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San Lucas del Espíritu Santo

Biografía

Alonso Gordo, Lucas. San Lucas del Espíritu Santo. Carracedo de Vidriales (Zamora), 18.X.1594 − Nagasaki (Japón), 19.X.1633. Sacerdote dominico (OP), mártir y santo.

Tomó el hábito dominicano y profesó (2 de junio de 1611) en el convento de Santo Domingo de Benavente. Realizó los cursos filosóficos y teológicos en el Estudio General de Trianos (León) y en el afamado Colegio de San Gregorio de Valladolid. Estando aquí, se alistó para evangelizar en Oriente y, joven estudiante todavía, embarcó en Sevilla rumbo a México para luego atravesar el océano Pacífico desde Acapulco hasta Manila. En México completó los estudios institucionales y, cumplidos los veintitrés años de edad, recibió la ordenación sacerdotal (1617), pero tuvo que esperar hasta la primavera del año siguiente a que llegara el galeón de Manila para poder continuar el viaje a su destino. Durante el largo trayecto marítimo, los veintiséis dominicos celebraban en la nao charlas, clases e incluso catequesis para los viajeros laicos y, por supuesto, observaban las prácticas litúrgicas como si de un convento ambulante se tratara. Todo ello en medio del vaivén de las olas y a merced de los vientos que, al llegar a la isla de San Bartolomé, entre las islas de Salomón y Nueva Caledonia, alcanzaron tal fuerza que la embarcación estuvo a punto de estrellarse contra las rocas.

En Filipinas le fue encomendado el ministerio pastoral en la provincia de Cagayán, donde trabajó en Pilitan (1619-1621) y en Abuatan (1621-1623). Fue luego nombrado lector de artes y filosofía en el Colegio de Santo Tomás, aunque, de hecho, ejerció esta actividad académica durante muy poco tiempo, ya que en 1623 se embarcó con destino a Japón.

Al desembarcar en Kyûshû, junto con el padre Domingo Ibáñez de Erquicia, a quien el padre Lucas llamaba cariñosamente el vizcaíno, el negro panorama de la persecución anticristiana se cernía sobre todo en Japón, y los misioneros tuvieron que disfrazarse de comerciantes españoles para poder internarse en el país. Logrado su primer intento, el padre Lucas inició una andadura misionera que, durante diez años, le llevó desde la isla de Kyûshû hasta Kyoto y regiones vecinas, siempre bajo el signo de la amenaza y la clandestinidad, el hambre y la fatiga, los sobresaltos y las huidas. Su misión consistió en llevar el consuelo a los cristianos perseguidos, levantar a los caídos y fortalecer a los débiles en la fe.

Desde 1626 hasta 1628, al arreciar todavía más el clima anticristiano promovido por el gobernador Hasegawa Gonroku en Nagasaki, se retiró a los montes para poder asistir y consolar mejor a los cristianos refugiados.

Durante dos años anduvo por el norte de Japón en una gira misionera por parajes inhóspitos y escenarios de sufrimientos y martirios de fieles cristianos.

En colaboración con otros misioneros, trabajó por conseguir de las autoridades japonesas que no se maltratase a los japoneses que descubrían el paradero de los evangelizadores. Estando en la región de Kyoto, fue apresado y conducido a prisión, donde sufrió befas e injurias.

En 1631 regresó a su puesto ordinario, que era la región de Arima, en Kyûshû, para volver a salir hacia el norte de la isla de Honshû, esta vez en compañía de Domingo Kakusuke. “Yo, desde el mes de febrero —cuenta— he corrido las regiones más apartadas de Japón, desde casi Oriente hasta el Poniente, como son Izumo, Inaba, Mimasaka, Tajima, Yetchigo y Oshû, que es en el Oriente; aunque andaba por mesones y me embarcaba con pasajeros, no fui conocido”. Por sus correrías apostólicas fue propuesto para el obispado, pero Dios le tenía reservados otros derroteros. “Cada día andaba en manos de la muerte”, y, en efecto, al fin cayó en manos de los esbirros (8 de septiembre de 1633), junto con sus “mozos” Domingo Kakusuke, fray Mateo del Rosario y algunos más. “Como me prendieron púseme un hábito de algodón, que ya tenía aparejado en el seno y al amarrarme me puse de rodillas, aunque llovía y había lodo. Al otro padre [el jesuita Antonio de Souza] le amarraron como a mí blandamente por el cuello y las muñecas, y a los mozos con más rigor. Y luego nos llevaron, yendo mi compañero hablando con ellos, y yo cantando el Te deum.” Al llegar a la cárcel, el padre Lucas y el jesuita Antonio de Souza se lavaron mutuamente los pies. Su paciencia fue puesta a prueba, sobre todo en el castigo del agua ingurgitada en el que obligaban a la víctima a ingerir grandes cantidades de agua que luego era arrojada presionando violentamente el vientre. “No sabe uno —escribe él mismo— si se necesita más paciencia para sufrir el tormento o para sufrir el contento que de todo esto queda después”. Luego llevaron a todos hasta el puerto de Kobe para trasladarlos por mar a Nagasaki.

El viaje fue un continuo calvario y, tan pronto como llegó el 24 de septiembre de 1633 a Nagasaki, fue encarcelado hasta que, expuesto a las burlas del pueblo, fue llevado a caballo con una soga al cuello y un cartel que explicaba el motivo del castigo: “ser religioso y haber predicado la ley evangélica”. Luego sufrió el suplicio de la horca y hoya y tuvo que escuchar las muchas ofertas y promesas que le hicieron los esbirros. Tras varias horas de tormento, fue extraído de la hoya para ver si renunciaba a su fe cristiana y así poder recibir algún premio. Se corrió entonces en la ciudad el rumor de que el padre Lucas había renegado de la fe, pero varios portugueses y un español que corrieron a la prisión para cerciorarse pudieron hablar con él por una ventana y desmintieron el bulo. El misionero se mantuvo siempre firme en la fidelidad a Cristo y declaró su opción por el martirio. Mientras le era aplicado el mismo castigo durante largas horas, cayó desvanecido y fue rematado a golpes de bastón (19 de octubre de 1633). Su cadáver fue reducido a cenizas que luego fueron arrojadas al mar. Juan Pablo II lo elevó al honor de los altares con el título de santo (1987), y su fiesta se celebra el 28 de septiembre.

 

Obras de ~: Cartas, 1630-1633 (en Dominici Ibáñez de Erquicia [...] Positio super introductione causae et martirio ex officio concinnata, Roma, 1979, págs. 216-223 y 245-249.

 

Bibl.: H. Ocio y Viana, Compendio de la reseña biográfica de los religiosos de la provincia del Rosario, Manila, Real Colegio de Santo Tomás, 1895, págs. 106-107; A. Quintana Prieto, Fray Lucas del Espíritu Santo, Astorga, 1980, págs. 42-43; J. Delgado García, “Mártires de Japón”, en Testigos de la fe en Oriente, Madrid, Secretariado de Misiones Dominicanas, 1987, págs. 87-93; H. Ocio y E. Neira, Misioneros dominicos en el Extremo Oriente, vol. 1, Manila, Life Today Editions, 2000, págs. 124-125; J. González Valles, “Santos Lorenzo Ruiz, Domingo Ibáñez de Erquicia y 14 compañeros mártires dominicos de Japón”, en Nuevo año Cristiano (septiembre), Madrid, Edibesa, 2001, págs. 542-543.

 

Jesús González Valles, OP

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