷŷ, en la peregrinación. Así mismo describe las características y los pormenores de los principales monumentos que visita, en los capítulos dedicados al santuario de la Meca, a las mezquitas de Medina y Damasco, que son en sí mismos documentos esenciales para la arqueología musulmana. Por donde quiera que pasa sitúa los monumentos interesantes en el contexto de la ciudad. Describe los mercados, habla de la abundancia y bondad de los géneros que se venden y compran en ellos. Provee de innumerables datos sobre las costumbres de las gentes de los lugares por los que transita, y, por supuesto, hace asistir al lector repetidas veces a sermones y sesiones piadosas, haciéndolo participar, en esas sesiones de fervor y en las formas del sentir religioso de su tiempo.
El estilo de la Riḥla de Ibn Ŷubayr es a la vez narrativo y expositivo. Intercala comentarios y reflexiones de índole variada, llegando en ocasiones a una amplitud minuciosa y prolija; con ello consigue, al tiempo que narra una serie de sucesos, explicar el entorno geográfico y las gentes que lo pueblan, en un tono vivo, tan rico en colorido y observaciones que hicieron de su relato una obra maestra, tanto desde el punto de vista histórico como literario.
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Felipe Maíllo Salgado