Pimentel Stúñiga, Leonor. Duquesa de Plasencia y Béjar (I). ?, 1437 – 1486. Dama, noble.
Hija de Juan Alfonso Pimentel —conde de Mayorga— y de Elvira de Zúñiga, Leonor Pimentel estaba emparentada también, por parte de sus abuelos, con los Enríquez, otro importante linaje castellano.
Su papel estuvo determinado por el casamiento que, desde 1460, realizó con uno de los nobles más destacados del Reino: Álvaro de Stúñiga, II conde de Plasencia. El matrimonio supuso un verdadero escándalo en la Corte, ya que el conde abandonó a Leonor Manrique, su primera mujer, con quien había tenido varios hijos, “para quienes podía temerse el mal trato de una madrastra”. Y es que, además, Leonor era sobrina carnal de Álvaro y también su ahijada de pila, lo que provocó grandes dificultades a la hora de conceder la autorización por consaguinidad. El cronista Palencia criticó ampliamente los sobornos y corrupciones —en los que se involucró hasta el propio rey Enrique IV— para que ese matrimonio pudiera celebrarse.
Finalmente, el Papa otorgó la dispensa.
Leonor Pimentel no representó el papel de esposa discreta propia de la época. Era una mujer enérgica y ambiciosa que dirigió con carácter la casa Stúñiga en su vertiente socioeconómica y también participó en cuantas intrigas políticas se cruzaron en su camino.
En la primavera de 1465, los condes de Plasencia fueron los anfitriones del príncipe heredero Alfonso que, al filo del verano, sería alzado Rey en sustitución de Enrique IV iniciándose en el Reino una guerra civil que habría de durar hasta la muerte de joven Monarca en 1468. En Plasencia, en un ambiente que hacía presagiar próxima la contienda, la condesa de Plasencia logró que aquel todavía niño le concediera la merced de Trujillo a su marido, y, en caso del fallecimiento de éste, a ella misma. Los Stúñiga colaboraron de una forma importante en el sostenimiento de la causa alfonsina. Leonor Pimentel hubo de empeñar su villa de Mayorga en 1466 a su primo el conde de Benavente; pero también recibió mercedes del rey Alfonso.
En ese mismo año de 1466, el Monarca le concedía 1000 doblas de oro castellanas de la banda o por ellas 215.000 maravedís a razón de 215 cada dobla, salvadas en distintas rentas de la ciudad de Sevilla.
Pero las circunstancias hicieron que los condes se acercaran —sin abandonar la causa alfonsina— también al rey Enrique IV brindándose en calidad de intermediarios para una paz en el Reino. En aras de aquella paz, la condesa de Plasencia tuvo la osadía de proponer el matrimonio del rey Alfonso con una de sus hijas. No lo consiguió —Alfonso lo rechazó enérgico y sorprendido—, pero Enrique IV la mantuvo por interlocutora válida e incluso pasó temporadas, desde la Navidad de 1467, en tierras de Plasencia.
Tan estimados fueron los servicios de la condesa que hasta el propio condestable Lucas de Iranzo la felicitaba por su actividad por aquellos años.
Fallecido el Príncipe-Rey y tras la etapa de princesado de su hermana y heredera Isabel, estalló la guerra civil entre la futura Reina Católica y su sobrina Juana.
Los Stúñiga apoyaron inicialmente a la última, si bien, en el momento adecuado, cambiaron de opción. Leonor Pimentel fue, por su matrimonio, duquesa de Plasencia —canjeado por el ducado de Arévalo que revertía en la Corona— y, poco después, de Béjar.
En su matrimonio con Álvaro de Stúñiga tuvo tres hijas —Isabel, Elvira y María— y un varón —Juan—.
Las hijas se casaron muy convenientemente, particularmente la mayor, que fue duquesa de Alba, pero el futuro del hijo aparecía más desdibujado habida cuenta de que era en los hijos de Leonor Manrique, la primera mujer del conde, en quien recaía el mayorazgo.
Por ello, la duquesa de Plasencia no dejó de maniobrar hasta conseguir un futuro para su hijo varón.
Juan de Stúñiga ya había acaparado la completa atención de sus padres por sufrir una enfermedad muy grave que finalmente superó gracias a encomendar su salud a fray Vicente Ferrer. Agradecidos, los condes mandaron edificar un monasterio de dominicos en su honor, institución a la que no dejaron de proteger.
Leonor Pimentel intrigó hasta la extenuación para conseguir la vacante de la Orden de Alcántara, a la muerte de Alfonso de Monroy, para su hijo, un niño de apenas once años, en 1472. Finalmente consiguió —se repetía la historia de su matrimonio— que el Papa aprobara la concesión, llevando la administración, hasta la mayoría de edad de aquél, su padre Álvaro de Stúñiga. Juan, un verdadero hombre renacentista, fue el último maestre de Alcántara antes de que Fernando el Católico decidiera que revertiesen en la Corona los maestrazgos de las Órdenes Militares.
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Dolores Carmen Morales Muñiz