Medina de Pomar, Juan. Medina de Pomar (Burgos), c. 1215 – Tamajón (Guadajalara), 20.VII.1248. Arcediano, capellán pontificio, arzobispo de Toledo.
Sucesor en la sede toledana de Rodrigo Jiménez de Rada, que había muerto el 10 de junio de 1247. El Cabildo de Toledo, acostumbrado a un personaje de tanto relieve como Rodrigo, pensó que quien mejor podía gestionar los asuntos de la diócesis era Gil Torres, cardenal español de curia, y así lo postularon a la Santa Sede. Los cardenales tenían consideración de clérigos de la Iglesia de Roma, y llevarlos a una diócesis distinta era en cierto modo rebajarlos. Además, el cardenalato estaba vinculado a la residencia canónica en Roma o en el lugar de morada de los Papas. No se sabe por qué hicieron una postulación semejante que estaba casi con entera seguridad destinada al fracaso.
Y así fue. Inocencio IV la rechazó y se reservó el nombramiento del futuro arzobispo de Toledo, que recayó en el maestro Juan de Medina de Pomar.
Éste era todavía un hombre joven, pues vivía su madre en Burgos y, como su nombre indica, había nacido en la población burgalesa de Medina de Pomar.
Era titular del arcedianato de Briviesca en Burgos y desempeñaba también el cargo de capellán pontificio, lo que supone que en el momento de su elección se hallaba al servicio del Pontífice. Descendía de la noble familia de Mauricio obispo de Burgos, que había sido arcediano de Toledo. Juan había alcanzado el máximo grado académico de maestro en Teología por la Universidad de París, donde poseía una casa, y había ejercido de profesor. Estaba en óptimas relaciones personales con la Familia Real francesa, Blanca de Castilla y su hijo Luis IX, futuro san Luis. Era bastante acaudalado en bienes de fortuna por herencia de familia. Su principal protector era el cardenal benedictino Guillermo Talliante.
Su pontificado fue el más breve que se conoce en el episcopologio toledano, pues duró solamente cinco meses, desde el 20 de febrero de 1248 hasta el 20 de julio del mismo año. Un mes después de haber sido elegido, mientras estaba en la curia romana en Lyon, el Papa le confirió la consagración episcopal. Buena parte de este tiempo estuvo ocupado por viajes fuera de España, de modo que sus actuaciones en las diócesis fueron extremadamente reducidas. Después de elegido, hizo un primer viaje a Toledo. Regresó a la curia romana y desde allí emprendió el último de sus viajes, pero, en lugar de ir directamente a su sede, dio un rodeo, pasando por París. Se entrevistó con san Luis y debió de asistir a la consagración de la Sainte- Chapelle que el rey había mandado construir para albergar la corona de espinas que había adquirido del tesoro de Constantinopla. El rey francés estaba preparado para marchar a la Cruzada. La euforia general era grande y el arzobispo de Toledo le rogó que le entregase algunas reliquias para su iglesia. Así lo hizo el santo rey francés en un documento que se guarda en el tesoro de la catedral fechado en el mes de mayo, sin expresión de día, en el castillo real de Étampes y autentificado con una espectacular bula de oro. A fines del mes de mayo el arzobispo estaba ya de regreso en Toledo, pero su estancia no pasaría mucho de un mes y medio, porque emprendió otro viaje, no se sabe con qué destino, y de camino todavía por tierras castellanas, enfermó de muerte en Tamajón, donde falleció el 20 de julio, después de dictar su testamento.
Su última voluntad, manifestada en dos diplomas iguales, es el documento más importante que ha dejado este arzobispo malogrado. En su testamento, rico en noticias, se pueden estudiar muchos aspectos: en primer lugar, las posesiones de un eclesiástico de la alta nobleza a mediados del siglo xiii; en segundo lugar, la composición de la “familia” o corte de un arzobispo, donde aparecen descritos por sus nombres cada uno de sus servidores con sus cargos; y en tercer lugar, una relación muy pormenorizada de sus libros y de las personas a las cuales les hace donación de ellos.
En la distribución de sus bienes fue generoso especialmente con los necesitados, lo que da la dimensión religiosa y social del arzobispo.
Pero, sin duda, lo más interesante reside en la composición de su biblioteca, que refleja probablemente su perfil intelectual y sus estudios preferidos. Poseía libros de gramática latina, de filosofía y de leyes, con los cuales hizo un lote para un sobrino que era estudiante avanzado. Otro lote lo formaban el decreto y las decretales. Poseía una Biblia menor glosada y un libro de concordancias bíblicas, novedades recién aparecidas en el mercado de libros de París. Poseía una gran Biblia glosada en nueve volúmenes, tipo de libros que los profesores de Teología utilizaban mucho en sus clases. También tenía un breviario según la regla de Burgos, recuerdo de su vinculación con su diócesis nativa, así como libros de Plinio, la Ciudad de Dios de san Agustín y un tratado De Trinitate. Finalmente, poseía las obras completas de tres de los padres latinos de occidente, san Agustín, san Jerónimo y san Ambrosio, que mandó distribuir equitativamente entre los conventos de dominicos y franciscanos de Toledo para que sacasen copias, a fin de que cada uno de ellos tuviera las obras completas. Aparte, existía un lote final de libros de teología en cantidad no especificada.
Además del testamento, en el mismo día mandó el arzobispo moribundo redactar un documento con la fundación de una memoria por su alma en la Catedral de Toledo, memoria que dejó dotada con las rentas de dos villas arzobispales.
Fue enterrado en la capilla de la Trinidad de la Catedral de Toledo.
Bibl.: J. F. Rivera, Los arzobispos de Toledo en la Baja Edad Media, Toledo, Diputación Provincial, 1969, págs. 53-54; “Medina de Pomar, Juan”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 1455; F. J. Hernández, Los Cartularios de Toledo, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1996 (2.ª ed.), pág. 429, n.o 481; R. Gonzálvez Ruiz, Hombres y Libros de Toledo, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1997, págs. 203-219.
Ramón Gonzálvez Ruiz