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San Antonio González

Biografía

González, Antonio. San Antonio González. León, c. 1593 − Nagasaki (Japón), 24.IX.1637. Sacerdote dominico (OP), mártir y santo.

Muy joven todavía, ingresó en el seminario diocesano de su ciudad natal, donde estudió Latín y Retórica. A los dieciséis años ingresó en el convento de Santo Domingo de la capital leonesa para tomar el hábito dominicano y hacer la profesión religiosa. Allí cursó los estudios institucionales y recibió el presbiterado. Destinado al convento de Piedrahita (Ávila), fue nombrado lector de Teología y se dedicó a la enseñanza de su especialidad y a la dirección espiritual de los estudiantes que acogía aquel centro de estudios y de renovación dominicana. Al mismo tiempo, desplegó atenciones y ayudas a los pobres y, modelo de observancia religiosa y mortificación, ejerció la predicación por muchos pueblos de España, dejando siempre profunda huella con sus palabras y su testimonio de vida ejemplar.

En los conventos solían leerse en público las cartas y relaciones que enviaban los misioneros desde los diversos campos de apostolado. El joven dominico leonés se sintió especialmente impresionado por una carta en la que se contaban las andanzas y dificultades y se invitaba a los jóvenes religiosos a trabajar en tierras lejanas, por lo que solicitó afiliarse a la provincia dominicana del Rosario con el fin de ir a Extremo Oriente. En efecto, zarpó de Sevilla (1631) rumbo a Manila, vía México, junto con treinta y cinco compañeros.

Devoto de san Pedro Mártir de Verona y deseoso de imitar al santo italiano, tan pronto como llegó a Manila (1632), solicitó a los superiores ser enviado a Japón, pero de momento no fue atendida su petición. Le fueron encomendados importantes puestos, como el rectorado del colegio de Santo Tomás, la cátedra de Teología y las funciones de superior regional, responsabilidades que ejerció con aplauso de todos. Llegó a ser tal su prestigio que fue propuesto a la Congregación de Propaganda Fide (1633) como candidato a obispo de Japón. En ocasiones, denunció en público las violaciones de inmunidades eclesiásticas que había cometido el gobernador de Filipinas, Sebastián Hurtado de Corchera, y llevó a cabo una ejemplar labor de predicación en defensa de la verdad y la justicia.

Por fin, tras ser aceptada su petición de acudir en ayuda de la misión japonesa, embarcó secretamente en Manila (1636) junto con tres religiosos dominicos y dos laicos. El primero de ellos era Lorenzo Ruiz, filipino que se encontraba “envuelto o acusado en un caso criminal, de naturaleza y culpabilidad imprecisas” relacionado con “una pendencia con un español”, que aprovechó la salida del padre Antonio hacia un país extranjero con objeto de huir de la justicia. El otro laico era el japonés Lázaro de Kyoto, leproso que había sido desterrado a Filipinas por su calidad de cristiano y se ofreció para acompañar al padre Antonio en calidad de guía e intérprete. Ambos seglares padecerían después martirio y serían canonizados con el padre Antonio González y sus quince compañeros.

Ya al poco tiempo de desembarcar en las llamadas islas Lequios (hoy Okinawa), a pesar de las precauciones que tomaron para no ser descubiertos, el padre Antonio fue arrestado con sus compañeros y recluido en la cárcel durante cerca de un año. Gracias a una descripción de la época se conocen bastante bien las circunstancias de su encarcelamiento y permanencia en Okinawa. Consta que el padre Antonio, como jefe del grupo de arrestados, se desvivió en servir y ayudar a todos a permanecer fieles a la fe cristiana. Los más necesitados de apoyo moral y espiritual eran los dos laicos Lorenzo y Lázaro, que empezaban a dar muestras de desaliento y debilidad ante el panorama de los tormentos que se avecinaban. Al ver cómo esto atormentaba al padre Antonio, Lorenzo sintió miedo y preguntó a un intérprete portugués “si, renunciando a la fe, le perdonarían la vida”, pero no tardó en afirmar ante el mismo intérprete que se confesaba cristiano. A la salida de Okinawa todos se sintieron dispuestos a sacrificar su vida por Cristo.

La salida tuvo lugar el 21 de septiembre de 1637. Era la hora de ser conducidos a Nagasaki para ser procesados. Su entrada en la ciudad fue espectacular, pues su llegada fue presenciada por una gran multitud que contemplaba al misionero vestido con el escapulario dominicano y haciendo con las manos la señal de la cruz como signo de su misión anunciadora del mensaje de Cristo. Ante el tribunal, el padre Antonio confesó abierta y llanamente que era religioso y que su misión era únicamente mostrarles el camino de la salvación. En castigo, primero se le sometió a la terrible prueba del “agua ingurgitada”, en la que la víctima era obligada a ingerir gran cantidad de agua que luego debía expulsar por presión del vientre. Luego le instaron a renegar de su fe y le hicieron promesas, pero él respondió que prefería morir antes que apostatar. Se le ordenó pisar una pintura de la Virgen María, pero él se abalanzó al suelo, recogió la imagen y la cubrió de besos. En aquellos tribunales, era ésta una práctica muy común por la que los jueces se cercioraban de si el acusado renegaba o no de la fe cristiana.

El castigo del agua le dejó quebrantado, pero el 23 de septiembre de 1637 fue sometido de nuevo al mismo suplicio. Esta vez el agua salió ensangrentada y la fiebre le postró en tierra, y llegó a pedir al carcelero un poco de vino para recuperar fuerzas. Al amanecer del día siguiente expiró, después de pedir a sus compañeros que rezaran por él y animar al todavía vacilante Lázaro de Manila a no caer en la apostasía. Como dice un testigo de la época, “Dios le había llamado para sí y para darle el premio de lo que por Él tenía padecido”.

Su cadáver fue arrojado a las llamas y las cenizas esparcidas en el mar con el fin de que los cristianos no pudieran venerar sus restos. Fue canonizado por Juan Pablo II (1987) y su fiesta se celebra el 28 de septiembre.

 

Bibl.: D. González, Relación del ilustrísimo martirio [...], Manila, 1638, págs. 345-353; H. Ocio, Compendio de la reseña biográfica de los religiosos de la provincia del Rosario, Manila, Est. Tipográfico del Real Colegio de Santo Tomás, 1895, págs. 142-143; Dominici Ibáñez de Erquicia, O. P. et XVI Sociorum [...] Positio super introductione causae et martirio ex officio concinnata, Roma, Sacra Congregatio pro Causis Sanctorum, 1979, págs. LII-LIII; F. Villarroel, Dominico leonés, camino de los altares: el P. Antonio González, mártir, León, CSIC, Institución Fray Bernardino de Sahagún, 1981; J. G. Delgado y P. G. Tejero, “Mártires de Japón”, en Testigos de la fe en Oriente, Madrid, Secretariado de Misiones Dominicanas, 1987, págs. 106-108; H. Ocio y E. Neira, Misioneros dominicos en el Extremo Oriente, vol. I, Manila, Life Today Publications, 2000, págs. 149-150; J. González Valles, “Santos Lorenzo Ruiz, Domingo Ibáñez de Erquicia y 14 compañeros mártires dominicos de Japón”, en J. A. Martínez Puche (dir.), Nuevo año Cristiano (septiembre), Madrid, Edibesa, 2001, pág. 547.

 

Jesús González Valles, OP

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