Torres y González Arnao, Emilio María de. Marqués de Torres de Mendoza (I). París (Francia), 7.XII.1867 – Roma (Italia), 19.II.1943. Jefe de la Secretaría Particular de Alfonso XIII desde abril de 1909 hasta abril de 1931.
Tras licenciarse en Derecho, ingresó en la carrera diplomática, siendo destinado a Berlín y luego a Estocolmo (1898-1899). Volvió a la capital alemana, como secretario de embajada, en 1901. Su buen conocimiento del mundo político germano de mucho le valdrá después ante la difícil coyuntura que afrontarán las sociedades europeas. En mayo de 1914, al ser ascendido al rango de ministro plenipotenciario, fue designado para dirigir la legación de España en Tánger, pero la crisis balcánica motivó que Alfonso XIII —un mes antes del magnicidio contra el archiduque Francisco Fernando, en Sarajevo— le reclamase a su lado.
La conflagración mundial revelará a la diplomacia europea —no así a la política española de partidos—, la nobleza, prudencia y carácter emprendedor de Emilio María de Torres. Ningún encargo, por difícil (o poco lucido) que fuese motivó su desagrado, no ya su negativa previa. En agosto-septiembre de 1914, llevó auxilio, de incógnito, a los hospitales vascofranceses —en Bayona y San Juan de Luz—, a cuyos sorprendidos directores médicos hizo entrega de importantes donativos en metálico (francos-oro) para los heridos como donación privada —nunca hecha pública— de Alfonso XIII.
Torres supo reorientar la Secretaría Particular de Palacio —integrada por sólo seis funcionarios— hasta convertirla (entre junio de 1915 y febrero de 1920) en una organización de sorprendente eficacia humanitaria a nivel mundial: la Oficina Pro Captivis (OPC), en la que se atendieron 221.251 peticiones de otras tantas familias castigadas por un mundo fragmentado no sólo por la guerra, sino por la negativa de los sistemas enfrentados a establecer acuerdos que mejorasen la penosa situación de sus respectivos prisioneros o desplazados. En la OPC trabajaron, de forma voluntaria o contratados provisionalmente, cincuenta y tres civiles. Esta empresa española, simbiosis de la mejor acción humanitaria conocida, actuó en perfecta sintonía —de urgencias y resultados— con los cincuenta y ocho oficiales del Ejército —médicos muchos de ellos— desplegados por Europa para inspeccionar los campos de prisioneros en Alemania y Austria y Hungría, pero también los existentes en Bulgaria, Italia y Turquía. Otros veintisiete militares, oficiales éstos de la Armada, cumplían labores asistenciales en los buques- hospitales de las potencias aliadas. De las visitas a los campos de concentración —sólo en Alemania se realizaron 2609 inspecciones—, recibía Torres puntuales informes en su despacho y él mismo atendía (por carta o telegrama) aquellos casos más desesperados o complejos.
En una época tan convulsa, los tránsitos de gobierno se sucedían en Madrid con tanta frecuencia como las amenazas (o extorsiones) para que España entrase en la contienda. De esta forma, ocho fueron los ejecutivos (alternándose conservadores y liberales, con un gobierno de Concentración Nacional, presidido por Maura en 1918) y nueve los cambios al frente del Ministerio de Estado. Los gobiernos caían o se concentraban con arreglo a los intereses de partido, pero en todos aquellos bélicos años España siempre dispuso de un ministro universal a su servicio, que fue Emilio María de Torres.
El título del marquesado de Torres de Mendoza le fue conferido el 21 de febrero de 1924, en atención no sólo a su lealtad hacia la Corona, sino también por la meritoria ayuda que supo distribuir en beneficio de los miles de prisioneros, familias con desaparecidos o civiles convertidos en rehenes en los países ocupados por los ejércitos contendientes. El general Primo de Rivera le nombró embajador en Roma, pero Torres renunció a dicho puesto para permanecer junto a Alfonso XIII. Tras las elecciones municipales de 1931, que acarrearon la renuncia del Monarca, compartió con él las amarguras del extrañamiento patrio, aunque también obtuvo algunas satisfacciones de ámbito populista (espontáneas manifestaciones proalfonsinas en Francia e Inglaterra), por la acción humanitaria que ambos habían sostenido entre 1914 y 1920. Torres se desplazó por el rutinario periplo del exilio —estancias de Alfonso XIII en Londres, Fontainebleau (París), Lausana, Niza y Roma—. Y en la capital italiana, veinte meses después de la muerte del destronado rey Alfonso, también falleció su fiel secretario.
Bibl.: V. Espinós Moltó, Espejo de Neutrales. Alfonso XIII y la guerra, Madrid, Tip. de la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1917; J. Cortés-Cavanillas, Alfonso XIII y la guerra del 14, Madrid, Alce, 1976; J. Pando Despierto, Un Rey para la esperanza. La España humanitaria de Alfonso XIII en la Gran Guerra, Madrid, Temas de Hoy, 2002, págs. 25-28, 40-41, 107-109, 232-233, 246-253, 252-253, 328-330, 428- 431, 462 y 470-472.
Juan Pando Despierto