Montúfar, Alonso de. Loja (Granada), 1496 – México, 7.III.1572. Dominico (OP), segundo arzobispo de México, impulsor del culto de Guadalupe.
Llegado a la edad de estudiar, sus nobles padres le enviaron a la ciudad de Granada. Allí vistió el hábito de dominico en el Convento de Santa Cruz la Real.
Durante el año de noviciado cumplió la edad requerida para profesar, acto que realizó el 14 de mayo de 1512, como consta en el Libro de profesiones de aquel convento.
Inmediatamente, comenzó sus estudios de Artes y Teología, en los que pronto comenzó a destacar.
Cuando el arzobispo fray Diego de Deza fundó el Colegio de Santo Tomás de Sevilla, para emular las letras del Colegio de San Gregorio de Valladolid, por sí mismo eligió los dieciocho primeros becarios entre los mejores estudiantes dominicos que conocía. Uno de ellos fue el joven Montúfar, quien juró los estatutos del colegio el 28 de noviembre de 1517. En el colegio completó su formación en Artes y Teología. Concluidos los siete cursos, el 10 de agosto de 1524, el joven fray Alonso fue nombrado lector de Teología de su convento de origen. En esta actividad tuvo como alumno al gran fray Luis de Granada.
Larga fue la estancia en el Convento granadino.
Las actas de los capítulos generales de 1530 y 1532 le incluyen en el claustro de profesores de aquella casa. También se sabe que entre 1535-1537 ocupó el cargo de prior, y uno de sus súbditos fue fray Luis de Granada al regresar de Valladolid. Desde 1538 a 1541 fue prior del Convento de Almería, desde donde pasó al Convento de Murcia para ejercer el mismo cargo. Por estas fechas fue nombrado calificador del Santo Oficio.
Concluida la etapa prioral en Murcia volvió a Granada, donde nuevamente ocupó la silla prioral por los años 1546-1547. Ya era conocido por su ciencia, de ahí que el Colegio de Sevilla escribiera al referirse a él: “llegó a ser un Oráculo por su grande religiosidad, vasta literatura, singular prudencia y acertada resolución”.
Fiados de su sabiduría y don de consejo, era consultado en las cuestiones más dispares por toda clase de personas; la más alta nobleza granadina le tomó como confesor y guía de sus conciencias.
Fray Juan López el Monopolitano escribe: “Fue muy aficionado suyo el Marqués de Mondéjar, el cual hizo relación al Emperador Carlos V de las muchas y muy buenas partes del P. Fr. Alonso de Montúfar, y quedó tan enterado el César de las cualidades de dicho Padre, que vacando el arzobispado de Méjico por la muerte de Fr. Juan de Zumárraga, nombró en su lugar para el dicho arzobispado a dicho Fr. Alonso. Aceptó su nombramiento, llevado del deseo que tenía de favorecer a los indios, y librarlos o aliviarlos de los muchos trabajos que padecían y enseñarlos de manera que conservaran la fe que habían recibido”.
El 13 de junio de 1551 fue presentado y el 5 de octubre de 1551 era preconizado por Julio III, como aparece en el Acta Cancellarii del Vaticano. Como ya era de mucha edad, y para no tener solamente compañeros que le asistiesen, sino personas que le ayudasen en su ministerio, escogió a dos religiosos de su Orden, hombres de verdad religiosos y letrados. Uno de ellos fue fray Bartolomé Ledesma.
Al decir de Gil González Dávila, “Cuando llegó a México comenzó a mostrarse de veras padre. Corregía con piedad, castigaba con amor, era muy limosnero y cuidadoso de remediar las necesidades espirituales y corporales de su rebaño; visitaba personalmente todo su arzobispado, exhortando a los ministros al cuidado y fervor en su oficio [...] amaba con ternura a los indios y muchas veces los bautizaba por su propia mano con ejemplar humildad”.
Aunque siempre procuró mantener la paz con todos, se enfrentó a numerosos vicios que durante los tres años en sede vacante se habían instalado en aquellas tierras pues no faltaban sacerdotes que directa o indirectamente ejercitaban el comercio y aún la usura; otros tenían el vicio del juego y algunos, a título de parentesco más o menos cercano, traían mujeres en su compañía.
De todos estos temas hay referencias en las actas del primer concilio (1556: caps. 50-57).
En esta actividad, el arzobispo contó siempre con la inestimable ayuda del virrey Luis de Velasco, celoso sustentador de la misma causa que el arzobispo. Gracias a esta unión de fuerzas pudo realizarse el primer concilio, convocado, presidido y celebrado por el ilustrísimo fray Montúfar en 1555, cuyas actas fueron impresas el 10 de febrero de 1556.
Los noventa y tres capítulos en que se especifican las constituciones, abarcan puntos de gobierno religioso y político; de educación religiosa; de aranceles y derechos; de vicios y remedios. Pero todo hubiera quedado en letra muerta si después del concilio, Montúfar y demás obispos sufragáneos no hubieran puesto todos sus afanes en que las constituciones fuesen fielmente cumplidas.
Otro de los puntos en los que puso especial énfasis fue en el apoyo a la Universidad de México, fundada por Cédula Real el 21 de septiembre de 1551, y equiparada en fueros y privilegios a la Universidad de Salamanca.
El 25 de enero de 1553, fray Alonso de Montúfar realizaba la solemne apertura de aquella institución, en la que volcaría afanes y apoyos. Un escritor de aquella época ha transmitido lo siguiente: “D. Fr. Alonso de Montúfar, Arzobispo de México e insigne Maestro en Sagrada Teología, se cuenta el primero en el número de sus doctores; siendo tan aficionado a las letras y a los literatos, que nada procura con tanto empeño como escogitar medios para que sean siempre mayores los adelantos de la literatura”.
En otro campo brilló el arzobispo: la elección de colaboradores. No se trata del apoyo recibido de sus hermanos de hábito, que a nadie puede extrañar, sino de la fecunda colaboración de fray Pedro de Gante, y otros. Con su colaboración, Montúfar comprendió la gravedad e importancia de su misión en un lugar que exigía una organización eclesial. Montúfar asumió la situación de su Iglesia y emprendió la difícil tarea de organizarla, mediante constituciones revestidas de toda autoridad. Es lo que se desprende de la Descripción de arzobispado de México, relación enviada a Carlos V.
Aunque mantuvo cordiales relaciones con la Orden Franciscana, éstas se vieron en peligro en septiembre de 1556, cuando Montúfar y el provincial Francisco Bustamante se enzarzaron al sustraer aquél la ermita del Tepeyac, bajo jurisdicción de los franciscanos, para dar lugar a la devoción de Nuestra Señora de Guadalupe.
Predicando el provincial el 8 de septiembre de 1556, ante el virrey y otras autoridades, acusó al arzobispo de fomentar la idolatría al apoyar la devoción a la Virgen de Guadalupe; al día siguiente el prelado levantó un proceso con testigos de las palabras del provincial. El pleito se cerró el 24 de septiembre con un atestado de puño y letra del arzobispo, pero la devoción a la imagen continuó ganando adeptos entre las gentes de Nueva España.
Nueve años más tarde, Montúfar decidió convocar otro concilio. El segundo pretendía asumir los decretos del Concilio de Trento, y al mismo tiempo, añadir nuevos cánones de disciplina eclesiástica para renovar las declaraciones realizadas en 1555.
Antes de que concluyesen las sesiones conciliares tuvo lugar el fallecimiento de Luis Velasco. Ocurrió el 21 de julio de 1564, y al luto por su pérdida se sumaron los peores presentimientos de perturbaciones políticas. No tardaron en hacerse realidad los presagios. La colonia se vio envuelta en conjuras y conspiraciones que, además de llevar a las mazmorras a muchas de las personalidades políticas, fraguaría en la llegada del visitador Muñoz, de terrible memoria. La prudencia del prelado hizo que no se viera inmerso en ninguno de estos lances, de modo que los cronistas no le citan sino con ocasión de la misa en honor de la subida al trono de Felipe II y en la fundación del Hospital de San Hipólito para dementes.
La avanzada edad de Montúfar, así como sus enfermedades, le hicieron nombrar por gobernador de su diócesis al compañero que se había traído de España, fray Bartolomé Ledesma, maestro en Teología y a la sazón profesor en la Universidad de México. Éste dirigió la archidiócesis durante doce años.
El 7 de marzo de 1572, y después de una enfermedad dilatada, fallecía el ilustrísimo señor Montúfar con gran sentimiento de los mexicanos, que no recibieron de él sino muestras de paternal cariño y solicitud. Fue enterrado en el Convento de Santo Domingo de México.
Feliz continuador del ilustrísimo Zumárraga en la tarea de velar por los naturales de México y de hacer nulos los perversos designios de los encomenderos, el segundo arzobispo de México tiene sobrados títulos a la gratitud de aquel pueblo.
Bibl.: [Actas Primer Concilio, convocado, presidido y celebrado por el ilustrísimo fray Montúfar en 1555], México, Casa de Juan Pablo Lombardo, 1556, caps. 50-57; J. López, Historia general de Santo Domingo y de su Orden de Predicadores. Cuarta Parte, Valladolid, Francisco Fernández de Cordoua, 1615; A. Dávila y Padilla, Historia de la fundación y discurso de la Provincia de Santiago de México de la Orden de Predicadores, Bruselas, Casa de Juan de Meerbeque, 1625; G. González Dávila, Teatro eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales, vidas memorables de sus arzobispos y obispos [...], vol. I, Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1649; F. A. Lorenzana, Concilios Provinciales primero y segundo de México, México, 1769; P. Quirós, Apuntes y documentos para la Historia de la Provincia dominicana de Andalucía, vol. I, Almagro (Ciudad Real), Tipografía del Rosario, 1915; R. Ricard, La conquista espiritual de México, México, Fondo de Cultura Económica, 1947; F. Sosa, El episcopado mexicano: biografía de los Ilmos. Señores Arzobispos de México, desde la época colonial hasta nuestros días, México, Jus, 1962; L. Lopetegui y F. Zubillaga, Historia de la Iglesia en la América Española. Desde el Descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), 1965; A. Turrado, “Montúfar, Alonso de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 1737; A. Huerga, “La pre-inquisición hispanoamericana (1516-68). Los obispos inquisidores de México: Zumárraga, Montúfar, Las Casas”, en Historia de la Inquisición en España y América, vol. I, Madrid, BAC, 1984; “La obra intelectual de la Orden de Predicadores en América”, en VV. AA., Los dominicos y el Nuevo Mundo. Actas del I. Congreso Internacional. Sevilla, 21-25 de abril de 1987, Madrid, Editorial Deimos, 1988; M. T. Pita, Los predicadores novohispanos del siglo XVI, Salamanca, Editorial San Esteban, 1991.
Miguel Ángel Medina, OP