Ayuda

Agustín Pedro Blaquier

Biografía

Blaquier, Agustín Pedro. Barcelona, 1747 – Ilagan (Filipinas), 30.XII.1803. Agustino (OSA), obispo, misionero en Filipinas.

Natural de Barcelona nació en 1747. En el convento de San Agustín de su ciudad natal, perteneciente a la provincia de Aragón, emitió la profesión de votos solemnes el día 15 de abril de 1769 en manos del prior fray Juan Noguera.

No había aún concluido la carrera eclesiástica cuando, impulsado por el fervor misionero, se afilió a la provincia de Filipinas. Antes de embarcar para las Islas de Poniente los oficiales de la Casa de Contratación plasmaron su reseña: “Buen cuerpo, color blanco, poblado de barba y cejas, y pelo negro, rufo y poblado; ojos negros; con una cicatriz encima de la ceja izquierda y otra sobre el labio superior del mismo lado”. A la mar se hizo el día 17 de junio de 1771 en la nao Begoña hasta Veracruz, y desde Acapulco en la fragata San José, arribando a Manila el 26 de julio de 1772.

En el convento de San Agustín de Manila fue ordenado presbítero el 20 de diciembre de 1772 por monseñor Basilio Sancho de Santa Justa y Rufina, y terminó los estudios teológicos con éxito y admiración de sus profesores, pues era joven de clara inteligencia, tesón en el trabajo y facilidad para desenvolverse entre los enmarañados campos del pensamiento.

Terminada la etapa de formación llegaron los días del laboreo pastoral y apostólico. La provincia de Ilocos fue su campo y los ilocanos su mies. En 1778 fue elegido prior del convento de Batac; también desempeñó los cargos de definidor y párroco de Laoag (1790), y prior de Bantay (1794).

De esta etapa se custodian en el Archivo de Agustinos de Valladolid un buen número de epístolas a sus feligreses en demanda de donativos para la construcción de la iglesia, así como estadísticas de tributos y de habitantes. Y en la memoria de aquellos pueblos se conserva vivo el recuerdo de su cariño, su pedagogía y su celo en la defensa de los nativos. En un brevísimo escrito titulado Reparos a la Carta del P. Gaspar de San Agustín sobre el natural del Indio confiesa abiertamente ser hostil a los métodos punitivos en la evangelización: “Desde que llegué a estas tierras he sido enemigo del azote. Veinte años ha que trato con ellos y, siguiendo ese método, me ha ido muy bien.

Puedo sin lisonja decir que, en los pueblos donde he estado, he trabajado cual otro, y al público están las obras que he hecho en iglesias y conventos. Y digan ¿cuántos azotes he dado o se han dado de mi orden? En este de Laoag, en dos años y medio que le administro, he hecho casi toda la iglesia, he renovado el convento y otras obras. Pues todavía está por darse el primer azote por mi orden o con mi ciencia. Y he hecho obras que ni en seis años, aunque diga diez no mentiré, no han hecho mis antecesores”.

Su cargo de vicario provincial de Ilocos le proporcionó la ocasión de recorrer los diferentes pueblos de la región y palpar también los desmanes que las autoridades, civiles o religiosas, cometían. No se quedó mudo y levantó su voz a favor de los más desvalidos.

Incluso medió entre unos y otros, y su intervención evitó asonadas y levantamientos. Así revela: “De Ilocos, pues, digo es falso, y que cuando llega a quejarse el pobre indio es ya cuando no puede más. Por mis empleos y por haber sido llamado de los Superiores, en veinte años que tengo de Ilocos, he presenciado diferentes quejas, y aún semialborotos de los pueblos. Quejas contra padres y contra alcaldes mayores y principales de los pueblos. Y siempre he visto les ha sobrado razón a los pobres. Y muchos se valen de esta lección para hacer lo que se les antoja, pero ya se va disipando, y estoy cierto que, cuando llega a rebentar un pueblo, tiene sobradas razones. Me lo ha enseñado la experiencia”.

Sus cualidades y virtudes no podían pasar inadvertidas. Y en él puso sus ojos para auxiliar el benemérito obispo recoleto de Nueva Segovia, fray Juan Ruiz de San Agustín, cuando se hallaba imposibilitado para el desempeño de las obligaciones de su ministerio a causa de sus muchos años y achaques. En solicitud de ello escribió al rey Carlos IV en estos términos en 1794: “No puedo menos de hacer a V. M. presente cómo en este obispado se halla un religioso agustino calzado y catalán, llamado fray Agustín Pedro Blaquier, de cuarenta y cinco años de edad, fuerte y robusto, en quien, a mi entender, se hallan todas las prendas necesarias para llenar cumplidamente el empleo de obispo. Bien conocido es en Manila y en todas las islas por sus talentos y prendas, que le proporcionan para todo empleo, y muy acreedor a que V. M. le atienda y sepa de él. [...] Desde que entré a servir a V. M. en este obispado, puedo asegurar que ha sido mi mano derecha, pues no sólo le confirmé en los títulos que le dio mi antecesor, sino que le hice mi Teólogo, y me ha servido de Secretario diferentes ocasiones, y todo a plena satisfacción mía. [...] Es amado de los naturales por sus prendas y el amor con que los trata, como se experimentó el año de 1788 en los alborotos que hubo en Laoag (después entró allí de ministro el año de 1790 y está en la actualidad), donde con sola su presencia se pacificó todo, como es constante en vuestra Real Audiencia, de cuyo Real Acuerdo se le dieron las gracias. Es pacífico y está enterado en todo como el que más, y para todo me parece a propósito para proponérselo a V. M. para mi Auxiliar, en quien pueda V. M. y yo descansar plenamente a conciencia”. A tal petición se sumaba el aval del presidente de la Audiencia, quien recalcaba “que el propuesto fuera el único que yo propondría en todo tiempo para el efecto, hecho cargo del superior ascendiente que tiene adquirido sobre aquellos Naturales, y que en las dos ocasiones que se han tumultuado con motivo del establecimiento de Estancos y visitas del Resguardo, ha bastado su solo espíritu, talento, celo y amor a sosegarlos y tranquilizarlos, haciéndoles respetar, como era justo, el real nombre de V. M. con la sumisión y rendida obediencia debida, serenando el espíritu de este Gobierno y Real Audiencia que, como la provincia es numerosa, recelaban funestas consecuencias”.

El 7 de mayo de 1795 el trono aprobó la presentación del padre Blaquier para auxiliar del obispo de Nueva Segovia, teniendo en cuenta su celo religioso, buena vida y costumbres, inteligencia y acierto en lo espiritual, así como la circunspección en lo temporal.

Y el pontífice Pío VII lo preconizó el 20 de julio de 1801. En la bula se recoge que a pesar “de no ser doctor, sin embargo, por quanto estás dotado de suficiente prudencia e instrucción o sabiduría para enseñar otros actos o materias, podrás ser de muchos modos útil a la enunciada Iglesia de Nueva Segovia”. Sin duda que su talante pacífico y conciliador ameritaban la dignidad episcopal. Y fue consagrado en la iglesia de San Agustín de Manila el 20 de febrero de 1803.

Una vez ordenado partió inmediatamente para su diócesis, exigencia primera de su deber de prelado, que debía instruir a su pueblo con su presencia, con su palabra y con el ejemplo de buenas obras, medio inequívoco de un gobierno saludable y próspero de las comunidades que se le habían encomendado, apoyándose en el clero nativo, del que tenía una alta estima, como se desprende de sus palabras: “Por amor a la verdad digo hay muchos ordenados, y que muchos son el honor del estado clerical por su virtud, por sus letras, por su porte, por su modo y aseo en el culto divino”. Y pronto puso manos a la obra empezando por girar la visita pastoral, que sería causa de su muerte, pues falleció al poco tiempo de iniciarla en Ilagan, provincia de Cayagán, y fue enterrado en la iglesia de aquel pueblo el 30 de diciembre de 1803, “a los nueve días de su enfermedad”.

El padre Blaquier no fue doctor, como alguno ha querido suponer, ni poseyó título alguno de la Orden, pero aun así, fue un religioso de gran competencia y que se distinguió por la dedicación ilusionada de reunir libros, folletos y papeles con los que llegó a formar una biblioteca hermosa y selecta, que sirvió a escritores agustinos posteriores para enriquecer sus crónicas. Fue también miembro fundador en Manila de la Sociedad Económica de Amigos del País (1782) y socio correspondiente desde 1783.

 

Bibl.: E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Imprenta del Colegio de Santo Tomás, 1901, págs. 336-339; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, I, Madrid, Imprenta Asilo de Huérfanos S. C. de Jesús, 1915, págs. 433-434; M. T. Disdier, “Blaquier, Agustín Pedro”, en Dictionnaire d’Histoire et Géographie Ecclésiastiques, IX, Paris, Letouzey et Ané, 1937, col. 147; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, pág. 536; M. Nieto, “The Works of the Augustinians in Ilocos”, en Ilocos Review, 4 (1972), págs. 144-151; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas, vol. IX, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1974, págs. 187- 193; V. Guitarte Izquierdo, Episcopologio español (1700- 1867). Españoles obispos en España, América, Filipinas y otros países. Homenaje al V Centenario del Descubrimiento de América, Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1992 (col. Subsidia, vols. 29, 34); I. Rodríguez-J. Álvarez, Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1996, págs. 280-282.

 

Jesús Álvarez Fernández, OSA

Relación con otros personajes del DBE

Biografías que citan a este personaje

Personajes citados en esta biografía