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Juan de Gurrea

Biografía

Gurrea, Juan de. ?, p. t. s. xvi – Zaragoza, 1591. Señor de la Baronía de Argavieso. Gobernador de Aragón.

Como hombre de confianza de Felipe II logró mantener, a través de su persona, el respeto a la autoridad real en Aragón. Ejerció el cargo de “Regente el oficio de la General Gobernación” durante más de treinta años, entre abril de 1555, en los últimos meses de gobierno de Carlos V, y 1591, año de fallecimiento de Juan de Guevara.

Le tocaron vivir tiempos difíciles en un Aragón donde a la conflictividad social se añadía el bandolerismo rural y las inquietudes de los valles pirenaicos.

Como gobernador tuvo entre sus funciones principales la de encargarse de la represión del bandidaje y el mantenimiento del orden público. La creación de la Audiencia Real, en 1528, y la consolidación de la figura del virrey restaron cierta importancia desde mediados del siglo xv a la figura del gobernador. Si a estas circunstancias se añade el contrapeso de la institución del Justiciazgo en Aragón, contra la que poco podía hacer el gobernador, y la limitación de la jurisdicción de la gobernación a los señoríos de realengo, todavía tiene más valor la actuación de Juan de Gurrea.

Las décadas de 1550 y 1560 fueron particularmente conflictivas en un Aragón que llevaba desde comienzos de siglo una vida muy alterada. Los bandos locales de Zaragoza, Huesca, Teruel y Monzón, entre otros muchos, apelaron incluso al “desaforamiento” de los ciudadanos por muchos actos delictivos, siendo ejemplos significativos del escaso orden y de la ausencia de paz social en los concejos. El dominio de las banderías locales, en unos casos, y de las rivalidades vecinales, en otros, así como los constantes enfrentamientos entre concejos y señores hicieron de Aragón un reino cada vez más inseguro. Los informes del Consejo Supremo de Aragón de aquella época reflejan claramente la dureza y la represión del régimen señorial aragonés, origen de la revuelta de muchos vecinos contra sus señores.

Las Cortes de 1564 celebradas en Monzón endurecieron las penas contra los contrabandistas y salteadores de caminos. Distintas instituciones, como la Inquisición, el Justiciazgo, el gobernador y la Diputación, también aunaron sus esfuerzos para contener esa auténtica plaga que suponía la inseguridad en Aragón.

Los graves sucesos del condado de Ribagorza, en manos de las banderías, y el conflicto entre montañeses y moriscos, se convirtieron en la década de 1580 en una de las nuevas preocupaciones de Juan de Gurrea.

La persecución del bandolero Lupercio Latrás, uno de los cabecillas más buscados de los valles pirenaicos, se prolongó durante 1588, por el noroeste de Aragón y por la frontera de Cataluña. Sin lograr darle captura, a pesar de reunir a sus órdenes una fuerza extraordinaria de ochocientos hombres, se retiró a su acuartelamiento de Zaragoza para seguir dirigiendo desde allí las operaciones.

Juan de Gurrea adoptó medidas de control, reforzó la seguridad de algunos tránsitos y tuvo a su servicio un pequeño destacamento permanente. Gracias a su capacidad organizativa y a sus esfuerzos negociadores, logró una concordia entre algunas poblaciones del Alto Aragón —Barbastro, Monzón, Tamarite y otras comarcas— con el compromiso de actuar contra el bandolerismo. Para su concurso contó, en ocasiones, con parte de la guarda del reino, dependiente de la Diputación, aunque originalmente destinada a la salvaguarda de los caminos y de los tránsitos más importantes del reino.

Las disputas entre familias poderosas por alcanzar el gobierno municipal, los conflictos entre el conde de Morata y la condesa de Aranda, las revueltas en el valle de Hecho y Jaca o los tumultos de Tauste requirieron, habitualmente, la presencia física del gobernador en la zona. En ocasiones, el celo en el desempeño de sus funciones le llevó a la persecución de bandoleros hasta los mismos términos del reino de Aragón, pidiendo, incluso, permiso para entrar en Cataluña y en Valencia.

El desempeño del cargo de gobernador, ante la ausencia de un lugarteniente general, y su incapacidad física, acrecentada por sus frecuentes ataques de gota, le llevaron a permanecer largas temporadas en Zaragoza.

En 1587, ante la delicada situación de Juan de Gurrea, viejo y con achaques, la Corte le nombró un ayudante, Alonso Celdrán, con el puesto de coadjutor del gobernador y, después, su sucesor en 1591.

Juan de Gurrea, formó parte del grupo de figuras realistas que durante aquellos años salvaguardaron los intereses de la Monarquía en Aragón. El conde de Luna le dedicaría unas duras palabras: “En cuanto a Ministro y en el tiempo de su Presidencia, a las Audiencias las tenía en un puño, y fue muy astuto, áspero y rígido”. Concluyendo, “para mi fue mal hombre, aunque bueno para Ministro”. No cabe duda de que actuó con gran capacidad y responsabilidad, precisamente en unos años en los que el virrey Diego Hurtado de Mendoza, de origen castellano, fracasó en su lucha contra el bandolerismo y no pudo atajar los problemas reales de la inseguridad en el reino.

Llegó a conocer de primera mano los sucesos producidos con motivo de la llegada de Antonio Pérez a Zaragoza en 1590, aunque no contempló el desenlace de las “alteraciones” ni tampoco las medidas represivas tomadas por Felipe II en las Cortes de Tarazona de 1592, al fallecer un año antes. Sus logros en el capítulo del orden y la seguridad en el reino de Aragón le granjearon el respeto hacia su persona en unos años muy conflictivos para Aragón.

 

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Porfirio Sanz Camañes