Polo de Bernabé y Pilón, Luis. Londres (Reino Unido), 14.X.1854 – Madrid, 17.III.1929. Diplomático.
Nació en Londres en 1854. Su primer destino fue en Washington, como agregado a la embajada que dirigía su padre, el contralmirante José Polo de Bernabé. Allí (en octubre-noviembre de 1873), con veintiún años, empezó a formarse en situaciones prebélicas: el apresamiento (en aguas internacionales) del buque corsario Virginius (bajo bandera estadounidense) y el fusilamiento de la mitad de su tripulación en Santiago de Cuba, estuvo a punto de provocar la guerra entre los Estados Unidos del presidente Grant y la España de Castelar. Entre 1881 y 1890 prestó servicios en La Haya, París y Lisboa. Como ministro plenipotenciario marchó a Río de Janeiro y pasó luego a El Cairo (en 1891-1893). Volvió a Washington en momentos críticos, pues se hizo cargo de la embajada el 16 de febrero de 1898, a los tres días de la voladura del acorazado Maine en la rada de La Habana. Luis Polo nada pudo corregir de la (desafortunada) actuación de su antecesor, Enrique Dupuy de Lôme, y se vio obligado a soportar diversos ultrajes para, finalmente, recibir sus pasaportes, coincidente con la declaración de guerra del Gobierno MacKinley al español de Sagasta. Tras una misión en Lisboa (1899), quedó en situación de disponible, de la que fue rescatado por el Gobierno Maura, en 1904, al confiarle la embajada ante el Quirinal (palacio del Ejecutivo en Roma). En 1905 volvía a Lisboa como embajador y en 1906 desempeñaba en Londres sus funciones con idéntico rango. En 1907 fue designado para dirigir el puesto de mayor relieve para cualquier diplomático de su tiempo: embajador ante la Alemania de Guillermo II.
El 7 de septiembre de 1906 presentó Polo de Bernabé sus credenciales ante el emperador. Su dominio del alemán y el prestigio social de su esposa, Ana María Méndez de Vigo —hija de Felipe Méndez de Vigo, que fuera embajador en Alemania durante los últimos años del siglo XIX—, le abrieron las puertas del selectivo ámbito de las familias Hohenzollern. Su antiamericanismo y francofobia afloraron entonces como réplica inevitable a la creciente hostilidad que los gobiernos de Washington y Londres mostraban con respecto a la política expansiva del I Reich. De ahí su comprensión de los intereses estratégicos germanos y su progresivo ascendiente en la Corte imperial.
Al empezar la contienda europea, Polo de Bernabé se mostró prudente ante los primeros triunfos de Alemania, pero poco se conmovió ante el infortunio de los miles de cautivos aliados internados en suelo alemán, deriva inexorable de tales éxitos. Sin embargo, actuó con prontitud y eficacia —propias de su carácter—, al visitar (en noviembre de 1914) los campos de prisioneros en tierras de Brandenburgo y Sajonia. Y supo situarse en un plano de humanismo objetivo: sin dejarse llevar por la emoción, criticó con dureza las faltas asistenciales de las autoridades imperiales. Su amistad con el emperador Guillermo II, su conocido pangermanismo, fueron sus mejores valedores en Berlín, con lo que la mayoría de sus objeciones resultaron atendidas. De esa ausencia de conflictos con el Gobierno de Bethman-Hollweg y los de sus sucesores, Michaëllis y Hertling, al frente de la Cancillería, se beneficiaron los delegados españoles que recorrían los campos de prisioneros en Alemania y, como deriva de auxilio selectivo, las masas militares bajo su tutela, en especial las de los ejércitos occidentales cautivos: 550.000 franceses, 180.000 británicos y 45.000 belgas.
Éxito incuestionable de Polo de Bernabé fue el haber conseguido, de las autoridades carcelarias alemanas, que los prisioneros franceses, “gracias a las gestiones llevadas a cabo por el embajador de España en Berlín, pudieran escribir “dos cartas al mes, más tres tarjetas postales, por semana, a sus familias”, de donde “el Gobierno francés, al tener noticias de este régimen del trato a los prisioneros, ha implantado una reglamentación similar para los cautivos alemanes”. Este texto, publicado por la prensa francesa el 1 de abril de 1915, motivó un intercambio de entusiastas reconocimientos cruzados —desde Francia y Alemania— hacia la acción humanitaria sostenida por España.
El talante autoritario de Polo de Bernabé, reforzado por la estima que le dispensaban los ministros y generales alemanes, le hicieron diplomático temible para el Madrid político. No sólo discutió las órdenes de sucesivos ministros de Exteriores —el marqués de Lema, Miguel Villanueva, Amalio Jimeno, Juan Alvarado, Eduardo Dato, el conde de Romanones—, sino que llegó a cuestionar, incluso, los mandatos (nombramientos de nuevos delegados en Alemania) del mismo Alfonso XIII. Ningún jefe de Estado de aquella angustiada Europa se contuvo tanto ante las intransigencias de un embajador suyo. Pero ninguno ejercía mayor influencia que Polo de Bernabé en el foco de la conflagración, desde donde tutelaba las inspecciones de los campos de prisioneros a la par que se las ingeniaba para desviar maniobras hostiles hacia su patria.
Las derrotas de los ejércitos de Ludendorff, en agosto de 1918, convencieron a Polo de Bernabé de que su suerte diplomática, tan ligada a la Alemania imperial, llegaba a su fin. Y no le sorprendió la liquidación que, desde el propio sistema, ejecutó el último canciller, Maximilian von Bade, al forzar la abdicación de Guillermo II. Polo de Bernabé se mantuvo unos meses en Berlín mientras llegaba su sustituto, Pablo Soler y Guardiola, embajador en Buenos Aires. A su regreso, no volvió a ocupar cargo alguno. Falleció en Madrid, el 17 de marzo de 1929, de una hemorragia cerebral, a raíz de “un accidente”, el certificado de su defunción no especifica tal suceso, que algunos diarios madrileños sí aclararon: el ya anciano embajador —tenía setenta y cinco años— murió en su domicilio tras ser atropellado por un automóvil. Los restos mortales de Luis Polo de Bernabé fueron inhumados en una cripta de la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción.
Bibl.: J. Quiñones de León (pról.), Rapports des Délegués du Gouvernement Espagnol sur leurs visites dans les camps des Prisonniers Français en Allemagne (1914-1917), Paris, Librairie Hachette, 1918; J. Pando Despierto, Un Rey para la esperanza. La España humanitaria de Alfonso XIII en la Gran Guerra, Madrid, Temas de Hoy, 2002, págs. 27, 39, 43-44, 87, 142-143, 147-150, 159-165, 326-330, 359-360, 365-369 y 458.
Juan Pando Despierto