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Ciriaco Ramírez

Biografía

Ramírez, Ciriaco. Cádiz, 1772 – Ceuta, 1819. Militar y hacendado.

Los escasos datos que se conocen desde su nacimiento hasta su llegada a Santo Domingo se deben a lo reflejado en el proceso judicial que se le siguió en 1810. Allí se autocalificaba como nacido en Cádiz, de treinta y cinco años de edad, de raza blanca, agricultor y vecino de la ciudad de Azua.

Se distinguió por participar en la insurrección hispano- dominicana contra la ocupación francesa de la parte española de la Isla de Santo Domingo. Dicha parte fue cedida a Francia por el Tratado de Basilea de 1795, y estuvo gobernada por tropas francesas desde 1801. Al saberse en Santo Domingo de la prisión de Carlos IV y su familia y de la ocupación de España por las tropas de Napoleón, Ramírez, junto con Cristóbal Huber y otros, organizaron tropas en la región sur de la Isla de Santo Domingo para unirse a los contingentes de otras regiones que propugnaban para lograr la salida de las tropas francesas en la parte española de la isla y reincorporarla a la Corona española, en la llamada Guerra de la Reconquista (1808-1810).

El gobernador francés Louis Ferrand puso precio a su cabeza como conspirador. Ramírez, como jefe de los contingentes del Sur, se unió a los que dirigía Juan Sánchez Ramírez con criollos de las regiones del Cibao y del este, para formar un ejercito que enfrentó a las tropas francesas comandadas por Ferrand. Ramírez participó en el sitio de la ciudad de Santo Domingo, pero fue criticado por Sánchez Ramírez por abandonar una fortaleza (Castillo de San Jerónimo) después de capturarla. Tuvo contradicciones iniciales con Sánchez Ramírez sobre la forma de llevar a cabo la guerra, principalmente en cuanto al mando, pues entendía que debía ser compartido. En su Diario de las operaciones para la reconquista (Sánchez Ramírez, 1957), señala el 11 de marzo de 1808: “La conducta anterior de este hombre, sus actuales omisiones y el proyecto que fomentaba realmente en perjuicio de la Patria y su causa común, me estimularon a dexar el disimulo con que lo había sobrellevado y aplicar el remedio precautorio que exigían las circunstancias, así con respecto al tal D. Ciriaco, como en orden a su compañero Huber Franco, esperando para el efecto la mejor oportunidad”. Esas desavenencias hicieron que Ciriaco Ramírez por un tiempo abandonara la lucha, pero Sánchez Ramírez necesitaba de él y de sus tropas y se reconciliaron y se unieron de nuevo en la lucha en diciembre de 1808.

Esta reconciliación no fue definitiva, pues al final sus aspiraciones de dirigir la campaña y sus intenciones separatistas, lo distanciaron finalmente de la causa que prohijaba Sánchez Ramírez de retornar a la soberanía española. Sánchez Ramírez logró sitiar la capital con la ayuda de un bloqueo por mar de naves inglesas, se dispuso a organizar la parte española poniéndola de nuevo bajo la corona y proclamando a Fernando VII como su Rey. Ciriaco era sospechoso de tener contacto con los independentistas de Venezuela y de querer que el Santo Domingo español no volviera al dominio español, sino que siguiera el rumbo de los sudamericanos. De ahí el temor de ponerlo en posiciones de mando importante o de llevarlo a formar parte del gobierno cuando se terminara la lucha y los franceses fueran expulsados. Cuando Juan Sánchez Ramírez organizó una junta y convocó a la misma a representantes de diversas localidades de la parte española, no incluyó en la convocatoria a gente favorable a Ciriaco Ramírez y éste no fue invitado a participar en la misma, mediante la cual, en el paraje de Bondillo a las afueras de la capital sitiada, levantó un acta (el 12 de diciembre de 1808), proclamando la reincorporación de esta parte a la corona española y designando a Sánchez Ramírez como gobernador político e intendente interino, en tanto la Junta Central de Madrid lo confirmase.

A Ciriaco Ramírez se le atribuyó querer preparar una junta paralela a la de Bondillo, pero con un “proyecto que fomentaba realmente el perjuicio de la Patria y causa común”, o sea de independizar la parte española de la isla. Sus contrarios lo calificaban como “hombre por naturaleza inquieto y turbulento”. La figura de Ciriaco Ramírez fue descrita como “de estatura gigante, una voz terrible y carácter feroz”. Su destreza militar, sin embargo, se evidenció en los combates de Malpaso y Sabana Mula donde, con sus tácticas de guerrilla, pudo vencer a las mejor organizadas tropas francesas y esas cualidades lo hicieron indispensable para Sánchez Ramírez hasta que éste logró conquistar la capital a las tropas francesas que dirigía el general Kerversau.

Afianzado Sánchez Ramírez, como gobernador, se dedicó a poner fin al cerco de la ciudad de Santo Domingo y temeroso de la rivalidad de Ciriaco Ramírez, ordenó su persecución bajo la acusación de “descuido y criminal manejo” así como de conspirar contra la unidad de la lucha contra los franceses, cuando había sido jefe del Ejército del Sur, y de sostener pretensiones emancipadoras. En junio de 1809 Ciriaco fue hecho preso junto con su compañero Agustín Franco y otros sospechosos de conspirar contra la reincorporación de Santo Domingo a la metrópoli. Remitidos a Puerto Rico con un sumario, estuvieron presos por varios meses antes de ser juzgados, con lo que Sánchez Ramírez se libró así de unos peligrosos rivales. Ciriaco y sus compañeros Agustín Franco, Andrés Pineda y Manuel Peralta, fueron encerrados en el Castillo del Morro en San Juan, y sentenciados en septiembre de 1810. Ciriaco Ramírez fue condenado a destierro en Ceuta, donde murió en 1819.

 

Bibl.: G. Guillermin, Precis Historique del derneiers evenements de la Partie de l’ést de Saint Domingue, despuis le 10 aout 1898, jusqu’a la capitulacion de Santo Domingo, Paris, Arthus Bertrand, 1881 (trad. esp. por C. Armando Rodríguez, Santo Domingo, Editora Santo Domingo, 1976); J. Sánchez Ramírez, Diario de la Reconquista, Ciudad Trujillo (Santo Domingo), Editorial Montalvo, 1957; F. Moya Pons, Manual de Historia Dominicana, Santo Domingo, Caribbean Publishers, 1992 (9.ª ed.); F. Berroa Ubiera, “Apuntes en torno a Ciriaco Ramírez”, en Ecos, 7 (6) (1999), págs. 149-158.

 

Wenceslao Vega

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