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Lucas de la Cueva

Biografía

Cueva, Lucas de la. Cazorla (Jaén), c. 1606 – Quito (Ecuador), IX.1672. Religioso jesuita (SI), misionero, fundador de las misiones de Mainas.

El río Marañón y sus habitantes despertaban en el siglo xvii ardientes deseos de explorar esas regiones.

Se conocía a la tribu de las mainas que habitaban a orillas del Amazonas, entre los ríos Santiago y Pastaza.

El capitán Diego Vaca de la Vega, natural de Cuenca, obtuvo del virrey Francisco de Borja autorización para explorar y ser gobernador de Mainas en 1618. Entró por el Amazonas con sesenta soldados, fundó la villa de San Francisco de Borja en 1619 y entregó encomiendas a sus soldados.

Pero los mainas no tenían la cultura del Incario; vivían independientes y libres y no soportaron los servicios y sujeción del sistema de la encomienda. Se sublevaron y mataron a varios españoles. El gobierno los reprimió duramente, mas la tribu quedó irritada y dispersa.

Pero Vega de la Cadena, hijo del conquistador, estimó que los jesuitas serían capaces de tranquilizar a los mainas, de cristianarlos y civilizarlos. Solicitó misioneros, con anuencia del presidente de Quito y del obispo. Muchos religiosos ansiaban por participar en esa apostólica misión. La Compañía de Jesús aceptó la solicitud, y así empezaron las célebres misiones de Mainas y el Amazonas, émulas de las del Paraguay.

El superior, padre Rodrigo de Figueroa, escogió para la misión a los padres Lucas de la Cueva y Gaspar Cujía.

Salieron de Quito el 21 de octubre de 1639, en compañía del gobernador Vaca de la Cadena, y por Loja y Jaén se encaminaron al Amazonas, y aventurándose por los rápidos del Pongo, llegaron a Borja; desde allí, ellos y sus compañeros que fueron llegando se extendieron a lo largo del Amazonas durante más de un siglo; atendieron a esas tribus ciento sesenta misioneros, de los cuales sesenta y tres eran sudamericanos.

En Borja sólo residían cuarenta españoles y dos mil indios. Toda la fe cristiana, igual que la cultura, se había olvidado desde la sublevación de 1635.

Había que empezar la misión desde sus comienzos.

Empezaron por restaurar el templo y proveerlo de ornamentos; y por atender a los españoles que estaban sumidos en los vicios y seguían oprimiendo a los indígenas. Éstos, por su parte, aunque se decían cristianos, no pasaban de tener el nombre; había que renovar la catequización. Se presentó la oposición de los encomenderos que aún quedaban y no permitían que acudieran sus trabajadores a Borja; era menester, para evitar conflictos, andar de encomienda en encomienda, con largas caminatas, para allí adoctrinar a los encomendados.

Ventajosamente la bondad de los dos misioneros, su fervor y la generosidad con los indígenas, a quienes nada pedían y, al contrario, les obsequiaban objetos muy apreciados, como cuchillos, agujas, otras herramientas y medicinas, les atrajeron la benevolencia de los mainas, y obtuvieron fruto consolador. Borja volvió a ser una población cristiana, que al toque de las campanas congregaba a españoles e indígenas para los cultos religiosos en el templo.

Trataron también de buscar a los mainas que habían intervenido en la sublevación de 1635; el padre Lucas fue en su busca por el Pastaza; era tiempo de lluvias, creció el río, no era posible pescar y se acabaron los víveres. El mismo padre escribió que hubo de acostumbrarse a los alimentos de la selva, a comer monos, ratones, lagartos, hormigas, gusanos y culebras.

Era menester obtener ayuda para el campo que se ofrecía en las tribus vecinas, por lo cual el padre Lucas viajó a Lima, a través de selvas y ríos, para obtener del virrey Alba de Liste que impidiera nuevas conquistas en el Oriente amazónico y, consecuentemente, el sistema de encomiendas. Los misioneros serían los civilizadores de esas tribus, acomodándose a sus costumbres, y los únicos lazos con el reino de Quito y España. El virrey accedió y tanto él como muchos caballeros limeños proporcionaron al padre Lucas gran cantidad de herramientas y alhajas para las capillas de la selva, que fueron llevando los indígenas mainas que le habían acompañado en el penoso viaje.

Había, por otra parte, que solicitar más misioneros, informando a los superiores de las necesidades de las numerosas tribus que habitaban más allá de Borja. Para ello el padre De la Cueva se dirigió desde Lima a Quito, donde fue cariñosamente recibido por su comunidad y las autoridades. Obtuvo cinco misioneros y con ellos se volvió, por Archidona y el río Napo para subir por el Amazonas a Borja. Mas en los rápidos del Napo volcó su canoa y falleció su compañero y bienhechor Antonio de Aguilar. Llegado a Borja tras dos años de ausencia, hubo de empezar de nuevo la catequización de españoles y mainas, ya olvidados de observar los mandamientos cristianos.

Era indispensable explorar y encontrar un camino más directo desde Borja hasta Quito. El misionero jesuita, padre Raimundo de Santa Cruz, natural de San Miguel de Ibarra, se encargó de tan arriesgada misión en 1658: acompañado de indios remeros subió por el Pastaza, luego por el Bobonaza, hasta la cordillera; de allí a occidente y dio con el caserío de la Canela, donde encontró a un misionero dominico que le indicó cómo llegar a Baños y Ambato. Volvió el padre Raimundo a emprender camino hacia Latacunga, por el Abra del Dragón; al volver naufragó la balsa en un río crecido y el padre Santa Cruz, falleció el 6 de noviembre de 1662.

El padre De la Cueva reemplazó al padre Raimundo en el empeño de hallar camino corto y seguro de Quito a la misión. Había probado el camino abierto por su antecesor y llegó con un grupo de mainas a Baños y de allí a Ambato, donde se encontró con el obispo de Quito, Alonso de la Peña Montenegro, que le acogió con paternal afecto. Siguió a Quito y habló con el presidente, que aceptó sus ideas y dio orden de empezar a abrir camino de herradura desde Baños.

Mas el trabajo se paralizó. El obispo estimaba que la ruta debía ir por Archidona y por afluentes del Amazonas; por ese motivo dio el curato de esa población a la Compañía y al padre Lucas. Como párroco, ayudado por dos jesuitas, trabajó exitosamente con los españoles e indígenas. Empezó por mejorar el proceder de los encomenderos, tanto en su vida como en el trato a sus obreros indios. Luego se dedicó a los indígenas, cuyo afecto ganó gracias a la suavidad de su trato y su generosidad: les alivió de las contribuciones usuales, como el llamado “camarico”. Y los preparó de tal manera que pudieron recibir por primera vez la eucaristía, que nunca habían recibido.

De nuevo trató de explorar el camino más seguro de Archidona a la misión del Amazonas. Estimó que el Curaray era preferible, aunque había que atravesar selvas infestadas de mosquitos y sabandijas, como lo refiere al superior de la misión, padre Francisco de Figueroa, a 22 de febrero de 1665: “En orden a que esto se consiga, puedo certificar no haber dejado ni medio ni piedra por mover, ni perdonado trabajo, emprendiendo aun los que sobrepujaban mucho mis fuerzas, edad y poca salud, la cual ha quedado tan apurada, que los más días, cuando salgo de la canoa, no puedo tenerme en pie, molido, lleno de dolores y reumas y renovados los tullimientos en manos y rodillas. Y recelo más trabajosas resultas de una navegación tan prolongada que ya pasa de cinco meses, llena de penalidades, hambres, sobresaltos, riesgos”.

A pesar de ello siguió atendiendo a las labores de misionero; sus compañeros temieron por su vida y escribieron al superior de Quito para que lo llamara.

Por orden del padre Gaspar Vivas se despidió con mucho dolor de la misión y, ayudado por un grupo de indígenas que tanto lo amaban, subió la cordillera en dirección a Quito. Todavía allí quiso reanudar los ministerios sacerdotales; pero no cedió la enfermedad y expiró rodeado de sus indígenas amazónicos, a los sesenta y seis años de edad y treinta y cuatro de misionero en la selva.

 

Bibl.: M. Rodríguez, SI, El Marañón y Amazonas. Historia de los Descubrimientos, Madrid, Imprenta de Antonio González de los Reyes, 1684; J. Jouanen, SI, Historia de la Compañía de Jesús en la Antigua Provincia de Quito. 1570-1774, t. I, Quito, Editorial Ecuatoriana, 1941.

 

Jorge Villalba Freire