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Malaquías de Asso Maluenda

Biografía

Asso Maluenda, Malaquías de. Zaragoza, c. 1542 – Jaca (Huesca), 28.VIII.1606. Obispo auxiliar de Zaragoza y residencial de Jaca, monje y abad cisterciense (OCist.) en Castilla y Aragón.

Con toda probabilidad, fray Malaquías nació en Zaragoza, aunque algunos autores lo suponen natural de La Muela, en la misma provincia, de donde era su padre; su madre era de la cercana Épila, y los dos cónyuges vivían en Zaragoza cuando nació. Se llamaban Pedro de Asso y Ana Malvenda, de los que se recuerda, para evitar toda sospecha en aquella época, que eran de raigambre noble y cristianos viejos. Recibió una sólida y piadosa educación cristiana en el seno de su familia y una adecuada formación humana, correspondiente a su alcurnia.

Muy joven se sintió llamado a la vida monástica e ingresó en la relativamente cercana abadía de Santa María de Huerta, pero en tierras castellanas y hoy pertenecientes a la provincia de Soria; lo acogió, en 1558, en su primer trienio, el venerable fray Luis de Estrada, el abad que marcó, en los tres trienios de su abadiato, el futuro de esplendor de la abadía de Huerta, en santidad y en ciencias divinas y humanas. El 13 de febrero del año siguiente le dio la profesión monástica.

Amplió y profundizó su formación en los colegios de la Orden y fue muy aventajado en ciencia y en virtud.

Desde joven fue ocupando cargos de relevancia en su comunidad, primero como secretario del abad Estrada y, más adelante, el de prior claustral, c. 1574, ya con el abad Luis de Rivera.

A partir de esta fecha empieza a adquirir importancia dentro de la Congregación de Castilla; con sus treinta y cinco años es nombrado abad del monasterio de Matallana, en Valladolid, a la muerte del abad, fray Valeriano de Villada, para completar el año que quedaba de su trienio. Al finalizar este corto mandato, es llamado para regir la abadía de Armenteira (Pontevedra); en sus tres años de abadiato, se afanó en la tarea pastoral de su comunidad, preocupado por el adelantamiento material y espiritual de la casa y de sus monjes. Durante su abadiato, encontró en el archivo del monasterio un pergamino con la historia de la experiencia de san Ero, de los primitivos monjes de la abadía, quien, ante el canto de un pajarillo, se quedó extasiado y permaneció en esta actitud durante doscientos años. Nuestro abad divulgó esta historia, escribiendo la biografía del santo.

Al terminar su trienio, la vida de fray Malaquías cambia de rumbo, deja Castilla y pasa a Aragón, su tierra de origen. El Císter aragonés no había aún aceptado la reforma, que preconizó la Congregación de Castilla, y así sus monasterios, aunque por ello no dejaron de llevar una vida bien reglada, adolecen aún de un sistema de gobierno más o menos comendatario.

Así, en 1581, cuando el abad de Rueda, fray Miguel Rubio, es nombrado obispo de Ampurias, en Cerdeña, Felipe II lo presenta para esta abadía perpetua, en el reino de Aragón y no muy lejos de Zaragoza.

Retorna, pues, fray Malaquías a su tierra, que ya no abandonará; en el Císter aragonés y, más en concreto, en la Iglesia de Zaragoza, gastará todas sus energías.

Lejanía estamental de Castilla, pero cercanía física y afectiva con ella desde el influyente monasterio castellano de Santa María de Huerta, donde nació para la vida monástica, y que fue siempre para él una madre solícita. Repetidas veces, retorna a su monasterio con dádivas con frecuencia meramente simbólicas. Huerta, enclavada entre Aragón y Castilla, proyecta en sus hijos la misión de monasterio frontera, que caracterizó largamente toda su historia medieval.

Durante diez años permaneció al frente de sus hermanos, continuando la labor de reforma que había iniciado su antecesor; fray Malaquías la consolidó y afianzó, concentrándose en el adelanto espiritual de los monjes y en la conservación y mantenimiento material del monasterio en todos sus aspectos; ya tenía experiencia de gobierno en los dos monasterios castellanos citados.

Es reclamado también por la Santa Sede, para actividades fuera de su monasterio y dentro de la misma región; en 1590, es nombrado visitador del monasterio, también cisterciense, de Valldigna (Valencia).

Mientras desempeñaba esta función, recibe el nombramiento de obispo, como auxiliar de Andrés de Bobadilla, arzobispo de Zaragoza; se le asigna el título de Útica, en África. Como obispo no residencial, no cobraba ningún emolumento, por eso se le permitió seguir gozando del beneficio de la abadía de Rueda, con cuyos frutos podía fácilmente sustentarse. Fue, entre los muchos que vinieron después, el primer monje de la Congregación de Castilla nombrado obispo. El 24 de mayo de 1595 es nombrado obispo de Jaca, a instancias del mismo Felipe II, quien le tenía en tanta estima, que, en opinión de Blasco de Lanuza, era de las personas que el Rey consultaba personalmente en asuntos pertenecientes a la Iglesia y reino de Aragón.

Fue un modelo de obispos por su santidad de vida; un hombre de intensa vida espiritual, que dedicó el tiempo libre a la oración y a la lectura de la Palabra de Dios; como buen monje, sabía de memoria buena parte de las Escrituras.

Era un celoso pastor, dedicándose con entusiasmo y tesón a la predicación de la palabra. En su relativamente corto pontificado reunió dos veces sínodo para gobierno de su Iglesia y redactó y publicó sus actas sinodales. Dentro de una Iglesia, que en sí era pobre, vivió sobrado y rico, dando cuanto tenía a los pobres.

Supo rodearse de gente competente en el gobierno de su diócesis y mantenía estrecha amistad con gente docta y santa; puso sumo interés en el bien de las almas, en la rectitud de la justicia, en la paz y concordia dentro de su Iglesia y obispado. Se preocupó cuidadosamente de la formación y cultura de las personas de su entorno y costeó bastantes becas de universidad a estudiantes pobres, que luego sirvieron con eficacia a la Iglesia y al Estado. Todos los autores resaltan el interés por conocer a fondo a todos y a cada uno de los clérigos de su obispado; confeccionó un fichero, donde describía todos los pormenores de sus súbditos, para, llegado el caso, poder tratarlos a todos con conocimiento de causa.

Así siguió en su labor pastoral durante once años, falleció el 28 de agosto de 1606, después de una vida de tanto ejemplo y tan rara santidad, que fue imitación viva de los obispos de la primitiva Iglesia, con sus limosnas a los pobres y necesitados, con sus penitencias, humildad y caridad. Fue enterrado delante del altar mayor de su iglesia-catedral, donde ningún prelado anterior había sido enterrado. La memoria de sus hechos quedó esculpida en el corazón de sus hijos.

El cisterciense y también hortense, Crisóstomo Henríquez insertó un elogio de su persona, en el Menologium, donde recoge, de entre los personajes de toda la Orden, a los santos y beatos que reciben culto y a otras personas de reconocida santidad y veneración.

Resalta en su elogio, la sólida formación monástica adquirida desde su juventud en el monasterio de Huerta y el grado de perfección adquirida, su palabra ardiente y el ejemplo atrayente de su vida para edificación de quienes lo contemplaban. En su labor pastoral de obispo, señala el espíritu y celo apostólicos y la entrega incondicional al pastoreo y cuidado de todos los fieles.

 

Obras de ~: Constituciones sinodales de la diócesis de Jaca, Zaragoza, Lorenzo Robles, 1595; Estatutos de la catedral de Jaca, 1601; Sobre el gobierno espiritual y temporal de Rueda, s. f. (inéd.); Vida De San Ero, Abad de Armenteira, s. f. (inéd.).

 

Bibl.: C. Cordón, Obispos, Generales y Abades de Huerta, s. f. (inéd.) (en Archivo de Huerta, fols. 20r.-21v.); D. Yáñez Neira, “Presencia del Císter en Aragón a través de sus monjes ilustres”, en VV. AA., El Císter: órdenes religiosas zaragozanas, Zaragoza, Instituto Fernando el Católico, 1987, págs. 280- 283; C. Henríquez, Fasciculus Sanctorum Ordinis Cisterciensis, Bruxellis, apud J. Pepermanum, 1623, pág. 230; Menologium Cisterciense, Antuerpiae, Baltasar Moreto, 1630, págs. 290- 291; A. Manrique, Cisterciensium seu verius Ecclesiasticorum Annalium a condito Cisterci, vol. IV, Lugduni, sumptibus Lavr. Anisson & Io. Bapt. Devenet, 1659, págs. 662 y 673; N. Antonio, Bibliotheca hispana vetus, vol. II. Matriti, apud viduam et heredes D. Ioachimi Ibarrae [...], 1788, pág. 359 (trad. de G. de Andrés y M. Matilla Martínez, Madrid, Fundación Universitaria Española, 1999); R. Muñiz, Biblioteca cisterciense española, Burgos, Joseph de Navas, 1793, pág. 35; F. de P. Moreno, Noticias biográficas de los obispos auxiliares de Zaragoza, Zaragoza, Ayuntamiento, 1895, págs. 299-300; J. M. Sánchez, Biografía aragonesa del s. xvi, Madrid, Imprenta Clásica Española, 1914, pág. 460; J. M. López Landa, El Monasterio de Nuestra Señora de Rueda, Calatayud, 1922, págs. 41-42; F. Zamora y Lucas, “Mitras y coronas en el Real monasterio de Santa María de Huerta”, en Celtiberia, 23 (1962), págs. 7-50; L. Esteban, “Los escritores hortenses”, en Cistercium, 79 (1962), 268-270; L. Herrera, “Actas de nombramientos de varios obispos de monjes de Huerta”, en Cistercium, 79 (1962), págs. 322-325; P. Guerin, “Asso, Malaquías”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 147.

 

Agustín Romero Redondo, OCist.