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Jacobo de Villaurrutia López Osorio

Biografía

Villaurrutia y López Osorio, Jacobo. Santo Domingo (República Dominicana), 23.V.1754 – Ciudad de México, (México) 1833. Corregidor de Alcalá de Henares, oidor y juez de las Audiencias de Guatemala y México, ministro de la Suprema Corte de Justicia de México.

Nació en la ciudad de Santo Domingo, en la que su padre, Antonio Villaurrutia y Salcedo, natural de Tlaxcala (México) ejercía el cargo de oidor de la Audiencia. Años más tarde, en 1763, el oidor se trasladó a la capital de Nueva España, donde desempeñó esa misma función en la Audiencia de México. Además de los estudios habituales, su formación incluyó el servicio como paje del obispo Francisco Antonio de Lorenzana, el prelado ilustrado, quien admirado por las dotes intelectuales del joven decidió llevárselo consigo, cuando regresó a la Península en 1772 para ocupar la silla episcopal de Toledo.

En España, Jacobo completó su formación académica e intelectual y obtuvo varios títulos en las universidades de Alcalá y de Toledo, siendo admitido en 1782 como abogado de los Reales Consejos. Con la ayuda del obispo Lorenzana en 1786 se le nombró corregidor y Justicia mayor de la ciudad de Alcalá de Henares. Entre otras actividades de interés estableció la Escuela de Hilados, promoviendo la industria textil local, a la vez que colaboraba en un periódico que se publicaba en Madrid.

Nombrado oidor de la Audiencia de Guatemala, regresó a América en 1792, pero su larga estancia en la Península le había permitido conocer a fondo las nuevas corrientes ideológicas, así como el ambiente y los debates que dominaban en Europa en las últimas décadas del siglo XVIII. Los efectos de la Revolución Francesa se extendían por todo el continente y pronto llegaron hasta América.

En Guatemala, Jacobo Villaurrutia reunió en torno suyo a los adeptos de la Ilustración, encontrando un terreno propicio para el desarrollo de sus convicciones: en 1795 creó la Sociedad Económica de Amantes de la Patria (también llamada de Amigos del País), para la promoción de los cultivos industriales: añil, lino y algodón y, poco después, una Escuela de Hilazas, en la que se formarían los trabajadores del ramo. Dos años más tarde, movido por su deseo de integración social, convocó un premio al mejor trabajo sobre la moda de vestir el traje español ente los indios, con lo que “aumentaría la producción, el consumo y el comercio textil”. Este proyecto fue muy discutido y, al ser rechazado por los grupos dominantes, a finales de 1799, una Real Orden decretó la disolución de la Sociedad y el castigo de los autores de la memoria. De acuerdo con su vocación periodística, colaboró en la edición de la Gaceta de Guatemala, que mejoró y convirtió “en un periódico literario, político y económico muy interesante y apreciable”.

Regresó a la capital del virreinato en 1804, nombrado alcalde del Crimen en la Audiencia de México, para reencontrarse con toda su familia, en el seno de uno de los grupos más influyentes del país, la familia o clan de los Fagoaga, en torno al marqués del Apartado, propietarios de minas y relacionados con la nobleza más reciente, con bienes propios en México y España, y casas en Londres, París y Madrid.

En la Ciudad de México seguía el enfrentamiento entre peninsulares y criollos, y, tras la conspiración de 1793, en las tertulias y cafés de la época destacaron el licenciado Primo de Verdad, fray Melchor de Talamantes y algunos regidores criollos del Ayuntamiento.

Jacobo Villaurrutia se encontró con Carlos María Bustamante, abogado y escritor, con quien concibió el proyecto de sacar un nuevo periódico en el virreinato.

El primer número de Diario de México apareció el 1 de octubre de 1805, copiando el formato del Diario de Madrid, aunque de contenido diferente. Para Villaurrutia, “hacía notable falta un proyecto como éste, que ha producido tan buenos frutos en todas las Naciones, que inspira la afición a la lectura y proporciona un medio, el más sencillo y fácil, para comunicarse sus ideas y adelantar sus facultades...; igualmente se apura el discurso, se excita el amor a la virtud y todo influye para civilizar la plebe y reformar sus costumbres”.

Tuvo que competir con la Gaceta de México, el periódico que editaba el peninsular Juan López Cancelada, contrario a conceder espacio político o de opinión a los criollos. Cancelada criticó los trabajos que publicaba el Diario, denunció propósitos y conjuras, y no cesó en su oposición al mexicano: “El Señor Villaurrutia —escribió— no pierde de vista la desunión e independencia de esta Colonia, ni se estableció desde luego el Diario con otro objeto, si se registra con todo cuidado todos los discursos subversivos que se hallan en cuantos tomos y colecciones se encuentren y hasta llegar a la mofa, sátira y denigraciones, contra los europeos, con un espíritu decidido”.

Hacia 1808, el Diario de México tenía trescientos noventa y seis suscriptores. Sus lectores eran canónigos, maestros, científicos, militares, jueces, abogados, comerciantes y siete mujeres, “de rancio abolengo y una de ellas monja”. Abordaba los más diversos temas: “Era un deleite leer las noticias de ciencia, recitar los sonetos y letrillas, comentar los consejos de moral para la vida diaria y los anuncios de propiedades a remate; aprenderse los cantos religiosos; relatar los asuntos históricos, acercarse a la literatura, reflexionar sobre la velada crítica que los editores hacían de la situación virreinal, en las que salía a relucir la educación, la política y la cultura”.

Se cuenta que, en su afán renovador, Jacobo Villaurrutia se saltaba todas las reglas de ortografía y composición, por lo que el virrey Iturrigaray le amenazó con su clausura y la observancia estricta de las normas de la Academia. Un primer ataque de Cancelada, que exigió del virrey la supresión del permiso de publicación, en diciembre de 1805, se pudo sortear, según cuenta Bustamante, gracias al aprovechamiento de la conocida venalidad de Iturrigaray.

En esta ocasión, el virrey recomendó al fraile Talamantes para el puesto de censor del Diario, propuesta que Villaurrutia aceptó entusiasmado. Entre ambos se estableció una sólida amistad, fruto de la cual fue el intercambio de ideas y la elaboración de un cuerpo doctrinal, mezcla de ilustración y liberalismo, que influyó notablemente en los sucesos de 1808. En el enfrentamiento entre el Ayuntamiento (reducto criollo) y la Audiencia (dominada por los peninsulares o europeos), Jacobo, que seguía siendo alcalde del Crimen en la Audiencia, se enfrentó a los oidores y elaboró dictámenes y opiniones que reforzaron la postura autonomista de sus familiares y amigos.

La llegada de los comisionados de la Junta de Sevilla obligó al virrey a convocar una reunión, que se celebró el 31 de agosto de 1808, a la que asistieron representantes del Ayuntamiento y de la Audiencia. En ella, los comisionados solicitaron su reconocimiento y el envío a Sevilla del apoyo y los recursos de la Nueva España. Villaurrutia, en su intervención, “demostró lo infundado de la petición y propuso al virrey que convocase una asamblea de diputados de Nueva España, con el fin de que se instalara un gobierno, que proveyera a las necesidades ocurrentes”. Sin embargo, la oposición de la Audiencia obligó a celebrar nuevas reuniones y, en las votaciones del día 9 de septiembre, se estableció una mayoría favorable a la propuesta del alcalde del Crimen, “para que se convocase un congreso general de los diputados del reino”.

Tras la asonada de los seguidores de Gabriel del Yermo y de la Audiencia, la prisión y muerte de Primo y de Talamantes, y la desbandada de sus seguidores, Villaurrutia y los suyos cayeron en desgracia, por lo que, con la llegada en 1810 del virrey Venegas, y al ser acusados de “tramar conspiraciones y redactar escritos subversivos”, fueron encausados y sufrieron persecución. Se les ordenó que como castigo se trasladaran a la Península, lo que ocurrió varios años más tarde y, aunque se desconocen los datos exactos, se tiene noticia de su paso por la ciudad de Barcelona y su regreso a México en 1820.

Junto con el marqués del Apartado y demás sobrinos, Villaurrutia apoyó el proceso que llevó a Iturbide a proclamar en 1821 el “Plan de Iguala”, y propugnó para México una solución autonomista o independiente, gobernado por un monarca de la familia de los Borbones. Tras la fundación de la República en 1824, fue ministro de la Corte Suprema de Justicia de México hasta su muerte.

 

Bibl.: F. Santiago Cruz, El Virrey Iturrigaray, México, Editorial Jus, 1965; Y. Águila, “Don Jacobo de Villaurrutia, criollo ilustrado”, en Homenaje a Noel Salomón, ed. de Gil Novales, Barcelona, Universidad Autónoma, 1979; R. Cardiel Reyes, La primera conspiración por la independencia de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1982; D. M. Ladd, La nobleza mexicana en la época de la Independencia, México, Fondo de Cultura Económica, 1984; S. Teresa de Mier, Historia de la Revolución de Nueva España, París, Publications de la Sorbonne, 1990.

 

Manuel Ortuño Martínez

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