Rocabertí, Juan de. Fray Juan Tomás de Rocabertí. Peralada (Gerona), 4.III.1627 – Madrid, 13.VI.1699. Maestro general de la Orden de Predicadores (OP), inquisidor general, obispo y teólogo.
Quinto hijo de don Francisco, XXX vizconde de Rocabertí, barón y marqués de Anglesola, y de Magdalena Zaforteza, de la noble casa de Formiguera, el pequeño Juan recibió las primeras letras en el castillo solariego de la familia, en Peralada, villa del Alto Ampurdán ubicada casi en los confines de Cataluña. Por deseo paterno, completó su formación en Gerona, estudiando allí durante algún tiempo, entre otras disciplinas, Gramática y Retórica. Alternó los libros, a la par, con la afición a las armas, que en breve se vería obligado a empuñar ante el estallido de la guerra con Francia. El conflicto acabó de manera brusca con la juventud del todavía muchacho, cuando en 1642 los dominios de los Rocabertí fueron invadidos por los ejércitos galos. Al entonces vizconde don Raimundo y a sus hermanos Pedro y Juan se les recluyó en el castillo de Llers, del que sólo logró escapar el primero; condujeron a los otros al país vecino en calidad de reos, aunque con estatuto privilegiado, permaneciendo como tales hasta su liberación en 1645. Al año siguiente, el más joven de los varones Rocabertí, siguiendo una muy extendida tradición familiar, optaba por la vida religiosa. Tomó el hábito dominicano en el Convento de Predicadores de Gerona, haciendo su profesión religiosa a finales de 1647 y adoptando entonces el nombre de Tomás, por admiración al angélico doctor.
Fray Juan Tomás viajó en los meses siguientes a Tortosa para proseguir su instrucción en Artes y Teología, estancia interrumpida por el sitio francés de aquella ciudad, que pudo burlar trasladándose a Mallorca, con intención de concluir sus estudios. Marchó con posterioridad a Roma, regresando en breve tras la consecución de dos privilegios particulares, en virtud de los cuales se le autorizó a ordenarse con veintitrés años y trasladarse a la Universidad de Alcalá, con objeto de completar definitivamente su formación teológica.
En 1650 fijaba su residencia en el complutense colegio de Santo Tomás, donde residió por espacio de un bienio. Regresó prematuramente a la Provincia dominicana de Aragón para prohijarse en uno de sus más prestigiosos establecimientos, el Convento de Predicadores de Valencia. En la Universidad valentina se graduó, entre 1652 y 1653, de maestro en Artes y doctor en Teología, ganando por oposición, este último año, la Cátedra de Filosofía Tomista. Poco después comenzaba a leer Teología como profesor adjunto, obteniendo en 1662 la titularidad de la Cátedra en cuestión. Méritos académicos a los que Rocabertí añadiría el reconocimiento de la Orden de Santo Domingo, con el título de presentado, en 1659, y el de maestro, otorgado dos años más tarde.
Sus mismos hermanos de hábito confiaron en él para encargarle más altas responsabilidades. En este sentido, ya en 1660, fue elegido prior del Convento de Tarragona, ejerciendo desde entonces, sucesivamente, los cargos de vicario general del Reino de Mallorca, del Reino de Valencia y de toda la Provincia de Aragón. En todos ellos, demostró sus extraordinarias dotes para el gobierno, aclamándole por ello el capítulo provincial de 1665 como provincial.
Consagró fray Juan Tomás su mandato a la pacificación de la demarcación dominicana encomendada, muy revuelta en los últimos tiempos, insistiendo con firmeza en la observancia regular, la acción pastoral y apostólica y el estudio. Escribió por aquellos días sus dos primeras obras, Alimento Espiritual y Teología Mística, publicadas en Barcelona en 1668 y 1669, respectivamente. Y concluido los preceptivos cuatro años de gobierno, prolongado algún tiempo más por cuestiones internas de la orden, acudió como socio del nuevo provincial a Roma, con motivo de la celebración del capítulo general de 1670. El prestigio de las provincias dominicanas hispánicas, la reputación del propio Rocabertí y el apoyo de la legación francesa a su candidatura, dados los lazos familiares y de amistad que unían al gerundense con el país vecino, en particular con las casas ducales de Roquelaure y Mirepox, terminaron catapultándole a la cúspide de la Orden, de la que se le eligió maestro general.
Desde tan privilegiada atalaya, fray Juan Tomás fortalecería las relaciones con Madrid y París, iniciando una larga y fecunda correspondencia con las más destacadas personalidades políticas de ambas, cuyo favor iba a ser decisivo en su posterior trayectoria. De momento, el de Peralada demostró su agradecimiento a Luis XIV, el primero en felicitarle por su triunfo, resolviendo a su gusto la denominada “guerra de sucesión de Poissy”, el origen de la cual estaba en la pretensión de los monarcas galos de poder designar los superiores y superioras de los conventos del país, por lo que muchos de estos establecimientos, sobre todo los mejor dotados, se convirtieron en refugio de los segundones de la nobleza.
Rocabertí no pudo cumplir, sin embargo, su proyecto de visitar personalmente diferentes provincias, empezando por las francesas, en las que censuró la actitud equívoca de no pocos religiosos tocados por el galicanismo allí imperante; hubo de contentarse, en consecuencia, con un puñado de salidas, como las realizadas en 1673 a tierras napolitanas. Fueron las complicaciones políticas las que le impidieron abandonar Italia, obligándole a gobernar el orbe dominicano por medio de cartas, sistema éste prolongado hasta finales de la centuria siguiente. En su único capítulo general, volvió a hacer hincapié en la observancia regular, la acción pastoral y el estudio.
Favorecería, además, la promoción de sus hermanos de hábito a las altas dignidades de la Iglesia. Y gracias a sus esfuerzos, se concluirían también los procesos de canonización de santa Rosa de Lima y san Luis Bertrán, el de beatificación de Pío V y los mártires de Gorcum y los de confirmación del culto de Alberto Magno, Margarita de Saboya, Santiago de Nevania o Margarita de Castiello. Se ocupó, igualmente, de la situación de los dominicos irlandeses, perseguidos y dispersos, intercediendo en su favor ante los soberanos católicos y ordenando a todos los provinciales poner a disposición de aquéllos uno o dos conventos, fundándose así, bajo su protección, muchos colegios, como el de Campo Santo de Lisboa y el de San Clemente de Roma, ofrecido este último por el mismo fray Juan Tomás.
Vacante el Arzobispado de Valencia, en 1676 Rocabertí era propuesto para éste por Carlos II, a instancias del vicecanciller del Consejo de Aragón Melchor de Navarra, pariente del religioso. Confirmó la elección Inocencio XI el 7 de febrero de 1677, continuando el nuevo prelado al frente de la Orden de Santo Domingo, por especial gracia pontificia, hasta la reunión del siguiente capítulo dominicano, celebrado en junio. En el mes de octubre entraba solemnemente en la diócesis valentina. Apenas instalado en el palacio episcopal, el Monarca volvió a confiar en fray Juan Tomás, encomendándole en abril de 1678 la lugartenencia general de aquel reino, hasta la llegada del virrey titular. El arzobispo, haciendo alarde de una energía extraordinaria, combatió los excesos de un bandolerismo endémico, agravado por las consecuencias de las parcialidades de algunas comarcas, a lo que se sumó el clima de violencia que se respiraba en las principales ciudades valencianas. Con igual saña, hizo frente a la última gran epidemia de peste que asolaba el extremo meridional del levante peninsular, evitando su contagio a las zonas del norte.
Incluso hubo de reprimir, tras la caída de la plaza de Puigcerdá en poder galo, un grave estallido popular francófobo, tan habitual en estas tierras. El balance de su gestión, concluida en mayo de 1679, mereció la aprobación de la Corona, que a comienzos de 1683 recurriría nuevamente al dominico para encargarle una segunda y más breve interinidad, prolongada durante unos pocos meses y consagrada por entero a la erradicación de la delincuencia.
Reincorporado plenamente al ministerio episcopal, y tras protagonizar como adalid de la inmunidad eclesiástica una ruidosa competencia jurisdiccional con el entonces virrey duque de Veragua, a raíz de la ejecución sumaria por parte de éste de un fraile bandolero, inició el recorrido pastoral de la diócesis para conocer las necesidades de su grey. Al tanto de éstas, en 1687 reunió un sínodo, cuyas Constituciones comprenderían veinticuatro títulos, orientados, en su mayor parte, al cumplimiento de los decretos tridentinos y posteriores disposiciones valentinas referentes a la fe y costumbres. Aquel mismo año, Rocabertí inauguraba, por fin, su propio colegio, el de San Pío V, destinado a la formación eclesiástica y la conversión del pueblo mediante la predicación misional.
Embarcado en la empresa desde hacía años, había empeñado en ella su hacienda y crédito, enfrentándose con la oposición de la ciudad de Valencia, la de numerosas parroquias e incluso la de su propia Orden; primero, para levantar la fundación, y luego, para traspasar su titularidad de manos misionistas a la congregación marianista de clérigos regulares menores. El principal fundamento de tan generalizada hostilidad no fue otro que la abrumadora presencia en el territorio de establecimientos religiosos de toda suerte y condición, el abultado número del clero y la incapacidad de los valencianos para continuar sosteniendo a unos y otros. Ni una sola instancia quedaría a la que no recurriera el arzobispo en su tenaz ardor, desde la Real Audiencia y el Consejo de Aragón a la reina madre Mariana de Austria, Carlos II, el nuncio pontificio, algunos cardenales y aun el mismísimo papa Inocencio XII.
Aún restó tiempo a fray Juan Tomás para dedicarse, durante los siguientes años de su pontificado, a publicar a sus expensas y bajo su dirección —como previamente había hecho con la extensísima obra de su tía sor Hipólita de Jesús— los comentarios de Nicolás Eymerich a las epístolas paulinas, los de Gorran sobre los Evangelios, los temas sobre la gracia de Tomás de Lemos o las ediciones corregidas de los sermones de san Vicente Ferrer y san Luis Bertrán. Empresa editorial empleada, igualmente, para batallar, con más énfasis si cabe que en su etapa de general, contra aquellas doctrinas opuestas a los derechos de la Santa Sede y el primado del Papa. En 1691 publicaba en Valencia su Liber apologeticus de Romani Pontificis, apareciendo poco después, también en Valencia, el primer volumen de su magna De Romani Pontificis Authoritate, cuyos siguientes tomos vieron la luz en los años sucesivos. No contento con ello, editó la Biblioteca Maxima Pontificia, en veintiún libros, un vastísimo arsenal de escritos y documentos sobre la sede romana. Semejante labor en favor de la infalibilidad y supremacía pontificias valieron al dominico la aversión del galicanismo francés, hasta el punto de condenar su obra el Parlamento de París.
Recrecida con todo ello la fama de Rocabertí entre la Familia Real y algunas facciones cortesanas, en abril de 1695 la Corona recompensaba sus servicios —el último de ellos prestado muy recientemente, con motivo del apoyo episcopal a la represión de los movimientos antiseñoriales de La Marina alicantina— nombrándole inquisidor general. El arzobispo abandonó pronto la sede valentina, que seguiría gobernando hasta su muerte a través de auxiliares, para introducirse de lleno en el tráfago de la Corte. Cuatro años de gestión le restaban por delante, tiempo más que suficiente para intervenir de manera activa en algunos de los asuntos de mayor relevancia ventilados aquellos días en las entrañas de la Monarquía. De hecho, coincidiría su mandato al frente del Santo Oficio con la tortuosa singladura de éste durante tan aciago período, sacudido por las tensiones suscitadas en su seno por la progresiva concentración de poder en manos del inquisidor y el empeoramiento de la convivencia entre el Tribunal y otras instituciones reales, desembocado en la constitución de la llamada Junta Magna, cuya vehemencia antiinquisitorial trató de neutralizar fray Juan Tomás. Éste se vería implicado, asimismo, junto al también dominico fray Froilán Díaz, en la trama de los hechizos carolinos, iniciándose por orden suya la larga serie de infructuosos exorcismos a los que fue sometido el Monarca a partir de 1698. En relación con este episodio, la espinosa cuestión sucesoria, que acabó acaparando el protagonismo de la vida política española y europea, Rocabertí no optaría de manera clara por ninguno de los bandos enfrentados, pues si tradicionalmente se le ha incluido casi siempre entre las filas proborbónicas, comandadas por el cardenal Portocarrero, algunos hechos apuntarían en un sentido diferente, mostrándose, en ocasiones, también complaciente con los austracistas. Se desprende de las actitudes y comportamientos del inquisidor general, en suma, más que una militancia rotunda en uno u otro partido, el deseo de no enemistarse con ninguno de ellos, preocupado no tanto por el desenlace sucesorio en sí como por su promoción personal. La repentina muerte del anciano religioso, en junio de 1699, bajo la sombra del envenenamiento, contribuiría a oscurecer todavía más los últimos meses de su vida, si bien le libró de la tormenta política desatada poco después a resultas de los regios embrujos, de la que fue principal víctima su colaborador el padre Díaz.
Obras de ~: Grandezas y prerrogativas soberanas de la antiquísima casa de los vizcondes de Rocabertí, Madrid, 1651 (atrib.); Alimento espiritual. Cotidiano exercicio de meditaciones escogidas de las obras del venerable padre maestro fray Luys de Granada, del beato Enrique Suson y de la seráfica madre santa Catalina de Sena, Barcelona, Mathevad, 1668; Theología mystica primer tomo. Instrucción del alma en la oración y meditación, Barcelona, 1669; Constituciones synodales del arzobispado de Valencia, Valencia, Jaime de Bordazal, 1690; Liber Apologeticus De Romani Pontificis Honorii I invicta in fide constantia, Valencia, 1691; De Romani Pontificis Authoritate. Tomus primus. Complectens duos libros, quorum in primo de Authoritate Romani Pontificis extra Concilium agitur. In secundo illibata Romanorum Pontificum in fide constantia, a calumniantium telis vindicatur, Valencia, 1691; De Romani Pontificis Authoritate. Tomus secundus. Duos apologeticus complectens libros, quibus Honorii I, Ioannis XXII, Nicolai III ac S. Gregorii VII invicta in fide constantia asseritur, et ab hereticorum aliorumque calumniantium imposturis vindicatur, Valencia, 1693; De Romani Pontificis Authoritate. Tomus Tertius. Tres complectens libros, quibus Universae Ecclesiae Praesulis Suprema potestas in temporalibus, tam directiva quam coactiva abunde propugnatur, Valencia, 1694; Bibliotheca Maxima Pontificia, Roma, 1695-1699, 21 vols.; De authoritate Summi Pontificis supra Concilium, Valencia, 1699.
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Emilio Callado Estela