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Jesús María Burbano Ruiz

Biografía

Burbano Ruiz, Jesús María. Pedrola (Zaragoza), 12.XI.1856 – Val San José (Madrid), 31.VIII.1904. Catedrático de Medicina en la Universidad de Barcelona, monje cisterciense (OCist.), místico.

A la actual comunidad cisterciense de la Oliva, antes de establecerse en el actual lugar en las inmediaciones de Carcastillo (Navarra) en 1930, le tocó recorrer caminos polvorientos a través de Europa y España, hasta establecerse en Val San José (Getafe).

En 1902 renunció el cargo de prior titular Esteban García de Cáceres y Maguregui, que fue aceptada por el general de la Orden, presentándose allí, por orden suya, el visitador fray Cándido Albalat y Puigcervert para proceder a nueva elección, recayendo la mayoría de los votos sobre un monje aragonés.

Resultó elegido fray Jesús M.ª Burbano Ruiz. Se llamaba Germán en el mundo y era doctor en Medicina y Cirugía, carrera ejercida con brillantez en Barcelona, después de ganar por oposición una cátedra en la Facultad de Medicina de aquella universidad.

Deseoso de vivir una existencia espiritual mucho más intensa, atrajeron sus simpatías la austeridad de los monjes trapenses, solicitando el ingreso en Val San José el 23 de mayo de 1890, recibiendo el hábito el 2 de julio del mismo año, cambiando en esa ocasión el nombre de pila por el que figuraría en el monasterio.

Su carrera monástica fue rápida. Todos pudieron ver que el paso dado para hacerse monje fue muy en serio, por eso la Santa Sede le dispensó un año de noviciado, novedad inaudita, haciendo la profesión el 8 de diciembre de 1891. Todavía más inaudito, si cabe, fue que le dispensaron igualmente el tercer año de profeso temporal, pudiendo hacer la profesión solemne el 21 de mayo de 1993, a la cual siguió la ordenación sacerdotal en diciembre siguiente.

Poco antes de recibir la ordenación sacerdotal, ya profeso solemne había sido elegido superior en junio, luego de haber desempeñado dos puestos de gran responsabilidad, maestro de novicios y subprior. La crónica de la casa presenta al nuevo superior trabajando con gran entusiasmo y energía por mejorar la situación comprometida de la comunidad, sobre todo en el aspecto económico. Los religiosos le querían con delirio al verle delante en todo, por eso le seguían de cerca y sentíanse felices de tener un padre tan lleno de bondad. Pronto cundió en la comarca la fama del nuevo superior, iniciando el desfile constante hacia el monasterio, llevando toda suerte de enfermos para que les curara de sus dolencias. Su corazón compasivo era incapaz de despedirles sin haber ejercido con ellos la caridad cristiana, como hacía Cristo cuando le presentaban los enfermos. Para poder actuar con libertad, solicitó autorización del juez de primera instancia de Getafe y se entregó a hacer el bien de una manera totalmente desinteresada. No solamente recibía a los enfermos, sino diagnosticaba y recetaba, y hasta les facilitaba medicamentos compuestos o adquiridos por él, y más de una vez compartió con ellos la frugal pitanza que los monjes le tenían reservada.

Desde el momento en que fue elegido superior de la comunidad, dándose cuenta de que su deber primordial era atender a los monjes, como los clientes enfermos iban en aumento, por la fama que adquirió, buscó un médico ayudante que costeó el monasterio, pero la gran mayoría no quedaban conforme con esta solución y suspiraban por el médico monje. Fiel discípulo de Cristo, no podía negarse a ello, lo que suponía un duro trabajo por tantas y tantas horas como tenía que vivir clavado en el botiquín atendiendo a los enfermos y componiendo los específicos. Y no sólo eso: era frecuente que luego de cumplir sus obligaciones con los monjes, los ratos libres saliera a pie o en el caballo a visitar enfermos de los pueblos que se hallaban en grave peligro y deseaba hacer por ellos todo cuanto estuviera en su mano.

Esta tarea demoledora impuesta por la caridad, y quizá más el contacto con tantos enfermos contagiados de dolencias muchas veces infecciosas, minaron por completo su salud, contrayendo una afección pulmonar que le impidió continuar en aquella cristiana tarea. La noticia de la enfermedad llenó de pena a tantos clientes como tenía en una dilatada comarca.

Los monjes, de manera especial el visitador, ordenaron trasladarse a Panticosa (Huesca), pero todo en vano. Al llegar a Zaragoza se hospedó en casa de sus familiares, pero tanto se agravó su estado, que todos temieron por su vida. Entonces él insistió en que le llevaran a su monasterio de Val San José para tener el consuelo de morir entre sus queridos monjes. Todos pensaban que era una imprudencia ponerse en camino, estando como estaba, pero al insistir, no tuvieron más remedio que complacerle. Dos hermanos suyos, uno médico y otro canónigo de la ciudad, emprendieron viaje a Madrid, temiendo que se les muriera en el camino. Ambos hermanos se alternaban para llevarle en brazos, logrando llegar vivo al monasterio.

Al enterarse los monjes de su regreso, salieron en procesión fuera de las cercas del monasterio para recibirle con el mayor entusiasmo.

Poco a poco se iba extinguiendo su vida como una lamparita a la que se le acaba el aceite. Logró conservar expeditas sus facultades hasta el último momento, no cesando de insistir a sus hijos a mantenerse fieles a sus obligaciones y a vivir en intensidad su consagración a Cristo. Un día antes de su muerte, pidió que le bajaran a la iglesia para recibir la unción de los enfermos y el viático. Después, cuando su estado se agravó y se preveía una muerte inminente, queriendo dar pruebas de pobreza y fidelidad a las tradiciones de la Orden, ordenó extender una cruz de ceniza sobre el pavimento, luego de cubrirla con capa de paja, y una vez dispuesto todo, le bajaron del lecho, se extendió sobre ella y al poco rato expiró sobre aquel lecho de penitencia. Era el 31 de agosto de 1904. Los monjes sintieron la muerte de aquel hombre que tantas pruebas les había dado de verdadera santidad. Cualquiera que haya leído con detención los anteriores conceptos, no podrá menos que admirar la obra de la gracia en aquellas personas que han sido fieles a Dios hasta la muerte.

 

Bibl.: E. de Mier, Los trapenses españoles. Apuntes históricos de La Trapa, Madrid, Artes gráficas “Mateu”, 1912, págs. 197- 199; F. Ximénez de Sandoval, La Comunidad Errante, Madrid, Ediciones Studium, 1959, págs. 371-373; D. Y áñez Neira, El Císter, Órdenes religiosas zaragozanas, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1987, págs. 322-324.

 

Damián Yáñez Neira, OCSO

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