Castro, Diego de. Conde de Basto (II). ?, 1562 – Évora (Portugal), 1639. Noble portugués, gobernador y virrey de Portugal.
Hijo de Fernando de Castro, cabeza de una de las familias más distinguidas de la ciudad de Évora, célebre por su aristocracia. A causa de su apoyo a la entronización de Felipe II en Portugal, Fernando de Castro obtuvo el título de conde de Basto, que heredó su hijo.
Éste protagonizó su primer servicio notable a la dinastía de los Avís acompañando al rey Sebastián en la batalla de Alcazarquivir el 4 de agosto de 1578, donde el monarca perdió la vida y Diego de Castro fue hecho prisionero. Su liberación, como la de tantos nobles lusos, se debió a la intervención de Felipe II, responsable de efectuar el rescate. Bajo el régimen de los Austrias, el conde de Basto conoció una carrera de éxitos imparable, similar de las de tantos otros aristócratas portugueses. Sus servicios fueron principalmente militares.
En 1583 embarcó en la Armada que, bajo el mando del marqués de Santa Cruz, tomó posesión de las islas Azores en nombre de Felipe II tras aplastar la resistencia del otro candidato al trono de Portugal, Antonio. De vuelta al reino, se le hizo responsable de organizar la defensa del litoral portugués entre 1589 y 1597, los años en que la amenaza inglesa, holandesa y antoniana se mantuvo más constante. Desde 1605 comenzó a desempeñar relevantes cargos políticos de Portugal, como la presidencia de los altos tribunales (Casa da Suplicação y Desembargo do Paço). Desde 1621 comenzó a ser habitual en todas las juntas de gobernadores de Portugal que se sucedieron en Lisboa durante los años en que no había virrey.
Precisamente esto último le llegaría en 1633, en plena crisis por la gobernabilidad del reino a causa del malestar creado por el incremento de la presión fiscal (y su correlato de revueltas populares desde la década anterior), la toma de la rica capitanía de Pernambuco por la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales en 1630 y la propia parálisis política interior, derivada de la resistencia de parte de los grupos dirigentes lusos a las reformas autoritarias del conde duque de Olivares.
No obstante su brevedad, la historiografía concuerda en la importancia del virreinato de Basto para entender la crisis final del Portugal hispánico. De hecho, la recuperación del cargo de virrey tras varios años de juntas de gobernadores pretendía avisar a los vasallos portugueses de las firmes intenciones de la Corona de hacerse respetar, incluso obviando en ocasiones los privilegios del reino jurados en 1581. Entre el otoño de 1633 y el de 1634, el gobierno de Felipe IV pretendió que las gracias negociadas con el nuevo virrey a través de su hijo en Madrid, Miguel de Castro, fueran suficientes para enderezar la desobediencia de los portugueses e implantar la llamada “renta fija”, la recaudación de medio millón de cruzados anuales para la recuperación de Pernambuco. La Corona jugó la baza de crear un entramado familiar —el de los Basto y sus clientelas— para dirigir la restauración del gobierno.
No ha de olvidarse que, además de la presidencia del Desembargo do Paço, negociada para otro hijo del conde de Basto (que luego no llegó a ocupar), se esperaba que el nuevo virrey se involucrase a fondo en disponer la reconquista del Brasil, habida cuenta de que el capitán donatario de Pernambuco no era otro que su propio yerno, Matías de Alburquerque Coelho.
El resultado, sin embargo, fue muy distinto. El 1 de mayo de 1634, se produjo un atentado fallido contra Miguel de Vasconcelos, el secretario de Estado que Olivares utilizaba de correa de transmisión en Lisboa.
Era una señal del ambiente que se respiraba y contra el que Diego de Castro no iba a luchar. El conde de Basto se hallaba demasiado ligado, política y emocionalmente, al tiempo fundacional del Portugal de los Felipes, aquel en el que se había pactado con la nobleza del reino que ésta sería la mediadora entre la Corona y los vasallos, de modo que su oposición al reformismo olivarista, tan contrario a este género de transacciones limitadoras, acabó por causar su destitución a favor de Margarita de Saboya, nieta de Felipe II y duquesa viuda de Mantua. Ella fue la escogida para llevar a cabo la política de autoridad que Basto declinó impulsar. Retirado en Évora, la revuelta antifiscal que mantuvo aquella ciudad entre agosto de 1637 y marzo de 1638 le devolvió un protagonismo que, por inesperado, no pareció desagradar al conde. En su correspondencia con Felipe IV y Olivares, Diego de Castro trató de desempeñar su último papel político erigiéndose en mediador entre la Corona y el pueblo, en realidad, una amalgama de resistentes que tras la máscara de la protesta popular aglutinaba a clérigos —en especial a los jesuitas—, a otros nobles, y en general a quienquiera que aspirase a reducir la carga tributaria exigida y a neutralizar la amenaza innegable que Madrid representaba para el mundo de los privilegios. Aquella mediación no parece que ayudara a extinguir la revuelta, e incluso es posible que la prolongase. Lo interesante fue comprobar cómo la actitud del conde de Basto —la de atribuirse el papel de defensor de los vasallos de Portugal, por lo que él y otros fueron apellidados de “repúblicos” y de “parcialidad infecta”—, manifestaba la brecha política abierta entre la Corona y una elite portuguesa de la que resultaba muy arriesgado, si no imposible, prescindir.
En este sentido, la evolución de un Diego de Castro favorecedor de Felipe II, de estrella ascendente bajo Felipe III y, a la postre, enfrentado conFelipe IV, elucida y resume la historia de por qué Portugal entró a formar parte de la Monarquía hispánica, pero también las dificultades que llevaron a su separación. El conde de Basto murió cuando se disponía a viajar a Madrid, adonde había sido llamado para consultarle sobre el futuro del reino. Su viuda, que permaneció en Évora, sufrió los ataques del pueblo después de la aclamación bragancista, lo que obligó a intervenir a las autoridades locales para protegerla. El hijo de ambos, Lorenzo Pires de Castro, III conde de Basto, seguiría su carrera en Madrid integrado en el grupo de exiliados portugueses leales a Felipe IV.
Bibl.: A. de Oliveira, “O atentado contra Miguel de Vasconcelos em 1634”, en O Instituto, 140-141 (1980-1981), págs. 7-41; S. de Luxán Meléndez, La revolución de 1640 en Portugal, sus fundamentos sociales y sus caracteres nacionales, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, 1988 (inéd.); A. de Oliveira, Poder e Oposição política em Portugal no período filipino (1580-1640), Lisboa, Difel, 1990; R. Valladares, Epistolario de Olivares y el conde de Basto (Portugal, 1637- 1638), Badajoz, Diputación Provincial, 1998; J. F. Schaub, Le Portugal au temps du comte-duc d’Olivares (1621-1640), Madrid, Casa de Velázquez, 2001.
Rafael Valladares Ramírez