Aragón, Sancho de. Castilla, c. 1240 – Martos (Jaén), 21.X.1275. Arzobispo de Toledo, infante de Aragón.
Cuarto hijo varón del segundo matrimonio de Jaime I el Conquistador con Violante de Hungría, reyes de Aragón. Era hermano de la reina Violante de Castilla, casada con Alfonso X el Sabio. Sus padres lo destinaron desde niño a la carrera eclesiástica. Hecho clérigo, después de sus estudios cursados en París y probablemente también en Bolonia, obtuvo numerosos beneficios tanto en su reino nativo como en Castilla, entre ellos la abadía de Valladolid, uno de los beneficios más codiciados de toda la Península. Allí poseía un espléndido palacio y residía con frecuencia.
Su elección para la silla de Toledo por intervención directa de Clemente IV (bula Sapientia divina de 21 de agosto de 1266) intentó poner fin a un contencioso por la sede toledana llevado ante la curia romana, como resultado de una doble elección producida en 1264 entre los candidatos del cabildo.
Este nombramiento se produjo en un momento de máximo acercamiento entre los monarcas de Castilla y Aragón. A la primera misa del infante arzobispo que tuvo lugar en la catedral de Toledo en la fiesta de Navidad del año 1267 asistieron los dos reyes con sus cortes en pleno y una inmensa muchedumbre del clero y pueblo.
El nuevo arzobispo hubo de hacer frente a un pesado lastre de deudas que sus antecesores habían contraído, pero él mismo cayó en la tentación de pedir prestado dinero ajeno y vivir en precario. Este sistema, que el arzobispo de Toledo compartía con reyes y prelados de su época, lo condujo a endeudarse más y más hasta el final de sus días, remitiendo las deudas a su sucesor, como habían hecho antes con él.
A pesar de su incapacidad para poner orden en la administración económica, fue un prelado honesto y ejemplar, piadoso y responsable, con residencia permanente dentro del territorio diocesano, nada aficionado a entrometerse en manejos políticos, pero, por supuesto, con la conciencia bien clara de su ascendencia real. No obstante su juventud, fue muy apreciado su buen sentido práctico en la resolución de los litigios de todo tipo por medio de sus decisiones arbitrales.
Muchas gentes, clérigos y laicos, acudían a él en busca de consejo.
Atendió con solicitud a la renovación de muchos de los obispos de la provincia eclesiástica, buscando colocar a las personas más competentes. Su tendencia al ordenancismo lo llevó a dar cuatro constituciones para el buen funcionamiento de la catedral y sus ministros, llenas de sentido común y por eso han tenido una larga vigencia.
Su residencia favorita fue la villa de Alcalá de Henares, lugar del señorío arzobispal, donde los arzobispos tenían un palacio, que él amplió y embelleció. La villa entera fue objeto de mejoras desde el punto de vista eclesiástico y urbanístico.
Asistió personalmente al Concilio II de Lyon, XIV ecuménico, convocado por Gregorio X y celebrado en 1274, en el que estuvieron presentes diecinueve obispos españoles.
Fue un hombre de su siglo, partícipe de sus ideales.
Antes de su ordenación y de su primera misa había tomado las insignias de cruzado como un compromiso caballeresco frente a los enemigos de la fe. Las circunstancias le depararían una muerte en consonancia con su carácter impetuoso y sus ideales. Cuando se produjo la imprevista invasión de los benimerines, toda Castilla se impresionó y a toda prisa convocaron tropas para contener los ataques. El arzobispo Sancho hizo una llamada urgente a sus vasallos y se presentó con ellos en Jaén en el mes de octubre de 1275. Un grupo de moros pasó por la localidad de Martos con cautivos cristianos y un gran botín. El impetuoso arzobispo salió a hacerles frente personalmente, seguro de una fácil victoria, pero los expedicionarios reaccionaron prestamente y atacaron a los cristianos, derrotaron al arzobispo y mataron a muchos de sus acompañantes.
Don Sancho fue capturado vivo, pero uno de los jefes militares moros le dio muerte cuando estaba prisionero. Después fue decapitado y le cortaron la mano donde llevaba el anillo pontifical. Las tropas cristianas que llegaron de refuerzo a duras penas pudieron rescatar su cadáver. Aquella trágica muerte causó estupor y consternación en Toledo y en todo el reino. Fue enterrado en la capilla mayor de la catedral.
A principios del siglo XVI, durante unas obras de reforma se descubrió el cadáver y los ornamentos con que había sido inhumado.
Don Sancho poseyó una importante cantidad de joyas en su capilla, tanto propias como prestadas por la iglesia. Algunas salieron de Toledo para pagar sus deudas a raíz de su muerte improvisa, pero fueron en su mayor parte recuperadas años después por su sucesor, Gonzalo Pétrez. En sus sellos y en una de sus mitras el ilustrado arzobispo utilizaba camafeos de época romana, señal de la continuidad entre la Antigüedad y la Edad Media.
Pero el gran tesoro de Sancho de Aragón era su biblioteca, compuesta por setenta y siete volúmenes que demuestran sus aficiones y sus lecturas. Pocos hombres en su tiempo llegaron a disponer de una colección tan valiosa de códices. El análisis del contenido de sus libros permite conocer el perfil del arzobispo Sancho como un hombre de alta y vasta cultura. Un primer grupo de dieciocho volúmenes trataban de temas de derecho canónico y civil, disciplinas por las que en su vida mostró una inclinación personal palpable.
Otro gran grupo lo integraban libros de teología en número de diecinueve, donde se encontraban obras estrictamente teológicas con volúmenes que contenían las Sagradas Escrituras con la glosa ordinaria y de autores escolásticos. Un tercer grupo, de unos diecisiete volúmenes, pertenece a las ciencias y a la medicina, a las matemáticas, alquimia, geometría, agricultura, física, astronomía; once de ellos eran traducciones de la Escuela de Traductores de Toledo, según Millás Vallicrosa.
Aparte había unos cinco volúmenes de filosofía con un libro no especificado de Maimónides, cuatro con obras de los santos padres y un volumen de clásicos latinos. Por otro lado, estaban los libros que todo arzobispo necesitaba para la práctica pastoral, como libros de sermones, de liturgia, de devoción, libros con los privilegios de la Iglesia y otro libro, tal vez incompleto, con la Crónica del arcediano Jofré de Loaisa.
Algunas pertenencias de este ilustrado y malogrado arzobispo se han conservado (varios de sus libros y una preciosa capa), pero la mayor parte de ellas se han perdido.
Bibl.: M. Alonso, “Bibliotecas medievales de los arzobispos de Toledo”, en Razón y Fe, 123 (1941), págs. 295-309; C. Eubel et al. (eds.), Hierarchia Catholica Medii Aevi, vol. I, Padua, Il Messagero di S. Antonio, 1960 (reimpr.), pág. 487; J. F. Rivera, Los arzobispos de Toledo en la Baja Edad Media, Toledo, Diputación Provincial, 1969, págs. 63-64; J. F. Rivera, “Aragón, Sancho de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 77; R. Gonzálvez Ruiz, “El infante don Sancho de Aragón, arzobispo de Toledo (1266-1275)”, en Escritos del Vedat, VII (1977), págs. 97-122; Hombres y Libros de Toledo, Madrid, Fundación Ramón Areces, 1997, págs. 253-295; M. Gutiérrez García-Brazales, “El Infante Sancho de Aragón arzobispo de Toledo (1266-1275) concede una pensión al obispo de Zaragoza Arnaldo de Peralta (1248-1271)”, en Creer y entender: Homenaje a Ramón Gonzálvez Ruiz, vol. I, Toledo, Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, 2014, págs. 217-228.
Ramón Gonzálvez Ruiz