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Luisa Colmenares Cabezón

Biografía

Colmenares Cabezón, Luisa. Luisa de la Ascensión. La Monja de Carrión. Madrid, 16.V.1565 – Valladolid, 28.X.1636. Religiosa clarisa (OSC).

Hija de Juan Colmenares y de Jerónima de Cabezón, fue nieta del célebre músico de la Real Capilla de Felipe II, Félix Antonio de Cabezón. Los padres se hallaban al servicio de Palacio. Tuvo tres hermanos y tres hermanas carnales y otros tres uterinos.

El 19 de mayo (miércoles) fue bautizada en la parroquia de San Andrés. Pasó los años de su infancia y adolescencia en el hogar paterno, en un ambiente de ejemplar práctica religiosa, dando desde su niñez muestras de una gran piedad y recurriendo con frecuencia a la oración y sometiéndose a diversas mortificaciones corporales.

En 1582 fue enviada por sus padres a la villa palentina de Carrión de los Condes, para acompañar en su soledad a su tía Catalina de Colmenares, una viuda rica sin hijos.

Pronto la joven Luisa se sintió atraída por el género de vida contemplativa de las monjas de la Comunidad de Santa Clara —establecida en ella en 1255— de aquella población e ingresó en 1584. A partir de entonces, con la excepción de muy esporádicos viajes desde esta localidad a Madrid y viceversa, salvo su traslado y forzosa estancia en Valladolid, donde terminó sus días, puede afirmarse que no se movía de su convento.

Desde un principio destacó edificando a cuantos la conocían por su austeridad y virtudes, ganándose la estima de todos, especialmente los habitantes de Carrión.

A partir de 1604 comenzaron a correr rumores acerca de hechos prodigiosos que se le atribuían.

Al año siguiente recibió la visita del padre Antonio Daza, de la Orden franciscana, que había de seguir muy de cerca la conturbada existencia que la madre Luisa de la Ascensión (nombre que adoptó al entrar en el convento) iba a padecer. En 1609 fue elegida abadesa a los cuarenta y cuatro años de edad y veinticinco de profesión, y el 4 de julio de ese mismo año (sábado), le escribe la reina Margarita de Austria para solicitarle que encomiende a Dios cierto asunto de importancia.

En 1611 fue calumniada ante el inquisidor general Bernardo de Sandoval y Rojas (tío del duque de Lerma). El viernes 5 de septiembre de 1614, el padre Antonio Trejo, vicario general de la Orden acudía a Carrión para oír a la Madre Luisa defenderse de las acusaciones —relacionadas con un hecho tenido por milagroso— formuladas por dos de sus súbditas. No obstante, entre 1615, 1616 y enero de 1617, ejerció por segunda vez el cargo de abadesa, aunque no llegó a completar el trienio.

Escribe Teófanes Egido López en su opúsculo Religiosidad popular y taumaturgia del Barroco (Los milagros de la Monja de Carrión), lo siguiente: “En el Siglo xvii el enclave de Carrión de los Condes (Palencia), con la potencia taumatúrgica sorprendente de una clarisa, la Madre Luisa de la Ascensión (1565/1636), fue un centro intensivo de producción de milagros, tan demandados en aquellas sociedades entusiasmadas por lo sobrenatural. Durante un cuarto de centuria, sin exageración de ninguna clase, Carrión y su monja trascendieron de lo local, incluso de lo peninsular, y se convirtieron en punto de mira, de observación y de novedades extraordinarias registradas en los noticieros de la época, ya fuesen Avisos como los de Pellicer o las murmuraciones y bien informadas cartas de los jesuitas”.

El 29 de noviembre de 1618, por recomendación suya, Felipe III concedía a la villa de Carrión el privilegio de un mercado franco, y en 1619 era inaugurada la nueva Iglesia de Santa Clara, edificada con donativos del Rey, del duque de Alba y otros. En enero del mismo año celebró la villa grandes fiestas con ocasión del juramento en defensa del Misterio de la Inmaculada, del que la Madre Luisa de la Ascensión fue promotora.

No tardó, consecuencia de su vida ejemplar y supuestos portentos, en ganarse la gratitud de unos y la simpatía de otros, no sólo en Carrión, lo que se tradujo en espléndidas dádivas —procedentes de muy diversos estamentos— que llovieron sobre su Orden y especialmente sobre su monasterio; Felipe III y, desde 1621, Felipe IV no escatimaron sus ducados; baste señalar que tan sólo en unas obras de reparación del mismo se gastaron más de 30.000, cantidad superior a la renta anual de bastantes casas nobiliarias. Como muestra de sus buenas intenciones, el príncipe de Gales —futuro Carlos II Estuardo—, que por aquellas fechas andaba por la Corte madrileña buscando esposa, envió un generoso donativo, que “la Monja de Carrión” rechazó “por haber venido de manos de herejes”. Nada tenía, por tanto, de particular que el ministro meneral, fray Benigno de Génova, la autorizase para aplicar y utilizar, según su criterio, el dinero que recibía para las obras del convento, pese a no ser ni abadesa ni procuradora (4 de diciembre de 1620, viernes). En 1621, la madre Luisa mantenía correspondencia epistolar con el pontífice Ludevisi (Gregorio XV), muerto en 1623.

El sábado 16 de diciembre de 1623, el padre provincial de Valladolid renueva la licencia para que la madre Luisa de la Ascensión pueda seguir empleando a su albedrío el dinero y demás donaciones, tal como había venido haciéndolo, destinándolo a obras de caridad y a reparaciones y mejoras del monasterio.

Sin perjuicio de numerosos hechos prodigiosos —carentes de fundamento alguno y recusados por las más altas instancias eclesiásticas—, le fueron atribuidas misteriosas bilocaciones, desde Roma, para ayudar al Papa; Asís, para orar ante el sepulcro del fundador de la Orden; hasta el lejano Japón, donde confortó a una persona que iba a sufrir martirio por sus creencias, pasando por diversos lugares de España (Vascongadas, Carrión, Valladolid, Madrid, Palencia, Burgos, Zamora, etc.); los campos de batalla de Europa (como dicen que ocurrió el 7 de junio de 1631, en Flandes), en apoyo de las tropas españolas, defensoras de la causa del catolicismo, y, finalmente, en las lejanísimas tierras del Nuevo Mundo, para contribuir a la evangelización de los nativos.

Su poder de intercesión abarcaba diferentes campos y llegaba a los más apartados lugares (en los documentos inquisitoriales se cuentan ciento cincuenta y siete supuestos milagros): sanó enfermos, algunos incurables, resucitó muertos, evitó suicidios, defendió la virtud de una jovencita, a la que dos desalmados pretendían violar, expulsó demonios, lo que no siempre le resultó fácil, y remedió catástrofes naturales.

La mayor parte de estos hechos se produjeron entre 1620 y 1634; sobre todo, a partir de 1630; muy pocos en el último año de su vida, recluida en Valladolid, y eso que contaba con el favor del obispo de la ciudad.

Ya en 1614 se había divulgado en Carrión el hecho tenido por prodigioso, ya mencionado. En 1621, fray José González, OP, obispo de Palencia, ordenó que fuese recogida información fehaciente sobre ciertos prodigios atribuidos a la madre Luisa. Por estas fechas, tras la forzada dimisión del dominico Luis de Aliaga, accedía al cargo de inquisidor general (febrero de 1622) el arzobispo Andrés Pacheco. En este año son testimoniados en Madrid, por mandato del nuncio, ocho supuestos milagros de la madre Luisa y enviadas las actas al Obispado de Palencia, a cuya jurisdicción pertenecía el convento de Santa Clara de Carrión.

A partir de 1630, el Santo Oficio —los nuevos inquisidores generales son el arzobispo Antonio Zapata, patriarca de las Indias, que es sustituido, en 1632, por el dominico y confesor del Rey Alonso de Sotomayor— va reuniendo inquietantes informaciones sobre la madre Luisa, que, en 1633 y 1634, es visitada por su hermano carnal, Francisco, y ésta le da numerosos objetos piadosos para ser distribuidos entre gentes devotas, ya que una buena parte de la milagrería estaba relacionada con éstos: telas, firmas (su nombre aparece rodeado por la letra “S” y un clavo, en señal de esclavitud), cuentas, retratos, cruces y una serie de nombres piadosos, la Sagrada Familia o el arcángel san Gabriel, entre otros. No pudo la Inquisición dejar de preocuparse por algo que sonaba a “mágico”. Pero su principal “utensilio” fueron, según parece, las cruces que atravesaron el Atlántico y surtieron los efectos que de ellas se esperaban, según cierta “hoja volante” enviada desde las Indias al citado Tribunal en 1635, y cuyo contenido constituía una perla impagable de la milagrería de la época.

Como no podía ser de otra forma, tan prodigiosos objetos fueron muy solicitados. Abundaron las falsificaciones, surgieron en la propia localidad de Carrión y en otros lugares talleres dedicados a su fabricación, no faltando quien se beneficiara con tal comercio.

Madrid fue uno de los principales centros de distribución de esos objetos y las damas de la Corte las adquirían en grandes cantidades.

En 1634 el inquisidor de Valladolid, Juan Santos de Sampedro, acude a Carrión y somete a la monja a minucioso examen. El viernes 27 de julio del mismo año expiraba su confesor fijo, el franciscano Domingo Aspe, quien redactó una biografía comprometedora de la madre Luisa.

Finalmente, el Supremo Consejo de la Inquisición de Madrid ordenó fuese llevada la madre Luisa de la Ascensión al convento de recoletas agustinas de Valladolid (15 de marzo de 1635, jueves) y allí fuese confinada y aislada; eso sí, con toda clase de atenciones hacia su persona, para iniciar un proceso en el que la Inquisición obró con tacto y benignidad extraordinarios.

El jueves 29 de marzo, a las nueve de la noche llegó a Valladolid, habiendo estado su camino precedido por manifestaciones populares de simpatía. Sin embargo, el domingo 8 de julio del mismo año, el jesuita vallisoletano Juan Chacón escribía: “Ahora no se habla de ella ni bien ni mal”.

Cuando finó, su inhumación y sus funerales se llevaron a cabo con la máxima discreción posible, como tratando de borrar su recuerdo.

Su óbito no interrumpió el proceso inquisitorial, y el martes 7 de enero de 1637 el Santo Oficio prohibía las cruces, estampas, reliquias, etc. de la madre Luisa y ordenaba su recogida. El sábado 23 de mayo de 1648 se dictaba sentencia absolutoria, a la vez que se ratificaba la prohibición de enero de 1637. El lunes 12 de octubre la sentencia era confirmada, si bien no se autorizaba, de momento, la entrega del cuerpo de la madre Luisa al monasterio de Carrión, lo que se consiguió el miércoles 23 de diciembre de 1654, a petición del padre Manero, general de la Orden franciscana. Finalmente, el jueves 5 de febrero de 1655 fueron inhumados los restos de la monja en el coro bajo del convento de Santa Clara.

 

Fuentes y bibl.: Informaciones aportadas por Enrique Gómez Pérez, Ayuntamiento de Carrión de los Condes (Palencia), Casa Municipal de Cultura.

P. García Barriuso, OFM, La Monja de Carrión. Sor Luisa de la Ascensión Colmenares Cabezón (Aportación documental para una biografía), Zamora, Monte Casino, 1986; T. Egido López, “Religiosidad Popular y Taumaturgia del Barroco (Los milagros de la Monja de Carrión)”, Palencia, Excma. Diputación Provincial, 1990; P. García Barriuso, OFM, Sor Luisa de la Ascensión: Una contemplativa del Siglo xvii: Monja de Santa Clara en Carrión de los Condes, Madrid, 1993; J. M. Walker, Historia de la Inquisición Española, Madrid, Edimat Libros, S.A., 2001; V. M.ª Márquez de la Plata, marquesa de Casa Real, “Doña Luisa Colmenares de Cabezón”, en La Gacetilla de Hidalgos de España, 516 (2008), págs. 10-12.

 

Fernando Gómez del Val

 

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