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Luisa Buey Calderón

Biografía

Buey Calderón, Luisa. Luisa de Jesús. Becerril de Campos (Palencia), 1602 – Monasterio de Santa Ana (Valladolid), 29.IV.1652. Religiosa cisterciense (OCist.) y escritora mística.

Nacida de familia muy modesta pero de arraigadas creencias cristianas, sus padres se llamaron Juan Buey y Luisa Calderón. El padre falleció cuando era muy pequeña, lo que influyó para que su infancia transcurriera saturada de privaciones, mas apenas iniciada la juventud, se puso a servir para obtener alguna ayuda económica necesaria para la familia. Y sucedió que se encontró con algunos peligros morales en la casa que servía, por lo que la dejó y se colocó en otra de un matrimonio de Medina de Rioseco donde le cobraron tanto afecto, que le entregaron todas las llaves de la casa, dando orden al resto de la servidumbre de que la obedecieran en todo como si se tratara de ellos mismos.

Al cabo del tiempo, dejó también aquella casa y regresó a Becerril a esperar nuevas disposiciones de lo alto. Sus hermanos ya eran mayores, y como no necesitaban de su ayuda, se colocó en casa de una viuda, hasta que un día, se vio obligada la señora a realizar un viaje a Valladolid, pero poco antes del viaje se había personado en la villa la demandadera del monasterio cisterciense de Santa Ana, en busca de jóvenes pretendientes para hermanas legas, sin que se sepa cómo, nuestra joven se puso en contacto con ella. Se convino que al llegar a Valladolid, acudiera a visitar a las religiosas. Inició la visita por el templo, sintiendo una profunda impresión. Seguidamente acudió al locutorio a saludar a las religiosas y a tratar el problema de la vocación. Concertada la fecha de ingreso, volvió a Becerril a solucionar todos sus asuntos y a preparar el ajuar que debía llevar consigo.

Ingresó en Santa Ana el 18 de diciembre de 1636, en la madurez de sus treinta y cuatro años. A esta edad, parecía mucho mayor de lo que en realidad era, debido a su constante maceración y vida penitente.

Temía le pusieran dificultad cuando llegara la hora de admitirla, pero las religiosas se portaron con ella con caridad ardiente, y ella por su parte fue una religiosa de completa entrega. Al poco tiempo de profesar, fue destinado como confesor de las religiosas fray Alonso Guerrero, monje del monasterio de Oseira, catedrático de Teología en la Universidad de Salamanca.

Este religioso iba a ser el hombre enviado por Dios para hacer progresar a sor Luisa por caminos de perfección encumbrada.

Jamás habían hablado ambos, y en la primera entrevista que tuvieron le manifestó el confesor el estado de su alma, como si siempre la hubiera dirigido, la animó a proseguir en el camino emprendido, que era muy del agrado de Dios. Gracias a las enseñanzas y al optimismo que le infundió el nuevo confesor, la hermana llegó a un estado de perfección propio de los santos más eminentes, pues su identificación con la voluntad del Creador era absoluta. La salud de sor Luisa, muy quebrantada, se resintió notablemente, de tal manera que ella misma reconocía que era un puro milagro poder vivir. Las noches las pasaba sin conciliar el sueño, la alimentación era tan escasa, por el hastío que sentía hacia toda suerte de manjares, que le costaba sostenerse en pie. Los sufrimientos físicos eran tan grandes, que parecían insoportables para la flaqueza humana, sin embargo, en medio de tales padecimientos disfrutaba de una paz indecible, no dejando caer de sus labios aquellas endechas a la cruz de Cristo: “¡Oh Cruz Santa! / ¡Oh Cruz amada de mi alma! / Que mucho yo te estime tanto, / si por ti he llegado a tener bien tanto!”.

Fruto de esta identificación con Cristo fueron la lluvia constante de favores, tanto de índole espiritual como material, que esmaltaron los últimos años de su vida: enfermos, endemoniados, almas del purgatorio, afligidos de toda suerte de males, todos hallaban en ella eficaz valimiento... Todo cuando se sabe de esta hermana es por el propio testimonio de la interesada.

Es normal que se piense que pueda existir exageración en el relato o fingimiento. Todo queda aclarado con sólo saber que el padre Guerrero le impuso bajo obediencia formal poner por escrito todos cuantos misterios se desarrollaban en su alma. Fue una obediencia muy dura, como lo fue para Teresa de Jesús escribir la manifestación de los dones de Dios en ella, y lo ha sido siempre en la mayoría de los santos que se vieron en la misma coyuntura. Después de referir los grandes favores obtenidos por su mediación, ella misma afirma que tales dones sobrenaturales pueden causar extrañeza al profano, mas se apresura a dar la razón teológica de esos mismos dones diciendo que “almas que llegan a tan alta altura, no es justo que se sienten, pues el Señor les entrega sus dones para que los repartan con los prójimos. Con esto jamás está ociosa el alma porque la ocupa el Señor en cosas de su servicio”.

Esta doctrina salía de la pluma de una humilde hermana lega, sin estudio alguno, cuatro meses antes de su muerte. Señala con exactitud el nivel místico a que había ascendido su alma. Tras su muerte, cuando acababa de cumplir los cincuenta años, la impresión que dejó entre sus hermanas de Santa Ana fue la de verdadera santa, por haber sido los dieciséis años que vivió en el claustro un auténtico modelo de toda virtud.

Es considerada en el número de las venerables que se forjaron en aquel retiro de paz.

 

Obras de ~: Autobiografía escrita por mandato expreso de su confesor y Centellas del amor de Dios, s. l., s. f. (en Archivo del Monasterio de Santa Ana).

 

Bibl.: R. Muñiz, Biblioteca cisterciense española, Burgos, Joseph de Navas, 1793, pág. 180; D. Y áñez Neira, Palentinos ilustres en la Orden del Císter, Luisa de Jesús, Palencia, Diputación Provincial, Institución Tello Téllez de Meneses, págs. 200-209.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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