Malvar y Pinto, Sebastián. Salcedo (Pontevedra), 1730 − Santiago de Compostela (La Coruña), 25.IX.1795. Religioso franciscano (OFM), obispo de Buenos Aires y arzobispo de Santiago.
Nació en 1730, en la parroquia de San Martín de Salcedo (Pontevedra), y alternó sus primeros estudios en los conventos de San Francisco de Pontevedra y Rivadavia. A los diecisiete años tomó el hábito franciscano en el convento de San Francisco de Salamanca y, después de pronunciar los votos religiosos, estudió Filosofía en el convento de San Francisco en Avilés (1748) y Teología en el de Salamanca. En 1754, ya sacerdote y hechas las correspondientes oposiciones en Salamanca, ingresó en el colegio mayor que la provincia franciscana tenía en Alba de Tormes. Los dos años siguientes opositó a cátedras de Artes defendiendo las proposiciones Datur disitinctio jormalis scotica y Utrum numerus effectuum nostrom potest produci a causa contraria totali. Nuevamente, en 1758, terminados los tres cursos reglamentarios de estancia en el colegio de Alba de Tormes, opositó a cátedras, determinando el tribunal proveer en él la lectura de Artes en el convento de Astorga, donde su actuación no desmereció las esperanzas puestas en él, ya que los superiores lo presentaron al grado de doctor en la Universidad de Salamanca, título que obtuvo en 1763. A partir de este suceso la figura de Malvar se agrandó extraordinariamente. Sobresalió como teólogo y excelente orador, y continuó desempeñando su cátedra de Teología hasta que en 1777, a propuesta del franciscano Joaquín de Eleta, obispo de Thebas y confesor de Carlos III, fue designado para gobernar la iglesia episcopal de la Santísima Trinidad de Buenos Aires.
A su llegada a América (1778), adonde le acompañaron su confesor, el franciscano Pedro Guitián Arias, y su sobrino, Pedro Acuña, Malvar visitó su diócesis, lo que le reveló el estado de penuria en el que se encontraban el clero y las iglesias, por lo que en 1780, de acuerdo con el virrey, Juan José de Vértiz y Salcedo, procedió a la erección de nuevas parroquias. Gualeguaychú, Gualeguay y Arroyo de la China —hoy Concepción, ciudad de Uruguay—, en cada una de las cuales, tres años más tarde y por orden del mismo virrey, se fundó una villa.
Las actividades de Malvar como obispo de Buenos Aires, entre las que destacaron, además de los enfrentamientos con el virrey —criollo mexicano, versátil y puntilloso, de tendencias progresistas— sobre defensa y jurisdicción del Real Patronato, y otros pequeños detalles de carácter gubernativo, el haber contribuido a sofocar la rebelión que, en 1780, encabezó el inca José Gabriel Tupac-Amaru, le valieron para ser nombrado, en 1783, arzobispo de Santiago.
En 1784 desembarcó, junto con su sobrino Pedro Acuña y Malvar, al que nombró poco después provisor y gobernador diocesano en Cádiz, ciudad donde se vio envuelto en un conflicto al incautarle los funcionarios de aduanas el barco en el que viajaba y otros dos más en los que era transportado el equipaje, por sospechar que contenían barras de oro sin registrar.
El asunto fue resuelto por la Corona, a la que Malvar donó el capital americano, que, a su vez, el Rey encomendó al arzobispo para que lo empleara en la construcción de obras en Galicia. Ya instalado en la sede compostelana, tuvo algunas discordias con el Cabildo a causa de la celebración en la iglesia de Santiago del Oficio de la Purísima Concepción, pero su actividad más sobresaliente durante el tiempo en que ejerció su mandato fue como patrocinador de una ambiciosa política de construcción y reformas. Con este fin dotó a la diócesis de una vía pública desde Santiago a Pontesampaio, que contaba, en su recorrido, con obras arquitectónicas de importancia de cantería y mampostería —el puente de Valga, el de Malvar, el de Pintos, el de Botacos y otros—. Acarició, además, según el padre Villar (P. de Arrieta, 1798: 56), el proyecto de unir Santiago con el océano, por medio de un canal, y fundar un montepío para utilidad de pobres, artesanos y labradores. En atención a todas estas obras y proyectos, Carlos IV le concedió la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III. Siguiendo la tradición de los arzobispos compostelanos, amparó a los artistas emprendedores, como fue el caso del arquitecto y grabador Melchor Prado Mariño.
El 25 de septiembre de 1795 fallecía en Santiago, en cuya catedral, entre el coro y la capilla mayor, fue enterrado.
Obras de ~: Parvus codex sacrorum rituum ex romano rituali, toletano et aliis excerptus [...], Santiago de Compostela, 1792.
Bibl.: P. de Arrieta, Oración fúnebre que de las exequias solemnes celebradas por la universidad de Salamanca, el 13 de enero de 1798, a la buena memoria de Ilmo. Excmo. Sr. D. Fr. Sebastián Malvar, Salamanca, 1798; A. López Ferreiro, Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago de Compostela, vol. XI, Santiago de Compostela, Imprenta y Encuadernación del Seminario Conciliar Central, 1909; A. López, “D. Fr. Sebastián Malvar y Pinto. Su vida en el claustro”, en El Eco Franciscano, 35 (1918), y 59 (1942); M. Rodríguez Pazos, Episcopado gallego a la luz de los documentos romanos, vol. I, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1946; J. Filgueira Valverde, Fray Sebastián Malvar, el arzobispo de la carretera y el Real Plantío, Pontevedra [Gobierno Civil], 1973.
José García Oro, OFM