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Marina de Escobar

Biografía

Escobar, Marina de. Valladolid, 8.II.1554 – 9.VI.1633. Carmelita descalza (OCD), fundadora del Convento de Santa Brígida (Valladolid), venerable, mística.

Nació en una casa de la calle Sámano (hoy Sábano), correspondiente a la parroquia de San Martín. Hija de Diego de Escobar, natural de Ciudad Rodrigo, doctor en Leyes y Cánones, abogado de la Real Chancillería, antiguo gobernador del Estado de Osuna y catedrático de la Universidad de Valladolid, y de Margarita Montaña de Monserrate, hija del protomédico del emperador Carlos, Bernardino Montaña, que eran “tenidos por hijosdalgo limpios de toda mala raza y descendientes de casas nobles”. En total, fueron diez hermanos —Marina ocupaba el cuarto lugar—, de los que dos, al menos, murieron siendo niños.

Tenía año y medio cuando su abuela paterna, llamada también Marina, la llevó consigo a Ciudad Rodrigo, recibiendo allí esmerada educación, y donde permaneció hasta los nueve años, cuando regresó al hogar paterno, instalado definitivamente en el número 8 de la calle del Rosario, la misma en la que nació el jesuita Luis de la Puente, amigo, colaborador y hagiógrafo suyo.

De algunas inocentes frivolidades de la adolescencia la apartó el jesuita Jerónimo de Ripalda, pariente de la familia, iniciándose así sus relaciones con la Compañía de Jesús, tan importantes en su vida.

Siendo muy joven, su padre (muerto en octubre de 1581) le confió el gobierno de la casa; mas no por ello descuidó sus ejercicios piadosos, saliendo lo menos posible de su habitación, sometiéndose a frecuentes ayunos y mortificando sus carnes con disciplinas y cilicios, y enfrascada en la lectura de “santos y devotos libros”, en especial el Memorial de la Vida Cristiana de fray Luis de Granada. Era muy asidua al sacramento de la penitencia —siempre agobiada por dudas y escrúpulos—, y sus confesores fueron casi siempre jesuitas; el primero de éstos fue el padre Diego de Samaniego, y el padre Antonio León, el segundo. A los dieciocho años tuvo su primera visión y padeció una cruel enfermedad que la tuvo a las puertas de la muerte y de la que sanó al recibir la eucaristía.

Quiso Marina de Escobar vestir el hábito de las carmelitas descalzas, y llegó a entrevistarse con la propia Teresa de Jesús —posiblemente, entre diciembre de 1574 y enero de 1575—, aprovechando que ésta pasaba unos días en Valladolid. Teresa la escuchó afablemente, pero no aceptó su petición, animándola a permanecer en su casa “donde Dios la tenía destinada para grandes cosas”.

Ya antes de la muerte del padre, los hijos habían comenzado a abandonar el hogar, corriendo suerte diversa, no siempre favorable. Tal vez Isabel, nacida en tercer lugar, fue la que estuvo más unida a ella, sirviéndola de secretaria hasta su óbito, el domingo 13 de octubre de 1630. De todos ellos, fue Marina la única que permaneció viviendo con su madre en la casa paterna, hasta el 22 de julio de 1603 (martes), día de la Magdalena, mientras la madre se dedicaba al mantenimiento de ambas. Albergó en la casa a dos doncellas que las servían, a cambio de habitación y alimento, y a las que, en 1602, se incorporó la que, hasta su muerte, en 1627, sería su gran compañera y amiga, Marina Hernández.

Habiéndose trasladado a vivir, por su cuenta, posiblemente a otro piso del mismo inmueble con sus compañeras, renunció a su “legítima” paterna, su principal fuente de ingresos. El 2 de noviembre del mismo año murió el padre León, lo que sintió “más que cualquier cosa de este mundo”, y asumió su dirección espiritual el padre Luis de la Puente (fallecido en 1624). Para subsistir hubo de dedicarse a las labores de costura y bordado, en las que demostró gran habilidad. A veces encontraba tiempo para confeccionar o remendar ropas para los pobres de los pueblos próximos, principalmente Fuensaldaña, por lo que fue apodada la costurera de Fuensaldaña.

A los veintiocho años cayó “en una oscuridad grande de espíritu, perdiendo el gusto por las cosas de devoción y su carácter, de ordinario alegre, se tornó preso de la ira y de la melancolía”, y en esta situación permaneció hasta 1587, cuando fue favorecida por determinadas visiones. Por entonces, su confesor era el padre Diego Pérez, a cuya muerte le sustituyó el padre Francisco de Lara, de “natural áspero”, que aumentó sus escrúpulos, hasta que entre 1591 y 1592 pudo confiarse plenamente al padre Pedro León, su nuevo confesor, ante quien —en la Navidad de 1595— hizo los votos de castidad, pobreza y obediencia.

Tuvo una actuación heroica y abnegada durante la peste que causó, entre junio y octubre de 1599, una gran mortandad en Valladolid (según Bennassar, perecieron unas 6.600 personas), y que ella interpretó como un castigo divino.

El viernes 21 de noviembre de 1603, cuando contaba cuarenta y nueve años, sufrió una indisposición repentina, que la dejó en un pésimo estado. Pese a haber sido tratada por los mejores galenos: Mercado, Ponce de Santa Cruz, Menéndez Polo o Canseco, médico real, entre otros, tuvo que permanecer confinada de por vida en su casa, guardando cama y sin poder acudir a las iglesias más próximas. Su dormitorio —según testimonio del doctor Canseco— era un reducidísimo espacio de 3,22 metros de alto y ancho por 3,64 de largo, sin luz natural ni ventilación, donde usaba primero unos sarmientos como lecho y, posteriormente, un incómodo catre. En verano, sus compañeras debían llevarla a otro habitáculo más fresco. Se celebraba misa en sus habitaciones siempre que la autoridad eclesiástica lo permitía. Por si todo esto fuera poco, en 1623 una enfermedad renal vino a agravar su estado durante cuatro meses, hasta que consiguió expulsar cinco grandes piedras.

A partir de 1603 albergó en su casa a un número variable de mujeres jóvenes, casi niñas algunas, a las que alimentaba, vestía y educaba, instruyéndolas en actos de piedad y religión, a cambio de su compañía, ayuda y cuidados. De entre todas ellas —al menos dieciocho en los últimos treinta años de su vida— dotó a dos o tres para contraer matrimonio, algunas entraron en conventos de su devoción y, con las otras, decidió fundar el convento de Santa Brígida de Valladolid, primero de la Orden de Santa Brígida de Suecia en España (fundada en el siglo XIV y basada en la Regla de san Agustín), cuyas constituciones ella redactó (para algunos, el autor sería el padre la Puente) y fueron aprobadas en 1628 por el papa Urbano VIII.

En esta empresa no padeció agobios económicos, ya que recibía frecuentes y abundantes donativos de personas de todas clases, desde el propio Monarca a la reina de Hungría, pasando por Rodrigo Calderón, marqués de Sieteiglesias, en su época de esplendor.

Tomaba de tan elevadas sumas lo imprescindible y el resto lo convertía en limosnas, al considerarlo “hacienda de Dios”.

A partir de 1624, fecha en que dictó su definitivo testamento, sus últimos confesores fueron los padres Miguel Oreña (otro de sus hagiógrafos) y Andrés de la Puente. Su enfermedad final se inició el Corpus Christi, 26 de mayo, y hubo de soportar terribles dolores durante varios días; no obstante, recibió con lucidez y ejemplar resignación los últimos sacramentos, expirando en olor de santidad.

Nada más conocerse la noticia se produjo en toda la ciudad profunda conmoción, y ante su cadáver —con ser la casa tan vieja como pequeña— desfilaron miles de personas, pese a la lluvia. Su entierro se hizo el día 11 de junio (sábado), con gran ostentación, y participaron en él, además de las autoridades y entidades significadas, audiencia, ayuntamiento, cabildo, religiosos, cofradías, clero y el pueblo en masa, más de diez mil personas.

Fue inhumada en la bóveda dispuesta en el presbiterio, junto al altar mayor de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús (actual parroquia de San Miguel), por deseo del obispo fray Gregorio de Pedrosa. Aquel mismo año, el 26 de agosto (viernes) se iniciaría el proceso informativo sobre sus virtudes. Diecisiete años más tarde, los restos fueron trasladados al lado del Evangelio, siendo entregado un brazo a las Brígidas como reliquias (en octubre de 1637 se había fundado en Valladolid el primer convento de Santa Brígida, en el que fuera palacio del licenciado Butrón, en la entonces plaza de los Leones, hoy de las Brígidas).

En 1659 se hizo proceso informativo acerca de los milagros verificados hasta entonces merced a su intercesión. La primera parte de su biografía, redactada por el padre la Puente apareció en Madrid en 1665, a la que siguió, ocho años después, una continuación, obra del también jesuita padre Andrés Pinto Ramírez. A fines del siglo XIX se dio su nombre a una calle de la ciudad, y el miércoles, 11 de mayo de 1960, sus restos mortales fueron trasladados al monasterio de las Brígidas de Valladolid.

Escribió Marina de Escobar varios tratados de asuntos religiosos, cuando ya tenía cuarenta y cuatro años. En realidad, de su puño y letra, no pasó de sesenta folios (entre 1598 y 1603); los siguientes hubo de dictarlos, primero a su hermana Isabel, luego al padre Luis de la Puente, y, en sus últimos años, a su compañera María de la Lama González, primera abadesa de las Brígidas.

 

Bibl.: L. de la Puente, Vida maravillosa de la venerable Virgen Doña Marina de Escobar, Madrid, Francisco Nieto, 1665; A. Pinto Ramírez, Segunda parte de la vida maravillosa de la venerable virgen Doña Marina de Escobar, Madrid, Viuda de Francisco Nieto, 1673; C. M. Abad, “Escobar, Marina de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 808; T. Egido López, “La religiosidad colectiva de los vallisoletanos”, en Valladolid en el siglo xviii. Historia de Valladolid, vol. V, Valladolid, Ateneo, 1984; M. A. Fernández del Hoyo, Marina de Escobar, Valladolid, Obra Cultural de la Caja de Ahorros Popular, 1984; J. Burrieza Sánchez, Los Milagros de la Corte, Valladolid, Real Colegio de Ingleses, 2002.

 

Fernando Gómez del Val

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