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Francisco de San Buenaventura Tejada y Díez de Velasco

Biografía

San Buenaventura Tejada y Díez de Velasco, Francisco de. Sevilla, 1689 – Guadalajara (México), 20.XII.1760. Religioso franciscano (OFM), noble, obispo auxiliar de Cuba (OFM).

Tomó el hábito y profesó siendo un adolescente en el Convento Recoleto de San Pablo de la Breña ( Morón de la Frontera, Sevilla), perteneciente a la provincia de Andalucía, en la que desempeñó altos cargos, siendo guardián de varios conventos de la misma, y especialmente del Convento-Santuario de Santa María de Loreto (1724-1732), término municipal de Espartinas, en la región del Aljarafe sevillano, cuya hermosa iglesia se reconstruyó durante su mandato. Fue doctor en Filosofía y Teología, disciplinas que enseñó en varias de las casas de formación de su provincia franciscana, y predicador apostólico. Siendo guardián del Convento de Loreto, fue presentado a la dignidad episcopal como auxiliar de la diócesis de Cuba con residencia en La Florida, cuya notificación por el Francisco Antonio de Maturana lleva fecha 12 de febrero de 1732; el asentimiento o conformidad del propio Tejada está datado en Sevilla a 18 de febrero de 1732, asentimiento y presentación que son a su vez remitidos por José Rodrigo, marqués de la Compuerta, el 4 de abril de 1732, a Sevilla, donde fueron firmados por el rey Felipe V el 23 de abril de 1732. Las ejecutoriales llevan la fecha de 2 de noviembre de 1732.

Partió para Cuba en compañía de su obispo, fray Juan Laso de la Vega, también franciscano de la misma provincia, en fecha que se desconoce, pero sí se sabe que llegó a La Habana el 2 de octubre de 1732. Sin embargo, la consagración de Tejada tuvo sus problemas, debido a que las bulas papales exigían tres obispos consagrantes, en vista de lo cual Tejada optó por trasladarse a México, donde en la ciudad de Veracruz fue efectivamente consagrado el 29 de noviembre de 1734. Se trasladó posteriormente a La Florida, llegando a San Agustín el 31 de julio de 1735.

No mucho después iniciaba su visita canónica a la zona de la diócesis a él encomendada, que era todo el extenso territorio designado entonces con el nombre de La Florida, de lo que daba cuenta al Rey detalladamente el 29 de abril de 1736. Las circunstancias por las que atravesaba entonces la comunidad cristiana en La Florida no eran precisamente gratificantes, aunque no tan catastrofistas como las pinta en algunos casos el nuevo obispo en sus cartas e informes, fruto de las primeras impresiones, que en su mente produjeron los informes de un grupo de misioneros díscolos con los que primero se relacionó, y que no eran sólo peninsulares, como afirman algunos autores, sino también algunos criollos. Eran momentos de cierta tirantez, originada por supuestas o reales intromisiones de los unos o los otros en la jurisdicción ajena (realmente hechos por lo general de escasa entidad), tirantez entre las autoridades civiles y los misioneros, los misioneros franciscanos y el escaso clero secular (compuesto éste, al parecer, por sólo cuatro individuos, aunque acaparaban los oficios principales de la diócesis en La Florida), y, por si fuera todavía poco, los propios misioneros franciscanos entre sí; éstos por otras razones internas.

Habiéndose celebrado el capítulo provincial de la provincia de Santa Elena (17 de septiembre de 1735) poco después de la llegada del nuevo obispo a aquellas tierras, un grupo de trece de estos díscolos frailes, peninsulares y criollos, que habían dado muestras de insubordinación a sus superiores inmediatos durante bastante tiempo atrás, no satisfechos con los resultados de dicho capítulo, al que habían asistido y dado su voto, se retiraron a una misión contigua (San Juan del Puerto), y por sí y ante sí hicieron un nuevo capítulo a su gusto (22 de septiembre de 1735), por lo que fueron castigados por la autoridad general de la Orden, previo el correspondiente proceso. De esto dieron un informe conjunto, a solicitud del Rey, el gobernador y el obispo.

El nuevo obispo, franciscano, no tardó en chocar con las autoridades franciscanas, sobre todo al intentar hacer la preceptiva visita canónica a la iglesia del Convento de San Agustín, pues, mientras el obispo pretendía llevarla a cabo por ser una iglesia parroquial de misión, y como tal sujeta a la diócesis, los frailes se negaban a permitirlo, amparándose en su privilegio de exentos. Examinados los documentos con objetividad, parece que la razón estaba de parte del obispo. Esto propició que éste, que se encontraba solo, especialmente al principio, se apoyara en ese grupo de frailes, que ha sido calificado de díscolos, y éstos a su vez apoyaran al obispo; ambos se necesitaban mutuamente.

El obispo comenzó bien pronto a desarrollar una gran actividad en las funciones que le eran propias, tales como la administración del sacramento de la confirmación; ya en el año 1736 había confirmado seiscientos treinta cristianos españoles y negros libres de la ciudad de San Agustín. A promover la práctica de los distintos actos de piedad en comunidad, colectivos, como el rezo del santo rosario en las tardes de los días festivos, que se hacía saliendo por las calles. Como buen andaluz y sevillano, no se olvidó del cultivo de las hermandades religiosas y de las procesiones. Tampoco se olvidó de la formación religiosa de los niños de ambos sexos, haciendo que concurrieran a la iglesia para aprender la doctrina cristiana. Además restauró o reedificó la iglesia parroquial. Hay que tener en cuenta la destrucción, especialmente de los edificios religiosos, perpetrada por las invasiones de los ingleses en los años inmediatamente anteriores y aún entonces actuales, pues el propio obispo Tejada se encontraba en San Agustín, cuando el general inglés Obgletorp puso largo sitio la ciudad (1740), suceso del que Tejada ha dejado una descripción (hoy muy rara) impresa en Sevilla.

Más aún, pronto cayó en la cuenta del problema profundamente humano que suponía para un buen número de mozas casaderas, así como para los militares solteros residentes en el presidio, ya que éstos tenían vedado el matrimonio sin la correspondiente autorización. Para ello recurrió al gobernador y al Rey, exponiéndoles el problema desde el punto de vista social y humano.

Hizo varios informes a propósito de sus visitas a la parte encomendada de su diócesis, de gran importancia bajo muchos aspectos, no sólo religioso, sino histórico, si bien algunos de sus juicios sobre determinados hechos han de ser tomados con alguna precaución, habida cuenta de las circunstancias. Diez años estuvo Tejada en este obispado como auxiliar, cumpliendo su cometido laudablemente, pero, habiendo vacado la sede de Mérida en Yucatán por el fallecimiento de su obispo, fray Mateo de Zamora, fue trasladado a dicho obispado (1745). Allí edificó el Santuario mariano de Nuestra Señora de Tetiz y el Seminario Conciliar de Mérida. En 1752 es de nuevo trasladado, esta vez a la diócesis de Guadalajara (México), donde restauró y vitalizó otro Santuario mariano, el de Zopopán, y no pocas parroquias de su obispado.

No se olvidó el franciscano Tejada de su antiguo Convento y Santuario mariano de Loreto en Sevilla (en cuyo camarín se conserva un retrato suyo, en un gran cuadro de autor desconocido), al que hizo donación de valiosos objetos para el culto y colaboró en la factura del hermoso retablo de la iglesia.

 

Obras de ~: Relación que hace el Ilmo. Sr. D. Fr. Francisco de San Buenaventura, Recoleto del Orden de N. P. San Francisco, Obispo de Nicopoli, Auxiliar del Ilmo. Sr. Obispo de Cuba, residente en S. Agustin de la Florida, á D. Joseph Ortigoza, residente en Sevilla, de lo sucedido con D. Diego Obgletorp, general Inglés, en la ciudad de la Florida en el año de 1740, Sevilla, Florencio Joseph de Blas y Quesada, Impressor Mayor, 1740.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), Santo Domingo, legs. 226, 227, 835, 836, 844, 849, 864, 865, 866, 867 y 2584.

I. Arenas Frutos, “De San Pablo de la Breña a San Agustín de la Florida: Fray Francisco de San Buenaventura, Obispo de Trícali”, en B. Torres Ramírez y J. Hernández Palomo (eds.), Andalucía y América en el siglo xviii: actas de las IV Jornadas de Andalucía y América (Universidad de Santa María de la Rábida, marzo-1984), vol. II, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1985, págs. 313-322; C. Carrillo Azcona, El Obispado de Yucatán. Historia de su fundación y de sus obispos, vol. II, Mérida de Yucatán, 1985, págs. 765-789; J. M. Palomero Páramo, “Donaciones artísticas de obispos franciscanos de América a instituciones españolas: El legado del P. San Buenaventura y Tejada”, en Archivo Ibero Americano, 46 (1986), págs. 591-592 y 981-996.

 

Hermenegildo Zamora Jambrina, OFM

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