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Vicente Gutiérrez de los Ríos y Gálvez

Biografía

Gutiérrez de los Ríos y Gálvez, Vicente. Marqués de las Escalonias (III). Córdoba, 7.II.1732 – Madrid, 2.VI.1779. Artillero y cervantista.

El día 8 de febrero de 1732 fueron bautizados en la capilla del Rosario del convento real de San Pablo, de Córdoba (capilla que por entonces estaba habilitada para llevar a cabo los ritos cristianos correspondientes a la parroquia de San Andrés) dos hermanos gemelos, a los que el presbítero Francisco Fernández de Coria impuso los nombres de María Josefa (nacida a las seis de la mañana del día 7 de febrero) y Diego Francisco (nacido a las doce del mismo día). “Ambos de un vientre”, indica la partida de bautismo, expresión con lo que se designaba entonces a los mellizos.

Son calificados en el mismo texto como “hijos de la Iglesia”, que es la denominación que se utilizaba para designar a los recién nacidos cuyos padres no querían o no podían reconocerlos.

La comadre de ambos niños, María Teresa Rodríguez, sí sabría que bajo los nombres de Diego Francisco se ocultaba el hijo de Francisco José Gutiérrez de los Ríos Cárdenas y Cabrera, II marqués de las Escalonias, y de Teresa Juana de Gálvez (algunos biógrafos escriben Galve) e Iranzo, ambos viudos y vecinos de Córdoba.

Cierta relación familiar no sanguínea (“cognación espiritual”, indican los biógrafos), solucionada luego mediante la pertinente bula papal, parece haber sido uno de los obstáculos para la unión matrimonial canónica entre Francisco y Juana, además de la diferencia económica existente entre ambos. El 10 de febrero de 1736, el marqués de las Escalonias dotó a Juana con 2.000 ducados, y el matrimonio se celebró por fin en Granada, casi inmediatamente, en la parroquia de Santa María Magdalena, el 18 de febrero de 1736.

Algunos años después, el 2 de octubre de 1740, Diego Francisco (que tenía los nombres de su abuelo y de su padre) era confirmado por el obispo Pedro Salazar con el nombre de Vicente, y el 14 de agosto de 1744 era legitimado, en unión de su hermana, como perteneciente a la noble familia de los Gutiérrez de los Ríos, que tuvo su origen en Galicia y que estaba emparentada con otras relevantes familias cordobesas.

A pesar de estos problemas familiares, relacionados con la legitimidad de Vicente Gutiérrez de los Ríos (o Vicente de los Ríos, como se le suele designar también), el niño recibió una educación esmerada desde la infancia. Aprendió las primeras letras en el seno familiar, incluida la Gramática, y cursó los primeros estudios en el convento de dominicos de San Pablo, en la ciudad natal. Aquí se colocaron los sólidos cimientos de su educación humanista, mediante el estudio de los clásicos grecolatinos: Longino, Cicerón, Quintiliano, Aristóteles y Horacio figuran entre sus primeras lecturas.

Pasó luego a frecuentar de las ciencias y del derecho; en la Universidad de Sevilla estudió, de 1746 a 1747, Derecho Civil y Cánones. Por esa época entró en contacto con la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, institución que lo nombra académico honorario (21 de julio de 1752) y más tarde académico supernumerario (16 de marzo de 1753). De estos años son sus primeros trabajos, de índole humanística casi todos, entre los que figuran “Disertación sobre la preferencia de Lucano a Virgilio” (1752), “Disertación sobre el uso y conveniencia de la elocuencia en las Bellas Artes” (1752), “Traducción y discurso sobre la oda IX, del libro 3 de Horacio” (1752), etc. Algún tiempo después, ya dedicado con más intensidad al estudio de las ciencias, dirigió a la misma Academia sevillana un trabajo titulado “Idea de la naturaleza y curso de los cometas” (1769), motivado por la aparición de un cometa en el año indicado.

Su dedicación a las armas tuvo lugar a partir de 1757: el 30 de agosto de ese año era cadete en el Regimiento de Dragones de Frisia y, mediante la preceptiva autorización real de Fernando VI, necesaria en aquel momento histórico, pasó a estudiar Matemáticas en la Academia de Artillería de Cádiz. Ésta será su ocupación primordial, la de artillero, complementando su educación humanística inicial con las materias de Física, Matemáticas, Construcción, Geometría, etc. Su brillante expediente posibilitó su ingreso, en 1764, en el que algo después se llamaría Real Colegio Militar de Caballeros Cadetes de Segovia. En 1765, Vicente de los Ríos figuraba como secretario de la junta de profesores de dicho colegio y desempeñó la cátedra de Artillería. En sus clases se ocupó de la pólvora, la metalurgia, los armamentos, los puentes, la táctica, etc. Se afirma que uno de sus primeros alumnos, Tomás de Morla (1747-1812), aprovechó luego los apuntes de estas clases de su maestro para componer un Tratado de artillería para el uso de la Academia de caballeros cadetes (Segovia, Antonio Espinosa de los Monteros, 1784). La vida del militar se debatía entre las obligaciones anejas a su actividad prioritaria y el cultivo de las letras, de tal manera que en ocasiones le parecía sufrir el tormento de Sísifo, en un pensamiento de cierta modernidad. Es lo que se desprende de una carta personal, de 1765 precisamente, en la que indica: “Querido amigo mío: estoy condenado al mismo tormento de Sísifo. Todos los correos me encuentran con un montón de quehaceres, que no me dejan lugar para entregarme al dulce ocio de las Musas; me consuelo con la esperanza de que el inmediato estaré más desocupado, y me hallo con doblados embarazos. Siempre estaré volteando este peñasco, sin que jamás llegue al término de la tranquilidad que tanto apetezco”.

En el Real Colegio de Segovia compuso varios trabajos más, entre los que se encuentra el Discurso sobre los ilustres autores e inventores de la Artillería que han florecido en España, desde los Reyes Católicos hasta el presente (Madrid, 1767), que se reeditó después de la muerte del autor en las Memorias de la Real Academia de la Historia (1805). En esta última edición se indica que el escritor “tenía poco más de veinte años cuando la trabajó y dirigió a la Academia, edad en que es muy poco común el juicio, crítica y vasta erudición con que se hallaba el autor”. Este discurso es un estudio cronológico sobre la artillería, desde la época de los Reyes Católicos hasta su momento histórico, y se encuentra dividido en tres partes, referidas a los motivos por los que son desconocidos los inventores, cuáles fueron los que contribuyeron al arte tormentaria y los adelantos recientes en el ámbito de la Artillería, la Bombardería y las Minas. En este documentado discurso se trata de Pedro Navarro, conde de Olivito, inventor de las minas modernas; de Diego de Álaba y de su libro Nueva ciencia (Madrid, 1590); de Luis Collado, ingeniero de Felipe II, autor de Práctica manual de artillería (1592), y de otros reputados ingenios de los que nadie parece acordarse ya. Tampoco olvida el artillero el mundo antiguo e intenta determinar el primer lugar en el que se inventó o se usó la artillería, mencionando a los chinos, los árabes, el cerco de los venecianos a la ciudad de Claudia Fisa, en 1366, aunque él era partidario de la idea de que los árabes la introdujeron en España, en el siglo XIV.

Posteriormente tradujo un catecismo francés para la instrucción religiosa de los cadetes del colegio de Segovia, la Instrucción militar cristiana (1774), en el que mantiene la necesidad de unir los valores religiosos a los propiamente militares, como se recoge en el siguiente fragmento: “La perfección cristiana no es incompatible con la profesión militar: ha habido en las tropas soldados valientes, tan fervorosos en la oración como los solitarios, tan desasidos de los bienes temporales como los religiosos mendicantes, tan penitentes y austeros como los anacoretas y tan celosos como los apóstoles. De que se infiere que no hay virtud alguna que no puedan practicar continuamente los militares”.

En el ámbito de los estudios y ediciones de autores clásicos españoles se le deben dos aportaciones muy relevantes: la publicación y prólogo a las Eróticas, de Esteban Manuel de Villegas, y el prólogo al Quijote en la importante edición académica de 1780.

Las Eróticas y traducción de Boecio (Madrid, 1774), tal como indica la portada del texto, recoge en dos volúmenes la colección poética titulada Las eróticas (1618), del poeta barroco Esteban Manuel de Villegas, a la que añade la traducción del mismo Villegas del conocido libro de Boecio, La consolación de la filosofía, realizada en 1665. Sin embargo, lo relevante de esta edición no es la propia recopilación poética, a la que añade algunos poemas inéditos, sino las memorias acerca de la vida y de la obra del lírico de Nájera (“Memorias de la vida y escritos de don Esteban Manuel de Villegas”), del que incluye numerosos documentos referidos a su nacimiento y defunción, así como a su trayectoria vital, muchos de los cuales veían por primera vez la luz en un texto impreso, de tal manera que, como señala un biógrafo, “las memorias de la vida y escritos de tan ilustre poeta, redactadas con tanto juicio, erudición y exactitud [...] merecieron el aprecio de los literatos de aquel tiempo”.

La loable pretensión del editor (conseguida en líneas generales) era la de ofrecer a los estudiosos europeos la obra depurada de uno de los líricos barrocos al que él consideraba de especial calidad e interés, siguiendo pautas de investigación de lo que se había realizado en otros países de Europa.

Mientras se ocupaba de Villegas, Vicente trabajaba en el proyecto que le ha procurado más reconocimiento en el ámbito intelectual, el prólogo a la edición del Quijote de 1780 (con reediciones inmediatas en 1782 y 1787), aunque el infortunado erudito no pudo conocer directamente las numerosas y cualificadas opiniones favorables de la crítica, porque el volumen apareció al año siguiente de su muerte. Sin embargo, ya desde la introducción al texto académico se hace un reconocimiento explícito de su labor en los siguientes términos: “Este hábil oficial y erudito académico, muy apasionado de Cervantes, se dedicó sin perdonar trabajo, ni diligencia a buscar noticias y documentos auténticos para escribir su vida con toda la posible exactitud; y no contento con haber hecho este obsequio a la memoria de nuestro autor, quiso también dar a conocer la novedad, estructura y singular mérito de la fábula del Quijote, la mejor de las obras de Cervantes, y en la cual parece que quiso hacer como un alarde de la superioridad de su talento y de la admirable fecundidad de su ingenio”. Más adelante se añade: “Pero cuando la Academia esperaba recoger estos nuevos frutos [comentar todas las obras de Cervantes] de su bien cultivado ingenio, tuvo que llorar su temprana muerte, igualmente que los demás ilustres cuerpos de que era individuo, y con particularidad el Real Cuerpo de Artillería”.

Lo cierto es que las investigaciones de Vicente de los Ríos serían tenidas en cuenta por todos los cervantistas españoles y extranjeros y muchas de ellas siguen siendo válidas en la actualidad, con determinadas puntualizaciones y adiciones.

En la realidad en la introducción al Quijote se pueden distinguir hasta cuatro partes: una pormenorizada “Vida de Cervantes”, un “Análisis del Quijote”, en nueve artículos o partes, análisis realizado desde una perspectiva clasicista, con la pretensión de relacionar la novela con la poesía épica antigua, especialmente con Virgilio, el “Plan cronológico del Quijote”, resumen detallado del tiempo empleado en cada aventura, a lo largo de las dos partes de la obra, y las “Pruebas y documentos que justifican la vida de Cervantes”, que son las notas documentadas que aparecían en muchas ocasiones en el texto de la vida de Cervantes. Lo más valioso de este extenso prólogo, de casi doscientas páginas, es la vida del escritor, en la que el comentarista saca a relucir muchos documentos inéditos o desconocidos hasta entonces y básicos para la construcción científica de cualquier biografía. Bien es cierto que realiza ciertas afirmaciones un tanto aventuradas, como la de que Cervantes estuvo prisionero en algún lugar de la Mancha, donde iniciaría la composición de esta obra, pero rebate acertadamente las interpretaciones extravagantes que se aceptaban por entonces en la Europa culta, como la de que la novela estaba escrita en clave y se refería al emperador Carlos V o, cuando menos, al duque de Lerma, y que en conjunto era una especie de sátira contra su propia nación. No obstante, hay que reconocer que dio cabida a determinados datos poco contrastados, como la existencia de El buscapié, supuesta obra perdida de Cervantes, en la que se explicaría el sentido auténtico de la novela, suposición que dio origen luego a que Adolfo de Castro (1823-1898) escribiese una obrita con el mismo título, pura mixtificación, editada en 1848, y la hiciese pasar por auténtica obra cervantina.

En otro orden de cosas, el expediente militar de Vicente se había ido acrecentando mientras tanto con nuevos ascensos en el correspondiente escalafón de su carrera: el 12 de julio de 1763 era subteniente de la Compañía de Caballeros Cadetes; el 24 de noviembre de 1765 era promovido a teniente; el 26 de marzo de 1773 se le nombró capitán; el 13 de enero de 1779 obtuvo el grado de teniente coronel. También recibió el nombramiento de caballero de la Orden de Santiago, el 20 de febrero de 1779.

Sin embargo, su salud fue empeorando conforme pasaba el tiempo; en su hoja de servicios de 1774 se dice que su salud era robusta; en la de 1777 era solamente buena. Su primer biógrafo, Tomás Antonio Sánchez, que lo conoció desde su más temprana juventud, dice que era débil de cuerpo, aunque de espíritu robusto, y muy dado a las ocupaciones virtuosas, considerando la más digna el aprovechamiento de las letras. La enfermedad que le llevó al sepulcro hizo su aparición en uno de los desplazamientos de Segovia a Madrid; un tumor en el pecho fue la causa inmediata de su fallecimiento, mientras los doctores dudaban entre la conveniencia o no de la operación. Conservó la razón hasta el último momento, dedicado con más intensidad a las devociones cristianas en que siempre había vivido. Tras recibir los sacramentos de la Iglesia, falleció en Madrid, al mediodía del 2 de junio de 1779, y fue sepultado en la iglesia parroquial de San Martín; el paradero de sus restos se desconoce en la actualidad. Sus muebles, libros y demás efectos personales fueron legados a su compañero el capitán Ramón de Aguilar.

El Rey, cuando conoció la noticia de su enfermedad, comentó: “Sentiré que se muera, porque perderé un buen oficial”. Carlos IV perdió efectivamente un buen militar y las letras españolas un cualificado estudioso de nuestra cultura, especialmente en el ámbito del cervantismo inicial. Sin embargo, entre la generalidad de opiniones positivas sobre su persona y su obra, expresadas tanto en vida como después de muerto (Tomás Antonio Sánchez, Fernández de Navarrete, Menéndez Pelayo, etc.), desentona la dura voz discordante de Juan José López de Sedano (1729- 1801), el recopilador del Parnaso Español (1768- 1778, nueve volúmenes), el cual, bajo el seudónimo de Juan María Chavero y Eslava, publicó unos Coloquios de la espina (Málaga, 1785), en los que ataca despiadadamente al que un día fue su amigo y quizás colaborador en la selección poética citada, quejándose de que Ríos había vertido varias opiniones negativas sobre su persona y su obra y de que incluso le había sustraído algunos materiales que le sirvieron para componer el estudio y edición de la citada obra de Esteban Manuel de Villegas, al mismo tiempo que parece manifestar su satisfacción por la terrible enfermedad, malignamente descrita, que llevó al sepulcro al militar y erudito cordobés.

 

Obras de ~: Discurso sobre los ilustres autores e inventores de Artillería, que han florecido en España desde los Reyes Católicos hasta el presente, Madrid, Joaquín Ibarra, 1767; Discurso para la abertura de la Escuela de Táctica de Artillería, dicho en el Real Colegio Militar de Segovia, Madrid, Joaquín Ibarra, 1773; Instrucción militar cristiana. Traducida del francés, para uso de los Caballeros Cadetes del Real Colegio Militar de Segovia, Madrid, Joaquín Ibarra, 1774; Memorias de la vida y escritos de Don Esteban Manuel de Villegas (Prólogo a las Eróticas), Madrid, Antonio de Sancha, 1774; Vida de Miguel de Cervantes Saavedra y Análisis del Quijote (Prólogo a El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha), t. I, Madrid, Joaquín Ibarra, 1780, págs. I-CLII.

 

Bibl.: T. A. Sánchez, “Elogio de D. Vicente de los Ríos (Leído en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras el 12 de noviembre de 1779)”, en Memorias literarias de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, t. II, Sevilla, Est. Tipográfico, 1843, págs. 194-205; M. Fernández de Navarrete, “D. Vicente de los Ríos”, en Colección de opúsculos, Madrid, Viuda de Calero, 1848, págs. 323-335; L. Vidart, Vida y escritos del teniente coronel capitán de artillería Don Vicente de los Ríos, Madrid, Imprenta del Cuerpo de Artillería, 1889; J. Jáudenes Rey, “Don Vicente de los Ríos”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba, 78 (1958), págs. 101- 122, y 79, págs. 237-258; M. A. Ortí Belmonte, “Nuevos datos para la biografía de Don Vicente de los Ríos”, en Boletín de la Real Academia de Córdoba, 58 (1963), págs. 157- 178; A. Diz, “Vicente de los Ríos: un militar y literato ilustrado. La edición del Quijote de 1780”, en Literatura, imágenes y milicia en la tercera salida de don Quijote, ed. de F. Castillo Cáceres, Madrid, Ministerio de Defensa, 2005, págs. 37-64.

 

Antonio Cruz Casado

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